Cartas de aLmor. Aperiódico de las XI Jornadas de la ELP. Nº 2. Oscar Ventura, Francisco-Hugo Freda, Amanda Goya, Marta Maside, Lope de Vega.

EDITO.
SECUENCIAS, AMOR Y POESÍA
Oscar Ventura

Alrededor de 50 ponencias ha recibido hasta el momento la comisión científica. No son pocas, las tres últimas jornadas de la Escuela llevan el rasgo de un aumento significativo y nuevo de las intervenciones, A Coruña ya verifica esta tendencia. Probablemente su número aumentará. La comisión decidió extender hasta el próximo sábado el plazo para la presentación de argumentos. Un esfuerzo de logística será necesario, la comisión de organización está advertida. El texto definitivo de las ponencias se espera, sin concesiones me dicen, el 15 de Octubre a la medianoche, buena hora para estas cosas. Aquellos que tengan algo que decir sobre el amor y que todavía no se han despertado de un agosto tórrido; tienen de aquí al sábado para ser escuchados en las jornadas de la Escuela. Lacan decía que “las mejores cosas, -casi siempre- se hacen bajo la urgencia”... El tiempo para comprender está comprimido...

El Programa de las jornadas será amplio El viernes tres acontecimientos preliminares, en el corazón ilustrado de la ciudad. El paraninfo y el rectorado de la Universidad de A Coruña serán el escenario. A las 15:00 las Jornadas de la Diagonal Hispanohablante; a las16:00 tendrá lugar la I Jornada de la Red Psicoanálisis y Medicina: “Psicoanálisis y medicina, hoy” y a las 20:00 un “Debate entre el Psicoanálisis y la Cultura”. El sábado y el Domingo las Jornadas.

A la Asamblea general programada para el sábado por la tarde le tocará decidir, una vez más, el destino de la escuela en los próximos dos años. Una numerosa representación de colegas europeos nos acompañan en el viaje. El programa va delineándose. El Pase será un eje privilegiado. Los testimonios de los AE son siempre el punto de escansión para la Escuela, la orientación necesaria. Y nada más oportuno que el amor para dar cuenta de lo inédito para cada uno. Eso que ocurre cuando la travesía del amor en un análisis consiente por fin al acto decisivo, el que implica la extracción del objeto. Después lo nuevo.

Un colega me preguntaba si era posible abrir una dialéctica sobre los textos que aquí publicamos. Están todos invitados a ello.

Eduardo Acevedo nos envía un link que remite a un artículo del ensayista y escritor Manuel Cruz, catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona. Premio Jovellanos de Ensayo 2012 por el libro Adiós, historia, adiós. Vale la pena detenerse en él: http://elpais.com/elpais/2012/06/18/opinion/1340016658_376168.html Una escritura que se deja leer. Y que interroga al amor desde los buenos lugares. Las citas al excelente tema de la cantautora británica Adele: Someone like you http://www.youtube.com/watch?v=cwuLj33YyPk y al libro de Miquel Bassols Tu yo no es tuyo, forman parte de una reflexión que sabe leer lo contemporáneo.

En esta tercer entrega de las cartas: tres nombres propios escoltan a un poeta inmortal.

En dos versiones que no dejan de tener su origen en lo más noble de la pulsión; la letra del poeta por un lado, la de Lope de Vega y la voz, esta vez de Manuel Dicenta, cerramos este número de las cartas.

Lope de Vega supo transmitir, como muy pocos, y con una sencillez asombrosa aquello que del amor puede decirse. Sabía decirlo, efectivamente, y allí reside su honestidad, pues sus palabras no son otra cosa que el testimonio de su vida que el supo volverla poesía, la fuerza de un destino atravesado de una punta a la otra por las palabras de amor. Sin concesiones “Qué más mata esperar el bien que tarda, que padecer el mal que ya se tiene”, escribía muy temprano cuando las vicisitudes amorosas lo habían hecho desistir de sus estudios en la Universidad de Alcalá de Henares, en 1581. Y un poco más adelante, ya curtido definitivamente en la proliferación de la experiencia amorosa, nos dejó la sutileza de empezar este poema que les ofrecemos nombrando al amor bajo esa forma de ausencia que sólo se encarna en el cuerpo: “Desmayarse” quiso llamarlo. Bella metáfora para reconocer allí la falta que estructura todo aquello que en la existencia concierne a la experiencia del amor...

