Crónica: CICLO DE CONFERENCIAS NUCEP: VIGENCIA DEL PSICOANÁLISIS EN EL SIGLO XXI. LOS PODERES DE LA PALABRA*. El deseo en el desfiladero de las palabras. Miguel Ángel Alonso (Madrid)

Un nuevo ciclo de conferencias, presentado bajo el título Vigencia del Psicoanálisis en el Siglo XXI. Los poderes de la palabra, fue abierto por Amanda Goya en el inicio del curso 2013-14. Recoge su inspiración de ese acontecimiento clásico para todo psicoanalista, las conferencias que Freud pronunció en la Universidad de Viena entre 1915-17, de su tono coloquial, de su frescura, sencillez y rigor de argumentación. El propósito ahora, al igual que entonces, consiste en tratar de aproximarnos a la magnitud que tuvo el descubrimiento freudiano del inconsciente, esa región que registra las huellas de los sucesos y acaecimientos de las vidas. Memoria escondida que Freud localizó en los fenómenos más cotidianos, lapsus, actos fallidos, chistes, sueños, síntomas, formaciones del inconsciente a las que otorgó importancia en tanto supo escuchar en ellas la verdad subjetiva que cifraban. De esta manera logró poner en jaque la prepotencia de la razón universal.

Sin embargo, en la época actual observamos la exhibición de una contraofensiva por parte de esa razón universal, sobre todo en su rechazo brutal y radical de la subjetividad, sometida a la evaluación generalizada, a la protocolización de unas vidas que se trocan en meras cifras estadísticas. Es la razón universal que proclama la pertenencia del psicoanálisis al pasado, su no cientificidad, su inadaptación al número y a la estadística. Pero, sostiene Amanda Goya, el valor y el mérito del psicoanálisis consiste en su insistencia por preservar la subjetividad acogiendo al sujeto que no tiene espacio en los protocolos científicos, ese sujeto que hace síntoma, que quiere decir y hacer oír su verdad a través de la palabra. De ahí extrae el psicoanálisis su fuerza trasformadora, su vigencia en el siglo XXI, es decir, en el crédito que le otorga a la palabra en su función de decir el ser.

Después de esta breve presentación, la psicoanalista Dolores Castrillo pronunció su conferencia titulada El deseo en el desfiladero de las palabras. En ella expuso la vinculación estructural que existe entre el deseo y conceptos tales como inconsciente, necesidad, demanda, falta en ser, amor, goce, y el papel fundamental que juega el lenguaje en la articulación de esos conceptos. Comenzó estableciendo una diferencia radical entre el anhelo y el deseo inconsciente. El primero quedaría incluido en una concepción intencional, es decir, una concepción donde el deseo tiende a un objeto. El segundo tendría unas implicaciones más estructurales, en el sentido de que el sujeto que concibe el psicoanálisis no sabe lo que desea ni desde donde desea, pues su deseo es inconsciente. Es el desconocimiento radical del deseo.

El deseo inasible e inconsciente sólo se atestigua, de forma disfrazada, a través de sus formaciones: actos fallidos, chistes, sueños, fantasías, síntomas. Lo importante es que esas formaciones son de lenguaje, mensajes cifrados que portan una polisemia de las palabras, a partir de la cual la interpretación analítica propicia el surgimiento de la verdad del sujeto.

¿Qué sería el deseo? Tal como lo ilustra el lapsus, consistiría en el desfasaje que existe entre lo que se quiere decir y lo dicho. Esto nos conduciría hacia otra de las características del deseo inconsciente, y es que éste no se puede decir todo. Dolores Castrillo nos sitúa así en el tema de la insatisfacción del deseo. Concretamente evoca a Freud, para quien el deseo es una función no prometida a la satisfacción. Del deseo solo son posibles satisfacciones sustitutivas, mientras el deseo como tal permanece insatisfecho.

