El futuro de la Escuela se escribe en femenino. Antoni Vicens*

El último tiempo de la enseñanza de Lacan se fundamenta en la inexistencia de una escritura que fuera adecuada para inscribir la relación sexual. Tomamos este término aquí en el sentido de una proporción o de una adecuación, que pudiera permitir algún tipo de trato o comercio entre los sexos. En esta coyuntura, está en juego lo real. Esto es lo que el psicoanálisis revela.

En nuestro tiempo, cuando la sociedad patriarcal está en declive, podemos ver, como surgiendo de los restos arqueológicos de unas construcciones que van deviniendo obsoletas, hasta qué punto la diferencia entre los sexos quedaba sumergida en la sociedad patriarcal. Al identificar a la mujer con un rol ligado a un deber, su diferencia quedaba escondida en la alcoba, en el secreto de la consejera, en el segundo plano nunca mostrado en la obra del Gran Creador.

Podemos constatar, parafraseando los términos de Lacan en su “Cuestión preliminar”, que hoy, a la apelación a Un Padre no responde más que un agujero, en él resuenan más o menos voces según la coyuntura, pero emitidas desde una irresponsabilidad creciente. O quizá respondan algunas formas del cuerpo, como se puede observar en la clínica de la psicosis y del autismo, o en las transformaciones a las que algunos artistas someten su cuerpo: véanse las obras de Orlan, Amanda Feilding, Marina Abramovic, o Genesis P-Orridge, por ejemplo.

En esa “Cuestión preliminar” citada, Lacan empareja dos grandes agujeros propios de la psicosis: el que corresponde a la forclusión del Nombre-del-Padre, y el que deja al cuerpo desamarrado de su noray fálico. En su enseñanza posterior, Lacan introduce tres agujeros, correspondientes al cuerpo, a la lengua y al imposible de la diferencia entre sexos. A esto corresponde una transformación de la significación fálica en función fálica, y de la forclusión del Nombre-del-Padre a escritura de un cuantificador inédito, el que significa “no-todo” para aplicarlo a la función fálica. Observemos que, siguiendo la enseñanza de Jacques-Alain Miller en su Curso de 2011, El Ser y el Uno, ese no-todo se sitúa del lado de la existencia, y no del ser. Pasamos pues de la posición del deseo como “falta en ser” a su ex-sistencia.

Que el ser hablante sea no-todo es lo que lo hace existente. Que exista es una cuestión de hecho, separada absolutamente de la ilusión transcendental de una identidad del ser. El psicoanálisis toma esta ilusión como un efecto funcional fálico. El efecto de aligeramiento que produce entonces el psicoanálisis, al distanciar así el ser de la existencia, es patente. Aquella falta-en-ser a la que se refiere Lacan no significa pues una falta reductible a una culpa que podría ser pagada en una dimensión simbólica, la de un Otro que llevaría las cuentas perfectas del destino.

Digamos que se trata de conjugar el hecho de que el ser es completo, a la vez que está agujereado por la existencia misma. Por ese agujero, de realidad topológica, circulamos todos sin llegar jamás al fondo. Este es el elemento de feminización del goce que se alcanza al final del análisis.

Aparece entonces que el nombre de aquella idealización del ser es la que se aplica a la existencia de La mujer. Cuando Lacan formula que “La mujer no existe” está señalando hacia un modo de existencia como no-todo: existen las mujeres, una por una, y ninguna de ellas (o ninguno de ellos) satura la significación que podríamos darle a una supuesta función “ser mujer”.

Esto salta a la vista en nuestra época, cuando la calificamos de femenina. Lo que nos sitúa en una situación con dos caras. De un lado, impera el desorden; la ley no parece poder actuar nunca del todo, y crea zonas de impunidad brutal. De otro lado, la civilización ofrece un mundo de oportunidades para hacer existir algo nuevo, inédito, pues no hay patrones de existencia.

En un artículo de homenaje a Jacques Lacan[1] (La Cause freudienne, 79), Jean-Claude Milner empezaba diciendo: “Una teoría sólo es verdadera si no es todopoderosa.” Tal es la posición de las mujeres para el futuro: la verdad pasa necesariamente por el no-todo. Esto es, para obtener aunque sea un átomo de verdad hay que feminizarse. Y ahí creo adivinar una alusión de Jean-Claude Milner a un hecho que va cayendo en el olvido: la Revolución se conjugaba en masculino. El ideal revolucionario apuntaba a la realización de un nuevo ideal. ¿Cómo no encontrar un eco en la frase de Lenin: “la doctrina de Marx es todopoderosa porque es verdadera”?[2] ¿Cómo evitar calificar este principio de machismo-leninismo?

Volvamos a nuestro discurso. El psicoanálisis puede hacer causa común con las mujeres, en la medida en que nos convenzamos mutuamente de que estamos del mismo lado de los matemas de la sexuación, en la medida en que nos encontremos estar de acuerdo en no confundir el cuantificador no-todo con el discurso de la excepción. Recordemos que los cuantificadores lacanianos implican que toda excepción proviene de un “todo”, al cual no descompleta, sino que, más aún hace existir como tal. No-todo quiere decir que no hay excepción, sino existencia. No-todo quiere decir que no hay una totalidad respecto de la cual extraer un objeto que se situaría fuera de la ley. El “fuera de la ley” de lo real no es del orden de la transgresión. Si es un “fuera de la ley”, lo es allí donde no hubo jamás ley. No es transgresión: es deriva, drive, pulsión: pulsión ligada a la inexistencia del Otro (lo que Freud llamó pulsión de muerte).

Tanto el artista como el científico, tanto la mujer como el psicoanalista, crean (más que encuentran) leyes que permiten hacer pasar algo de lo real a lo simbólico. Esto vale para el tiempo que dura un amor: eternamente, o, lo que es lo mismo: aquí y ahora.

* Presidente de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (ELP)
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Notas:
[1] MILNER, Jean-Claude, “Lacan le Juif”, en La Cause freudienne 79, pág. 67: “Une théorie n’est vraie que si elle n’est pas toute-puissante”.
[2] En su artículo de 1917: “Las tres fuentes y las tres partes constitutivas del marxismo”.