BOLETÍN ON-LINE nº 23. II FORO: LO QUE LA EVALUACIÓN SILENCIA "Las Servidumbres Voluntarias". José R. Ubieto, José Luis Pardo, Irene Greiser, Rubén Panotto, Eugenio Castro.

Madrid, Sábado 11 de junio de 2011. Círculo de Bellas Artes

A-FORISMO
Paloma Blanco Díaz

Freud inventa el psicoanálisis para dirigirse a ese elemento que la interdicción no logra resolver. Para él, el psicoanálisis es el lugar distinto al superyó que puede ofrecérsele a la civilización frente a la pulsión.

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¡Buena lectura!

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¿POR QUÉ AMAMOS A NUESTROS LÍDERES?
José R. Ubieto
Desde LA VANGUARDIA, Tendencias / Domingo, 22 de mayo de 2011

El abuso de poder, por parte de los caudillos autoritarios, ha sido y es una constante en la historia de los pueblos. Lo que resulta más novedoso es la tendencia de algunos liderazgos, democráticamente legitimados, donde el abuso de poder alcanza incluso el ámbito sexual. En Europa, y en nuestro país, tenemos ejemplos muy conocidos y actuales de líderes imputados e incluso condenados por prácticas abusivas, sexuales o de corrupción económica y política. El rasgo común de estos líderes es el abuso, no el que tengan relaciones sexuales ilegitimas, pero consentidas mutuamente.

La paradoja es que estas prácticas en la mayoría de los casos, salvo los momentos puntuales donde aparecen denunciados, refuerzan su poder e incluso incrementan el apoyo de los ciudadanos. Muchos de ellos son conscientes de este hecho y se envalentonan y desafían a aquellos que les reprochan su actuación, a sabiendas que la publicidad de su abuso los hace más queridos por los suyos.

¿De qué pasta están hechos esos líderes que amamos? El escritor francés Étienne de La Boétie se refería en 1553 a las servidumbres voluntarias para describir el hecho de que “los tiranos cuanto más roban, más exigen, y cuanto más se arruinan y destruyen, más obtienen y más servidumbre obtienen”. Pero fue Freud en su “Psicología de las masas y análisis del yo” quien nos ofreció un análisis preciso de la función del amor al líder y la sumisión que comporta. Freud, al que no le faltaron ejemplos de dirigentes de su época, plantea dos características del líder: que dé la impresión de una fuerza considerable y que disponga de una gran libertad libidinosa. Un líder con esos atributos es amado por el pueblo porque permite a cada uno revestirse, en su servidumbre, de la fantasía de una omnipotencia “a la que no hubiese aspirado jamás”. Aquello que uno no puede conseguir –o que no sería capaz de realizar, aunque lo pensase- el líder lo efectúa por él.

Hoy vemos como algunos líderes actuales hacen de esa “libertad libidinosa” un rasgo personal destacado, sin pudor alguno. Su modo de satisfacción parece no regirse por los límites del humilde mortal y la exhibición de la opulencia y de cierta obscenidad es un dato básico de su estar en el mundo. Mostrar el lujo con el que viven los fortalece, a pesar de los “escándalos mediáticos”.

Freud percibió y adelantó algo que hoy es más verdad que nunca. Un líder capaz de hacer de la mediocridad, la vulgaridad e incluso el abuso, un estilo de mando, tiene asegurada la servidumbre de muchos ya que consigue que la realidad vital de esos sujetos, cercana a esa mediocridad, se eleve a un estatus de ideal de vida. Cuando el robo, la violencia, el desprecio por el otro, el abuso sexual, pasiones no ajenas a lo humano, devienen atributos de un líder, adquieren por ello una legitimación popular y aumentan considerablemente el carisma del jefe. Su estilo legitima las pasiones de sus seguidores aunque éstos no se atrevan a llevarlas a cabo.

De allí que la pasta de estos lideres no sea nada especial ni de un valor extraordinario. Basta que se trate de un personaje con una elevada sobreestimación de sí mismo, dispuesto a mostrar sus excesos, su consumo ilimitado, el impudor de su satisfacción. De esta manera obtienen la estima de aquellos que querrían parecérsele, salir de su miseria neurótica y gozar como él, sin culpa ni obstáculo alguno.