El lenguaje, entonces, aparece en toda su dimensión. Si el hombre es un viviente que habla, esto no es sin consecuencias, pues el lenguaje lo transforma en sus afectos, en sus necesidades y en su cuerpo, es decir, lo atrapa en su estructura desnaturalizándolo y mortificándolo. Es la pérdida del instinto y del goce natural de la vida. Actos tan simples como el comer aparecen cargados de rituales y síntomas; la actividad sexual aparece en complicadas maniobras y como fuente de angustia. En resumen, por mor del lenguaje, las necesidades biológicas quedan profundamente trastocadas, perdidas en su naturalidad, para transformarse en esa otra realidad humana que Freud nombró deseo.

El siguiente paso, derivado de las formulaciones anteriores, consistió en establecer la diferencia fundamental entre la necesidad y el deseo. Aquélla haría referencia a las exigencias del organismo para su supervivencia. Alude a una falta y al objeto que la colma, de tal manera que la necesidad encuentra ese objeto con la mediación del instinto, algo fácilmente observable en el mundo animal. Pero el deseo inconsciente, singular en el sujeto, no es una función vital de la especie, ni camina en el sentido de la supervivencia y la adaptación. Es un deseo que daña, un deseo que no se puede olvidar porque es esencialmente insatisfecho y está íntimamente vinculado a la pérdida.

El concepto de pérdida fue desarrollado en sus dos vertientes, la freudiana y la lacaniana, partiendo de la consideración de que todos los objetos del deseo velan una pérdida originaria. En el ámbito freudiano, Dolores Castrillo evocó el mito de la primera experiencia de satisfacción, donde el lactante, satisfecho con el pecho materno, experimenta la pérdida que deja como resto una huella inconsciente de esa primera experiencia que, en vano, trata de reencontrar a lo largo de toda la vida. Es decir, el deseo no marcha hacia adelante, hacia un objeto, sino que busca el signo que evoque esa primera experiencia de satisfacción. Es una crítica a la concepción intencional del deseo, pues para Freud, el verdadero objeto del deseo no está delante, en el exterior, sino que se sitúa detrás, como causa. De lo cual se deduce que los objetos de la realidad, como señuelos del objeto perdido, son siempre insatisfactorios, pues el deseo es siempre deseo de otra cosa que el objeto buscado

El deseo queda así situado en relación al no tener. La dificultad planteada por Freud es que el objeto hacia el cual tiende el deseo nunca es igual al objeto que lo causa. Es la vertiente trágica del deseo, a saber, el desfasaje entre lo que lo causa y el objeto de la concepción intencional. Esto hace que la palabra satisfacción sea antinómica a deseo. Razón por la cual la histeria tiene un papel fundamental en el deseo, pues es la estructura clínica que caracteriza su insatisfacción. Pero el deseo no se queda en esta vertiente trágica, sino que tendría una doble faz, también está la falta fecunda como motor de la vida.

Es Lacan quién resuelve la cuestión de por qué el objeto del deseo está perdido desde siempre. Se trata de una cuestión estructural que provoca la pérdida de sus propiedades naturales y de la necesidad biológica. Esto es solidario con el apresamiento del sujeto por el lenguaje y la consiguiente desnaturalización. No se trata de un objeto que una vez estuvo, sino pérdida estructural propiciada por lenguaje. La cuestión es que toda necesidad natural ha de pasar por el lenguaje. Se trajo a colación el grito del recién nacido, en su naturalidad pre-lingüística, como descarga motriz ante una necesidad. Ello es interpretado por el Otro en términos de lenguaje y trasformado en la demanda de un sujeto, en un pedido. Al depender de la lectura del Otro, la necesidad queda perdida, desviada de su naturalidad biológica. Y el término deseo sería el resultado de esa sustitución de la necesidad por la demanda. La fórmula sería la siguiente: “El deseo es lo que de la necesidad no queda articulado en la demanda”. El sujeto pide, pero qué quiere. Eso que no está articulado en la demanda, se convierte en causa. Es el objeto perdido que Lacan traduce como objeto a.

