El Buscón -Boletín de las XII Jornadas de la ELP-. (Selección 2). Gustavo Dessal, Margarita Bolinches, Isabel Alonso Martín.

¡ARREPENTÍOS!*
Por Gustavo Dessal

La culpa es uno de esos elementos esenciales cuya ausencia o exceso provoca graves desajustes en los seres humanos. Una culpa excesiva puede hacer que alguien busque su propia destrucción, y un sujeto sin culpa es un instrumento apto para causar la destrucción de los otros.

Las grandes religiones monoteístas han comerciado desde siempre con el sentimiento de culpabilidad, cuya manipulación es altamente eficaz y rentable para dominar a poblaciones y colectividades enteras. Pero contrariamente a lo que el pensamiento ácrata proclama, la culpa (como el dolor) es una función indispensable para la vida, necesaria para regular nuestros actos y medir las consecuencias que suponen en nuestros semejantes. Por eso la culpa está indisolublemente ligada al amor, a tal punto que no resulta extraño que la falta de uno traiga como consecuencia la falta de la otra, tal como podemos reconstruir en el estudio de las personalidades psicopáticas.

Pero lo más sorprendente es que la investigación psicoanalítica haya descubierto que la culpa no depende de la realización de un acto prohibido o de una transgresión a la ley. Mientras Freud indagaba en el abismo infernal de la melancolía, donde la culpa alcanza la intensidad del delirio y el enfermo se acusa de hechos que no ha cometido, otro gran genio recorría el mismo camino con otros medios. En El proceso, Kafka nos demuestra que el ser humano está atrapado en el sentimiento de una falta inconsciente, que su pecado es tan originario como desconocido, y que su crimen es inapelable. Joseph K. será ejecutado sin que en ningún momento los lectores podamos saber la naturaleza de su delito. Ni siquiera él lo sabrá, y aun así acabará entregando el cuello a su verdugo.

La culpa es esa misteriosa sustancia que no emana de ninguna realidad (prueba de ello es la escasa o nula culpa que las faltas reales provocan, por ejemplo, en nuestra cultura política contemporánea) sino que se destila en la profunda alquimia del inconsciente. Lo asombroso es que puede afectarnos de manera silenciosa, sin que seamos capaces de percibirla o tener de ella siquiera un signo o una intuición. Así, innumerables seres viven vidas atormentadas, se entregan a toda clase de acciones autopunitivas, se sumergen una y otra vez en al fracaso, empujados por un sentimiento de culpabilidad del que no tienen la más mínima sospecha y que, para colmo, no se fundamenta en ninguna transgresión real.

Esta característica de la condición humana ha sido exitosamente aprovechada por la Iglesia católica, que hizo de la confesión, el arrepentimiento y la penitencia una fabulosa empresa de lavado. No fueron necesarios demasiados siglos para que surgieran expertos en mercadotecnia que inventaron el upgrade de la confesión, una suerte de categoría premium en la cartilla del pecador: las indulgencias. Dado que la culpa ha de ser pagada, ¿por qué restringir los medios a las multas simbólicas de padrenuestros y avemarías? Del mismo modo que hoy usted tiene casi todas las aplicaciones para su smartphone en versión gratuita o de pago, por aquel entonces las indulgencias fueron algo así como las preferentes de la clase vip, a la que todo podía perdonársele.

Hoy en día el mensaje del arrepentimiento se transmite por canales más políticos que religiosos, y se nos quiere cargar con la culpa de esta falsa crisis atribuyéndola a nuestros excesos hipotecarios. Por supuesto, no falta tampoco en este caso el coro de idiotas, siempre listos en cualquier época, que repite la letanía de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, y que ahora debemos lavar nuestra culpa en las aguas benditas del río ERE. Pero no es eso lo peor, sino que buena parte de la ciudadanía termine sucumbiendo a este mensaje, puesto que no hay nada más fácil de manipular que la culpa que todos llevamos dentro por el mero hecho de existir.

¿Puede haber algo más absurdo y condenable que ser una criatura humana, aspirante a buscar un sentido trascendente a una existencia que carece de todo propósito predefinido? Por esa razón, es fácilmente observable que la intensidad de la culpa es inversamente proporcional a la creencia que un sujeto tiene en la misión que le cabe en la vida. Anders Behring Breivik, el carnicero de Oslo, no se arrepiente de nada, porque se justifica en la realización de un proyecto supremo, del mismo modo que nuestros políticos no dimiten porque están convencidos de que la voluntad de salvar a la patria es la razón que los ha puesto en el mundo.

Por eso hay en el melancólico un enfermo que no ha hecho nada y sin embargo se declara culpable de toda clase de delitos imaginarios, una dignidad que echamos de menos en los personajes públicos que pasean su indecencia ante las cámaras de televisión y en los medios de prensa. El melancólico asume en toda su crudeza y fatalidad –y sin la más mínima defensa o protección– esa verdad originaria de que nuestra existencia está gobernada por el sinsentido y la ausencia de fundamento, para lo cual debemos disimularla lo mejor posible con nuestras obras.