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NO ME HABLES DE OXFORD
José Luis Pardo
Desde Tribuna El País 01/05/2011

Por si fuera necesario, confieso de entrada mi admiración por universidades como las de Harvard, Yale, Cambridge, Oxford, Berkeley, París y otras, y añado que no solamente no tengo (ni he conocido a nadie que tenga) reparo alguno en que las universidades españolas se parezcan a las de esa lista, sino que estaría encantado de que así fuera, como también me gustaría que España se pareciera en muchos otros indicadores a los países en donde residen esas instituciones.

Sin embargo, y por desgracia, a pesar de que el logro de este parecido fue una de las coartadas para su implantación, no tengo (ni he conocido a nadie que tenga) la impresión de que eso vaya a ocurrir con el Plan Bolonia -quien quiera darse un paseo por las universidades recién reformadas podrá ver que sus campus, incluso los nombrados "excelentes", siguen sin tener aún una atmósfera oxoniense, y que incluso son un poquito más cutres que antes y más parecidos a los patios de recreo de la ESO-; tampoco me parece que vaya a ser este el resultado de la aplicación de la burocracia delirante de las Agencias de Evaluación y del fascinante Estatuto del Profesorado que permitirá llegar a catedrático a base de ocupar puestos de gestión y con un cero en investigación (véase La universidad que viene: profesores por puntos, tribuna de J. A. de Azcárraga, en EL PAÍS del 3-3-2011). Finalmente, descreo también de que se vaya a alcanzar este objetivo practicando lo que el profesor José Montserrat, en una carta al director, llamaba acertadamente el "nacionalismo científico" defendido en estas mismas páginas por los profesores Ortín y Álvarez (No hay ciencia sin competición, EL PAÍS del 12-3-2011) y por todos los que nos marean con los famosos rankings de las mejores universidades del mundo.

Y no es que yo niegue la validez de estas clasificaciones: eso sería por mi parte tan estúpido como dudar de la eficacia del rating de la deuda por parte de las agencias de calificación del riesgo financiero, cuando veo la eficacia con la que disminuyen mi salario todos los meses. Pero así como los más de 3.000 firmantes del Manifiesto de economistas aterrados (Pasos Perdidos, Madrid, 2011) tienen dudas de que los mercados sean los mejores jueces de la solvencia de los Estados, yo también albergo algunas sobre la imparcialidad de esas clasificaciones, que guardan con la excelencia científica una relación parecida a la de la lista de Los 40 Principales con la calidad musical: nos dicen qué es lo que más se vende (y, en ese sentido, lo más competitivo), pero no siempre lo más vendido es lo mejor -espero que se me dispense de tener que argumentar exhaustivamente esta afirmación, acerca de la cual puede consultarse el instructivo Adiós a la Universidad, de Jordi Llovet (Galaxia Gutenberg, 2011).

Si nos llenan de admiración nombres como los de Oxford y Cambridge no es solo ni principalmente porque aparezcan en los primeros puestos de un hit parade del mercado del conocimiento que se publica desde hace cuatro días. Como señalaba Juan Rojo, para conocer la calidad de una universidad "no hace falta ningún formulario, ni el seguimiento del número de tutorías, ni el control del número de alumnos por clase. Ni siquiera hace falta usar la palabra Bolonia. Basta con atenerse a su prestigio científico reconocido". (El segundo principio de la termodinámica, EL PAÍS del 31-3-2011). Esa superioridad se debe, entre otras cosas, a la tradición que ha convertido a esas instituciones en lo que algunos llaman despectivamente "mausoleos de sabiduría", tradición que no hace reposar la excelencia solamente en llegar el primero a la meta (que no es precisamente el origen de la noción de "excelencia" que tan orgullosamente manejan hoy los partidarios del Espíritu Deportivo), sino ante todo en la autonomía del saber científico con respecto a los poderes económicos y políticos que siempre han tenido la tentación de controlar el conocimiento y de ponerlo a su servicio, siendo su independencia uno de los signos distintivos de las universidades desde que la ciencia se separó de la magia y de la teología.

