Babel. Un balcón sobre lo imposible. (Primera Parte). Por Anna Aromí (Barcelona)


Cine y Psicoanálisis
Babel. Un balcón sobre lo imposible
(Primera parte)

El velo del malentendido

Lo más claro digámoslo rápido: Babel es un magnífico ejemplo de cómo el cruce de lenguas es un velo para el sinsentido de la vida, en tanto que vida humana.

Babel, la Torre de Babel, es la forma épica de un hecho de estructura. El malentendido como base de la comunicación. Es una de las cosas que se aprenden en esa fantástica experiencia que es un psicoanálisis: el lenguaje tiene un alcance en las vidas que va mucho más allá de ser un instrumento al servicio de la comunicación.

Las personas no tenemos el dominio sobre las palabras —la última palabra sobre las palabras no existe—, por la simple razón de que hablar implica al Otro, el lugar de la escucha. Eso es lo civilizado, lo civilizatorio, del lenguaje. Lo que cada uno dice necesita ser, todavía, recibido por otro. Y ahí empieza todo...

Para el psicoanálisis las palabras forman parte del tejido humano tanto como el color de los ojos, las células cancerígenas o el ADN. A diferencia de la animal, la vida humana sólo sobrevive en un mundo de lenguaje, microclima que Lacan califica de humus humano. Por eso nos concierne un film que habla sobre lo que se teje entre las personas.

Babel abre, en este sentido, el problema y su tratamiento al mismo tiempo. Presenta vidas que se entrecruzan apenas (como las Vidas cruzadas de Altman) a la vez que plantea un tratamiento para esos entramados y lo que cae de ellos. Tratamiento para un punto sin esperanza, un atisbo de camino.

Por supuesto, el film también es un alegato muy bien construído (voces autorizadas dicen que demasiado, que se le notan las costuras al guión). Un alegato que quiere llevar al espectador a alguna parte, y lo logra. Su éxito daría cuenta de ello: finalmente, si vamos al cine es para que él nos traslade lo más lejos posible de nuestras butacas. Babel lo hace, pero ¿hacia dónde?

Nuestra hipótesis es que esta película nos lleva en dirección a lo que Lacan llama una ventana sobre lo real. Es decir cierto tipo de ficciones que permiten tratar, acercarse a algún punto de lo humano que los mismos humanos nos empeñamos comúnmente en olvidar, en hacer como si no existiera. “Cada cineasta tiene una sombra y en cada proyecto aparece esa sombra” (1), así lo dice González Iñárritu. Lo que se conoce como “vida” es la trama que cada uno va tejiendo alrededor de estos puntos.

Babel nos viaja hacia un punto de vacío, de imposible, que el director conoce. Y lo dice: “El cine, para mí, es la vida. No es un proceso científico o intelectual, nace de lo que me quema en el estómago. Yo hago cine de pedazos de vida”.

Al otro lado del dolor
En la Tertulia de Barcelona (2) disfrutamos dejándonos enseñar por el cine. No es un ejercicio fácil, requiere ser planteado y sostenido a contracorriente de los usos imperantes que perpetran interpretaciones a troche y moche sobre películas directores o guiones.

Pero para renovar las ideas sobre el malestar en la civilización —ya que él, el malestar, se renueva solo—, podemos orientarnos con Freud y con Lacan e intentar el ejercicio insólito de seguir los pasos del poeta, del artista, para tratar de aprender algo.

Para nosotros el artista precede al psicoanalista. El creador abre caminos con pedazos de vida, sabe algo de su propia sombra y de sus apariciones, para decirlo con González Iñárritu.

Sigámosle pues. Iñárritu parte de lo que quema para producir algo, una respuesta al dolor. Lo ha dicho también: no teme al dolor por haberlo conocido de muy cerca con la muerte de uno de sus hijos. Sobre ese dolor, como director de cine, organiza un velo, una trama —el genio del creador es saber hacer con ello— que lo eleva a la categoría de objeto visible, que puede circular, artístico.

Eso enseña. Cómo hacer con lo imposible de soportar, con lo demasiado doloroso, con los trozos de real. Lacan dice que nadie puede saber lo que significa la muerte de un hijo. Y añade: nadie salvo, quizá, un padre. Al film de González Iñárritu podemos hacerlo conversar con Lacan en este punto. Para que entregue alguna luz.

Nadie puede saber de la pérdida de un hijo, porque la muerte de un niño —cada muerte, pero la de un niño llega sin dejarlo desplegar— abre un agujero en lo simbólico. No hay palabra para agarrar, para nombrar, para saber, porque no las hay para decir lo que hubiera sido esa vida de haberse podido vivir. Ni lo que, con ella, hubiera sido de nosotros. Es tener que despedirse de un pedazo de futuro. Un velo cae.

Ese mundo de palabras y de lenguaje, ese humus humano que habitamos, queda súbitamente perforado. El sinsentido muestra su faz menos hospitalaria, más hostil.

Atravesado ese punto, con los restos quemados del estómago, con ese poco de saber, el artista hace algo. Por ejemplo, edifica un lugar donde la muerte de los niños no se escamotea (es curioso: otro director nacido en Méjico, Guillermo del Toro, tampoco lo hace en su fantástico Laberinto del fauno).

En Babel la pareja americana viaja intentando reconciliarse con la muerte del hijo más pequeño; el joven pastor marroquí muere, huyendo, en brazos del padre; la pequeña japonesa avanza cual funambulista en el filo abierto por el suicidio de su madre. Babel habla de esas angustias, permite al espectador transitarlas.

González Iñárritu dice algo de esta operación que realiza: “Si le tememos tanto al dolor estamos también negando la posibilidad al otro lado del dolor que es la capacidad de gozar. Yo no le tengo miedo al dolor. Es más, las películas que contienen unas ciertas dosis de dolor me gustan porque me parece que son más vitales”.

He aquí el nudo. Aquí la operación del artista anudando en la obra dolor, goce, vitalidad... En este sentido enseña también que cada cual, en alguna medida, es artífice de su propio nudo. Cada uno teje su sombra con sus propios cabos sueltos.

Anna Aromí (Barcelona)

NOTAS
(1) Los comentarios de González Iñárritu que figuran en el texto han sido extraídos de la entrevista “No le tengo miedo al dolor”, publicada por El País el 29 de diciembre de 2006.
(2) La Tertulia de Cine y Psicoanálisis forma parte de las actividades del Instituto del Campo Freudiano en Barcelona. Es un espacio abierto que se reúne, desde hace seis años, los primeros lunes de mes para comentar películas de actualidad. Información: secretaria@scb-icf.net, teléfono: 93 412 14 89, www.scb-icf.net