EL CEREBRO MECÁNICO. The Neuronal God. (y 2). José Manuel Alvarez (Barcelona)

Ya que se trata de un problema de culpa, crimen y memoria, le recomiendo se lea antes de continuar la primera parte de este post aquí: http://www.blogelp.com/index.php/2008/03/05/el_cerebro_mecanico_1o_parte_jose_manuel#comments

Su situación
Si usted ha tenido a bien leer la primera parte de este post, estará aterrorizado con la posibilidad de someterse a una prueba que confirme un crimen que no cometió, precisamente por saberse de memoria hasta los más mínimos detalles del mismo: no duerme bien, horribles pesadillas lo acosan casi cada noche, se siente deprimido, constantemente se le vienen a la memoria imágenes del día de autos, tiene un pellizco constante en la boca del estómago, la comida se le atranca a la altura del pecho, en definitiva, nadie diría que usted no es un traumatizado por una situación que se le presenta tanto más negra cuanto más ha querido escapar de ella. Y lo que es peor, las evaluaciones psicológicas a las que lo han sometido muestran “evidencias científicas" de autorreproches y remordimientos por un horrendo crimen en el que usted no participó.

Sin embargo, no se preocupe, porque cual anuncio de televisión, “Imagínese un mundo sin dolor. Un mundo en el que podamos elegir el carácter y la vocación profesional de nuestros hijos. Un mundo en el que los asesinos en serie se transformen en buenas personas y en el que -atento, esto le interesa a usted-, podamos borrar nuestros recuerdos más traumáticos. Un mundo en el que los lesionados cerebrales recuperen sus conexiones cerebrales y en el que las sensaciones de felicidad y placer sustituyan al malestar y a la depresión”. Pues este panorama es el que nos promete la alta tecnología científica de las manos del Dr. Carlos Belmonte, catedrático de fisiología (Premio Nacional Gregorio Marañón de Medicina), desde su carísimo y lujoso Instituto de Neurociencias de reciente creación cuantiosísimamente sufragado por nuestros propios bolsillos; para que luego digan que estamos en crisis y no hay dinero para nada, ya que en él trabajan 200 científicos. Pertenece a la Universidad Miguel Hernández y al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y desde ese instituto se publican cada año un mínimo de cuatro trabajos en Science y Nature, que pasan por ser las más prestigiosas revistas científicas del planeta. Por si esto le sabe a poco, Belmonte es desde hace dos años presidente de la Organización Internacional para la Investigación del Cerebro que aglutina a un ejército de 70.000 neurocientíficos de más de 80 sociedades científicas repartidas a lo largo y ancho de 111 países.

La entrevista
Con esta tarjeta de presentación, la intrépida reportera Gabriela Cañas se reúne con él para charlar sobre lo divino y lo humano en El País Semanal. Y, como es una entrevista que no tiene desperdicio y está repleta de prejuicios bajo el disfraz de lo políticamente científico, yo se la voy a comentar para usted.

El Dr. Belmonte nos informa que el 95% del dolor es controlable con el uso de opiáceos; más concretamente, -y al decir de Antonio Escotado en su imprescindible Historia de las Drogas-, con la más potente descubierta por el hombre: la morfina. Sin embargo, su uso choca contra “Influencias culturales que frenan su desarrollo. (...) por [el] miedo de los médicos, cuando científicamente tenemos muy claro que se puede utilizar en periodos largos y en grandes concentraciones”. Tan claro lo tiene el Dr. Belmonte que más adelante nos informa de una “desgracia”: “El problema es que el sistema nervioso no tiene receptores diferentes para cada cosa. Lo que varía es la manera de conectarse entre ellos. A nivel químico, si bloqueas un tipo de receptor, como hacen los opiáceos contra el dolor, activas al mismo tiempo el sistema de recompensa. Por eso la morfina da tanto gustirrinín (sic). (...) Desgraciadamente -concluye-, no usamos un solo receptor para una sola cosa”.