Y este es uno de los motivos por los que me parecen preocupantes la confianza en la autorregulación del mercado del conocimiento mediante la libre competición -una creencia sobre la cual la actual situación económica mundial podría arrojar al menos algunas dudas- y la pretensión de sustituir las viejas universidades por nuevos "centros de producción de conocimiento". Pues, como señala acertadamente Simon Head en su comentario del último enero a El capitalismo académico y la nueva economía (Johns Hopkins U.P., 2011) en la revista de libros de The New York Times, lo que amenaza la calidad y la libertad académica de las universidades (incluidas Oxford y Cambridge) son los procedimientos de evaluación que hacen depender su continuidad y su sostenibilidad de parámetros fijados en términos extracientíficos, concretamente de la rentabilidad en la producción de conocimientos que tanto defienden los patrocinadores de los rankings universitarios, porque en este caso se corre el peligro de que -solo es un ejemplo- sean las empresas farmacéuticas las que decidan la orientación de la investigación en química orgánica o las Consejerías de las comunidades autónomas quienes determinen la dirección de los estudios de filología clásica. Por supuesto que puede uno defender, incluso por motivos patrióticos, ese modelo de producción competitiva para el mercado del conocimiento, pero quien lo haga debe admitir claramente que comporta la destrucción de las universidades ilustradas modernas tal y como las conocemos desde el siglo XVIII, del mismo modo que algunos dicen -basándose en clasificaciones completamente objetivas con respecto a la pujanza de los llamados "países emergentes"- que la democracia resulta poco competitiva en una economía globalizada.

En cuanto a las observaciones de psicología profunda y antropología fundamental sobre la esencia competitiva de la naturaleza humana con las que a veces se sazona esta polémica, su carácter puramente ideológico y vacío resalta claramente en el contraste entre la grandilocuencia de su retórica y la pobreza y confusión de sus argumentos (no se puede defender a la vez el carácter cooperativo y competitivo de la ciencia). Lejos de mí, en cualquier caso, la intención de minimizar el alcance del afán de gloria a lo largo de la historia de la humanidad: nunca faltaron guerras para atestiguar su inequívoca importancia. Pero si, a pesar de nuestros inveterados instintos bélico-deportivos, admitimos que no todo vale para ganar -pues el asesinato, la extorsión, el chantaje y la violencia son altamente competitivos y sin embargo los castigamos-, es que aceptamos que hay algo más importante que la competición misma, algo que es de otro orden que ella y a lo que ella debe someterse y que ha de limitarla, algo que los clásicos llamaban verdad, justicia y belleza (tres marías que, ay, tampoco van a salir en los rankings de la producción de conocimientos), algo que seguramente sigue pesando en el hecho de que, fueran cuales fueran los resortes psíquicos de los hombres que hicieron los descubrimientos correspondientes, todavía nos da un poquito de vergüenza decir que el teorema de Pitágoras, la ley de caída de los graves de Galileo o la teoría de la relatividad especial nos parecen admirables porque son muy competitivos.

Y es que la competitividad no deja de ser una relación entre los hombres. La ciencia, por el contrario, es primariamente una relación con las cosas que, por ser irreductible a las rivalidades humanas, puede a veces servir para hacer una paz digna entre mortales. Pero cuando la verdad acerca de las cosas se subordina a las ambiciones y rivalidades de los hombres, aunque ello suponga éxitos económicos o políticos a corto plazo, puede suceder que los puentes elevados bajo ese principio se derrumben al primer vendaval o que los edificios erigidos sobre esa base se vengan abajo dejando a la intemperie a sus habitantes, a pesar de haber ocupado en las clasificaciones mundiales un puesto tan glorioso como el de Lehman Brothers unos días antes de su quiebra, porque la naturaleza acaba sancionando -a menudo de forma poco diplomática- la miopía, la irresponsabilidad y la incompetencia de ese punto de vista tan deportivo.

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SER NOMBRADOS POR EL MANUAL, “SINDROME DE ALIENACIÓN PARENTAL”
Irene Greiser

Jean Claude Milner ubica a esta época no como la de vigilar y castigar sino como la de vigilar y controlar, y denuncia que la ideología de la evaluación en nombre del bien público se introduce en la salud mental con criterios de normatividad. Así se convierte en consigna política.

Si la ideología de la evaluación comienza con el papel del perito, haciéndose portavoz del sujeto reducido a su informe, hoy en día se ha sofisticado y ya ni es necesaria la voz del perito, porque el manual cumple ese papel.

