AMOR A LA LETRA (3)- Bibliografía Razonada XI Jornadas de la ELP: Un nuevo Amor... Gloria Flores, Vicente Palomera, Rosa López Sánchez, María Navarro.

EL AMOR AL NOMBRE
Gloria Flores

“La poesía, como el amor siempre están en entredicho”

Mi comentario hace referencia a un libro que se titula “El Amor al Nombre”* de Martine Broda y que constituye un ensayo sobre la poesía y la lírica amorosa hermosísimo. Cuando lo leí recordé una conversación privada con Marie Hélène Brousse, hace ya muchos años, en la que yo le comentaba que cuando escribía poesía no había un destinatario en lo real sino que iba dirigida a esa Cosa imaginaria de la que ya hablaba Lacan, incluso a un nombre. Encontré la misma tesis en Martine Broda, cuyo ensayo propone profundas lecturas de poetas, desde Dante al Aragon del “Loco de Elsa”, todos ellos ligados a la problemática amorosa.

De todos los capítulos he seleccionado “El Amor al Nombre”, al azar. Ya Broda nos recuerda en la primera página de su libro que desde Lacan, “se puede hablar de que el sujeto que se enuncia líricamente, al precio de una pérdida narcisista, no tiene nada de un yo ni tampoco está solo, ya que, aun siendo todo deseo singular, la cuestión del deseo es una cuestión universal”. La autora intentará deconstruir la “doxa” en la que estamos instalados respecto a la lírica. Siempre nos hemos perdido en la “translation” y han llegado hasta nosotros textos aberrantes debido a ello. En la lírica el sujeto de la enunciación no tiene porque confundirse con el enunciado, el poeta sería una pura instancia de enunciación. De hecho Diótima, en El Banquete de Platón, bosquejará un paralelismo entre la poesía y el amor y Lacan nos lo recuerda constantemente.

El poeta persa Djamí, por boca de Aragon dirá “Practico con tu nombre/el juego del amor”. Esto es escribir, hacer el amor a un nombre, como Du Bellay “lleno con un hermoso nombre ese espacio vacío”. Formar tejido (texto), a falta de consistencia, en torno a un nombre, hace dique contra la angustia y adviene la urdimbre de la lengua suspendida en torno a un significante que no es cualquiera, es un nombre. Un nombre que puede ser pantalla para proteger a una mujer real, como en el caso de Dante, donna dello schermo como el senhal en los trovadores. Broda dirá que este nombre es falso porque se interpone con relación al objeto sin nombre del fantasma, en dirección a la Cosa que es innombrable.

Recuerdo un poema que escribí hace diez años en el que decía “el poeta miente, siempre ha mentido”. La falsedad poética surge donde la falta clama o donde el signo arrastra el deseo. Todo amor es metonímia. Fueron los poetas árabes (Lean, por favor, “El Collar de la Paloma”, un bellísimo Ars Amandi escrito por un árabe en la ciudad donde vivo en la Edad Media), los que inventaron todo el amor cortés, encubriendo como si de una divinidad se tratara, el nombre del imposible objeto de amor.

* "El amor al nombre" de Martine Broda, publicado por Losada. Traducción de Miguel Veyrat.
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SOBRE M. DURAS Y EL AMOR
Vicente Palomera

M. Duras escribió mucho sobre el amor, especialmente sobre su final. Podemos aprender mucho del amor sólo cuando éste es substituido por otro.

En Lacan hay diversas vertientes del amor y seguramente tantas como formas en las que Lacan amó (amor a la imágen, al don, al objeto agalmático, a la causa del deseo, al sinthoma). Estas diversas modalidades de amar parecen sucederse y sustituirse entre sí, pero lo que permanece como pregunta es saber cómo un amor reemplaza a otro.

