Aprender cuesta trabajo. Josefa Estepa (Córdoba)

Son las nueve de la mañana. Suena el timbre de entrada; las aulas cobran vida, en pocos minutos se llenan de niños de entre seis y doce años. Estamos en cualquier escuela de Primaria.

Comienza la jornada y se repite la rutina del horario.

Desde septiembre, tres días en semana entro a la clase E para apoyar a varios alumnos. Si puedo echo una mano a otros también. Y observo a lo largo del curso como evolucionan, cómo avanzan.

Sobre el mes de marzo me sorprende enormemente el que haya temas que se estén trabajando desde el primer día insistentemente, y a un grupo considerable de alumnos ni les suenan, como si jamás hubieran oído hablar de ellos.

Se reorganiza el grupo, los maestros y los tiempos. Sigo observando, mi sorpresa sigue en pie.

Pienso en la cantidad de recursos que se están articulando, en las familias de estos niños, familias que atienden a sus hijos debidamente, niños que no tienen ninguna dificultad especial para aprender, y que sin embargo no lo hacen suficientemente.

De pronto el pensamiento se me va fuera de la escuela, a las familias, el pueblo, los barrios, lo que cada día se oye en la calle, en la tienda, en cualquier parte.

Estos son niños a los que les faltan muy pocos recursos, si de algo están más necesitados es de la falta. Les ha tocado vivir en la sociedad de los objetos, del tener, de lo atiborrado que no deja hueco para otra cosa. Los adultos ya hemos comprobado, con los años y las tortas que la vida nos repartió, que ese tener de hoy no garantiza un tener para siempre, y es muy frecuente escuchar, o decir, “no le voy a decir que no, que a saber lo que le espere en la vida”, o “tiempo tiene de pasar trabajos, ahora que disfrute”. Y así se lo damos a nuestros niños. Por no querer darles un NO, le damos dos: Uno el NO a una falta que albergue el deseo; y dos, el NO a aprender a trabajar, a esforzarse y a pasar algún apuro, que les prepare o anticipe algo de lo por venir.

Y pasa que esto se refleja a la hora de aprender, porque por muchos recursos, TIC, Bibliotecas, Planes, Programas, etc. Existe un último y principal paso para poder aprender que es el propio esfuerzo, el trabajo íntimo e intransferible, que nadie puede hacer por otro, es el trabajo de aprender.

En las escuelas trabajamos a contracorriente, primero por lo que de pulimento, o socialización tiene la educación, y después porque se pide a los niños que hagan algo, para lo que lo de fuera ayuda más bien poco o nada. Ya lo dijo Freud, profesión imposible.

En la escuela no estamos solos, los docentes no trabajamos solos. Sin saberlo formamos equipo con lo social, caminamos en el mismo carro. Creo que esto no se puede perder de vista, porque así evitaremos caer en el error de creer que la educación está mal porque los que trabajamos en ella somos unos incompetentes. No se puede dimitir en el oficio de maestro, pero tampoco creernos que lo hacemos solos.