EL PASADO de Asghar Farhadi. Irene Domínguez (Barcelona)

Para contrarrestar el sopor y la rabia que me produjo el estreno de Árboles, anunciada como la última vanguardia del cine español -una mezcla de egolatría tecnológica y falta de sensibilidad irrecuperable-, me metí en El Pasado, del director iraní Asghar Farhadi. ¡Uff! ¡Vaya diferencia!

Casi sumergida en la butaca de una sala prácticamente vacía –en contraste con el bastante lleno de la otra- me dejé llevar por la trama de este director y guionista sin prisas, que se detiene en los detalles más sutiles de escenas que evocan la complejidad de las relaciones humanas.

Una sinopsis dice: Después de cuatro años de separación, Ahmad viaja de Teherán a París a petición de Marie, su esposa francesa, para resolver los trámites de su divorcio. Durante su estancia, Ahmad descubre la conflictiva relación entre Marie y su hija. Sus esfuerzos para mejorar esa relación sacarán a flote un secreto del pasado. (FILMAFFINITY)

Los problemas entre madre e hija gravitan alrededor de Samir la nueva pareja de Marie. La película nos presenta la conformación de una familia muy contemporánea, reconstruida con los hijos de ambos y esperando otro de la nueva pareja. La trama va incorporando, poco a poco, confesiones y detalles alrededor de un hecho central que atrapa a todos los personajes: el intento de suicidio de la mujer de Samir. El coma en el que se halla esta mujer, Céline, podría tomarse como una metáfora del sujeto mismo, reflejando la suspensión en la que flota su constitución.

Los actos introducen giros inesperados en nuestra vida. Lo cierto es que frente al suicidio faltan las palabras, no solo porque Céline está en coma, sino porque, aunque pudiera hablar, no habría forma de nombrar aquello que, en tanto insondable, atrapa a cada uno de sus personajes en un intento imposible de explicar su existencia. Se puede ver bien la génesis de la culpabilidad, en tanto cada cual se siente, en alguna medida, concernido en ese acto.

La presencia de Ahmed, el ex marido de Marie -de visita en la casa familiar para firmar el divorcio entre ambos- actúa a modo de catalizador para que vayan supurando las emociones y construcciones de cada uno de los personajes. Lucie, la hija mayor, no quiere al nuevo novio de la madre, fruto de una relación de infidelidad. Su secreto es que empujada por el resentimiento, llamó a Céline para mandarle los mails entre los amantes. Lucie se siente culpable del acto suicida. Rechaza la nueva familia que su madre tiene intención de formar. Huye constantemente, pero no tiene a dónde ir. Ahmed, que no es su padre, al saberlo, insta a Lucie a contárselo a su madre. Una acción que quizás no excluya su deseo de que Marie, a raíz de la confesión, decida dejar a Samir.

La ambigüedad emocional de todos los personajes está tratada de forma exquisita: Samir parece decidido a formar una nueva familia con Marie, con los hijos de ambos, pero está suspendido en la evolución del coma de su esposa. Su hijo de 8 años le manifiesta abiertamente, querer la nueva situación y le propone desenchufar la máquina que mantiene con vida a su propia madre, pues, según el pequeño, la separa de su verdadero deseo de morir. Hecho que desmiente, abiertamente, la teoría de la inocencia infantil.

Marie que es una madre y también una mujer, vive atravesada por sus ansias de rehacer su vida junto a un hombre con el que no pelea, pero al que quizás no desea tanto como al que se fue, cosa que no escapa al propio Samir. Y así, cada uno de ellos, introducen su versión de las causas del suicidio de Céline, incluida una trabajadora del negocio de Samir, que también se siente concernida.

Finalmente no hay elementos en los datos de la realidad que sean concluyentes con una versión única de los hechos que serviría para trazar una línea divisoria clara en el reparto de la responsabilidad de cada cual en lo sucedido. Pero eso, lejos de ser un capricho del director, muestra la estructura misma de la realidad: algo inabordable y en cuya manera de apropiarnos de ella, construimos ficciones que son el soporte de nuestra propia subjetividad.

El pasado evoca hasta que punto, nuestro presente y futuro están, sino escritos, al menos tramados en él. Pero si bien repetimos continuamente en relación con lo que hemos vivido, rindiendo homenaje a nuestra propia historia, la película muestra que el sujeto siempre elige, aunque esa elección sea forzada. Y es que el horror del acto suicida –el único acto logrado que diría Lacan-, nos evidencia la libertad radical del sujeto. Una libertad que espanta, y a la que necesariamente respondemos de forma traumática. El trauma es defensa frente a lo real.

Por eso, la basculación de esta hermosa película entre esa libertad del sujeto y los enredos en los que se encuentra prisionero, nos devuelve aspectos fundamentales de nuestra naturaleza de seres hablantes: Atrapados ante el horror de nuestra propia libertad, olvidamos que siempre elegimos sintiéndonos culpables. Una culpa kafkiana, que no emite ningún juez y que no hay pena que la redima. Freud llamó superyó a algo parecido.

En todo caso, frente a las tendencias actuales de ensalzamientos de lo nuevo, del cambio perpetuo, de las nuevas subjetividades… de vez en cuando me gusta que alguien como Farhadi nos recuerde cosas que vienen de muy lejos… no vaya a ser que en el olvido… acabemos haciendo n’importe quoi, en nombre de no sé qué vanguardia y además, sin rastro de culpabilidad.
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Nota del Redactor jalvarez: Podrán encontrar aquí una entrevista con el director Asghar Farhadi http://es.paperblog.com/entrevista-a-asghar-farhadi-director-de-el-pasado-2545163/