Crónica: “El totalitarismo de la normalidad”. José Alberto Raymondi (Madrid)

Bajo el titulo: “El totalitarismo de la normalidad”, Joaquin Caretti logró captar la escucha de una audiencia que colmaba la sala. Inmediatamente desplegó el juego de significación y sentidos de los significantes que componen el titulo de la conferencia. “Normalidad” y (su) “totalitarismo” en la época actual, justificaron el desarrollo conceptual que valiéndose de autores como Hanna Arendt, Negri y Hardt, Foucault, Deleuze, entre otros, permitieron precisar los ejes sobre los que expuso sus argumentos, sus interrogantes e hipótesis, acerca de lo nuevo que trae este dominio imperante en nuestra civilización. Se plantean, en mi lectura, tres escansiones de su exposición.

I
¿Qué es el totalitarismo? ¿Qué es la norma? Permitieron ordenar el discurso y abrirse camino a la interrogación que implica la articulación de estos dos conceptos, y que no es otro que la incidencia, la marca, que imprime la palabra totalitarismo sobre la normalidad. Quedando, así, una normalidad que ocupa en forma totalizante el escenario actual.

El totalitarismo ha sido la expresión de sociedades que en Europa han impuesto un régimen que lo controla todo; individuos, grupos, instituciones. No hay espacio que no se vea bajo la coerción de un sistema que no concibe, libertades, valores humanos o espirituales al margen del Estado totalitario, ejemplos clásicos de estos regímenes, la Alemania nazi y el estalinismo soviético. Sin embargo, no es éste el modelo que encontramos actualmente en Europa. Hoy asistimos, nos advierte Caretti, a las sociedades “disciplinarias” propias de los gobiernos y Estados democráticos, donde no es la imposición coercitiva la que ejerce el intento de dominio absoluto en todas las esferas de la vida social, privada y pública. Su poder disciplinario se filtra, sanciona y legisla, desde las distintas instituciones que conforman la sociedad y el Estado: Hospitales, escuelas, universidades, cárceles, fábricas, la familia. Su presencia e influencia se encuentra en cada una de estas instancias que operan a través de estos dispositivos desde la exterioridad.

Éstas sociedades “disciplinarias” se han desplazado a las “sociedades de control”, su poder se apropia aún más de los mecanismos democráticos e incide en la subjetividad, no de manera exterior, sino desde la propia subjetividad de los ciudadanos, mediante las nuevas redes de comunicación, información y dispositivos sociales de intercambio virtual.

La rapidez, instantaneidad y extensión de la voz y la mirada, a través de los aparatos y objetos tecnológicos, toca todas las fibras de la intimidad que no estaban al alcance de las instituciones disciplinarias de las primeras décadas del siglo XX. El totalitarismo al que asistimos tiene como principal aliado la propia “globalización” y extensión, indetenible, del mercado capitalista en su versión más “salvaje”, amparado en la legalidad institucional del “juego” democrático de nuestras sociedades y gobiernos. Institucionalidad que permite legislar y gobernar al margen de la voluntad de quiénes vía electoral les llevaron al poder. He allí una de las primeras paradojas a la que nos confronta esta intervención: No por más “democracia” menos totalitarismo y control. Esta idea de control conduce directamente al segundo significante del titulo de esta conferencia: la normalidad.

II
¿Sobre qué se controla y se procura un dominio absoluto de las distintas esferas de la sociedad actual? La respuesta se esgrime en la conferencia, en forma precisa y contundente: sobre la normalidad. La normalidad lleva explícitamente la significación de “norma”, incluso de “normal”, lo que sorprende en la exposición de Joaquín, es la manera en que la “normalidad” se inscribe en un proyecto político que está al servicio de un gran imperativo normativo: “El empuje denodado a que TODO entre bajo la égida de una norma”. Norma que sirve a los fines del mercado, estructura predominante y sujeto-amo de la lógica capitalista postindustrial. Es el mercado el que produce los lineamientos normativos de “calidad total”, eficiencia, efectividad y rentabilidad. Ideales que se constituyen en el referente de lo que entra o queda fuera de lo “normal”.

Ante estos indicadores de “normalidad” impuestos por la lógica del “valor-mercancía”, se hace imprescindible la Evaluación. Así, asistimos, nos indica Caretti, al paradigma del “totalitarismo de la normalidad”, el ideal de Calidad y su correspondiente Evaluación. Esta evaluación se funda en una norma que señala la medida de inclusión o exclusión en el sistema. Si se cumple con los indicadores de evaluación que determinan “tú calidad”, “tú normalidad”, entonces, entras en el mercado de intercambio. El ser se signa bajo la “cifra de lo contable”, todos tiene un valor que toma la medida de su subjetividad. Los test, las pruebas, la competencia, son los instrumentos para determinar el “ser de cada quien” cuando la “norma” se encuentra en el lugar del ideal totalitario y homogeneizante de una sociedad sin distinción y diferencias. Esto conduce a una sustracción de lo subjetivo per se, se intenta un borramiento de la singularidad, que sería, precisamente, lo que haría resistencia, obstáculo, a este mandato normativo de normalidad.

III
El discurso analítico se erige como un discurso radicalmente antitotalitario, sentencia el ponente. El psicoanálisis se orienta por la singularidad, aquello que bajo el nombre de síntoma constituye lo “irreductible” de cada quien. Esta intimidad constitutiva, que procura hacer sensible el discurso analítico, representa un obstáculo a cualquier práctica y lógica homogeneizante en la sociedad contemporánea.

El sujeto en su encuentro singular con la lengua, se hace de una “marca” imborrable en su subjetividad, desmontando cualquier idea de “naturaleza” o normalidad esencial en el hombre. Esta marca a la que apunta la experiencia analítica, la constituye como una praxis que asume el desafío de ubicarse fuera de las significaciones sociales determinadas por el orden establecido.

Joaquín Caretti, finalizó su extraordinaria conferencia, convocando a Freud: “Consideramos que la normalidad es una ficción que los sujetos gustan de creer, pero sabemos que en su nombre, nombre que en su seno esconde la serpiente del totalitarismo, se han cometido las mayores barbaries”.