¿Hay que estar por ello en contra del uso de analgésicos? Definitivamente no, pero el problema se presenta cuando desde la propia medicina, al menor dolor, a la menor incomodidad se prescriben protocolariamente bajo la consigna del “para todos sin excepción”; lo que lejos de apaciguar las cosas, ha elevado la queja -por dolor-, hasta cuotas nunca vistas. Es lo que se puede ver cada día en cualquier hospital, y lo que acaba generando situaciones de intenso malestar en el enfermo, en la familia y en el cuerpo asistencial. Los pacientes sospechando que el cuerpo asistencial se niega, sádicamente, a proporcionarles la siguiente dosis de “calmante” (sic) -a menudo fuera de hora-. El equipo de asistencia, sintiéndose abrumados por demandas imposibles de cumplir, pero las cuales y sin saberlo, ellos mismos han generado...

La demanda de milagros ante una oferta ilimitada
Por eso el Dr. Belmonte señala a continuación, sin darse cuenta de hasta qué punto ellos mismos tienen también sus responsabilidades en esos pedidos desmesurados: “El problema es que la gente pide milagros, resultados inmediatos, y la ciencia no funciona así. (...) Y la sociedad no es consciente de la influencia y el debate ético que va a suponer todo lo que podremos hacer con el cerebro”. Porque, en efecto, además Belmonte va salpicando todas sus respuestas con el debate ético que se genera a partir de sus “descubrimientos”, ya que la manipulación que nos presente alcanza a tocar a la “expresión” misma de los genes. “Podremos leerlo [el cerebro] como una ventana abierta, saber qué piensa una persona. Podemos manipularlo, modificarlo, estimularlo, hacer ver cosas que en realidad el individuo no ve, hacer sentir cosas que no se sienten. Podremos saber cómo enseñar a los niños para que aprendan. Ahora todo lo hacemos empíricamente”.

Una vez más, y bajo el Mantra del “ahora sabemos...”, el afán de estos neurocientíficos es, por un lado, borrar de un chispazo toda la historia de la humanidad; por el otro, presentar como costosísimas investigaciones de muy alta tecnología lo que en realidad es un souflé mercadotécnico que oculta un vergonzoso retraso respecto de lo que a finales del siglo XIX, Berheim y sus discípulos con un dispositivo tan sencillo a la vez que barato, (una silla, una camilla o un diván), realizaban con sus pacientes a través de la hipnosis...

Los temas que a continuación va desarrollando el Dr. Belmonte, pasan por la selección de los cerebros más preparados para desarrollar en nuestros hijos tales o cuales virtudes, la música por ejemplo. Los estudios que “demuestran” la diferencia entre el cerebro de una persona normal y el de un asesino en serie, mostrándonos que estos últimos “Tienen alteraciones en la corteza orbitofrontal, donde se establecen los circuitos que inhiben conductas impulsivas y que determinan nuestras valoraciones éticas y nuestra empatía emocional con los otros”.

Y hablando de empatía, también se nos informa el abismo que separa a hombres y mujeres en materia de compasión, ya que el Dr. Belmonte, para escarnio de muchas feministas, -de las que lamentamos no haberles escuchado decir ni pío-, no duda en afirmar que son más empáticas que los hombres, y pone un ejemplo “muy divertido” según sus palabras: “Enseñan a un grupo de personas imágenes muy desagradables de maltrato, lo que activa la amígdala cerebral, una zona que nos despierta el sistema de alarma de la sensación de peligro y emergencia. Esas personas se identifican con la víctima. Pero luego ves a la víctima que a su vez maltrata a otro niño. A continuación les vuelves a enseñar la primera imagen. Pues bien, a las mujeres se les sigue iluminando la amígdala. Siguen sintiendo empatía hacia la primera víctima a pesar de saber que es un cabrón. En los hombres nada. Como si le estuvieran pegando a un saco”. Ya se puede imaginar el lector qué sutil oprobio se le lanza a las mujeres y qué consecuencias teóricas y clínicas llegan a tener semejantes “hallazgos”.

