BIBLIOGRAFIA RAZONADA (2) X JORNADAS ELP. Comisión Referencias Bibliográficas: Julio González, Gracia Viscasillas, Luis Seguí

MADRID
20 Y 21 DE NOVIEMBRE DE 2010
Círculo de Bellas Artes Sala de las Columnas

NUEVAS MODALIDADES DE LA PATERNIDAD. Jacques-Alain Miller: “De la naturaleza de los semblantes”. Ed. Paidós, 2002, Buenos Aires, por Antonio García Cenador

La ciencia ha hecho posible nuevas formas de reproducción (todas las variantes de la reproducción asistida y la clonación en el horizonte) que ponen de manifiesto la disyunción entre la paternidad y el genitor. Esto permite percibir (por si no estaba claro) que la paternidad es siempre de adopción. Depende de un decir. Se trata del padre simbólico instalado en la cultura y que permite al niño encontrar el significante NP en el discurso de la madre.

En este sentido el padre es un semblante como señala Jacques-Alain Miller en la pág. 58.

Miller hace un comentario sobre el Seminario “Los nombres del padre”. Este seminario anulado ha dejado sus marcas, sus huellas en la enseñanza posterior de Lacan.

Lo que se desprende de este título: “Los nombres del padre”, es que hay otros nombres del padre. Se trata de la pluralización, de la relativización. No es el NP absoluto, es uno entre otros.

¿Dónde encontramos las huellas del Seminario inexistente?

Pondré dos ejemplos:

1.- En el Seminario XVII leemos: “El significante amo no sólo induce sino que determina la castración”. En este sentido todos los significantes equivalen entre sí, ya que cualquiera de ellos puede venir a ocupar la función del significante amo en su función de representar al sujeto para otros significantes.

Miller lo expresa así: “En el Seminario XVII Lacan nos presenta la logificación del NP que reconocemos en el S1, heredero del NP y de los Nombres del Padre, pero como una función lógica, sin nada de lo mítico” (Jacques-Alain Miller: “Conferencias porteñas, 2”, pág. 94).

2.- En RSI Lacan se pregunta: “¿Es indispensable esa función suplementaria del padre?” (función de anudamiento de los tres registros). Y responde: “Podría ser forjada” (Clase del ll/02/75).

Se puede afirmar que la función NP(x) puede ser sostenida por diversos enunciados.

¿Qué función?

“Metaforizar el deseo de la madre DM. Deseo con D, que no es el deseo del Seminario V correlativo a la demanda. Aquí se trata del deseo de la madre como mujer, correlativo no a la falta en ser sino a la falta de un objeto” (Jacques-Alain Miller: “Conferencias porteñas, 2”, pág. 2l6).

Función, por tanto, de metaforizar el goce.

Según esta lógica, la pregunta clínica es esta: ¿Qué desempeña el papel del Nombre del Padre?

Sabemos que Lacan llega a los Nombres del Padre a partir de la psicosis, que Jacques-Alain Miller define como “el fracaso del semblante” (pág. 38).

Como ya hemos visto, Lacan concluye en el Seminario XXIII que los sujetos de estructura psicótica pueden construir, inventar otros semblantes que sustituyan la función NP.

Como señala Miller (pág. 72), “el semblante no es vana ilusión, sino que, si me permiten, opera (opère) (au-père)”.

Así, en la época del desmantelamiento de los semblantes de la virilidad, de la disociación entre padre y masculinidad, padre y autoridad, encontramos sujetos que inventan y construyen trabajosamente y con rigor, un semblante de padre que se puede definir como el empeño en hacer padre.

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EL HOMBRE AVATAR, por Mario Izcovich

Un joven me cuenta en su sesión: “(...) para poder hablar con una chica en la discoteca, antes necesito beberme 3 cubatas, si no, me es imposible”.

Otro hombre encuentra en el ritual de aparcar en la calle su coche, dando vueltas y vueltas antes de volver a casa luego de una larga jornada, la forma perfecta para evitar a su mujer.

Otro paciente, luego de vivir varios años en pareja, se queja de que su mujer quiere tener un hijo con él y que aún no está preparado.

Otro hombre, le dice a su mujer que él no puede ganar más dinero y que cuando tengan un hijo él se ocupará de su cuidado y ella trabajará, ya que está más preparada.

Estos son tan sólo algunos de los ejemplos salidos de la consulta del analista y podríamos enumerar muchos más, que nos llevan a preguntarnos si es igual el hombre de hoy en día, en esta sociedad hipermoderna y líquida, que el hombre de hace 20 años.

Constatamos que en la actualidad, ante el empuje de cierto tipo de mujer, la FAP (femme à pastiche) (1), según la expresión de Jacques-Alain Miller, el hombre busca protegerse. Tal cual lo señala Jacques-Alain Miller: “... El semblante del lado del hombre consiste en proteger el tener...” (2).

Las mujeres se quejan de la falta de compromiso por parte de los hombres. La falta de compromiso, evidentemente no es una categoría clínica, sin embargo lo que hay detrás en esta posición masculina, son estrategias muy variadas y muchas veces obsesivas, para evitar la angustia que puede emerger, tal como lo señala Lacan (3), en la medida que la mujer quiere el goce del hombre. Por tanto no hay deseo realizable que no implique la castración.

En esta línea, Jacques-Alain Miller (4) señala que lo que hace ser hombre y mujer siguiendo la tesis de Lacan en La significación del falo es la relación con la castración, es decir, con el lenguaje y no con la relación sexual.

Podríamos pensar tomando significantes de nuestra época que el hombre de hoy en día, de este principio de siglo, persigue hacer existir la relación sexual sin la presencia de La mujer y de esta forma ciertamente negar así la castración.

La ciencia en su relación con el capital viene a su auxilio. Lo vemos con el uso extendido del Viagra o fármacos similares. Leemos en la prensa estos días acerca de la existencia de una red de prostitución masculina cuya producción era sostenida a través de la ingesta de Viagra y de drogas.

En efecto, si se sigue en esa dirección, vemos cómo se hace necesario el uso de un artificio, que puede ser químico o tecnológico. Artificio que se manifiesta en un semblante de esta época: el Avatar.

Se trata por un lado de una representación, una imagen que representa podríamos decir a un sujeto en la red. Un semblante del sujeto. Esto se ve en videojuegos como, por ejemplo, Los Sims o en los videojuegos en los que el jugador tiene que crear una figura que lo represente usando ciertos rasgos propios.

Por otro lado, la función del Avatar la vemos de otra forma, a través de la película del mismo nombre.

El Avatar sería un artificio que pone en cuestión la castración, más bien que la niega, en cierta forma podemos decir que sería la solución a los dolores de cabeza masculinos. Funciona como una pantalla que se separa de su cuerpo. En esta película, el Avatar es pura potencia. Es el cuerpo artificial que todo lo puede en el que se mete el personaje protagonista de la película, llamado Jake Sully, un marine tetrapléjico que casi nada puede y por tanto se presta al experimento.

El artificio, sea el Avatar o una sustancia química le hace al sujeto ser otro para sí mismo y así le evita comprometer su subjetividad.