Se ha dicho y escrito mucho que lo que caracteriza al amor es fundamentalmente el hecho de enamorarse. En la lengua inglesa y francesa el comienzo del amor se expresa con las palabras fall y tomber, que indican la caída, cuando tropieza y es golpeado por él. En la lengua italiana y española el verbo enamorarse, el sustantivo enamoramiento, y el adjetivo enamorado indican un proceso en el cual el “flechazo” o el “rapto” son un momento, un acontecimiento. El enamoramiento caracteriza inconfundiblemente el inicio, el origen, las mañanas del amor, el amor en su estado naciente.

Pero, lo que Lacan encuentra en Duras –y seguramente fue lo que le interesó a Lacan– es que ella no nos muestra tanto un interés por el amor in status nascendi, como por el momento en el que el objeto de amor queda al desnudo, es decir, cuando un amor ha llegado a su fin y el objeto amado se ve despojado de la imagen que hasta entonces lo recubría, es decir, el momento en el que el amor abandona su objeto para dirigirse a otro nuevo.

En su comentario sobre El arrebato de Lol V. Stein, Jacques Lacan lo plantea en forma de un interrogante: ¿No basta esto para que reconozcamos lo que le ha sucedido a Lol, y que revela lo que concierne al amor; o sea, a esa imagen, imagen de sí mismo, con que el otro nos reviste y nos viste, imagen que nos deja, cuando nos despojan de ella?

Podríamos decir que para Duras el modo en que un amor termina nos puede enseñar mucho más sobre el amor que el modo en que este nace. Es interesante que, si bien muchas de sus novelas describen amores que acaban, sin embargo, es notable que ese amor que llega a su fin no desemboca nunca en el odio. El final de un amor surge en un contexto en el que el personaje atisba en su pareja el comienzo de un nuevo amor. ¿Qué es el amor? Creo que podemos extraer una “definición” del amor en Duras que parece tautológica. Podríamos formularla así: un amor es lo que acaba cuando nace un nuevo amor. ¿Qué queda cuando un amor reemplaza otro?, ¿qué queda del amor cuando es substituido por otro? En verdad, ella se esforzó por dar forma a esta concepción en varias novelas suyas.

Lacan cree pertinente tomar la novela central, El arrebato de Lol V. Stein, aunque la primera de esta serie de novelas fue Las diez y media de una noche en verano. En su comentario sobre el El arrebato de Lol V. Stein, Lacan se refiere también a esta primera novela de la serie, en la que se describen dos dramas. Una pareja viaja con una amiga a España. Una tormenta los retiene en el hotel de un pueblo. En ese pueblo ha habido un asesinato. Un hombre mató a su mujer después de descubrirla en los brazos de otro. Tras el asesinato, huye. La policía está buscándolo. En un determinado momento del relato, en el hotel en el que se hospedan, María descubre, por el resplandor de un relámpago, a su marido besándose con la amiga y, también, ve en el techo al asesino fugitivo buscado por la policía. María se debate entre salvar al asesino, asesinar a su marido y la amiga o suicidarse por la relación que ella tiene con el alcohol. En el relámpago que ilumina las diez y media de la noche de verano está todo el núcleo de la esta breve novela. María dice entender lo que fue su amor por este hombre justo en el momento en que ve nacer en él un nuevo amor por otra mujer. Digamos que entiende lo que fue su amor justo en el momento en que lo pierde. Pero en todo esto no hay nada dramático. Es evidente que en María hay un cierto goce en la substitución del amor, ya que no siente celos y tampoco muestra odio respecto a la rival. El odio, en verdad, hace que falte aquello que hay de substitución en todo amor.

En la historia, el odio corresponde al hombre buscado por la policía, porque ha matado a la mujer y el amante de la mujer. Como Dupin, en La carta robada de E.A. Poe, María es la única persona que logra verlo, oculto en un techo. Digamos que este hombre, invisible para todos, imperceptible como una mancha en el techo, se identifica con esa mancha para esconderse, él mismo se había convertido en una mancha.