Foucault, en su curso de 1975 “Los anormales” sitúa el giro que se produce en la psiquiatría cuando se separa de la cura para situarse en el plano de la higiene pública. A la clínica médica siempre le preocupó la salud de un paciente, no el universal de la higiene pública. Con el giro hacia la higiene se produce a su vez una redistribución de intereses: el médico deja de interesarse por el padecimiento del enfermo para interesarse en su peligrosidad. La figura del psiquiatra entra al servicio del control.

Si en un principio el poder del perito era otorgado para delimitar el terreno de la locura y el crimen, en la actualidad la alineación resulta ser un crimen: me refiero al síndrome de alienación parental.

Hay no sólo una diferencia diagnóstica entre síntoma y síndrome sino fundamentalmente una diferencia de orden ético: una que va de la mano de la psicología orientada por un delirio normativo que llevará a corregir el trastorno y otra es la ética del psicoanálisis que se orienta por el sujeto y lo preserva con su síntoma. Una, solidaria del bien público, y otra, de la singularidad del sujeto. Ese “sujeto supuesto salud”, conlleva a reducir a los sujetos al estatuto de cosas y hacer creer que se gobiernan solas. Eso es lo más cretino de las burocracias sanitarias, se sellan papeles, autorizados en un manual.

El síndrome de Sap (Síndrome de alineación parental) es una entidad nominalista que puja por ser incluida en el próximo DSM. Bajo una serie de conductas patrones se tipifica este síndrome como trastorno, aludiendo a la alineación sufrida por un niño por parte de uno de sus progenitores en contra del otro. Esto es considerado como síndrome de Sap.

No se trata tan sólo de la patologización de la conducta, sino del paso siguiente, que es su judicialización. Porque en sí mismo el código penal no cuenta con ley alguna que prohíba al sujeto estar alienado, ser agresivo o vulnerable.
El sap se inscribe como la respuesta sintomática de las mismas burocracias sanitarias y es otro de los nombres del delirio de normalidad.

Es un nominalismo que se inserta como modo de regulación del exceso que las mismas burocracias de la salud mental han generado con el empuje a la denuncia de los derechos avasallados del niño maltratado, abusado, vulnerado, etc. El niño entró a formar parte de la epidemia de juicios: denunciar a los padres, maestros, buscar al culpable cuando nadie se hace responsable. El niño que era víctima de abuso ahora entró en el banquillo del acusado, acusado de alienado.

Para el psicoanálisis no hay sujeto sin síntoma y el síntoma, no es un déficit ni un trastorno a corregir sino el modo particular que cada sujeto tiene de gozar del inconciente, y la alineación es de estructura. Es justamente ese “tú eres” que le viene del Otro aquello que le permite establecer un lazo.

Dos operaciones dan cuenta de las relaciones entre el sujeto y el Otro: una es la alineación y otra es la separación. El primer Otro encarnado en las figuras parentales nombra al sujeto con un tú eres. Ese tú eres niño bueno, tú eres mi compañera, tú eres mi salvador, responde al modo singular en que cada sujeto queda alienado al campo del Otro, y da cuenta de una servidumbre voluntaria a ese Otro que marca una singularidad que escapa a cualquier manual.

El orden de la ley y el orden de hierro
¡Algo ha cambiado!… En la época de Freud, Dora denuncia a su padre por tener una amante pero esa denuncia no se la hace a un juez sino a Freud. Juanito también protesta por el declive de la autoridad de su padre y le pide que se enfade si duerme con su madre. Por supuesto que Juanito también estaba alienado al deseo materno y por eso mismo hace una fobia. Pero ningunos de estos síntomas eran llevados a los juzgados. Otra es la situación actual. El nuevo orden simbólico queda a discreción ya no de los jueces sino de un orden burocrático que penaliza a los ninos alienados. El orden simbólico regulado por un padre cuyo deseo no es anónimo, hoy es sustituido por un nuevo orden burocrático del manual: ni la ley del padre, ni la ley jurídica. El régimen del no que la ley introduce está en declive, en ese mismo lugar se inserta el orden del manual o al arreglo entre las partes.

El ordenamiento del goce subsidiario de la triangularidad edípica cada vez esta siendo más ocupado por el Estado. La invención de dispositivos por parte del Estado para regular los desbordes pulsionales da cuenta del impasse ético. Los Comités de ética, mediaciones y evaluaciones periciales responden a este nuevo ordenamiento que suplen al reino del Uno.