No es la única película en la actualidad en la que el cuerpo queda separado y de esta forma se evita la castración utilizando diferentes engaños. Se ve claramente también en Origen, en la que se viven sueños que no se sueñan y en otra un poco menos reciente llamada Los Sustitutos, en el que los seres humanos tienen dobles que viven su vida de la forma más feliz, mientras ellos quedan recluidos en una caja.

El futuro no es tan lejano. Precisamente el objetivo de la ciencia será el de evitar la falta, hacer existir la proporción sexual y para eso creará los artificios necesarios.

Notas
(1) De la naturaleza de los semblantes. Jacques-Alain Miller, Ed. Paidós.
(2) De la naturaleza de los semblantes (pág. 140), Jacques-Alain Miller, Ed. Paidós.
(3) Seminario de La angustia (pág. 196). J. Lacan, Ed. Paidós.
(4) De la naturaleza de los semblantes (pág. 292). Jacques-Alain Miller. Ed. Paidós.

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DE HOMBRES Y SEMBLANTES. Jacques-Alain Miller “De mujeres y semblantes II”. Conferencia pronunciada en Buenos Aires, el 10 de marzo de 1992*, por Patricia Heffes

“...¿dónde están los hombres? Podría ser que fuesen ellos quienes están más cautivados por los semblantes que las mujeres? Esta, que podría considerarse una pregunta provocadora, se convierte -no dejando de serlo- en unos apuntes notables acerca de los avatares de la masculinidad.

La pregunta por el lugar puede suponer que no se los encuentra en el sitio esperable o bien, y muy radicalmente, que no se los encuentra. Nos inclinaremos por la primera proposición, entendiendo que en estas épocas algo ha variado en su posición.

El hombre “lacaniano”, es el que ha hallado Jacques-Alain Miller en su recorrido por la enseñanza de Jacques Lacan. Atraviesa los escritos y los seminarios. Está allí, buscando qué hacer con el “tener”. Eso le molesta. El que tiene puede perder y esto es lo que lo que lo condena a la cautela. Él tiene miedo de perder; entonces, “se cuida” resguardando su pequeño tener e través de los semblantes. Múltiples resonancias actuales, el siglo XXI llegó acompañado de este hombre “lacaniano”.

El hombre “lacaniano” hace uso de semblantes; sin embargo, hay que distinguirlos de los semblantes propiamente femeninos, aquellos que sirven de máscara a la falta. Los semblantes sirven al hombre para proteger su tener. ¿Cómo explicar esta diferencia? Miller recurre a la subjetivación del órgano genital y en esta ocasión lo nombra “El tengo”.

El hombre “lacaniano” cuida “el tengo”, lo oculta, lo escamotea... y al final, es como si no lo tuviese. Paradoja del tener: para no perder lo que tiene, hace como si no lo tuviese y por lo tanto no goza de las consecuencias de tener. Superioridad de propietario y cobardía de temeroso. Todo lo contrario de lo ilimitado del goce femenino. Para no perder, conviene no arriesgar; hasta el punto de protegerse, a veces, con la impotencia. La masturbación ocupa en esta lógica un lugar de refugio: un goce para sí mismo. Clara consideración que nos remite a la cuestión del fantasma en el hombre.

La orientación de Lacan, a propósito del fantasma, enseña que en el deseo masculino los objetos están incluidos en el paréntesis que define la función F ; haciendo operar al objeto a como objeto parcial, pulsional $ losange F(a). La fórmula del fantasma masculino escribe precisamente esa relación del sujeto con los semblantes, falicizados. En la actualidad, disponemos de numerosas variantes de esa relación, representadas en los productos de la cultura a través de la publicidad, el marketing, los objetos de consumo, etc... Privilegiar al objeto más que a la persona es un modo de decir el fetichismo. Casi podríamos afirmar que uno de los efectos de la sociedad contemporánea sobre el sujeto es hacer prescindir de los velos en el encuentro con el objeto, lo que da -en el caso del hombre- una fórmula más concentrada en la que la función F queda aún más subrayada.

En la conferencia de la que se trata, Miller afirma que “hay una muy especial pregnancia del fantasma en la sexuación del hombre; a veces, lejos de que el fantasma permita un atravesamiento del lado del deseo masculino, se observa, al contrario, como una compresión del mismo”. Se refiere a los resultados posibles de la experiencia analítica cuando el atravesamiento del fantasma produce la emergencia del significante del goce al desnudo. Cuando han sido reducidos los semblantes hay uno que queda haciendo de pantalla al A (tachado) -dice Miller-; la función fálica por lo tanto, permanece.

La conferencia culmina con unas valiosas consideraciones sobre los finales de análisis, estableciendo las diferencias para los hombres y las mujeres: “el final (para los hombres) tiene que ver efectivamente con reconocer el falo como semblante, que es semblante (...). Sin duda, una clara indicación clínica.

* J.-A. Miller, “De mujeres y semblantes II”, en De mujeres y semblantes, Cuadernos del Pasador Nº l, Buenos Aires, 1993.

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LA FEMINIZACIÓN LÓGICA DEL HOMBRE CONTEMPORÁNEO, por Margarita Álvarez

En uno de los textos de la bibliografía de estas Jornadas, el informe de la EBP titulado “Síntomas contemporáneos en lo masculino” (1), los autores parten de la observación de que cada vez son más los que desayunan solos y, se preguntan, “si el anhelo de soledad del hombre llamado moderno no será un síntoma contemporáneo de la condición masculina”. En ese punto, hacen referencia a la ética del célibe, expresión que Lacan introduce en “Televisión” (2) y que, según consideran, “caracteriza el modo de goce solitario del hombre moderno”. Me propongo seguidamente explorar un poco esta referencia para interrogar después esta última frase.

El Uno y el Otro
El término “célibe” hace referencia a la relación con el Otro. “Célibe” quiere decir “no casado”, e implícitamente “libre” o “suelto”, significaciones que el Diccionario de la RAE nos da explícitamente, en segundo término, para su homónimo “soltero”.
Alguien dijo con humor que el soltero es alguien que no sabe con quién está casado. Si leemos esta frase con la teoría de las parejas de Miller (3), entendemos que, al nivel del goce, el sujeto del inconsciente nunca está solo, siempre está, mejor o peor, sólidamente “casado” con su modalidad de goce. Al nivel del sexo, dice Lacan, hay falla (4): tenemos el Uno y el Otro, pero esto no hace dos. En el inconsciente sólo encontramos el Uno fálico, que inscribe el sexo masculino, pero no encontramos ninguna representación del Otro sexo. La Mujer es siempre heteros, inaccesible. Hay disyunción entre el Uno y el Otro.

Al nivel sexual, no hay relación significante, la relación pasa por el goce. La relación sexual, al nivel de la pareja, implica que el Otro se convierta en síntoma del sujeto, un medio de su goce, es decir, un medio de goce del propio cuerpo (5).
Así, si miramos el cuadro donde Lacan reparte las fórmulas de la sexuación que nos da las posiciones subjetivas frente al goce, femenina y masculina, vemos cómo en la segunda, donde el goce es solo, y todo fálico, es goce de órgano cerrado al Otro, el sujeto puede franquear la línea divisoria entre ambas posiciones y situar a una mujer como causa de su deseo. Del lado macho de las fórmulas, el único acceso posible del sujeto a su partenaire sexual, que es el Otro, es a. Pero como señala Lacan, el hombre no goza del cuerpo del Otro sino de su órgano (6).