Entonces ¿por qué ve la mancha María? Porque ella misma se había convertido también en una mancha a causa del otro amor, es decir, reducida a una mirada que es una mancha a causa del nuevo amor de su pareja. María esconde a ese hombre en un campo de centeno, aunque llega demasiado tarde para salvarlo y el hombre se suicida.

Por su parte, en El arrebato de Lol V. Stein, la historia de Lol V. Stein que ve cómo, en el transcurso de un baile, otra mujer, Anne-Marie Stretter le arrebata a su novio, Lol V. Stein es como aspirada por esa escena, quedando atrapada en ella en la que esa mujer se lleva a su amante. Encontramos la misma estructura, que bien podríamos definir así: Podemos descubrir lo que sostenía un amor cuando éste llega al final y somos substituidos por otro objeto de amor.
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EL GOCE DEL UNO NO ES SIGNO DE AMOR
Rosa López Sánchez

Jacques Lacan comienza el seminario Aun con su famosa frase: “El goce del Otro no es signo de amor”, comentada en innumerables ocasiones. No quiero detenerme en esta fórmula, sino en aquella otra con la que el libro XX encuentra su punto final: “Saber lo que la pareja va a hacer no es prueba de amor”. Como puede comprobarse, ambas comparten el mismo modo de construcción lingüística, lo que produce un efecto de abrochamiento entre la apertura y el cierre del seminario.
En el contexto de este capítulo podemos deducir que ese saber sobre los actos del otro no puede pensarse como una prueba de amor sino más bien de odio.

Lacan se despide dirigiendo a su auditorio una pregunta que tiene cierto tono de reproche: “¿Seguiré el año próximo? ¡Hagan sus apuestas! ¿Querrá decir que los que adivinen es porque me quieren? Saber lo que la pareja va a hacer no es prueba de amor”.

¿En quiénes está pensando cuando dice esto? Hay un hecho que le había afectado bastante en aquellos días y al que se refiere en páginas anteriores. Se trata de la aparición del libro Le titre de la lettre (El título de la letra) escrito por Philippe Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy, esos subalternos cuyo nombre no quiere mencionar. La paradoja de este libro es que los autores, que utilizaron para hacer su trabajo de maestría el escrito La Instancia de la letra, lo leyeron con “tanto amor” (subraya Lacan con ironía) que desembocaron finalmente en el odio más frontal. Es porque no le presuponían el saber, por lo que pudieron leerle mejor que los que le amaban. Del mismo modo, Lacan asegura que aquellos que vienen a escucharle con asiduidad para utilizar en su contra el saber que les ofrece, son los que probablemente adivinen qué va a hacer el próximo año.

Estamos de lleno en el terreno de la transferencia, donde la oscilación entre el amor admirativo al saber supuesto en el analista puede dar lugar al odio desconsiderado de ese saber, incluso a la crítica más aguda. En estos párrafos Lacan interpela a su audiencia en numerosas ocasiones, habla de sí mismo, y transmite su propia experiencia respecto a los efectos de amor u odio producidos por la exposición de su saber. También declara su deseo soñado de encontrar un día la sala del seminario vacía y, entonces, poder dedicarse a abanicárselas en lugar de quedarse hasta las cuatro de la madrugada fabricando un saber que, quizás, no sirva para nada.

En la pagina 83 del Seminario XX, Lacan muestra que tanto el amor como el odio están íntimamente relacionados con el saber: “A aquel a quien supongo el saber lo amo.... si digo que me odian es porque me de-suponen el saber”. Ahora bien, es fundamental distinguir cuál es la diferencia entre estos dos modos de saber, el que anima el amor y el que da lugar al odio.

El saber del amor
"Todo amor encuentra su soporte en cierta relación entre dos saberes inconscientes" (Aun, pág. 174). Esta relación entre saber y amor es el resorte del SSS en la transferencia y guarda también el secreto de la elección del objeto de amor que fue largamente estudiada por Freud.