Seguimos.

El envío de los textos para Cartas de Almor: Eugenio Castro: eugeniocastro@telefonica.net y Oscar Ventura: o.ventura@arrakis.es

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HACER EL AMOR
Francisco-Hugo Freda

Comencemos por el título. Rimbaud declara: “No amo a las mujeres, al amor hay que reinventarlo, lo sabemos”.

Borges podría responderle: “Las razones para amar o para odiar son infinitas.” Sin embargo, la fórmula de Rimbaud resume lo que hoy nos reúne.

¿Hay una crisis del amor? Si seguimos al poeta, es evidente; a tal punto que hay que reinventarlo. Los elementos que lo componen están ahí, pero la forma ya no sirve.

¿El psicoanalista, puede ayudar al poeta en la tarea? Mi respuesta es positiva, pero impone ciertos cuidados.

La transferencia es uno de los nombres del amor, es el alma del psicoanálisis, una zona privilegiada, como decía Freud. Él elevó el amor a la categoría de condición de posibilidad, produciendo una revolución en el campo del saber y haciendo posible la emergencia del psicoanalista. Hay una operación muy especial que acompaña dicho movimiento: articular el amor con el saber y sacarle al amor toda connotación sexual. Lo que implicó para el analista una elección: el acto analítico o el acto sexual.

El amor también sufre del tiempo, lo mina desde adentro, sacándole el carácter de eterno que lo fundaba, al menos para la religión.

El psicoanálisis no fue ajeno a ese movimiento: ligó el amor al ser y diferenció las condiciones del amor de las condiciones del goce. La neurosis da cuenta de ello y si por casualidad los psicoanalistas no lo saben es porque la psicoterapia los ha enceguecido.

De esas dos condiciones algo ya podemos decir: el goce tiene su objeto -la gama es enorme-, no así el amor, que de hecho encarna la ausencia absoluta del mismo.

Que el niño se sienta amado por su madre es casi natural, pero que de ese lazo se quiera sacar una definición del amor es un error grosero, dado que ese paraíso de amor puro nunca existió porque el amor materno se sostiene de la prestancia fálica que el niño representa.

Sin embargo, de dicha relación quedan los signos del amor, lo que hace que de ahí en más no se pueda concebir el amor sin el Otro. Que luego se busque desesperadamente ese Otro que hace posible que el amor pueda volver a encarnarse, es inevitable. Pero el fracaso de dicha búsqueda está asegurado, por la simple razón de que el amor no se busca, se encuentra. Es el encuentro el que hace del amor un hecho diferente que no se confunde con ningún otro sentimiento. Dicho encuentro es único y no hay que confundirlo con la pasión amorosa, ya que el amor, a diferencia de aquella, crea un agujero del cual puede nacer eventualmente un nuevo nombre.

La pasión amorosa siempre tiene su tiempo, lo que al mismo tiempo la agota, con la nota de desencanto que siempre deja.

¿Quién no ha escuchado el lamento del neurótico que relata sus desavenencias sentimentales haciendo referencia al desgaste que el tiempo ha producido en su relación sentimental? El amor es más duro, más enigmático, prescinde del Otro. Imagino que nadie creerá que confundo el narcisismo de la pasión amorosa, donde el sujeto hace uno con el otro, con el amor, que es sin Otro, que es puro significante sin significación.

