Deseo de innovar*. Fernando Martín Aduriz (Palencia)

Tras escuchar a una directora de un centro de enseñanza una interesante propuesta educativa, avanzada, atrevida, innovadora, una de las preguntas fue si ya existían otras experiencias parecidas en otros colegios. Si así era, resultaba entonces ser más aceptada la proposición ¿Y por qué no ser los primeros en inventar?

Unamuno, el compañero matutino de estudio en la Residencia de Estudiantes de un palentino vecino ilustrado que sigue estudiando cada mañana, se quejaba de los españoles y su frase: ¡que inventen ellos!

Pareciera que hay que esperar a que sean otros los que den el primer paso, y entonces sí, entonces los demás encuentran justificaciones y razones.

El abuelo y el padre de Antonio Machado, krausistas convencidos, abogaban por una regeneración moral e intelectual en pleno siglo XIX, y ahora nosotros, comenzado el XXI tenemos aún pendiente convencer a nuestros vecinos que el gran cambio social va a venir cuando de nuestros jóvenes empiece a salir el talento constreñido a base de una educación temerosa y ñoña, una enseñanza repetitiva, que aburre a las amapolas, de un control social que impide las transformaciones, que lentifica y desalienta, por el desprecio secular a la creación, a la investigación, por la desconfianza simple y llana en los que inventan.

Una losa de mirada furiosa, cuando no teñida de envidia, se cierne en torno al joven investigador, al emprendedor, al docente que innova en el aula, al médico que busca nuevas fórmulas, al creativo que no para, al artista que abre nuevas sendas.

La repetición, el mimetismo, el conformismo, cuando no el plagio descarado, desalienta de participar en el teatro social y profesional.

A comienzos del siglo XX se cerró la oficina de patentes de Londres con el pretexto de que ¡ya estaba todo inventado! La oposición a lo nuevo, la lucha de los creativos frente a los rutinarios atraviesa los siglos, y hoy, atraviesa las formaciones políticas, las sociales, las culturales. Abrirse paso entre los que quieren repetir lo que otros hicieron, los que huyen del acontecimiento imprevisto, los que alejan de su vida la sorpresa y la incertidumbre es una tarea agotadora e ingrata.

Le ocurre al abogado imaginativo que ingenia nuevas respuestas, al juez con ideas, al maestro inquieto que quiere probar nuevos métodos de enseñanza, y al comerciante menos instalado tanto como al empresario más audaz. Por no hablar del periodista singular o del político que habla nuevos lenguajes y apuesta por no aplastar al que piensa. Concedo, aunque me cuesta, que incluso podemos encontrar en esa serie al burócrata más desencantado con los caminos trillados. A todos, especialmente a quienes han hecho muchos intentos, todo hay que decirlo, les he escuchado quejarse de lo mismo: es desalentador comprobar lo que cuesta entender el deseo de innovar. ¡Con lo bien que puedes estar!, ¿quién te manda meterte en líos? ¡Haz lo que todos! Cumple con tu horario y punto. Es lo que escuchan de su entorno cuando se atreven a plantearles sus nuevos proyectos.

Pero el inventor no sabe de horarios. Cuando un Paul Allen y un Bill Gates se reúnen en el garaje familiar de los Gates, de seguro que no miraron la hora que era. Gracias a lo cual, hoy todos nos podemos aprovechar de su deseo.

Frente a los protocolos de actuación que anulan la búsqueda de la creatividad, protocolos que se implantan cada vez más en todos los ámbitos profesionales como nuevas formas de asegurarse de que nadie piense por su cuenta, hay que seguir a los innovadores, apostar por los que inventan, dejar de lado a los copiones, estar con los que intentan los cambios y leer a los mejores.

La frase de Jacques Lacan «Hagan como yo, no me imiten» merece ser pensada despacio.

*Publicado en el Diario Palentino. Con la amable autorización del autor.