Crónica: Conferencia de Sergio Larriera en Palma de Mallorca:

 

Crónica[1]: Conferencia de Sergio Larriera en Palma de Mallorca:

“Narcisismo y Psicosis”[2]

Por Betina Ganim (Palma de Mallorca)

En el marco del IV Ciclo de Conferencias de Salud Mental y Sociedad, patrocinado por la Asociación Balear de Salud Mental, se ha invitado a Sergio Larriera a dar una Conferencia abierta, que él llamó “Narcisismo y Psicosis”.

En Palma de Mallorca, ante un público heterogéneo y no-todo psi, Larriera ha dado notas interesantísimas acerca de la articulación que conlleva el título de su exposición, orientado por un hilo conductor que no es más que el de la orientación en la enseñanza de Jacques Lacan.

Es una alegría para mí transmitirles algo de lo que se trabajó y conversó en este acontecimiento en la isla.

Carlos Farrés presentó a Sergio Larriera (Miembro de la ELP y de la AMP) como uno de los que tuvieron un papel importantísimo en la introducción y transmisión del psicoanálisis, a fines de los ’70, en España, cuando llega desde Argentina. Con múltiples artículos, libros y publicaciones en su haber, fundó también la Asociación Serie Psicoanalítica junto a Jorge Alemán.

Agradeciendo la presentación de Carlos, comienza su Conferencia hablando de los primeros tiempos de Lacan, quien arranca su enseñanza desde lo imaginario, que es esa puesta en juego de las imágenes que se vinculan al Narcisismo. Entonces, partiendo de esa fundamentación mínima, intentará articular qué es lo que falla en este punto, en la psicosis.

En la psicosis podemos pensar en manifestaciones narcisistas y megalomaníacas, pero en realidad son todas formas de presentarse un fracaso en el Narcisismo. Si hay algo que fracasa en la psicosis es justamente la constitucie  al primera enseñanza de Lacan, se presenta lo quee s el Estadio del Espejo.mo. Si hay algo que fracasa en la psicosis es justón narcisista primordial.

El Narcisismo no es una enfermedad, más bien es una necesidad constitutiva, en términos de cómo se inviste libidinalmente la propia imagen, y mediante qué mecanismos se realiza esta cuestión.

En la primera enseñanza de Lacan, se presenta lo que conocemos como el Estadio del Espejo.

La idea básica de Lacan respecto de este Estadio, que es un modelo –ni esquema, ni grafo, ni nudo, ni cadena- es un modelo  en el que hay ciertas analogías de las partes del aparato que se va construyendo, con partes de lo que se quiere mostrar. Es decir, Lacan construye un modelo para mostrar cómo a partir de una insuficiencia primordial del neonato -cómo a partir de esa inmadurez, de esa desarticulación de movimientos y funciones del recién nacido -cómo a partir de eso se construye la base de una identidad, que permitirá, si llega a buen puerto, articularse en el discurso, en la palabra.

Momento primordial, inaugural.

Ahora bien, la imagen del propio cuerpo, que es la base de lo que llamamos Narcisismo, el investir libidinalmente esa imagen no está dado instintualmente desde el infans, ni del neonato mismo; sino que tiene que ser constituido a partir del campo del Otro, que podemos llamar la Madre, como Otro primordial, el primer Otro. En ese campo (M) aparecerá esa imagen del otro que ayudará al neonato a constituir su propia imagen.

Es decir, que el origen de nuestra imagen corporal es enajenado; nace fuera de nosotros, y desde allí nos da el apoyo necesario para poder constituir nuestra propia imagen. Ese origen enajenado hace que yo encuentre fuera de mí, en la imagen del otro, mi propia imagen.

El modelo que construye Lacan se basa en un fenómeno óptico muy usado en el siglo XVIII y XIX para hacer trucos de magia, que es que los espejos cóncavos tienen la característica de que la imagen que constituyen como reflejo de un objeto, no está virtualizada –detrás del espejo- como sucede en un espejo plano, sino que está por delante. Si colocamos una cerilla encima de una cuchara, veremos que la imagen se forma encima de la cuchara, están del mismo lado la cerilla y su imagen.

Esta característica del espejo cóncavo le sirve a Lacan para hacer la analogía con la corteza cerebral.

Sirviéndose de una pizarra, Larriera explica con una erudita sencillez, este esquema óptico que le sirve a Lacan para construir su Modelo.