No hay diferencia sexual
Pues aquí el prejuicio es doble. Por un lado, reduce la diferencia sexual a una mera y muy cómoda diferencia cerebral que condiciona el destino del sujeto; y por otra, coloca esa diferencia al servicio de la discriminación sexual. ¿Creen que llevo muy lejos las cosas? Pues esto es justamente las quejas más amargas que se pueden escuchar del lado de las mujeres científicas, sobre todo matemáticas de alto nivel que ven recortadas sus posiciones justo ante el muro de hierro de estas investigaciones... (Clikear aquí, entre otros muchos links http://www.rieoei.org/oeivirt/rie06a03.htm, o ver la historia de Lubov, la madre de Grigori Perelman, ese genial matemático al que nada le hace más infeliz que recibir un premio de un millón de dólares...).

Y así, la entrevista va transcurriendo por el proceloso mar de la inteligencia como genéticamente “muy predeterminada”; las terapias de nuevo cuño para trastornos como el T.O.C, “les bajas la actividad de los canales de sodio y cambia”, al igual que para las depresiones: “Administras a un depresivo un bloqueante de la recaptación de la serotonina y al día siguiente está como una rosa” (sic); por cambiar la personalidad de los sujetos, “convertir a alguien en lo que no era.”, para ahondar, y no por casualidad, sobre el punto en el que usted mismo está atrapado desde la primera parte de este post: “La utilización de la imagen cerebral en juicios ya se ha empezado a plantear, porque se puede ver claramente si alguien miente o no. Todavía no se ha establecido el procedimiento que asegure en términos legales los resultados, pero lo cierto es que cuando se ilumina una determinada parte del cerebro sabemos que alguien miente como un bellaco”.

Y por si esto también le sabe a poco, la entrevista termina, nada menos que sobre el sentido de la “responsabilidad”. Dice Belmonte, que dicho sentido es un concepto “muy discutible en términos neurológicos. Hay un experimento también increíble, [se ríe]. Se pone a prueba a una persona para que elija salvar a un niño o a diez ancianos. (...) Pues bien, registrando la actividad cerebral de la persona que va a decidir, sabemos 100 milisegundos antes de que lo haga, que va a salvar al niño o a los ancianos. Podemos saberlo, e incluso estimularlo para que tome -atención querido lector-, una decisión distinta. En los dos casos, el individuo aportará una explicación racional a posteriori sobre la decisión tomada”. Es decir, exactamente el mismo “prodigio” que realizaba el citado Berheim en el siglo XIX mediante algo tan sencillo como las órdenes post-hipnóticas.

¡¡¡Usted no es responsable!!!
Se trata aquí de escamotear un debate caro al psicoanálisis, el de la responsabilidad, y de paso propinarle una par de patadas a todo el debate filosófico sobre la misma, a lo largo de los siglos como si este hubiese sido un estúpido delirio. Y todo ello, con el fin de eludir la propia responsabilidad, tanto de los científicos como de cualquier otro agente social, ya que en definitiva: “Nuestra mente es el producto del cerebro funcionando. Los actos más sofisticados, las emociones más complejas, los sentimientos más profundos, las mayores abstracciones, no son sino una serie de circuitos actuando que dan lugar a ese producto que es el pensamiento”. Esta es la conclusión final de la entrevista, y que está en la línea de lo que hace más de 20 años ha dado lugar a las más desopilantes teorías científicas en torno al “funcionamiento” del ser humano, donde el cerebro aparece como el nuevo Demiurgo que todo lo organiza: el amor entre sus padres, el tener o no uno o más hijos, la de preferir y agasajar a su hermano en vez de a usted mismo, la de sus juegos, sus miedos, sus ilusiones, su angustia, sus deseos, su vida sexual, su escolaridad, sus novias o novios, su heterosexualidad o su homosexualidad, la perversión -sea mucha o poca-, que habita en usted, su ética, su destino de gran hombre o gran criminal (cf. El Hombre de las ratas. S. Freud, O.C. Biblioteca Nueva), incluso el que ahora me esté leyendo, no es sino una sobredosis de endorfinas que circula por su cerebro el cual, previamente, le ha llevado a este BLOG. Nada escapa a este nuevo Dios Neuronal esclavizado él mismo por el ribosoma genético tan maleable científicamente en las manos de esta nueva “ciencia” que corre el riesgo, si no lo ha logrado ya, de crear clones del sin par Dr. Menguele.

