Crónica: La salud mental a la luz de los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. José Luis Chacón (Granada)

(Manuel Fernández Blanco)

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El título responde a dos demandas: una primera, inicial, realizada por el Instituto del Campo Freudiano, como introducción al Seminario XI de Jacques Lacan que se abordará de nuevo este curso 2010-11, y una segunda sobre las paradojas de la Salud mental para el Ciclo de Conferencias. Por ello la intervención de Manuel Fernández Blanco se presenta sobre la Salud mental a la luz de Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis. Más allá, pues, de la definición que de ella hace la O.M.S. (Organización Mundial de la Salud) que implica el concepto de completo estado de bienestar como un imperativo y no sólo como la ausencia del malestar.

Pero este imperativo de salud mental, como ser feliz, no es sin consecuencias. La Salud mental como homeostasis psíquica no se corresponde con nada similar en el Psicoanálisis, ni siquiera con el principio del placer, sobre todo después de 1920 y Más allá del principio del placer: La noción de reacción terapéutica negativa y la repetición llevó a Freud a replantearse su optimismo inicial sobre el inconsciente y la cura analítica. El inconsciente repite, insiste y genera, además, sufrimiento. No es repetición de lo mejor y satisfactorio, sino de lo peor y displacentero.

Lo que desbarata la homeostasis del principio del placer y de la Salud mental, en última instancia, es la pulsión de muerte, que se sitúa "más allá del principio del placer": un empuje que lleva a romper el equilibrio y torna irrealizable el ideal de armonía. Una armonía que sólo sería posible si el lenguaje, el discurso, pudiera dominar lo pulsional que habita en cada ser humano. Pero ello no es posible. El lenguaje no es capaz, pues, de metaforizar todo el goce y queda siempre un resto que insiste.

En el seminario XI, Lacan rescata lo que llama Los cuatro conceptos fundamentales: por un lado inconsciente y repetición, en un par, y transferencia y pulsión en otro par. Y al hacerlo se opone a los postfreudianos. Se sabe que este seminario es el llamado de la “excomunión mayor”, en palabras de Lacan, identificándose con Spinoza. La IPA (International Psychoanalytic Association), unos días antes de comenzar el seminario que tituló Los nombres del padre en Octubre de 1963, le prohíbe la transmisión, el control y la formación de nuevos analistas. Lacan suspende ese seminario y comienza en enero de 1964 en la École de Hautes Études, auspiciado por L. Althuser, el que más tarde se conocerá por sus alumnos con el título de Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis . Pasó, pues, en unos meses del Nombre del padre a los Conceptos y al hacerlo subvirtió, en cierto sentido, algunas de las cuestiones que en sus primeros Seminarios había establecido sobre la repetición, la deuda simbólica con el padre, la culpa,... Y lo hace desde lo Real.

Así, y como señala Jacques-Alain Miller, en este seminario el inconsciente aparece en primer lugar como sujeto, no equivalente al Yo. Después, el inconsciente aparece como repetición, lo más real del sujeto. Más tarde, identificará inconsciente con transferencia, como la puesta en acto de la realidad sexual del inconsciente. Y, por fin, a la pulsión como este mecanismo pulsátil vinculado a las hiancias del cuerpo. En todo caso, el inconsciente como sujeto, como transferencia o como repetición, hace obstáculo a la Salud mental porque el sujeto que ésta defiende es la armonía, el derecho al equilibro, la homeostasis…, mientras que el inconsciente para el Psicoanálisis excluye toda posibilidad de armonía del sujeto con el mundo.

El síntoma analítico, al menos en una de sus versiones, es mensaje que comporta la verdad. En este sentido, es muy diferente el síntoma para la Salud mental, que emerge del discurso del Amo tomado en el valor de enfermedad, que el analítico, tomado en la dimensión de la verdad. En el primer caso excluye la particularidad, lo hace igual a otros y su entorno es la estadística y el protocolo. De ese modo y realmente, el síntoma se desubjetiva, se vacía del enigma que comporta para quien puede padecerlo. Para el Psicoanálisis, en cambio, el síntoma se toma en su efecto de verdad, no en el de enfermedad. El síntoma, así, se torna inclasificable, particular y, sobre todo, una cuestión, una pregunta. Esta pregunta y su sentido es lo que el analizante busca en un psicoanálisis.

Para ello elegirá un analista por un rasgo cualquiera pero que, sin embargo, no es cualquier rasgo porque va a tener, en última instancia, una estrecha relación con lo más íntimo del sujeto. En la articulación del significante del analista con el significante de la transferencia, del síntoma, va a producirse una significación sobre aquello que le ocurre: es lo que llamamos sujeto supuesto al saber o transferencia. La transferencia analítica hace al síntoma charlatán en su particularidad.