Tenemos un espejo cóncavo. Enfrente tenemos un artificio donde coloco un florero invertido, y sobre el artificio coloco unas flores. Estas representan la dispersión de instintos, vivencias, etc. que podemos suponer en ese infans. El florero invertido es la imagen de su propio cuerpo, pero el sujeto puesto en esta posición (ojo) precisamente por su posición, no puede ver ni las flores ni el florero. Solo podrá verlo si se coloca enfrente un espejo plano, de modo que ese ojo pueda ver a través de ese espejo plano, la virtualización de estos fenómenos (florero y flores)

Es decir, se tiene que recurrir al espejo plano para poder virtualizar una imagen de objeto que estaba en un campo real y que el sujeto de la experiencia no podía ver. Así, este sujeto recogerá ( a través del espejo plano) las flores que representan sus diversos instintos, pasiones, sensaciones, etc. y la imagen que contiene eso, dándole así una primera unidad.

Esto es: la imagen de nuestro cuerpo, de nuestra primera integración personal, la recogemos en el campo del Otro. Si no es por el auxilio de ese espejo plano no podemos tener acceso a  la integridad corporal. Una Urbild, la imagen primitiva, la construcción de se “proto-yo”, se da gracias a que el otro me da su imagen. Esta es la base del Estadio del Espejo.

Aquí ya está sucediendo algo primordial; y si suponemos fallas en este mecanismo inaugural, mal pronóstico para ese sujeto. Esto es la base de este Narcisismo que falla en la psicosis.

Larriera pasa así al uso de algunas letras para continuar con su exposición. Lo que nos transmite es que Lacan usa una escritura permanente y progresiva en su enseñanza, que va sufriendo modificaciones, y por eso parece algo complicado; pero el uso de esas letras es más bien lo que simplifica las cosas, para que la transmisión del psicoanálisis y de los problemas que lo atañen, se haga un poco menos confusa y sometida a errores. La finalidad de los esquemas y letras en Lacan es justamente para no desviarnos y derivarnos a discusiones infinitas, para facilitar la transmisión con la menos cantidad de errores posibles, ya que nuestra “materia” se presta mucho a que hablemos de sensaciones, etc. sin saber muy bien de qué estamos hablando.

De esta manera, a ese espejo plano, a ese Otro, le pondremos la letra M, que significa Madre.

 

Así, nos adentramos al Complejo de Edipo. Esta madre (M) formará parte de un triángulo simbólico, donde está el niño (N) y el Padre (P).

M, N y P no son más que significantes, es decir, términos que no son la cosa misma (a saber, la mamá , el papá y el niñito) sino que están en otro nivel, que es la mínima referencia a una estructura (de orden simbólico).

Todos los fenómenos a los que nos referimos en el Estadio del Espejo son fenómenos de orden imaginario, en el sentido de que están sostenidos en que se dé -a través de esa experiencia visual- una integración de formas.

Paso siguiente, Larriera desarrolla cómo se integra eso que sucedió en el Estadio del Espejo, a ese triángulo simbólico M,N y P, que en tanto funciones significantes es una primera aproximación a lo que Lacan llamará orden simbólico.

Para Lacan hay tres dimensiones que habita un hablante: Imaginario, Simbólico y Real. Esto en un Lacan tardío tendrá forma de nudo. Pero 30 años antes, a esta altura de su enseñanza, lo articulamos así: como triángulo simbólico.

Pero la relación de los personajes reales que encarnan estos términos, ordenan su relación en un eje imaginario, ya que ese infans no tiene cómo articularse al discurso ni dispone de la palabra. Por eso decimos que esas relaciones transcurren en un orden imaginario.

De modo que hay otro triángulo:

Tenemos el término M en una doble vertiente: es símbolo, es significante porque no está totalmente pegada a lo real (que a esta altura lo tomamos como la realidad) sino que  se establece ya con esa M una instancia significante en términos de presencia-ausencia, una diferencia; esto es, la madre presente puede atender ciertas necesidades, pero cuando esas necesidades no encuentran de tal atención, se experimenta un fenómeno de ausencia. Esta articulación presencia-ausencia ya es un funcionamiento significante.

Significante, en términos muy “primitivos” -dice Larriera- es el mero hecho de que se puede nombrar una cosa sin que esa cosa esté. Es decir, se puede operar por la palabra sobre la cosa, sin que la cosa esté presente.  Hay algo de la cosa que está caída. Por eso, nos recuerda Larriera que Lacan, en su primer seminario, repartió elefantes en su auditorio (verán que en la portada de la publicación del Seminario I hay un elefante). De ese modo, Lacan quería decir que la palabra “elefante” podía traer un elefante al seminario, gracias a la palabra elefante; que podían hacer circular al elefante en el seminario, sin que éste –en tanto  cosa-  esté presente.