Porque a las claras se trata, parafraseando a Jacques Lacan en su Seminario VII, La Ética del psicoanálisis, de “la noción de cerebro, aplicada de manera unitaria para descomponer hasta la necedad todo dramatismo de la vida humana”.

¡¡¡Es el cerebro, idiota!!!
Justo estos días de “crisis”, sesudos teóricos de la conducta en materia económica se tiran de los pelos ante un hecho que, según ellos, se les presenta como nuevo: Antón Costas, Catedrático de Política Económica de la UB, bajo el título “Reglas, ética y modernización”, constata, junto una pléyade de colegas que “hay una élite que no se hace responsable de sus actos, aunque lleve a la ruina a sus clientes y empresas” (El País , suplemento Negocios). Los 70.000 científicos que componen el ejército capitaneado por el Dr. Belmonte, no tienen duda alguna y todos ellos le gritarían al unísono: “¡¡¡Es el cerebro, idiota!!!” ¿Se da cuenta usted por dónde van las caricias y arrumacos científicos de esos 70.000 y sobre todo a quiénes van dirigidas? Pues clikee aquí, y ponga a prueba su capacidad de asombro: http://www.diariovasco.com/rc/20101006/mas-actualidad/economia/kerviel-considera-chivo-expiatorio-201010061420.html

Ya para concluir, la ciencia le ofrece ahora de manos de la neurociencia la posibilidad de borrar aquellos recuerdos que usted considere perjudiciales para su existencia: “Ya se está aplicando al estrés postraumático con gente que ha participado en guerras como Irak o Afganistán. Ese síndrome impide dormir a la gente, que se despierta horrorizada porque el cerebro conserva las experiencias más traumáticas para poder evitarlas en el futuro. Gracias a ello hemos sobrevivido a nivel evolutivo. Para esa gente se ha encontrado el remedio: borrarles selectivamente ese recuerdo. El debate ético a plantear es dónde poner los límites”.

O sea, se experimenta con quién sea y con lo que sea, puesto que el científico en sí mismo ha logrado extirpar todo cuestionamiento ético, todo deseo en lo que atañe a sus investigaciones, y luego ya vendrán los comités de ética a enmendarles la plana o a felicitarles por sus hallazgos.

En esta maniobra de prestidigitación, se equipara la ética a lo que está o no permitido, tal y como señaló Guy Briole en su excelente artículo "Bioquímica no lacaniana", -Las ciencias Inhumanas, Ed. Gredos-. Es decir, algo que cada dos por tres hace removerse en su tumba a la pobre Antígona, cuyo acto, por ético, hacía frente a lo que estaba radicalmente prohibido, es decir, las Leyes de la ciudad.

Esto por el lado de una ética que en lo últimos tiempos se invoca permanentemente hasta convertirla en una zarrapastrosa precisamente por confundirla con la moral. Por el otro, el problema es que se da por sentado una definición de memoria que los neurocientíficos nos quieren hacer tragar con las ruedas de molino de su “evidencia” científica, ya que el desprecio por las investigaciones realizadas en otros campos, y nos referimos aquí a ese campo tan sui generis como el psicoanalítico, alcanza tal desprecio que, si en algún momento no les queda más remedio que invocar y apoyarse en procesos de memoria inconsciente, justo lo hacen por el lado contrario a lo que la hace más eficaz, por cuanto que la memoria inconsciente es ella misma un olvido. Y entonces, y esto es de lo que no quieren oír ni hablar, ¿cómo demonio extirpar un olvido?, ¿cómo olvidar un olvido?, ¿cómo lo olvidado en lo que se recuerda puede ser lo más traumático? En definitiva, ¿cómo el olvido resulta ser la forma más tenaz de la memoria? (ver Memento, de Cristopher Nolan).

Esto es lo que nos ofrece esta nueva ciencia basada en la “evidencia científica” y la psicología que se desprende de ella; una cárcel que, parafraseando a nuestro colega Manuel Fernández Blanco, es mucho peor que en la que usted mismo se encuentra, pues su tétrico atractivo reside en que cuando se entra por su resplandeciente puerta, ya no hay lado de fuera... (ver Cube de Vincenzo Natali).