Por tanto, la estructura de la demanda es la que genera un nuevo tipo de falta, no carencia natural de la necesidad, sino falta generada por el lenguaje mismo. Porque habla, el ser humano está afectado por una negatividad donde se aloja el deseo. El deseo se esboza en el margen donde la demanda se desgarra de la necesidad natural. Aun satisfechas las necesidades naturales, hay un hueco de insatisfacción que permanece, hueco que Lacan denomina falta en ser.

El amor aparece en el paso siguiente. El sujeto, afectado de falta en ser, busca un complemento en el Otro, lo cual imprime a su demanda un carácter especial, pues al no ser demanda de un objeto de la necesidad, es demanda de nada. Estamos en la demanda de amor. La experiencia analítica, y la misma vida, ponen en evidencia que más allá de los pedidos que surgen, se dibuja una demanda –con D mayúscula— que pide amor. Demanda radicalmente intransitiva, pues no supone ningún objeto concreto. Su fórmula es: “no me importa lo que me des, si eres tú quien me lo da”. La demanda de amor anula la particularidad de lo que pueda ser dado, y lo trasmuta en objeto simbólico, don de amor. Es una demanda que pide el complemento a la falta en ser. Pero el destino imposible de esta demanda hace surgir nuevamente, más allá de la demanda, el hueco del deseo. Porque el Otro al que se demanda no tiene el complemento, en tanto ser hablante también está afectado por la falta en ser y atravesado por el deseo. Por eso solo puede dar lo que no tiene, lo cual nos lleva a la definición lacaniana de amor: “amor es dar lo que no se tiene”.

En la degradación de la vida amorosa no se pone en juego el amor, pues se da lo que se tiene. Lacan advierte que esa no es una respuesta a la demanda de amor, sino confundirla con la satisfacción de la necesidad, lo cual conduce a que esa demanda encuentre refugio en el síntoma. La anorexia fue puesta como ejemplo de dar lo que se tiene, confundiendo la demanda de amor intransitiva con la satisfacción de la necesidad. Negarse a comer es la manera que tiene el sujeto de mostrar que no pide del otro ningún objeto particular, sino el ser, algo que el Otro tampoco tiene. De lo que se trata en el amor es que el Otro aporte su propia falta. Yo no tengo, tú me haces falta.

¿Qué ocurre en la experiencia analítica? Aunque la demanda de amor juega un papel esencial en el trascurso de una cura, al final de la experiencia el sujeto aprende a no pedir más. Desiste de la demanda, porque es demanda sin salida. Se produce en la conclusión un desvanecimiento de la demanda, lo cual tiene consecuencias profundas en el corazón del ser. El sujeto asume la falta del deseo, algo que no se puede colmar. Es lo que en psicoanálisis se conoce como castración. Es la soledad final sobrevenida en el análisis, soledad no del lado de la tristeza sino, paradójicamente, como aspecto liberador en tanto el sujeto deja de estar apabullado por el Otro a quien otorgaba el poder de asegurar su ser. Es posible que en ese final de renuncia posibilite la apertura hace un nuevo modo de amar.

Dolores Castrillo finalizó su exposición situando la paradoja que se desprende de lo dicho. Por un lado la imposibilidad de satisfacción del deseo, por otro su vertiente fecunda como motor de la vida. Pero añadió una cuestión importante en relación con esa insatisfacción. Y es que el problema inconsciente del deseo no es tanto la insatisfacción, sino la satisfacción que encuentra en los síntomas, satisfacción sustitutiva que nada tiene que ver con el placer. Extraña satisfacción que no le contenta, sino que hace sufrir, y a la cual, paradójicamente, el sujeto se aferra. Es lo que Lacan designa como goce. El síntoma de la drogadicción fue puesto como ejemplo de ese goce inherente es todo síntoma. En las profundidades del goce es donde se produce el tropiezo del análisis en su término. El análisis trabaja interpretando el síntoma y tropieza donde el goce de ese síntoma no se puede interpretar. Se trata de hacer algo con él, un saber hacer que pueda aliviar el sufrimiento y permita un paso mejor por la vida.

* Responsables del espacio: Amanda Goya y Gustavo Dessal.