El síndrome de Sap forma parte de ese nuevo nominalismo, asumido por lo social. Se trata de una modalidad burocrática subyacente al discurso universitario. La tiranía del saber de los manuales tambien son nuevos simbólicos, pero ese simbólico no representa a un sujeto, sino que produce su forclusión. Hay una relacion entre causa y consentimiento: la causa viene del otro pero el consentimiento es del sujeto, porque el sujeto niño también puede rechazar lo que le viene del otro.

La ley del padre universaliza para todos la misma solución. Pero ese orden sujetaba el deseo a una ley. El régimen de la ley no es el de la norma, ni el del acuerdo entre las partes. Si bien es cierto que la autoridad del padre está en declive, ¿es acaso una solución que se homogenice la posición de los hijos con los padres? Los hijos pueden recurrir al juez, se pide y se busca responsables por todas partes. Lacan denominó a esto la era del niño generalizado.

El régimen de la alienación del tú eres declina conjuntamente con el orden del discurso amo, y ese tú eres es sustituido por otro ordenamiento que es de hierro, porque no anuda al sujeto a ley del campo del Otro. Bajo el supuesto de normalidad regido por la tiranía del manual se sustituye el tú eres.

En el seminario 21 clase del 19 marzo Lacan introduce la función del ser nombrado para, aludiendo a una función que asume lo social en el lugar de la función del padre. Aclarando también que es el signo de una degeneración catastrófica. Resulta interesante destacar el carácter de esa sustitución: lo sustituido no es un subrogado paterno, sino que es la función misma del padre la sustituida por otra función que asume lo social que Lacan denomina “Nombrar para”. “Si lo que se sustituye es un elemento pero se conserva la función, también se conserva un orden, pero al sustituirse una función por otra hay una alteración en el orden. Al nombre del padre se le sustituye otra función, con un orden que sustituye al nombre del padre en su función de lazo”.

Querer sustituir esa servidumbre voluntaria constitutiva del sujeto por el ser nombrado por un manual es uno de los signos de degeneración catastrófica vaticinado por Lacan. El S1 que representa al sujeto lo hace para un S2, esa es la estructura constitutiva y alienante. El saber que se produce en un análisis se obtiene por el amor de transferencia .

Tú eres un Sap, tú eres violento no es un significante que anude al sujeto al Otro.
Ese tú eres le es dado por un manual de hierro y el DSM, es uno de los nombres de ese orden de hierro.

Bibliografía
J.A.Miller y E. Laurent “El Otro que no existe y sus Comites de Etica” . Ed Paidos
J. A Miller y J. C. Milner “Desea ud ser evaluado”. Ed. Miguel Gomez Ediciones
J.C.Milner La política de las cosas” . Ed
E. Laurent “El delirio de normalidad”
J. C. Indart Cursos dictados en la Eol
Irene Greiser “Delito y trasgresión “, un abordaje de la relación del sujeto con la ley”
Foro Madrid “Servidumbres Voluntarias”.

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AMARRADOS TECNOLÓGICAMENTE
Rubén Panotto
(Desde “El Litoral”, 29 de mayo de 2011. A sugerencia de Belkys Josefins Bracesco, Santa Fe, Argentina)

Quien tiene BlackBerry tiene Twitter. El primero es una computadora de bolsillo y el twitter una herramienta que permite emitir mensajes de acceso público. Cualquiera puede acceder y hacer seguimientos en forma anónima. Lamentablemente la aplicación más generalizada y siniestra la están llevando a cabo los funcionarios públicos y personajes muy conocidos, para defenestrar -a veces con lenguaje vulgar y grosero- a propios y extraños tan sólo con fines políticos y mezquinos, exponiéndose sin reservas a que las nuevas generaciones imiten sus bastardos procedimientos. Es apropiado mencionar también el uso atávico de celulares, como ese nuevo adminículo que llamamos blackberry. He recibido información sobre el significado de ese término, lo que transmito por considerarlo pedagógico: en Estados Unidos a los esclavos nuevos se les sujetaba una bola negra de hierro muy irregular con una cadena amarrada al pie para que no escaparan de los campos de algodón. Sus amos llamaban blackberry a esa bola que se asemejaba al fruto denominado mora. Ése era el símbolo antiguo de la esclavitud, que suponía que el sujeto estaba forzado a permanecer en esos campos sin poder escapar de su trabajo. En estos tiempos, a los empleados no les amarran una bola de hierro, en cambio -dice tal informe- se les otorga un blackberry para quedar inalámbricamente amarrados a su trabajo todo el tiempo. Así, cada uno de ellos no tiene manera de decir que no le llegó o no escuchó una llamada, porque ese chismoso aparatito avisa si abrió sus correos, marca citas y horarios, se apaga y enciende solo, mientras su familia e hijos le reclaman por falta de atención. En la actualidad, millones de personas están atadas a ese sistema virtual de esclavitud. Claro está -y cabe la salvedad- que bien utilizado es una herramienta idónea, casi maravillosa, para sobrellevar los altos decibeles de actividad del siglo XXI.