Algunos lo han sabido disimular tan bien, que tomaron lo de la Obra al pie de la letra y por eso nos sobran casas y aeropuertos. Pero estos, como el de Oslo, tampoco se arrepienten de nada, porque ya se han apuntado a las indulgencias de Montoro.

Stéphane Hessel escribió ¡Indignaos!, y ahora Rajoy apresura la redacción de su ¡Arrepentíos!, con el que espera batir un récord de ventas y consolar a los desahuciados. Unos dicen que se lo ha escrito Punset, nuestro profeta nacional en materia de felicidad, otros creen que ha sido Bárcenas, y que el título es un claro mensaje para que sus camaradas no se pasen de listos. En cualquier caso, vivimos en el mejor país del mundo, donde pecar es casi gratis y además nadie se hace responsable. ¿Qué más podríamos pedir?

* Artículo aparecido en el Diario Kafka.es - Culturas en el Diario.es (http:// www.eldiario.es/Kafka/ Arrepentios_0_124588330.html)

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TRAUMA Y ACONTECIMIENTO TRAUMÁTICO.
Por Margarita Bolinches

Si partimos del trauma en tanto que Real y por lo tanto del silencio y el olvido del que son origen, podemos afirmar entonces que son estructurales y estructurantes del sujeto. De ahí que la materialidad del lenguaje puede llevar al sujeto a bordear ese agujero de lo que no tiene nombre y llevarlo a la decisión de una invención. Pero esto no es posible sin el paso intermedio del acontecimiento traumático que vendrá a hacer signo al sujeto de aquel momento inaugural por el que quedó fijado en un goce.

El acontecimiento traumático abrirá la posibilidad entonces, de una reconstrucción secundaria. El síntoma es la vía por la que el sujeto, en el análisis, puede transitar hasta agotar esa imposibilidad estructural. Es la oferta que el psicoanálisis ofrece a la demanda de respuestas del sujeto. Los AE nos transmiten sus respuestas inéditas, sus modos de invención. Sus modos de anudar la lengua y el goce del cuerpo en una decisión ante lo imposible de nombrar. La decisión de una invención que haga lazo social. De ahí los fundamentos de una experiencia: que sea demostrable y transmisible.

Sirva de ejemplo el testimonio de Araceli Fuentes que pudimos escuchar en Valencia recientemente: “¿Qué hay del relieve de la voz?”, es lo que pudo extraer de un sueño que el inconsciente real le ofrecía, función del sinsentido que le posibilitó el encuentro con lo que siempre había estado allí: lo que ella vino a nombrar como el “empuje a decir” inscrito en el cuerpo. Empuje a escribir de su propia experiencia y a transmitir, desde esa otra satisfacción, el relieve de la voz, una voz áfona.

Sin embargo, hay otras respuestas al acontecimiento traumático. Así lo que hace signo al sujeto puede quedar transmutado en un goce sacrificial a los dioses oscuros o, en otros casos, la respuesta intentará borrar toda huella de real.

He tomado estas dos respuestas, entre otras, de la actualidad informativa. En el primer tipo de respuesta tenemos la noticia del “ajusticiamiento” arbitrario y brutal de un militar por dos jóvenes, en Londres, originarios de Mali. Su respuesta de venganza en represalia por “sus hermanos musulmanes de Afganistán” se acompañó de un protagonismo particular. Jóvenes que viven en una gran ciudad multiétnica y que conocen las reglas del juego del espectáculo y la comunicación, es decir, lo que no se ve, lo que no aparece en los medios no existe, podríamos decir. De ahí su interés y su insistencia en ser grabados por el mayor número de transeuntes. No sólo ese militar fue objeto de sacrificio, también ellos y su odio de sí, ofreciéndose a ser capturados.

Quizá, como hipótesis, algo de la culpa se fijó en una inversión por no haber podido “salvar” a su íntimo amigo, también militar y muerto en la guerra de Irak años antes. Cuatro días después aparecieron voces críticas que acusaban al gobierno inglés de mantener un Guantánamo en Afganistán con total silencio e impunidad.

La otra noticia que me remitió a otro tipo de respuesta, una antigua respuesta y por lo visto nunca concluida, fue del lado de lo que se vino a llamar en Historia el “negacionismo”, en relación al exterminio nazi. El negacionismo consistió, precisamente, en negar dicho exterminio. “Nada ocurrió” era la consigna. Si nada ocurrió tampoco nada de lo traumático en relación al lenguaje sucedió, por tanto queda excluido pensar lo real de un encuentro. Como dice J.C. Millner de este razonamiento simple: “No hay nada de lo que sea preciso acordarse –y, al mismo tiempo, tampoco hay nada que sea preciso olvidar- puesto que nada acaeció. Y concluye, “Todo aquello que pudiera recordar algún más allá de las palabras constituidas no es literalmente nada”.