Me permitiré hacer una pequeña incursión en nuestra práctica. El análisis comienza con lo que llamaré: una pasión por el otro, una pasión por mi persona, de la cual como analista debo hacerme cargo, a pesar de la mentira que comporta. Eso me enseñó un paciente quien después de haber hecho una selección minuciosa de todos los analistas que le recomendaban y con los cuales había tenido por lo menos una entrevista, llega a la conclusión de que es solamente conmigo con quien podrá resolver lo que lo aqueja desde hace muchos años.

Evidentemente, no me preocupé por su sufrimiento sino por las leyes que orientaban su elección. ¿Cómo elige usted? le pregunté. Y la respuesta, que no se hizo esperar, recayó sobre mi persona mucho más que sobre sus criterios de elección, puro reflejo de la identificación imaginaria necesaria para poner en juego el primer momento del análisis. Que dichos criterios le hayan permitido deshacerse del síntoma que lo agobiaba desde siempre fue un hecho, pero se necesitó mucho tiempo para que pudiera tener una idea de cómo elegía. Fundamentalmente, nunca elegía, operaba por descarte, por conveniencia, por oportunidad, por pequeñas y miserables razones, por miedo, y de ese modo había hipotecado su existencia. Si hubiese elegido realmente, sería otro. Ese otro es su inconsciente, que está mucho más en el futuro anterior de su elección que en su historia. Lejos de mantener su pasión amorosa, se despidió indicando que ahora podía amar sus palabras y que de ese amor se tejería su destino.

Se trata aquí del verdadero sentido de la transferencia, de la más radical, donde se transfiere, casi en el sentido bancario del término, el amor que se depositó en mí.

Pero ¿hay un amor nuevo?, la pregunta existe en el psicoanálisis. Jacques-Alain Miller se la dirigió a Jacques Lacan en esos términos. ¿Qué podemos decir hoy al respecto? ¿La hemos respondido? No estoy tan seguro, la tendencia es olvidar las líneas directrices que Lacan dio.

Veamos algunas. La primera: está el amor que encuentra en su manera de decir “te amo” la completud imaginaria que en general no es más que una variante del “me amo”. A esta forma, Lacan le opuso otra: “el amor inédito”, es decir, el amor que no está editado, que no encuentra ninguna referencia en el Otro y este es el que el análisis propone en su final y del cual Lacan quería saber si podríamos decir algo.

Dicho amor inédito arrastró en su silencioso desarrollo al Otro, al punto de hacerlo inexistir. Fue ese el camino que le reservó Lacan a la fórmula de la transferencia negativa de Freud, no como un puro sentimiento de hostilidad sino como el prolegómeno de un nuevo nombre del sujeto.

No me sorprende, ahora que escribo estas líneas, haber encontrado en Lacan la continuación lógica de su idea. Es evidente que si se piensa un mundo donde el Otro no existe, la onda de choque se hace sentir en la matriz estructurante del registro imaginario. El 16 de Marzo de 1976, Lacan traza la línea de trabajo; abre una puerta que hasta ese momento era inexpugnable diciendo: “es preciso estrellarse, si puedo decir así, contra un nuevo imaginario que instaura el sentido”.

Estimado Rimbaud: Usted tiene razón cuando dice que hay que reinventar el amor, usted dio en la tecla. Hoy esa operación es necesaria si se quiere amar lo que usted llama “las mujeres”. Pero hay algo que usted no sabe: las susodichas mujeres que vienen a contarme a mí sus sueños, en general, no aman mucho a las de su género, y sobre todo a la madre, aunque en el fondo no es lo más importante. Lo que no aman fundamentalmente es la mujer que hay en ellas, ya que cuando habla, dice cosas que van contra las mujeres. Pero no se asuste, a los hombres también les pasa lo mismo. Ellos no saben que la mujer que los habita también habla en ellos. Pero hay una diferencia importante, seres humanos hay a montones, algunos vestidos de hombres, otros de mujeres. Pero nombres de mujer hay pocos. Tal vez la solución esté allí: la mujer es uno de los nombres de lo real. Y se trata de amar lo real. Por ahí seguramente pasará lo que hay que reinventar.