La ética del célibe
En “Televisión”, Lacan define al célibe como aquel que se toma al pie de la letra la inexistencia de la relación sexual con el Otro (7). La solución del célibe a la cuestión de la no relación sexual sería evitar el encuentro con el Otro. El célibe se consagra al Uno fálico. En este sentido, la posición del célibe sería homosexual, tal como define este último término Lacan en “L´étourdit”, remarcando en francés el “homo” con dos “m” para poner de relieve que no se trata tan solo de la partícula de igualdad, sino de “hombre”. “El héteros –señala- erige al hombre en su estatuto de homosexual”(8).

En tanto solo hay inscripción del sexo a través del Uno fálico, Miller señala que el inconsciente es homosexual (9). Esto es algo estructural. Pero lo que define al célibe no es esta cuestión de estructura sino una posición, una opción de goce definida por su consagración al Uno fálico. Y, como toda opción de goce conlleva una ética.

Cuando se refiere a ella, Lacan la ejemplifica en Kant. No se trata sóo de que Kant permaneciera soltero toda su vida ni de que, según se dice, no tuviera relaciones sexuales con ninguna mujer. Se trata de que la máxima kantiana impone la renuncia a todo deseo particular. Como anota Miller en el margen del escrito, “sólo se pregunta ‘¿qué debo hacer?’ quien ha extinguido su deseo” (10).

Seguidamente, Lacan afirma que una ética del célibe es también la que encarnó, más cerca suyo, el escritor Henri Montherlant -autor entre otras muchas obras de “les célibataires” (l934)-, cuyo ejemplo, dice, “estructuró Lévi-Strauss en su discurso de recepción a la Academia Francesa” (11).

En relación a este discurso, que tuvo lugar en l974, sólo señalar que en el homenaje que este último le hace a Montherlant, cuya vacante en la Academia pasa a ocupar tras su suicidio, le describe como a los personajes de sus novelas, un “hombre adamita” –el adamismo preconizaba una estricta abstinencia sexual y el rechazo del matrimonio, en tanto sería una consecuencia del pecado original. Los personajes de sus novelas se consagran a destruir encarnizadamente a las mujeres que aman, por lo que el encuentro, como en la tauromaquia -la comparación es suya-, conlleva la muerte del partenaire. Si el acto carnal provoca la muerte, la vida sólo puede surgir de la renuncia a él. Montherlant, señala Lévi-Strauss, fue “el último en dar prueba de una independencia absoluta” a todos los niveles.

Los casos de Kant y Montherlant son muy distintos, pero si Lacan los pone como ejemplo de la ética del célibe es porque la posición de ambos segrega la dimensión del Otro. Podemos entender por qué Lacan opone esta ética en “Televisión” a la ética del “bien decir” (12), que al esforzarse en decir lo real del goce tiene en cuenta la dimensión del Otro.

Una feminización lógica
Retomando el informe brasileño, trataré a continuación de responder a la pregunta de porqué los autores relacionan la ética del célibe con el hombre contemporáneo.

El declive del Padre, como Padre de la excepción o, lo que es lo mismo, como figura de la existencia del Otro, es solidario del declive de la virilidad o lo que se ha llamado la crisis de la misma, en tanto esta tiene como condición la existencia de un Padre: el límite de la castración sustenta la posición masculina.

La solidaridad entre el Padre y la posición viril es, para el psicoanálisis, fundamentalmente lógica y no ideológica. La inexistencia del Otro conlleva una feminización generalizada, que no puede dejar de afectar a los hombres. Seguramente podrían citarse distintas manifestaciones fenomenológicas de cómo esto ocurre al nivel de los enunciados, de la relación con el cuerpo, de los semblantes, etc.

Pero lo que me interesa subrayar aquí es que esta feminización debe entenderse, para ambos sexos, fundamentalmente en un sentido lógico. No se trata tanto de si los hombres son más femeninos o no, sino de que la falta de límite que la inexistencia del Otro introduce en la posición masculina comporta una regulación distinta en la relación con el objeto, cuya serie se infinitiza. No es que la feminización introduzca en el hombre una mayor relación con el amor. Más bien lo contrario.

En el contexto contemporáneo, según concluye el informe, “prevalecen las estrategias que recurren a los atributos fálicos quedando el hombre a menudo atado a formas de satisfacción propias de una relación anónima e indiferente con los gadgets”.

El hombre contemporáneo cada vez se entretiene más con la serie infinita de objetos que la época provee y, por tanto, cada vez tiende a encerrarse más, a solas con su goce, es decir, sin pasar por el Otro.

Notas:

(1) VV.AA. “Informe de la EBP”. En: Cita de Barcelona l998. AMP. Inédito. Ver cap. V.
(2) J. Lacan. “Télévision”. En: Autres écrits. París, Seuil, 200l, p. 54l.
(3) J.-A. Miller. El partenaire-síntoma. Buenos Aires, Paidós, 2008. Ver cap. 12.
(4) J. Lacan. “L´étourdit”. En: Autres écrits, op. cit., p. 467.
(5) J.-A. Miller. El partenaire-síntoma, op. cit., p. 408.
(6) J. Lacan. Aún. Buenos Aires, Paidós, l98l, p. l5.
(7) J. Lacan. “Télévision”, op.cit. p. 542.
(8) J. Lacan. “L´étourdit”, op.cit., p. 467.
(9) J.-A. Miller. En: Brochure de Paris l996-97 – Instsitut du Champ freudien.
(10) J. Lacan. “Télévision”, op.cit. p. 542.
(11) Réception de M. Claude Lévi-Strauss. Discours prononcé dans la séance publique le jeudi 27 de juin de l974 en Paris, Palais de l´Institut.
(12) J. Lacan. “Télévision”, op. cit. p. 541.

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BIBLIOGRAFÍA SOBRE UN MISMO TEMA: UN NOMBRE MEDIÁTICO PARA EL HOMBRE, por Myriam Chang

Hasta hace relativamente poco tiempo, el hombre en la clínica psicoanalítica era considerado únicamente por su diagnóstico: neurótico obsesivo mayormente, histérico muy de tanto en tanto, generalmente perverso por su estructura o por sus rasgos y en un buen número psicótico. Es así, más bien como medio ausente, como encontramos representada la parte masculina, en el Documento de trabajo preparatorio del XII Encuentro Internacional del Campo Freudiano: La clínica de la sexuación. Imposible y determinación, en el que encontramos un solo artículo -“La forma fetichista del amor”, escrito por Alfredo Zenón- dedicado al lado macho de la tabla de la no proporción.

No por ello es descartable el artículo de Luis Erneta titulado “Sin subsumir, un debate vivo” en el que hace un exhaustivo recorrido de los textos freudianos desde “Los tres Ensayos” hasta “Análisis terminable e interminable”; desde el sexo anatómico como encuentro, pasando por la elección del sexo en el Edipo, hasta el rechazo de la feminidad al final del análisis.