En otro términos, la palabra es la muerte de la cosa. La cosa ya no está y sin embargo se puede operar sobre ella con palabras. Esa es la diferencia entre lo simbólico y lo real en ese momento.

Volviendo al esquema, esa relación de la madre con el niño es simbólica, en tanto ese niño es un niño deseado, ideal, es la relación con un Ideal del Yo, de la Madre, el Niño y el Padre . Pero decíamos que esto también tiene una dimensión carnal, real, de esa madre con ese niño. Entonces, en esta relación tiene que ir esbozándose, ir construyéndose el yo, que es esa Urbild del Estadio del Espejo. Ese yo, como base, núcleo de la identidad de ese sujeto, a través de un proceso complejo, le va a permitir constituirse al sujeto en un discurso. Ese sujeto gramatical (yo) me permite articularme en un discurso.  Eso se va dando en la relación con la madre.

La madre le va proporcionando (en la línea M – i) los diversos objetos a partir de los cuales, en la relación con ese punto m (moi), ese proto-yo, primera Urbild, esos objetos van a ir constituyendo esa relación con el niño. En ese proceso -que dura un tiempo- aparece esa imagen del otro que permite que precipite ese yo. Ahora bien, ese yo es el que va a tener que ir procesándose simbólicamente; si no, solo me quedo en esa Urbild y no puedo salir de eso.

Ahora -avanzando sobre lo que falla en la psicosis- de este otro lado del esquema, este yo tiene que ir significantizándose, simbolizándose, tiene que ir subjetivándose, para dar lugar a lo que es una identidad, que va a plasmar en este punto: cuando ya el yo accede al triángulo simbólico y precipita como Ideal del Yo. (m-I)

¿Qué cosas pueden suceder en este trámite? Que el niño no sea un niño deseado. Dice Lacan que es más grave no ser deseado que ser insatisfecho. Muchas veces un niño no es deseado pero sin embargo es satisfecho, se lo atiende en sus necesidades; pero no está sólidamente instalado en el triángulo simbólico (M-N-P), por lo que puede haber también problemas de constitución.

Este Padre como símbolo, este Nombre del Padre no es el padre real, no hace falta que haya un padre real para que funcione ese triángulo simbólico. Depende de la posición simbólica o no que tenga la madre -o la persona que se hace cargo de ese niño. Una madre en un matrimonio “bien constituido” (en términos de lo que determina el Código Civil, por ejemplo) puede ser una “mala madre” en el sentido de que no ha deseado ese hijo, es decir, ese hijo no es aquello que la colma –la maternidad no es otra cosa que llenar un agujero, por eso la maternidad no es la feminidad.

En este punto, Larriera se detiene en esta diferencia: ser mujer y ser madre son caminos diferentes aunque ideológicamente y biológicamente se confundan.

Una  mujer tiene que ver con la falta, mientras que la maternidad tiene que ver con la obturación. El niño obtura la falta, esa no es más que la función fálica que ya le había atribuido Freud con esa ecuación simbólica “pene=niño”, que un niño colma la falta de la madre.

Ahora bien, eso no es un “defecto”; ese procedimiento es necesario para la constitución del niño y del narcisismo. Eso es la esencia de la maternidad.

Es más, los modelos actuales de familia nos muestran otra configuración. Por ejemplo, no podemos decir que esto no funciona en una pareja homosexual. Todo depende de cómo funcione lo simbólico en cada uno. De hecho, verificamos que de las parejas más “normales” salen psicóticos.

Tal vez se estarán produciendo cosas raras -aún no recogemos esa clínica; pero no podemos decir que los resultados sean peores…

Volviendo a lo que nos ocupa, el triángulo simbólico tiene que funcionar en el progenitor, encargado, tutor, etc… En fin, eso tiene que funcionar más allá de los personajes reales que encarnen esa relación.

Esta función fálica del niño en la relación con la madre (completándola, niño como falo de la madre) Lacan lo marca con otro triángulo, que es el triángulo imaginario, donde está la imagen del otro, mi yo y el falo. No hace falta que hable para saber que se tiene que poner en posición de falo para satisfacer a la madre. Ya el hecho mismo de la relación madre-hijo es inherente a que el infans tienda a ocupar esa posición de falo, de satisfacer así a la madre.

En el medio de estos dos triángulos nos queda un espacio de la Realidad. No digamos “lo real”, porque en Lacan esto tiene todas sus transformaciones.

Digamos que esto es la banda en la que funciona la realidad: la madre (simbólica y real) el yo primordial del niño, los objetos que la madre le va ofreciendo, y el avance del yo hacia lo simbólico, en ese proceso de subjetivación.