Los poetas, mi querido Rimbaud, nos complican la vida. Oiga lo que nos dice nuestro admirado Walt Whitman: “El que camina una sola legua sin amor, camina amortajado a su propio funeral…”

Como verá, no podemos concluir… la pregunta subsiste. El real del amor resiste.

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LA ATOPÍA DEL PSICOANALISTA
Amanda Goya

Siempre me sobrecogió que Lacan eligiera a Sócrates para invocar la función del analista, una figura cuyo trágico final no parece suscitar muy buen augurio. Poco antes de llegar al ecuador de su enseñanza, al viraje hacia lo real que supuso su concepto de angustia en los años sesenta, la silueta de Sócrates resume cuestiones cruciales para su enseñanza del psicoanálisis. Es alguien acusado y condenado por socavar los cimientos sobre los que estaba construida Atenas, su ciudad; el mismo del que el oráculo proclama ser el más sabio, pero quien se consagra a denunciar la impostura de todo saber que solape su inconsistencia.

Resulta que ese infatigable preguntón, como lo llama en su comentario sobre El Banquete, está poseído por una certeza: quiere decir la verdad, como declara al comienzo de su defensa en el juicio en el que un tribunal ateniense lo condenará por impiedad y por pervertir a los jóvenes. ¿Y cómo Sócrates concibe que esa verdad pueda ser dicha? Oigamos cómo se dirige a los atenienses en su alegato: ...vais a oír frases dichas al azar con las palabras que me vengan a la boca, porque estoy seguro que es justo lo que digo... [1] Aquí parece situarse en posición de analizante, de quien cree en la palabra como vehículo de la verdad, y por ello se hará merecedor de una condena a muerte en la consideración de los atenienses, salvo para sus discípulos, entre los cuales Platón le permitirá alcanzar la inmortalidad. Lacan le reconoce ser quien instaura la epistém? en su mundo, elevando la coherencia pura del significante a la potencia absoluta, a la potencia de único fundamento de certidumbre... [2] , lo que le dará ese carácter fascinante, original, seductor, frente a los sofistas.

Sócrates no es un sofista, es un sabio, porque sabe no saber, parafraseando a Virginio Baio, un sabio en el amor, porque no se deja engañar por sus espejismos, porque descifra su misterio, su vacío central: que el amante no sabe lo que le falta y el amado no sabe lo que tiene, y que lo que le falta a uno no es lo que está escondido en el otro. Por consiguiente, Sócrates no consiente a la metáfora del amor que el bello, insolente e impúdico Alcibíades le exige, y por eso prefigura la función del analista.
Sócrates elige la muerte antes que desdecirse, antes que suplicar su absolución, y en la cima de su acto espeta a sus acusadores: yo mostré no con palabras sino con hechos que a mí la muerte, si no resulta un poco rudo decirlo, me importa un bledo, pero que, en cambio, me preocupa absolutamente no realizar nada injusto o impío. [3] Cuando ya reside entre-dos-muertes, dice de él Lacan: el hombre aspira a aniquilarse en ella para inscribirse en los términos del ser (...) pero la gotita que hay que tragarse es que el hombre aspira a destruirse allí donde se eterniza. [4]

No esperamos un destino trágico para el analista en nuestro mundo, aunque su atopía es palpable en muchos registros y su futuro es a todas luces incierto, pero su lugar de agente en el discurso analítico continúa teniendo al amor como condición de posibilidad, aunque lo que el discurso le reserve sea volverse un deshecho.

¿Y si el amor se extingue...?

Notas:
[1] Platón. Diálogos. Apología de Sócrates, ap.32.d. Pag.148. Biblioteca Clásica Gredos.
[2] J.Lacan. Seminario VIII La Transferencia, cap.VII, pag.122. Ed. Paidós.
[3] Platón. Op.cit. pag. 172.
[4] J. Lacan. Op.cit. pag.