La noticia a la que me refiero rezaba así: “La delegada del Gobierno en Cataluña entrega un diploma a la División Azul”. Esta llamada Hermandad, promovida por Franco, reclutó hasta 18.000 hombres que lucharon con los nazis en el frente oriental entre 1941 y 1943. Ante las protestas de los partidos (excepto el Partido Popular y Ciutadans) y las embajadas de Israel, Rusia y Alemania se respondió con el silencio. La cuestión es que se había venido repitiendo de diversas formas ese reconocimiento conmemorativo de dicha “hermandad” en el 2004 y 2006.

Es la estupidez de las “buenas intenciones” cuyo argumento basado en la “reconciliación” sostiene a aquellos que niegan el acto criminal de “la solución final”.

¿No es, cuanto menos curioso, que este hecho se produjera en unos momentos en que el término “nazismo” viene siendo utilizado para todo uso y con cualquier excusa por cierta clase política?

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VERGÜENZA, CULPA Y RESPONSABILIDAD EN LA ÉPOCA DE LA FEMINIZACIÓN DEL MUNDO.
Por Isabel Alonso Martín

Mi reflexión parte de la escucha a sujetos, orientados por sus goces, con síntomas -como señalaba Miller en Comandatuba- que son síntomas de goce, que expresan que el goce no está donde debería estar. Nos acostumbramos a saber que en algunos síntomas del momento lo que está privilegiado es una práctica de goce, con el objeto a comandando, momento que se corresponde con una caída del ideal.

Nuestra época del Otro que no existe conlleva un rechazo y un cierre del inconsciente. De ese inconsciente formado “por un nudo entre lo imaginario, lo simbólico y lo real(1) donde el real apunta a la repetición del los Uno-solo.

¿Qué sucede con la vergüenza y la culpa? Sucede que estos síntomas no están enlazados a estos afectos. Son síntomas que no convocan al sentido y la brújula nos la señala Laurent siguiendo a Lacan: “Escrituras de la cadena rígidas en la que el nudo como soporte del sujeto se sostiene sola”(2) sin el anudamiento del Nombre del Padre. Esta desconexión del Otro provoca que la vergüenza y la culpa dejen de estar presentes en algunos hablanteseres, al inicio del recorrido porque tanto una como la otra, están vinculadas al Otro aunque sea de una manera diferente.

Podemos seguir a Miller en Nota sobre la Vergüenza(3). La vergüenza es un afecto primario de la relación del sujeto con el Otro, es un Otro anterior al Otro que juzga, es “Un Otro primordial que no juzga sino que ve o da a ver”. Es un afecto relacionado con el goce y resuena en lo más íntimo del sujeto. Por su parte la culpa es el efecto sobre un sujeto de un Otro que juzga, de un Otro que protege los valores que el sujeto ha trasgredido. La culpa está relacionada con el Otro y es un efecto de la constitución subjetiva, siendo un índice del deseo.

En nuestra época se produce un eclipse de la mirada del Otro como portadora de vergüenza. Ese Otro que podía mirar se ha desvanecido, ya no provoca vergüenza, el Otro ha perdido esa función de juzgar y en cambio presentifica una mirada que también goza. Lo nombra como un trasvase de miradas, ya no es tanto la mirada del Otro que goza, sino el sujeto que goza mirando.

En el momento de la feminización del mundo lo que prevalece es que los modos de goce se aproximan a la estructura del Otro goce femenino, como ese goce sin límite, goce del Uno reducido al acontecimiento de cuerpo. Es el auge de un modo de goce ligado a la lógica del no-todo; ello implica que no hay una barrera, ligada a la prohibición, predomina la desorientación de los sujetos al no estar orientados por el falo, conllevando una cierta anulación de la castración.

Estas coordenadas favorecen la emergencia de estos síntomas que no son una respuesta a la ausencia de relación sexual, sino que es la presencia de un goce mudo, autista, que no pasa por el Otro. Es un goce que no está ligado al inconsciente; son significantes Unos que no están en este inconsciente sino que insisten desde lo real en acto.

El analista, con su intervención debe tratar de incidir para recolocar ese goce, derivándolo hacia la particularidad del sujeto. Ahí sigue conservando toda su potencia lo que Lacan afirmó “De nuestra posición subjetiva siempre somos responsables”(4), responsabilidad que apunta al goce que entrevera los actos del hablanteser.

Responsabilidad subjetiva como respuesta a lo real a partir del choque entre lalengua y el cuerpo. Responsabilizarse supone hacerse cargo del modo de goce particular, singular y de sus consecuencias, empujar al hablanteser a establecer una ligazón, un lazo al Otro, al interrogarse acerca de su responsabilidad ligada al inconsciente, a los efectos de la lalengua sobre su cuerpo. ¿Cómo hacerlo? Desde nuestra responsabilidad ética como analistas.

Notas
1 Laurent, E. Hablar con el propio síntoma, hablar con el propio cuerpo. Argumento VI ENAPOL.
2 Ibid. Pag 2.
3 Miller, J-A., Nota sobre la Vergüenza, Freudiana Nº 39. 4 Lacan J., La Ciencia y la Verdad, Escritos II, X edición, Siglo XXI, 1984