EL CEREBRO MECÁNICO. The mind of the killer (1ª Parte) José Manuel Alvarez (Barcelona)

Usted es una buena persona, no diga que no. Sin embargo, cuando falten unas pocas líneas para terminar de leer este post, comenzará a escuchar un potente ulular de sirenas que se acercarán a toda velocidad hacia su domicilio. Instantes después oirá bruscos frenazos justo frente a la entrada de su edificio y, en el preciso momento que acabe de leerlo, escuchará el “ding-dong” de la puerta de su piso. Dos policías vestidos de paisano se lo llevarán en volandas acusado de cometer un horrendo crimen en un pueblecito de Albacete: no hay duda, dos testigos han dado su exacta descripción cuando huía escaleras abajo alejándose del escenario del crimen; otros dos han proporcionado el modelo y el número exacto de la matrícula de su coche al salir zumbando del pueblo... Cuando la policía científica procesó la escena del crimen, en medio de un enorme charco de sangre halló un pelo cuyo ADN coincide con el suyo... (Ya sabe, la prueba del ADN es 99,2 % fiable, pero ¿y qué pasa con el 0,8% restante?).

Porque obviamente, usted jamás estuvo en el pueblecito de Albacete. Ni mucho menos conoce a la víctima de cuyo asesinato ahora le acusan; y el día de autos no salió de su casa porque se encontró indispuesto desde el mismo momento en el que a las 8:30 horas de la mañana puso el pie en la cálida alfombra de su habitación, optando por volverse a la cama a ver si se recuperaba a lo largo del día...; cosa que no ocurrió hasta el siguiente. Como tampoco ocurrió que nadie lo vio ni lo llamó en todo el día; así que, con horror, descubre que no tiene la más mínima coartada...

En el calabozo de la comisaría, rodeado de individuos de todo pelaje, -algunos poco o nada recomendables-, con la angustia masticándole hasta los botones del cuello de la camisa y los dedos temblorosos y tiznados de tinta azul de la toma de huellas, nota un escozor moral, como una sorda y absurda culpa que, a pesar de toda su inocencia, -a esto se le denomina división subjetiva-, no lo deja a usted en paz... Sí, -se dice a sí mismo-, es como tantas otras veces que había deseado algo ilícito y -sin haberlo satisfecho-, no obstante se había sentido intensamente culpable... Así es su Superyó, amigo mío, el que todo lo ve y que no se anda con chiquitas a la hora de diferenciar entre lo que usted desea y lo que ha satisfecho en la realidad. Esa instancia punitiva actúa bajo el principio de “tanto me da, que me da lo mismo”, tomando de la lengua su estructura performativa: por ejemplo, si desea acostarse con la atractiva pareja de su íntimo amigo, en ese mismo instante para su Superyó acaba de acostarse con ella y de paso le ha puesto un cuerno a su amigo por interpósita persona. (Porque obviamente el ingrediente de amor homosexual que posibilita su amistad también está en juego, por no entrar en el detalle de los componentes agresivos y de rivalidad que hay entre ustedes... Así que su amigo luce ahora a los ojos de su Superyó un invisible y reluciente cuerno, y usted una culpa negra y afilada pellizcándole el corazón).

En otras ocasiones le ha parecido actuar compulsivamente para reparar una desagradable situación, como empujado por las consecuencias de algo que tiene que ver con usted, pero no acierta a comprender el qué... Si se ha psicoanalizado, -y si no lo ha hecho no se lo vamos a reprochar-, habrá descubierto con estupor que la instancia superyóica sojuzga deseos, pensamientos y fantasías que habitan en usted pero de los cuales ¡¡¡usted mismo no tiene noticia alguna!!! A eso se le llama “represión”, o sea, lo que mi querida colega Marta Serra llamó nuestra particular Ley de Protección de Datos, en un extraordinario post que podrá leer clikeando en este link--> aquí

Así que, poco a poco se da cuenta que no habiendo cometido crimen alguno, es como si toda esta horrible y absurda situación satisfaciese de golpe el castigo por todos los pecados cometidos a lo largo de su vida, incluso por la oscura culpa que genera su satisfecho tren de vida..., (a esto le podríamos llamar neurosis normal y corriente). Y por eso se reprocha su egoísmo de aquella mañana, en la que únicamente realizó una llamada al despacho para informar que lo más probable era que no acudiría en todo el día. Y cómo, nada más colgar el auricular, se dijo a sí mismo “que se jodan...”; desconectó todos los teléfonos y se deslizó franela adentro para dejarse plácidamente arrullar en los brazos de Morfeo.

Por tanto, vuelve una y otra vez tirándose de los pelos al día de autos, y se ve a sí mismo llamando por teléfono a todos sus amigos y conocidos, poniendo la música a tope, yendo a pedir un poco de salsa de “tomate” a la vecinita del cuarto izquierda por la que tanto suspira. En definitiva, convirtiéndose en una especie de Demonio de Tasmania para que todo el vecindario pudiera testificar que el día del crimen no se había movido de su domicilio, prueba de ello era el enorme escándalo que había armado. (Claro que entonces se hubiese sentido culpable de haber mentido sobre su estado de salud y no haber aparecido por el despacho...).