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EL AMOR A LA PALABRA
Marta Maside

¿Se puede amar a la palabra? ¿Es esta una buena fórmula? Repasemos las consecuencias de su exceso y su defecto. ¿Dónde ubicar el nuevo amor?

La palabra trae consigo la identificación, la detención, la mortificación significante; si se la libidiniza demasiado. Las patologías mentales más frecuentes que se trataban cuando Freud realizó el descubrimiento del inconsciente así lo atestiguaron. El sentido se imponía y el goce estaba fuertemente reprimido. El superyó castigaba al cuerpo por su intención de gozar.

Pero la palabra también trae consigo la vehiculización del deseo, la posibilidad de separación y de invención, el saber inconsciente. ¿Cómo conjugamos todos estos elementos? En su justa medida, si ésta existe. Estos elementos por constitutivos parecen necesarios, imprescindibles más bien en la constitución lógica y subjetiva del ser humano.

El desuso de la palabra ha traído consigo la destrucción del amor. Amar a la palabra puede muy bien pues, para empezar, ser una buena fórmula. Una fórmula que nos traen los nuevos tiempos como una elección forzada: amar a la palabra con todas las consecuencias, sabiendo que es el recurso del que dispone el ser humano para permanecer humano. Y parece que es discurso analítico inventado por Lacan el que está en la mejor disposición de ayudar a desgranar lo útil de lo gozoso que convive en el lenguaje, para cada sujeto de una manera. Adela Fryd nos recordaba en su artículo “Niños amos” (Papers nº9) que el Ideal del yo ha de constituirse mediante la palabra, antes de ser desechado. De otro modo lo que se produce es un mal narcisismo, o tal vez un a-narcisismo inoperante, mal entendido. Estos niños crecen y se hacen independientes, al menos económicamente, y tarde o temprano gobiernan el mundo.

Amar de otra manera, amar como nos enseñó Lacan, supone pasar del padre sirviéndose de él. Supone ir más allá de la identificación que nos brinda el sentido, saber que ésta existe y que es necesaria, y saber cómo funciona pero sin caer en la trampa de su engaño. Saber de la vertiente gozosa y contingente que conforma lalangue. Si esto funciona para los analistas, como demuestran los AEs con sus testimonios, puede funcionar para cualquier sujeto cuya ética pase por consentir a ello y atravesar el horror al saber. Al menos, hay que poner el recurso al servicio de cualquier sujeto, para que pueda servirse de él si así lo desea. Hoy más que nunca, este es el deber del analista.

Estoy de acuerdo con nuestro colega Oscar Ventura cuando dice que quizá no se trata tanto de espantarse por la destrucción del amor como de seguirlo haciendo, uno por uno, encuentro por encuentro. No se trata de temer al fracaso en nuestra tarea, pues como nos lo avanzó el sabio Lacan, éste está ya asegurado. Se trata de no dejarse desanimar demasiado, pues la experiencia analítica nos enseña, tanto la propia como la de otros sujetos que están a nuestro cargo, que a veces funciona y a veces no.

Quiero traer aquí para acabar esta breve reseña los versos de una antigua canción del grupo Radio Futura:

...y es que el amor es una enfermedad,
que una vez contraída no se cura
y por más que uno quiera perdura
y se contagia con facilidad.

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Desmayarse
Lope de Vega

http://www.palabravirtual.com/index.php?ir=ver_voz1.php&wid=1244&p=Lope%20de%20Vega&t=Varios%20efectos%20del%20amor&o=Manuel%20Dicenta

Desmayarse,
atreverse, estar furioso,

áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.

Lope de Vega (1562-1635)
Cien poemas de amor de la lírica en lengua castellana,
Editorial Lumen, Barcelona 1987

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Edición de cartas de aLmor: Oscar Ventura. o.ventura@arrakis.es