Por su parte, la prensa de hoy en día, hace saltar cada tanto a primeros planos, otro nombre para el hombre; llevado de manera contable la cuenta de los casos en los que él se hace con el nombre de maltratador y ella con el de víctima. Se puede tener una idea de estas cifras en el artículo de Manuel Fernández Blanco, “Porqué las siguen matando”, que encontramos en el Blog-Elp.

Manuel Fernández Blanco aborda el tema a partir de los diferentes tipos de dependencia en el hombre y la mujer. Esta última pendiente de los signos de amor de su pareja puede verse arrastrada a la situación de maltrato al creer que celos es igual a amor y en la espera persistente de una ocasión en que todo sea diferente. Posición que tendría relación con sus vínculos de amor y de dependencia más primarios en su historia.

Para el hombre la dependencia estaría en relación a una infantilización generalizada de la sociedad, en la que para el “hombre-niño” la pérdida y el abandono resultan insoportables llegando hasta el asesinato y posterior suicidio “como la expresión de la dependencia infantil más radical”.

Mercedes de Francisco, en “Una perspectiva diferente sobre la violencia de género”, aborda el tema por la tensión agresiva que la uniformización de los sexos impone en la relación. Una relación entre parejas presidida por lo imaginario en la que el amor queda degradado a una identificación donde la diferencia “ha quedado reducida al mínimo y la dependencia mutua es extrema”. En esa tesitura, si la historia del sujeto aporta un campo abonado, el contragolpe agresivo está asegurado. Y nos recuerda la advertencia de Lacan: “en una civilización en la que el ideal individualista ha sido elevado a un grado de afirmación hasta ahora desconocido, los individuos resultan tender hacia ese estado en el que pensarán, sentirán, harán y amarán exactamente las cosas a las mismas horas en porciones del espacio estrictamente equivalentes”, que líneas después advierte que a partir de cierto aumento de esta tendencia, las tensiones agresivas uniformadas se precipitarán a puntos de ruptura y polarización. Por lo que convendría -dice M. De Francisco- tener en cuenta que esta “uniformidad” puede favorecer el “carácter epidémico” que parece estar tomando este tipo de violencia.

Tal como nos recuerda José A. Naranjo, en sus “Notas sobre la violencia doméstica”, la violencia en general, y ésta en particular, no son nuevas en el mundo. Son tan antiguas como la existencia misma del hombre. Es la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y el reconocimiento de estos mismos derechos para la mujer, la que va perfilando el maltrato en la pareja con un nombre propio: “violencia de género” o bien, “doméstica” que no hacen sino señalar que entre el hombre y la mujer sigue habiendo un muro imposible de domesticar, por muchas leyes integrales que se dicten.

J.A. Naranjo trata el tema de esta violencia masculina desde un aspecto clínico concreto como es la relación sadomasoquista, para lo cual se apoya de manera exclusiva en el Lacan del Seminario VIII, La transferencia.

La relación con el deseo para determinados hombres es de tal manera problemática que sólo mediante una maniobra peculiar puede reubicarse en éste, en palabras de Lacan: “Lo sexual sólo puede reintroducirse aquí de un modo violento”. Lacan analiza la relación anal como aquella en la que el otro en cuanto tal adquiere dominancia de una manera plena. Esto haría que lo sexual se manifestase en el registro propio de dicho estadio. “Hablar de estadio sádico-oral -continúa diciendo Lacan- es recordar que la vida es en su fondo asimilación propiamente devoradora”. El tema de la devoración -en el estadio oral- es lo que está situado en el margen del deseo, y que Lacan iguala con la figura llena de connotaciones de “la presencia de la garganta abierta de la vida”.

“Hay -dice- en el estadio anal, como un reflejo de este fantasma. Al estar planteado el otro como el segundo término, tiene que aparecer como abierta a esta hiancia. ¿Llegaremos a decir que el sufrimiento está aquí implicado? Es un sufrimiento bien particular. Para evocar una especie de esquema fundamental que les dará en el mejor de los casos la estructura del fantasma sadomasoquista, diría que se trata de un sufrimiento esperado por el otro. La suspensión del otro imaginario sobre el abismo del sufrimiento es lo que constituye el extremo y el eje de la erotización sadomasoquista. En esta relación es donde se instituye en el plano anal lo que ya no es tan sólo el polo sexual, sino que será el partenaire sexual”.

J.-A. Miller nos da un nuevo aspecto a considerar, que de alguna manera confluye, pero que al mismo tiempo nos da -a la manera de una foto tomada desde otro ángulo- nuevos datos sobre el tema.

J.-A. Miller habla de la “rabia del deseo”, en el capítulo XIII de su Seminario El partenaire-síntoma. Fuera de la perversión, explica, “el macho fetichiza su objeto imponiéndole ciertas condiciones tipificadas, como el deber vestirse de cierta manera, por ejemplo. Sin pasar ciertos límites que lo situarían más bien del lado de la perversión, sin llegar a ésta, son los señores -dice J.-A. Miller- “quienes se ocupan de saber cómo debe presentarse el cuerpo del Otro y, cuando eventualmente eso derrapa, son exigencias que se hacen escuchar con toda la rabia del deseo, ante la mayor o menor buena voluntad que se encuentre del otro lado”. Algo como una voluntad de uniformizar, una voluntad de poner el uniforme del deseo en el cuerpo del Otro.

Podría decirse tal vez que lo hace para volverlo “familiar”, eludiendo así el agujero insondable de un deseo distinto, sobre el que no hay dato alguno que lo pueda preparar, ni a él ni a ella.

No es ésta una bibliografía extensa ni demasiado desarrollada, únicamente tiene como objetivo reunir pequeños datos sobre el tema mediante los cuales se puede acceder a una clínica de la violencia en la pareja.

No obstante, se hace necesario recalcar algo más, el punto en el que todos los autores citados coinciden. Punto que es el centro angular de la clínica psicoanalítica. Y es que no hay estadística alguna que dé las razones de este fenómeno social. Y que no es sino en el caso por caso donde se pueden despejar las causas de esta violencia. Y en este punto tanto los hombres como las mujeres tienen su propia implicación. Margarita Álvarez, bajo el título “Mujer y violencia” comenta los cortometrajes de Itziar Bollaín y de Belén Macías, que ilustran este modo de relación de pareja, haciendo una reflexión interesante “casi casuística”, al respecto.

Algo que además, sin entrar en interpretaciones silvestres, se puede leer entre líneas en las viñetas con las que Rosalind B. Penfold, una mujer canadiense, narra su historia como maltratada.

En el momento del encuentro, él le dice, le promete, que nunca encontrará a otro hombre que la quiera tanto como él. A lo que ella replica que no quiere un hombre la quiera más. Quiere un hombre, ¡que la quiera mejor! ¿Podemos escuchar acaso en ese “mejor” la búsqueda en toda mujer de El Hombre, que Lacan dice en Radiofonía ella sólo puede encontrar en la psicosis?