Ahí es donde vienen los problemas en la psicosis. El problema está en la constitución de este momento de coagulación de ese Urbild, de ese núcleo originario del yo.  El problema básico en la psicosis -en todas las psicosis lo  veremos- está comprometido en lo que es esta configuración narcisista, esa primera identidad.

Hay veces que hay otro tipo de fallas, que a veces lo único que se pone de relieve es ese problema imaginario. Pero pueden estar solventadas otras deficiencia de tipo simbólico, por suplencias. Es decir, se puede “ir tirando” (puede aguantar con eso) en el orden simbólico, aunque se presentan ciertas situaciones ante las cuales no pueda responder, y haga una regresión tópica al Estadio del Espejo.

Una psicosis se desencadena, cuando en el campo de lo simbólico, en ese triángulo simbólico debiera haber los recursos necesarios para responder a determinadas exigencias de la vida.  Un encuentro con algo para lo cual no tengo los elementos simbólicos necesarios para responder a eso. Por ejemplo, el encuentro con el Otro sexo. Muchas veces las psicosis se desencadenan en ese encuentro. En ese encuentro con el Otro sexo, como gran interrogante, se desencadena porque no encuentra en lo simbólico con qué responder. Entonces se da una regresión imaginaria: hostilidad, trastornos graves del esquema corporal, problemas alucinatorios que atañen al cuerpo, etc.

 

Pero siempre ese eso: un interrogante simbólico y una respuesta imaginaria.

Por eso, en la psicosis no hay narcisismo; puede haber megalomanía, o una exagerada relación erotómana con el Otro. Eso no es narcisismo, es una relación delirante donde mi yo es amado por el Otro. O una megalomanía: soy capaz de todo, o bien puedo ser víctima de una persecución…Distintas variantes de las modalidades psicóticas.

En el famosos caso Schreber de Freud, y que Lacan retoma trabajándolo en detalle, con distintos esquemas, trabaja las distintas regresiones que se dan. En este caso hay lo que se llama P 0 y ? 0 (Padre subcero y Falo(Gran Fi) subcero) Es decir, la falla de lo simbólico hace que todo se maneje desde el lado del Ideal, con una serie de fenómenos elementales, y trastornos corporales que lo llevan a su transformación en mujer. La solución delirante para defenderse de eso: él es finalmente la mujer de Dios. Ahí encuentra cierta estabilización.

Luego Lacan hace de Joyce un caso clínico, para reformular todo el psicoanálisis. Porque toda esta primera etapa corresponde a un Lacan estructuralista, aquí hay cierta rigidez, cierta dureza de los términos, y se hace hincapié en la falla del Nombre del padre. En esta época la función del Nombre del Padre es muy potente, con gran gravitación en la teoría, y es muy excluyente. Luego esto se va dulcificando, “democratizando”, y el encuentro de Lacan con Joyce, modifica su teoría, haciéndola mucho mas laxa, teniendo múltiples maneras de suplir esos déficits, y distintas manera de arreglárselas con el propio goce, y con qué cosas voy supliendo esas deficiencias. Cómo me las puedo arreglar.

Joyce es un caso de una psicosis no desencadenada. El hace una obra inconmensurable, que conmueve a la historia de la literatura universal, con lo que podría haber sido una psicosis de hospicio… Joyce aguantó toda su vida, impuso su obra, y cada vez hay mas palabras producidas sobre Joyce.

A Lacan le resulta ejemplar para “dulcificar” el psicoanálisis, que no sea tan trágico y brutal como en esa primera época. Una clínica más continuista, en contraposición con la época que trabajamos hoy donde tenemos neurosis, psicosis y perversión. Una discontinuidad estructural.

En el ultimo Lacan la cosa es mas dúctil, las estructuras se superponen y para todos los que practicamos el psicoanálisis se nos es más difícil hacer diagnóstico estructural. El ultimo Lacan se adapta y trabaja con estos inclasificables de esta clínica actual. Una época en la que las cosas son más “oscuras”, no hay estructuras tan claras, y aparecen los “inclasificables”…

 

Hasta aquí llega Larriera en su transmisión sobre el tema.

 

 

 

 

 

 

 

 


[1] Revisada por el autor.

[2] Conferencia a cargo de Sergio Larriera, el 30 de enero de 2015, en el Centre Cultural Sa Nostra. IV Ciclo de Conferencias de “Salud Mental y Sociedad”. Organizado por la Asociación Balear de Salud Mental. Palma de Mallorca, Islas Baleares, España.