Decir bien la frase*. Iván Ruiz Acero (Barcelona)

Ser joven, aún, no parece que vaya a ser complicado en un futuro próximo. La ciencia lo promete desde hace algún tiempo y, de hecho, algunos científicos han descubierto recientemente que el cerebro produce una hormona llamada Melatonina que retrasa los efectos oxidantes e inflamatorios del envejecimiento.

El problema, dicen, es que esta sustancia deja de producirse a partir de los treinta años. A partir de esta edad entonces uno dejaría de ser joven y debería procurarse su dosis diaria de Melatonina si quiere neutralizar los efectos inexorables del paso de tiempo. Eso o venirse a Palencia, al Coloquio de Jóvenes Lacanianos, donde se puede ser joven un poco más, hasta los treinta y cinco, a lo sumo.

Esta es la oportunidad que he tenido, y que agradezco sinceramente a la comisión organizadora por invitarme, para seguir siendo joven un poco más, habiendo nacido en mi caso en el año del Seminario sobre el Sinthome, tres años después del Seminario Aún. Pero no está tan claro, sin embargo, que se pueda ser lacaniano, aún, en el 2009, proven-ga uno o no de la formación, permitidme esta expresión ya antigua, de la formación universitaria.

Ser lacaniano actualmente, entendiendo este ser no como una identidad sino como la expresión de una pertenencia a unos referentes epistemológicos comunes, ser lacaniano hoy, entonces, está lejos de todo ideal de simplicidad y requiere de un deseo decidido, decidido desde la soledad que ocupa este deseo propio, pero en relación al trabajo con otros con los que hace escuela –con escuela me refiero a la comunidad de analistas que pensó Lacan en una época, no siendo ya tan joven. Mi análisis, mi formación y mi práctica se inscriben en el psicoanálisis de orientación lacaniana, sin ambigüedades, tampoco en lo que respecta a mi filiación teórica a los textos de Freud, a la enseñanza de Jacques Lacan, y a la lectura que Jacques-Alain Miller lleva a cabo de manera continuada.

Me acercó al psicoanálisis mi sufrimiento. Ninguno de los dos, ni el psicoanálisis ni el sufrimiento eran desconocidos en mi familia. Así, empecé muy joven mi análisis que decantó al poco un nuevo destino por escribir desde el psicoanálisis como práctica de la palabra. Lecturas, seminarios de formación, congresos..., y más angustia, se decidieron en una estancia en Viena como decisivos para situar a un lado la carrera musical de la que provenía y dedicarme al psicoanálisis.

Lo que tanto alimentó mi interés por la interpretación pianística, por la voz cantada, por la dirección de orquesta, por la composición y por el análisis de la escritura musical, esto es el “decir bien la frase musical”, encontró en el psicoanálisis su función y su método para acercarme en mi inconsciente a un deseo de saber. Investigar es también hoy para mí decir bien la frase del objeto de que se trata.

La investigación que llevo a cabo desde hace algunos años entorno a la psicosis y al autismo en la infancia surge de un deseo, elucidado en mi análisis, una vez constatada la necesidad de no mirar hacia otro lado y de tomar a la locura con todas sus letras.

Presente de manera próxima en mi universo familiar, la locura se hizo objeto de un “no querer saber nada de eso” -tomando una expresión de Lacan que figura precisamente en su Seminario Aún-, volviendo así tímido el acceso a la clínica que Lacan orien-tó hacia lo real. Orientar el psicoanálisis hacia lo real significa orientarlo de hecho hacia lo que se resiste a decirse bien en una frase. Esto puede constituirse en sí mismo como un marco de no saber entorno a lo que se presenta como profundamente trastornado en el acceso a la palabra, al discurso, al vínculo social, en los sujetos autistas.

El autismo no sólo se orienta hacia lo real sino que responde sin ambages a la imposibilidad de salir de él. El encuentro con este real del que hablo se produjo para mí durante el primer Stage en Le Courtil, una institución creada en Bélgica por Alexander Stevens para el tratamiento de la psicosis y el autismo en la infancia siguiendo las coordenadas de la Práctica entre varios, inven-tada por Antonio di Ciaccia algunos años antes, y tuvo, y sigue teniendo cada vez para mí, efectos de formación que cristalizan en mi análisis y en la investigación sobre qué institución para el sujeto psicótico y autista.

El tedio que me provocaba el trabajo continuado con los niños que allí se encontraban evidenciaba para mí un índice de deseo inconsciente ignorado para mí pero implicado en ello. Si bien el autismo en la infancia está situado en unas coordenadas de lenguaje, por precario o inexistente que éste sea en el niño, su acceso a la palabra está detenido, el “decir bien la frase”, en concreto, se convierte para él en un puro efecto de enunciado.

Está coartada ahí su representación como sujeto que enunciaría la frase perdiendo la palabra su valor de comunicación y revelada su identidad más profunda, la de goce mortífero. Ante ello, el niño pone en marcha una doble operación: la autodefensa de todo signo del Otro que es percibido como pura agresión y la autoconstrucción de un mínimo de vida mediante la estructura más elemental de lo simbólico. Este es su trabajo cotidiano.

El margen de intervención es estrecho pero tampoco Lacan, en su texto “Nota sobre el niño”, lo descartó. En efecto, la Práctica entre varios es para mí una respuesta al no saber radical que platea el tratamiento del autismo y la psicosis en la infancia. Éste puede ser un de-seo de saber inédito ligado a la invención de nuestras propias instituciones que sean lo más coherentes posible, desde el punto de vista de la estructura, a los problemas planteados, y que, sin necesidad de aplicar ningún dispositivo clásico de psicoanálisis, ni de un lugar identificatorio para el analista, permitan la inmersión de los niños autistas en un espacio de vida que tome la forma de un Otro regulado, posibilitando una atmósfera de deseo que permita que, entre el sujeto y los adultos que lo acompañan, surja algo de su propio deseo.

Considero ésta una excelente oportunidad de aprender del trabajo solitario que hace el niño autista en su arreglo con el mundo en el que está y de hacer avanzar el psicoanálisis en nuevas modalidades de hacerse partenaire del niño autista para permitir a la palabra que pase y que sea escuchada.

*Publicado en la revista ANÁLISIS, ELP Sede de Castilla y León, con la amable autorización del autor.