Mientras arremete contra ella en la primera ocasión, sacudiéndola por los hombros, él le grita: “¡Me pides que te traiga la cena como si fuera tu criado! Te pasas la noche coqueteando con Steve... ¿¡Y luego me preguntas qué pasa!?” Primer momento de la pérdida de sí mismo ante la demanda del otro, cuando verdaderamente sorprendido le pregunta luego: “¿Qué ocurre, porqué tienes los ojos hinchados? ¡Yo he hecho eso! ¡Perdóname, te lo compensaré!”.

Así, con nuevas promesas, ella continúa a su lado y cuando se encuentra con sus amigas les repite las frases que él le dirige: “Dice que nunca creyó que podría tener una mujer como yo... Piensa que no es lo suficientemente bueno para mí... ¿Por qué será?” Palabras que acaso la ubican en el lugar de una, única, una mujer de excepción, aunque sea para lo peor.

Y cuando al cabo de muchas visitas al Hospital, una mujer mayor, tal vez su madre, le recrimina su falta de decisión a la hora de abandonar tal posición, tal aguante, diciéndole, “el amor debe alimentar, no extinguir”, ¡gran sorpresa! Ella responde: “Pero..., él me hace sentir viva”. Paradójico, en efecto, porque en realidad la está matando.

Así, tratar el tema de la violencia “de género” no es sólo hablar de él sino también de ella. Pero cada uno a su modo particular, que hay que entrar a diferenciar.

Bibliografía

VV.AA. La clínica de la sexuación. Imposible y determinación. Documento de trabajo preparatorio del XII Encuentro Internacional del Campo Freudiano.

Alfredo Zenoni, “La forma fetichista del amor”, en La clínica de la sexuación. Imposible y determinación, op.cit. pp. 31-37.

Luis Erneta, “Sin subsumir, un debate vivo”, en La clínica de la sexuación. Imposible y determinación, op. Cit. Pp. 31-37.

Manuel Fernández Blanco, “Porqué las siguen matando”. Blog-Elp, publicado en la sección de opinión del diario La Voz de Galicia.

Mercedes de Francisco, “Una perspectiva diferente sobre la violencia de género”. Blog-Elp.

José Antonio Naranjo, “Notas sobre la violencia doméstica”, en “Razón del psicoanálisis”, RBA-ELP, Barcelona, 2006, pp. 39-47.

Jacques Lacan, Seminario VIII, La transferencia. Ed. Paidós, Buenos Aires, 2003, Capítulos XIV y XXVII.

J.-A. Miller, “El partenaire-síntoma”, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2008, Capítulo XIII, p. 288.

Margarita Álvarez, “Mujer y violencia”, en Blog-Elp. Intervención en la mesa redonda “En nombre del amor”, en las Jornadas nacionales sobre “Mujer y violencia”, organizadas por el Colegio Oficial de Psicólogos de España, Tarragona.

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LA PROTESTA DE ADLER, por Vilma Coccoz

Una de las páginas más interesantes del movimiento psicoanalítico en cuanto al tema que convoca las próximas jornadas de la ELP es, sin lugar a dudas, la referida a la primera segregación que sufriera la joven comunidad freudiana. En ella destaca, en primer plano, la concepción que Freud fue extrayendo de la experiencia psicoanalítica acerca de lo masculino.

1) Un pedazo de la historia
Nos hemos acostumbrado a despachar con desdén cualquier comentario referido a Adler. Sin embargo, a la luz de nuestros conocimientos actuales y de los retos de la clínica de orientación lacaniana, cobra todo su valor revisar las causas de la disensión de uno de los primeros discípulos de Freud, “sin duda el más enérgico entre los miembros del pequeño círculo”(1). De hecho, Freud no liquidó tan rápido el asunto: los comentarios respecto a las teorías de Adler ocupan un lugar destacado en varios textos en los que explora la dificultad estructural para establecer la diferencia de los sexos en el campo analítico, esto es, a partir del inconsciente. Hemos de reconocer que a ningún analista se le ahorra afrontar esta “roca” en la cual se nutren los prejuicios y en los que se motivan muchos errores de la práctica. Las resistencias del discurso ante lo real de la estructura cambian de nomenclatura pero su lógica permanece inalterable. ¿Cómo estar seguros de que no resucitamos cierta simetría sexual cuando hacemos uso de los adjetivos sustantivados “feminidad” y “virilidad”? ¿Somos lo suficientemente rigurosos como para diferenciar las categorías de real y semblante lo cual, según Miller, distingue la práctica del analista lacaniano? ¿No tropezamos con la misma piedra que Freud a pesar de tener a nuestra disposición los avances de la doctrina?

Como veremos, el nervio que recorre el debate de Freud con Adler concierne a la nociva tendencia a sexualizar los motivos de la represión, cuyo peligro advierte Freud como una desviación hacia otros discursos, pero que, por momentos, parece imponérsele a él mismo como consecuencia de ciertos postulados. Razón por la cual se sirve de esta polémica como un medio de progresar en sus deducciones sobre la estructura.

En su biografía de Freud, Peter Gay deja constancia de las dificultades que acarreaba la presencia de Adler en la Sociedad psicoanalítica de Viena. Jones lo describe como “malhumorado y continuamente en pleitos por cuestiones de prioridad en las ideas”, lo cual, según Gay, contrasta con la opinión que de él se tenía fuera del círculo psicoanalítico, donde se lo consideraba relajado y bromista. Gay aporta un dato sustancial al afirmar que la influencia que ejercía en sus colegas sólo se podía comparar a la de Freud. “Pero -afirma- Freud no temía a Adler, ni lo trataba como a un rival. Por el contrario, durante algunos años le otorgó un crédito intelectual prácticamente ilimitado.”(2)

Freud admiraba la inteligencia y la osadía de sus colaboradores, a sabiendas de que el psicoanálisis era una joven ciencia, y que avanzaban a tientas, acogía sin prejuicios las ideas que se exponían en la Sociedad de los Miércoles. La tesis adleriana respecto a la “influencia de la inferioridad de los órganos” en la etiología de la neurosis, fue admitida, con pequeñas reservas, como un complemento de las tesis freudianas.

Adler era un comprometido activista político, -estaba casado con una rusa socialista que propició la amistad con el matrimonio Trotsky-, valoraba también la influencia del medio y la educación en la génesis del malestar subjetivo, y en este aspecto la coincidencia con las ideas freudianas era evidente. Durante esos primeros años, Freud puso en práctica sus habilidades políticas “para navegar en fuerzas opuestas y proseguir con su programa”(3). Hasta el congreso de Nümberg, en 1910, durante el cual se enfrentó públicamente a Adler evidenciando divergencias irresolubles que acabarían, poco tiempo después, con la ruptura. Esta sobrevino durante los meses de enero y febrero de 1911. A instancias de Hichmann, quien le animó a presentar sus teorías ante la Sociedad vienesa, Adler expuso su estudio sobre “la protesta masculina como problema nuclear de la neurosis”. Freud reaccionó con vehemencia discutiendo punto por punto los planteamientos que alejaban tales postulados del campo del psicoanálisis.