Pero todo es inútil, hasta usted mismo se da cuenta que si fuese uno de los nueve miembros del jurado que ahora tiene en frente suyo, no dudaría un instante en su culpabilidad, tal y como efectivamente tuvo que escuchar al finalizar su largo y tortuoso juicio.

Ya en la cárcel, un buen día cae en sus manos un antiguo ejemplar de una prestigiosa revista científica del año 2004, en el que lee con suma atención lo siguiente:

Inventan un Escáner que puede 'Leer' la Mente de un Criminal

-Sus resultados se aceptan como «evidencia» en tribunales de EEUU para demostrar la inocencia o culpabilidad de un acusado-

Jimmy Ray Slaughter espera en el corredor de la muerte de una cárcel de alta seguridad de Oklahoma, donde un jurado lo condenó por el asesinato de su novia y su bebé de 11 meses en 1991. En su mente, no existe ni rastro de detalle sobre la escena del crimen, según el test de Brain Fingerprinting (literalmente «huellas del cerebro»), la compañía que ha inventado una nueva tecnología que puede salvarle la vida in extremis.

El polígrafo o detector de mentiras ha sido excluido como prueba en los juicios criminales de los tribunales estadounidenses, pero en marzo de 2001 un tribunal de Iowa dio su aprobación como «evidencia científica» al detector de recuerdos del doctor Larry Farwell, un investigador de Harvard elegido como una de las 100 jóvenes promesas por el semanario Time, en su lista de «los futuros Picasso o Einstein» del siglo XXI.

En febrero, Slaughter, como otros convictos que han probado el test -el año pasado, Terry Harrington, condenado a cadena perpetua por asesinato 25 años atrás, se convirtió en un hombre libre gracias a esta prueba y la apelación de la sentencia-, fue sometido a un nuevo interrogatorio, mientras un casco de electrodos controlaba su actividad cerebral. Según el resultado, en el cerebro del convicto no existía ningún detalle de la habitación donde fue encontrado el cuerpo de la chica, de lo que llevaba puesto u otros particulares. En marzo, el abogado de Slaughter apeló la sentencia y pidió la suspensión de su ejecución.

Farwell comenzó a desarrollar esta nueva tecnología forense casi por casualidad, mientras investigaba cómo conseguir que pacientes paralizados pudieran comunicarse a través de signos del cerebro.

Sus ojos se abren como platos, tanto que parece que vayan a desprendérseles de las cuencas y echar a correr por encima de la mesa; un estremecimiento de alegría lo hace saltar como un muelle de la silla y precipitarse hacia el teléfono de su abogado para solicitar una apelación que incluya esta prueba. En un instante se le pasa por la cabeza abrazar y llenar de besos al Dr. Larry Farwell, (a esto le podríamos llamar transferencia súbita) y justo cuando está a punto de levantar el auricular y marcar el número de teléfono, se le viene a la mente otro de los párrafos del artículo que le puede sacar de la cárcel:

“Se trata de una red de electrodos colocados en puntos clave del cuero cabelludo para detectar los impulsos eléctricos del cerebro. Slaughter los llevó y respondió a imágenes, sonidos y palabras relacionadas, en su caso, con el crimen por el que fue condenado en 1991. Si alguno de los detalles clave hubiera estado en su cerebro, se debería haber producido un impulso entre 300 y 800 milisegundos después del estímulo. De ahí, el nombre de estas hondas como “p300”, ya que pueden demostrar un «relación potencial con el evento»”.

Entonces recuerda que tanto durante el juicio, como después, se empapó de todos y cada uno de los detalles del crimen: conoce al dedillo a la víctima, su vida, qué había hecho el día del luctuoso suceso, la casa donde vivía, los objetos que la decoraban, los miembros de su familia, todo, porque durante meses y meses estuvo completamente obsesionado por ese crimen que jamás había cometido y buscaba encontrar algún detalle, por pequeño que fuese, que lo desvinculase de tamaña acusación.

Así que de pronto, todo a su alrededor y usted mismo se enlentece como si luchase por avanzar dentro de un enorme bote de mermelada caliente, atormentándose con la siguiente pregunta: “¿Y si me someto a la prueba y por conocer tantísimos detalles, mi cerebro emite impulsos entre 300 y 800 milisegundos?”

Mientras decide qué hacer, hace unos instantes que ha comenzado a escuchar un potente ulular de sirenas acercándose a toda velocidad. Segundos después ha oído frenar bruscamente frente a la entrada de su edificio y, justo en este preciso momento, suena el “ding-dong” de la puerta de su domicilio...

(Continuará.)

Aquí la segunda parte: http://www.blogelp.com/index.php/el_cerebro_mecanico_the_neuronal_god_y_2

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