Pero todo ello queda borrado por el efecto de la Salud mental. La suposición al saber no es al mensaje enigmático del síntoma como lo es en Psicoanálisis, sino como un disfuncionamiento, un error cognitivo, una falla sobre la que el técnico sabe al compararlo con otros y según el protocolo. Esto, y a pesar de las críticas que en este sentido se le hacen al Psicoanálisis, puede hacer el tratamiento de Salud mental eterno porque en la Institución no se permite la caída del sujeto supuesto al saber, necesario en todo fin de terapia y de análisis. Para la Salud mental el saber es completo y lo detenta. Su desuposición revestiría cierto carácter de fraude. Es decir, que la Institución de Salud mental requiere detentar la excelencia total, el saber completo y así forcluye al sujeto de la enunciación, sustituyéndolo por el saber instituido. Esto implica una compulsión a la obsesión que toda Institución de salud mental comporta.

Hay un pecado de origen en la Salud mental que responde a una lógica aristotélica: todos queremos el bien y, si alguien no lo tiene o no lo busca, parece que se debe a que no lo sabe y, por tanto, hay que enseñárselo. Freud, en cambio, descubrió que el sujeto puede encontrar un bien en el mal, como dijimos al principio al hablar del principio de realidad y Más allá del principio del placer.

Lacan dirá unos años más tarde, en Televisión (1973), que el sujeto siempre es feliz porque le comporta un goce. En este Seminario XI puede entreverse algo de ello, cuando dice que "el sujeto no se contenta con su estado" pero, "a pesar de este descontento, se contenta". Y es por este goce imposible de admitir que el sujeto entra en conflicto consigo mismo y "pena demasiado". La rectificación subjetiva, entonces, para el psicoanálisis ha de realizarse sobre la pulsión, a nivel del goce y ello representa una seria dificultad. Porque si la transferencia es la puesta en acto de la realidad sexual, Lacan liga de manera unívoca transferencia y pulsión. Y al hacerlo descubre que la propia transferencia responde a la pulsión, al goce. La transferencia pasa a ser un mecanismo para posibilitar el encuentro evitado por la repetición. Por ello, la repetición es interpretable y la transferencia no.

La repetición es ciega. Atemporal. Siempre es la primera vez. Desconoce el fracaso aunque sea la ruina del sujeto. ¿Cómo contrarrestar la repetición?, con la transferencia.

Así, en la sesión analítica se trata de hacer pasar a la repetición por un tiempo que desconoce y del que nada quiere saber. De ahí la sesión corta. Si el inconsciente repite es porque evita lo Real y siempre de la misma manera: dando sentido para escribir algo que en el ser humano es imposible escribir: la relación sexual. El sujeto, al repetir, cree que dice la verdad. Pero no por repetir se dice la verdad. Frente a ello la asociación libre, promovida por el discurso analítico, se presenta como imposible. El sujeto insiste y repite y el analista ocupa el lugar que le permite situarse en el lugar que falta en la repetición. No se trata tanto del manejo de la transferencia, como se cree, sino de que, frente a la repetición que es pura exterioridad, la transferencia sea extimidad.

La cura analítica cursa en una dialéctica entre transferencia y repetición. Así, en un primer momento el analista intervendrá sobre el sentido del síntoma pero, pasada esta etapa, sus interpretaciones estarán más ligadas al tiempo y su manejo. La intervención del analista en este segundo momento de la cura, puede calificarse como disociativa porque aísla los significantes ligados al ser de goce del analizante. Se trata -en palabras de Jacques-Alain Miller- de despertar al sujeto de su pesadilla, de despertar al sujeto a lo Real que está velado tras la repetición, para que pueda reconocer su ser de goce. Esto implica ir más allá del inconsciente como defensa.

Para concluir, y posibilitar el diálogo con la sala, Manuel Fernández Blanco resumió e insistió en la diferencia entre Salud mental y Psicoanálisis: En primera instancia porque el inconsciente se opone a toda armonía. En segundo lugar porque la repetición es un intento, siempre fallido, de encuentro del sujeto con el objeto de su goce. Y este giro alrededor del objeto, propio de la pulsión y la repetición, es el modo de goce fundamental del sujeto.

Alguien puede curarse de sus síntomas pero no de su modo de goce. Y por ello toda cura analítica auténtica pasa por un nuevo uso de la repetición, una nueva alianza con la pulsión. Se trata de la aparición de un nuevo síntoma. Pero este es ya sin conflictos. El psicoanálisis no da la salud mental porque nadie puede curarse de lo real.

Para ver en video la conferencia pulse en el siguiente link: http://www.icf-granada.net/videos3.htm#MFB