2) Política y discurso
En 1914, luego de haberse producido otra importante deserción, la de Jung, Freud asume una posición tajante en defensa del discurso analítico: “El psicoanálisis es, en efecto, obra mía. Durante diez años fui el único en ocuparme de él (…). Todavía hoy, no siendo ya el único psicoanalista, me creo con derecho a sostener que nadie sabe mejor que yo lo que es el psicoanálisis, en qué se diferencia de los demás procesos de investigación psíquica y qué es lo que puede acogerse bajo su nombre o debe ser excluído de él.”(4)

Esta ejemplar manifestación de la responsabilidad que se asume, en soledad, en relación a la Causa analítica, nos hace recordar las decisiones que hubo de asumir más tarde Lacan, cada vez que se jugaba la suerte del discurso analítico.

Freud siempre se abstuvo de polemizar con sus adversarios y detractores. Sin embargo, se vio en la necesidad de esclarecer las razones de la defección de dos destacados colaboradores, Adler y Jung: “Callar sería comodidad o cobardía y perjudicaría más al psicoanálisis que revelar públicamente los daños sufridos.”(5)

Freud inicia su razonamiento con una partición de aguas: la primera labor de psicoanálisis ha sido la explicación de la neurosis tomando como punto de partida dos hechos derivados de la experiencia clínica: la resistencia y la transferencia, cuyos resortes se vinculan a un tercer hecho, la amnesia subjetiva. Esta evidencia clínica ha propiciado la génesis de la teoría de la represión, debido a la acción de las pulsiones sexuales y del inconsciente. Pero el psicoanálisis “no ha aspirado nunca a ofrecer una teoría completa de la vida psíquica humana (…)”(6). En tal limitación, básica, del campo analítico, asienta Freud la primera crítica a Adler, quien pretende “hacer comprensibles la conducta y el carácter de los hombres al mismo tiempo y por el mismo medio que sus enfermedades neuróticas y psicóticas.”

Freud admite haber “estudiado al doctor Adler” y “reconocido sus importantes dotes, sobre todo en el orden especulativo”, haciendo constar que, aún habiendo detectado sus limitaciones para la comprensión del inconsciente, confiaba en los aportes que podría realizar al estudio del sustrato real de las pulsiones a partir de los valiosos trabajos sobre la inferioridad orgánica. Pero Adler acabó apartándose de este camino y ello en razón de su más personal “protesta” ante la autoridad de Freud, confesada por el propio Adler a sus colegas vieneses: “¿Cree usted que es un gran placer para mí permanecer toda mi vida bajo su sombra?”.(7)

Freud no reprueba la ambición de un hombre joven ni su franca confesión, dado que “de todos modos se pondría en evidencia como uno de los móviles de su labor”. Lo que Freud condena es la ausencia de límites de su “indómita manía de prioridad y la mezquina malevolencia que deforma su labor científica”.

Freud expone con detalle las razones de la ruptura con la teoría adleriana a la que califica de “sistema”: una “categoría que el psicoanálisis ha evitado siempre cuidadosamente”(8). Considera que se trata de un síntoma, un ejemplo neto de “elaboración secundaria”, es decir, una interpretación errónea y deformada por acción de la defensa del material del que se ocupan los estudios analíticos. La teoría de Adler -argumenta- se caracteriza más por lo que niega que por lo que afirma. “(…) se compone de tres elementos de valor desigual: las excelentes aportaciones a la psicología del yo, las traducciones -superfluas, pero admisibles- de los hechos psicoanalíticos a la nueva jerga adleriana, y las deformaciones y disociaciones de tales hechos en tanto no se adaptan a las hipótesis del yo”. (9)

Sólo la tercera parte de la teoría adleriana, la “protesta masculina” está “constituída por la deformación y del cambio de sentido de los hechos analíticos” (10): Según esta proposición el carácter y la neurosis derivan del propósito de autoafirmación del individuo, de su “voluntad de poderío”. Freud considera que este motor, la protesta masculina, no es más que la represión, desligada del mecanismo psicológico y sexualizada.

3) “La protesta masculina existe” (11)
Desde luego, tal protesta existe, admite Freud, pero “al constituirla en el motor del suceder anímico se le ha adjudicado a la observación el papel de trampolín utilizado para tomar impulso, pero totalmente abandonado al elevarse”(12). En este punto se inicia una difícil puesta a prueba dialéctica con la tesis adleriana que no concluirá hasta Análisis terminable e interminable.

¿Cuál es el telón de fondo de esta discusión? ¿Qué considera Freud como “masculino”?
La primera respuesta figura en Los tres ensayos. No encontramos ninguna definición, ni tampoco ninguna consideración de los valores morales de la hombría clásicos, ni de los promovidos por la cultura decimonónica, sino la constatación de que el descubrimiento del inconsciente ha venido a sacudir los referentes biológicos y sociológicos de la polaridad sexual. Freud propone, a partir de la tesis sobre la bisexualidad, una traducción de los términos masculino-femenino por el par pasividad-actividad. Esta tesis no supone la resolución cómoda de ningún “hermafroditismo psíquico”: tal es así que, en los hombres, puede coincidir con la inversión la más completa virilidad psíquica.” (13)

Como lo constata Paul-Laurent Assoun (14), en vano buscaremos un equivalente a los estudios sobre La feminidad, en los que resalta el carácter de enigma, de roca sobre la que se topa y se estampa el saber inconsciente. La expresión “enigma de la masculinidad” se prestaría al ridículo, sería sintomática de lo cómico fálico, afirma. Como inadecuadas se muestran de inmediato expresiones tales como “un eterno masculino”, apto para suscitar alguna pasión faústica. De ahí que Assoun prefiera distinguir el “enigma femenino” del “problema masculino”. Lo masculino y lo femenino, continúa este autor, lejos de redoblar la diferencia hombre/mujer va a “introducir una extraordinaria complicación que sólo el arte metapsicológico permitirá extraer de la confusión. Una vez hecha la traducción de masculino por activo, se trata de descifrar la vertiente psíquica inconsciente con ayuda de esta clave: no debe entenderse que el hombre sería activo y la mujer, pasiva. La pulsión es siempre activa, incluso cuando su fin es pasivo. La dualidad activo/pasivo referida a la vida pulsional concierne al fin de la pulsión, en ningún caso a su esencia.

Retomando la argumentación que figura en Historia del movimiento analítico. Freud propone, con el fin de rebatir la tesis de Adler, examinar las consecuencias de un fantasma primordial, la visión del coito parental. Ante esta imagen “…se apoderan del infantil espectador masculino dos impulsos: el activo, de ocupar el lugar del hombre, y el contrario, pasivo, de identificarse con la mujer. Sólo el primero puede ser subordinado a la protesta masculina si hemos de conceder un sentido a tal concepto. Pero, precisamente es el segundo, ignorado por Adler o indiferente a él, el que entraña mayor importancia para la neurosis posterior.” (16)

Esta reflexión está en consonancia con los problemas clínicos que le planteara el caso del Hombre de los lobos: en quien no encontró “ninguna tendencia sexual masculina victoriosa”. Y es que a la distinción activo/pasivo debe añadirse otra dualidad, derivada del orden fálico y de la castración: el par castrado/no castrado. La posición masoquista del joven ruso respecto al padre y las tendencias sexuales pasivas encuentran una repulsa por parte de la virilidad narcisista del sujeto, pero Freud no consigue explicar el resultado sintomático por la acción de la represión y por la eficacia de la angustia de castración. ¿Cómo conjugar, en efecto, estas dos afirmaciones, que “ninguna tendencia sexual masculina saliera victoriosa” con la acción, en el sujeto, de una “repulsa por parte de la virilidad narcisista” ante las tendencias pasivas? Dicho en otros términos, ¿por qué una probada posición pasiva respecto al padre no determina una elección homosexual? ¿En qué se sustenta el sostén de un semblante varonil si el sujeto “no quiso saber nada de la castración en el sentido de la represión”? ¿Cuáles son, entonces, los otros sentidos posibles ante la castración? Estos problemas dan lugar a la indagación freudiana sobre el goce en los años 20.