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Bibliografía razonada
SUMISIONES VOLUNTARIAS, de Gabriel Albiac. Edit. Tecnos.
Eugenio Castro

El filósofo G. Albiac, el de “La sinagoga vacía”, ha finalizado su docencia universitaria en 2010. Este libro recoge las Lecciones de Filosofía de la Historia del curso 2005. Recorre bajo en título “Sumisiones voluntarias” las servidumbres que van desde Maquiavelo- Guicciardini, La Boetie-Montaigne, Pascal, Spinoza.

Todos estos sabios del poder político son para Albiac “la invención del sujeto político”.

1.- En Maquiavelo y Guicciardini cómo mantener el poder del Estado forzando a que los sujetos se sujeten bien a él, que la virtud se considere en su etimología: La fuerza. Es el arte de forzar la sumisión voluntaria de lo que hoy llamamos ciudadanos. Monarquía fuerte o República fuerte tanto da, pero no un híbrido de ambas que no funcionará.

Para establecer ese Estado las guerras ayudan porque son el orígen de la unidad del Estado. Una invención regulada de un enemigo ayuda a esta unidad. Esto leyó Carl Schmitt en Maquiavelo el padre de la teoría política moderna.

2.- El siguiente autor La Boetíe, trata de cómo liberarse de las servidumbres simplemente dejando de sostener a los ” Maestramos”, ir contra Uno. “El poder que el gobernante ejerce sobre los gobernados no es otra cosa que el poder que los gobernados ejercen contra sí mismos”(Albiac). Como el poder del gobernante no reposa sino por la cesión que el ciudadano efectúa en él, la pregunta por qué el sujeto inventa un Maestramo para arruinar su vida. Si los ciudadanos dejaran de soportar al Maestramo éste dejaría de ser amo. Los ciudadanos son la peana que sostiene la estatua de Maestramo, basta que decidan dejar de ser peanas para que el Maestramo se hunda. Lo estamos viendo en África de Norte estos meses. El problema que su caída a veces no es tan románticamente pacífica y hace falta una guerra. Libia no está siendo Túnez o Egipto. La pregunta para nosotros incide sobre el por qué los sujetos prefieren sufrir pudiendo decir no. Lo escuchamos todos los días en los divanes, no tenemos más que escucharnos a nosotros mismos en ese mismo diván porque hay síntomas para todos los gustos y consentir la servidumbre es uno de ellos.

3.- Paso por encima de Pascal porque el tiempo apremia.

4.- Quiero darme de bruces con Spinoza, el judío de orígen bugarlés pues que su familia procede de Espinosa de los Monteros de donde escapó a Portugal y después a Amsterdam huyendo de una servidumbre insoportable. Lo que anota Albiac es como su Tratado Político no es sino la puesta en práctica de su Ética en donde el deseo es la fuerza para hacer algo y persistir en su ser de deseo. Aunque el sujeto trata de imponer el deseo singular a los otros a quienes queremos hacer a nuestra imagen, puede obtener más libertad en su asociación a otros deseantes en un Estado que si es democrático estará basado en la libertad de opinión, en la acción colectiva y orientado a la superación de la servidumbre y una paz positiva. No cualquier paz pues que los ciudadanos estarán armados. No una paz que sea sólo ausencia de guerra por temor ni una paz de ciudadanos apáticos gobernados como borregos que sería una servidumbre consentida.