La crítica de Adler en Historia del movimiento… se extiende a otros aspectos que no consignaremos aquí. Sólo retenemos el argumento que afecta a la etiología de la neurosis: Al colocar su protesta por fuera de la órbita de la castración, Adler deja de lado la impronta de la neurosis infantil como matriz causal de la neurosis, de tal manera que los sentidos “biológico, social y psicológico de lo masculino y lo femenino quedan fundido en un estéril producto mixto” (16). Esta valoración es muy útil a la hora de valorar los estudios sobre las identidades que se han venido realizando a partir de los años ‘70. Consideradas en su estatuto de meras construcciones simbólicas o discursivas, estas teorías desconocen aquello que el psicoanálisis sitúa en el corazón de la práctica y la teoría: lo real de la sexualidad.

4) El fantasma de flagelación
Las preguntas abiertas gracias al caso del Hombre de los lobos se despliegan en el estudio del fantasma. La discriminación de tres fases en la constitución del fantasma fundamental da la oportunidad a Freud de ordenar sus diferencias en los niños y en las niñas y, también, extraer un nódulo común que desconoce la diferencia sexual, esto es, la posición inconsciente, pasiva y masoquista ante el padre. Las sutilísimas transformaciones y transmutaciones pulsionales en un intricado juego de inversiones, transposiciones y regresiones dibujan una complicada topología cuyo resultado será el fantasma Pegan a un niño: “un resto legatario de la libido y sustentáculo de la culpabilidad” (17) que deberá descifrarse palmo a palmo en el análisis.

Freud estudia la tendencia masoquista derivada del fantasma de fustigación y la compara con la del sujeto en posición perversa -que es la “masoquista propiamente dicha”- para quien el goce sexual con una mujer resulta imposible. En las fantasías, a veces confesas, el sujeto “se atribuye el papel de la mujer de tal manera que su masoquismo coincide con una actitud femenina” (18). Assoun habla de la “efigie de la mujer” mediante la que el masoquista construye la escena cuyo guión propone a los actores del “teatro de la pasividad” (19).

En cambio, el análisis revela la causa de la impotencia “simplemente psíquica”, neurótica, en una “refinada actitud masoquista, hondamente arraigada”. Esta raíz se puede reconstruir siguiendo los avatares de la formación del fantasma sustitutivo, consciente, a través de los cuales el niño, cambiando el sexo del fustigador (20) (Soy pegado por mi madre) escapa a la homosexualidad mediante la represión y la transformación de la fantasía inconsciente. De ello resulta una actitud femenina sin una elección homosexual de objeto. La fantasía consciente, egosintónica, sostén del semblante viril, le permite conservar su propiedad: tiene algo con lo que satisfacer a la madre, más tarde, a las mujeres. ¿No es precisamente esta fantasía consciente la causante de la servidumbre amorosa que el sujeto puede llegar a admitir sin tapujos?(21) ¿No se obtura así la división del sujeto y se abona el contrabando por el cual el sujeto verá brillar, hipnotizado, la falla en el objeto (madre, dirne)? La misma que formará parte de la degradación estructural de la vida amorosa por hermanarse a la condición fetichista de la elección de objeto. Se esboza en este laborioso trabajo de la defensa la disposición a la neurosis obsesiva, que coloca la Demanda en el lugar del Deseo, salvaguardando la identificación imaginaria con la que el sujeto cree cubrir los gastos que el superyo le reclama por una actividad “ilegítima”, por la secreta impostura.

En cambio, la niña, en la formación de la fantasía sustitutiva, conserva la persona del padre y, con ella, el sexo de la persona que ejerce el papel activo. Pero elude en el mismo proceso las exigencias de la vida erótica; imagina ser un hombre, aunque sin desarrollar actividad alguna masculina y se limita a presenciar, como simple espectadora, el acto de fustigación, sustituto del sexual. Esta fantasía sustitutiva podrá conjugarse con el fantasma histérico que se nutre en los dramas del deseo: “imagina ser un hombre”, juega un semblante fálico (“sin desarrollar actividad alguna masculina”) privándose de la satisfacción erótica. La condición de espectadora le aporta un goce sustitutivo del goce sexual que cifra el rechazo del cuerpo.

En ambos casos el fantasma inconsciente determina en el sujeto una posición pasiva, masoquista, y la actividad, lo masculino, se atribuye al padre imaginario o real. El mito del padre de la horda se corresponde con estos hallazgos de la clínica del fantasma. Con lo que vuelve plantearse el espinoso asunto de la relación de la represión con el carácter sexual porque, según estos resultados, lo que distingue al niño de la niña son los fantasmas conscientes, sustitutivos -construidos mediante la acción de la represión- del fantasma fundamental y resultado de una compleja alquimia y cinética del goce. En un refinado ejercicio dialéctico Freud ¡contrasta estas conclusiones con las teorías de Fliess y Adler! (22)

“La primera se apoya en la constitución bisexual de los individuos humanos y afirma que la lucha de los caracteres sexuales es en todos y cada uno de ellos el motivo de la represión” (23). El sexo predominante relegaría al inconsciente sojuzgado. Esta teoría tiene sentido, afirma Freud, “si consideramos determinado el sexo de un individuo por la estructura de sus genitales, pues de lo contrario resulta difícil precisar cuál es el sexo predominante en un ser humano” (24).

La segunda teoría, la “protesta” también considera que en los motivos de la represión es decisiva la lucha de los sexos aunque los argumentos no son biológicos sino sociológicos: según ésta, el individuo se resiste a permanecer en la línea femenina, inferior, y tiende a la masculina, única satisfactoria. Así se explica tanto la formación de las neurosis como del carácter. Según esta idea, el síntoma, retorno de lo reprimido, sería un resultado de un impulso femenino.

Freud demuestra la incorrección de estas teorías poniéndolas a prueba respecto del núcleo inconsciente del fantasma fundamental: “yo soy amado (maltratado) por el padre”. Si aceptáramos la primera teoría no se entendería porqué el niño, una vez efectuada la represión, en la fantasía consciente, muestra nuevamente la actitud femenina, aunque referida a la madre. Tampoco se comprendería porqué, la fantasía consciente de las niñas que corresponde al sexo predominante debería sucumbir a la represión. Podría objetarse que los sujetos que forjan estas fantasías son niños afeminados o niñas hombrunas. Pero la relación afirmada entre el carácter sexual manifiesto y la selección de lo destinado a la represión continuaría siendo insostenible. Lo cual permite establecer una primera conclusión: “Tanto en los individuos masculinos como en los femeninos se dan a la vez impulsos masculinos y femeninos, que pueden igualmente ser relegados al inconsciente por la represión” (25).

Freud admite que la teoría de la propuesta masculina parece resistir mejor el contraste con los fantasmas de flagelación. Ambos sexos intentan librarse de la permanencia en la línea femenina (pasiva) por medio de la represión. La protesta masculina alcanza un éxito completo sólo en las niñas. (¡!) En los niños no queda completamente abandonada la línea femenina, pudiera ser que fuera un síntoma nacido de un fracaso de la protesta masculina. Pero es preciso admitir que la fantasía de la niña, nacida de la represión, tiene el valor y la significación de un síntoma. Si la teoría fuera correcta debería faltar la oportunidad para la creación de síntomas. Además, es preciso reconocer que existen deseos y fantasías masculinos, activos, que sucumben también a la represión. La protesta masculina permite explicar la represión de las fantasías masoquistas pero es inutilizable para explicar el caso inverso.

Con esta argumentación Freud concluye: “La teoría basada en la observación sostiene que los motivos de la represión no deben ser sexualizados” (26). La selección de lo que caerá bajo la represión se vincula con aquello que, en el recorrido de la estructuración subjetiva, debe ser dejado atrás por tratarse de un goce “inútil, incompatible con lo nuevo o perjudicial (…). La sexualidad infantil vencida por la represión es la fuerza impulsora principal de la formación de los síntomas”(27).

5) El verdadero nombre de la protesta
Podríamos pensar que lo anterior constituye la estocada final a la teoría de Adler. Sin embargo, la vemos reaparecer en Análisis terminable e interminable.

En el final del texto, Freud admite que la dificultad esencial con la que tropieza el psicoanálisis se enlaza a la diferencia de los sexos. Una es propia de los hombres, la otra, de las mujeres: “algo que los dos sexos tienen en común ha sido forzado (…) a expresarse en distintas formas”. La envidia de pene y la lucha contra la actitud pasiva frente a otro hombre tienen en común una actitud frente al complejo de castración. En este caso, Freud declara que el término “protesta masculina” de Adler se acomoda al caso del varón. Aunque no deja de advertir que lo rechazado “no es la pasividad en general, sino la pasividad frente a un varón” (28). Por tal motivo introduce otro término, “repudio de la feminidad”, más preciso para describir “este notable hecho en la vida psíquica de los seres humanos” (29).

Este nuevo nombre del rechazo a la castración , “algo común a los dos sexos” va más allá de la represión, que sólo conoce el lenguaje simbólico de la libido: los pares actividad-pasividad y castrado-no castrado con cuyos argumentos inconscientes se escribe el “error natural” de la sexualidad (30). En cambio, ese mismo lenguaje inconsciente repudia o rechaza, no escribe, -porque no es una defensa “en el sentido de la represión”- la feminidad, la cual es, por definición, la “roca viva”, un real imposible de escribir (que Freud denomina “territorio biológico”). Esto es, “el gran enigma de la sexualidad” (31).

La diferencia “natural” de los sexos en los seres que hablan recibe, en el discurso analítico, un tratamiento distinto porque en éste se descubre una diferencia lógica: La disimetría entre los sexos escapa a cualquier dualidad porque en ella están implicados registros diferentes, no se trata sólo de una diferencia significante. Lo decisivo para resolver este gran escollo del goce será la maniobra con la resistencia “que evita que aparezca cualquier cambio” (32).

Entendemos que el cambio necesario es el que debe operar el pasaje del discurso del amo al discurso analítico, donde con ayuda del analista, el sujeto puede encontrar “los ánimos necesarios para reexaminar y modificar su actitud” hacia este imposible de la estructura. Y gracias a lo cual se accede al uso alegre de los semblantes. Aligerados de las penosas hipercompensaciones, aliviados del trabajo defensivo, los hombres en análisis pueden recuperar la capacidad de acción, de tal modo de conseguir disolver las inhibiciones que gravitan sobre su “actividad”. Para ello es preciso que sean resignados “los encantos de la impotencia”, signos de un goce de la pasividad que hunde sus raíces en lo que queda de la falla del padre.

Notas:
[1] Jones, E. Vida y obra de Sigmund Freud. Tomo II LUMEN-HORMÉ. 1997. Pág. 14
[2] Gay, P. Freud. Paidós. Barcelona. 1989. Pág. 253
[3] Idem, pág. 255
[4] Freud, S. Historia del movimiento analítico. Obras Completas. Tomo II. Madrid. 1973 pág. 1895
[5] Idem, pág. 1920
[6] Idem, pág. 1921
[7] Citado por Freud. Idem, Pág. 1921
[8] Idem, Pág. 1922
[9] Idem, Pág. 1922
[10] Idem, Pág. 1923. El subrayado es nuestro.
[11] Idem, Pág. 1923.
[12] Idem.
[13] S. Freud, Tres Ensayos para una teoría sexual. Obras Completas. Tomo II. Biblioteca Nueva. Madrid. 1973. pág. 1176
[14] P. L. Assoun: L´Être-homme inconscient. En Trames Nº 28
[15] S. Freud, op. cit. Pág. 1923
[16] Idem. Pág. 1924
[17] S. Freud: Pegan a un niño. Obras completas. Biblioteca Nueva. Tomo III. Madrid 1973. Pág. 2473
[18] Idem. Pág. 2476
[19] P. L. Assoun. op. cit. Pág. 24
[20] “El niño cambia la persona y el sexo de la persona activa de la fantasía, sustituyendo el padre por la madre y conserva su propia persona, de forma que al final la persona que golpea y la que recibe los golpes son de sexo diferente.” Freud, op. cit. Pág.2477
[21] “soy un calzonazos” decía tranquilamente un paciente. Las chanzas sobre “la patrona“: “en mi casa manda mi mujer” o “es ella la que lleva los pantalones”, son habituales y no escandalizan a los oyentes.
[22] Dos autores que plantearon una teoría sexual alternativa a la freudiana.
[23] S. Freud: Pegan a un niño. Obras completas. Biblioteca Nueva. Tomo III. Madrid 1973. Pág. 2478.
[24] Idem Pág. 2478. El inconsciente reprimido estaría formado por pulsiones femeninas en el hombre y por masculinas en la mujer.
[25] Idem Pág. 2479
[26] Idem Pág. 2480 El subrayado es nuestro.
[27] Idem Pág. 2480
[28] S. Freud: Análisis terminable e interminable. O. C. Tomo III. Pág.3364
[29] Idem Pág. 3363
[30] Coccoz,V.: Variantes del querer en la superficie del gusto. En Freudiana Nº 58. En este texto he tematizado la distinción que Lacan elabora en el seminario Ou pire… entre sexualidad “natural” y sexualidad lógica.
[31] Freud. Op. Cit. Pág. 3364
[32] Freud. Op. Cit. Pág. 3364