Lacan toma como punto de partida la inexistencia de la relación sexual para entender el estatuto del amor. No hay relación sexual porque el goce del Otro es siempre inadecuado.

Del lado del hombre, es un goce con un componente perverso que le lleva a reducir a su pareja a la dimensión de objeto a. Del lado de la mujer, es un goce loco, enigmático, errático. Ante este fatal destino, la respuesta amorosa viene a ser una apuesta valiente que se pone a prueba

El amor es del orden de la contingencia, frente a la relación sexual que pertenece a la categoría de la imposibilidad. Una contingencia que surge en ciertos encuentros cuando entre los dos miembros de la pareja se produce un modo de reconocimiento muy particular. Se reconocen en sus síntomas, en sus afectos, en sus fallas, en definitiva, en todo aquello que marca la huella de su exilio como seres hablantes de la relación sexual (“A mí me pasa, lo mismo que a usted”, reza una conocida canción de amor...).

Lacan nos ofrece en este seminario una visión muy diferente de la idea freudiana del amor narcisista, que sitúa al otro en el lugar del ideal del yo. Lo que en Freud es desconocimiento de ese fatal destino en el que consiste la ausencia de relación sexual, en Lacan es ahora (no siempre fue así) valentía. Desde la perspectiva de la contingencia, el amor no se da entre un yo y el ideal, sino entre dos exiliados que por un instante encuentran un refugio común. Lo que despierta el amor por el otro es aquello de lo que cojea, su falta, porque en el amor se produce el reconocimiento del modo en que el partenaire se encuentra afectado por el saber inconsciente. Entonces, dos saberes inconscientes entran en sintonía.

El saber en el odio
El problema surge cuando pretendemos saber más sobre el otro, incluso, podríamos decir, cuando se quiere saber “demasiado”. No nos alcanza con el reconocimiento de ese sujeto del inconsciente, también queremos aprehender su ser. Si la relación de sujeto a sujeto mueve al amor, la relación de ser a ser conduce indefectiblemente al odio, porque se dirige al goce. El amor promueve un acompañamiento en la vida como paliativo de la soledad, pero cuando entra en escena el goce de cada uno se rompe toda ilusión de compañía, porque el goce es siempre goce del uno (autista, solitario) y no consuena con el otro. Si el goce es lo más singular y solitario del ser hablante, en esta dimensión no hay lazo posible.

El drama del amor se produce al querer pasar de la contingencia a la necesidad, es decir, cuando se intenta que la experiencia que hizo cesar la imposibilidad de la relación sexual perdure en el tiempo, lo que implica ya la repetición. ¿Cómo no caer en esa deriva hacia la necesidad que acaba por degradar el amor? Odiamos a aquel que amamos porque se ha convertido en algo necesario, y el sentimiento de dependencia vital nos lleva inevitablemente hacia el odio.

Lacan creó el neologismo hainamouration (odioenamoramiento) para indicar ese punto crucial de reversibilidad del amor en odio que transforma al partenaire en algo insoportable. Esa cara que antes nos fascinaba, ahora ya no podemos ni verla y esa manera de ser que nos enternecía por sus fallas comienza a resultarnos insufrible. No aguantamos ni lo que dice ni lo que hace, porque sabemos demasiado sobre su modo de goce que nos excluye.

Subrayemos que en el odio lo que esta en juego es el “modo” de gozar del partenaire cuyos signos reconocemos y hasta sabríamos describir, pero no podemos experimentarlo porque se trata del goce del Uno. Aunque Lacan no llega a decirlo me parece que con este último capítulo podríamos rectificar su formula inicial ( que él mismo encuentra precaria) y afirmar: el goce del Uno no es signo de amor.

Frente al goce Uno del semejante la respuesta puede ser el rechazo (cuyo máximo exponente es el odio del racismo) o la aceptación. Desafortunadamente, el odio es un sentimiento más estable y radical que el amor, porque no depende de un discurso que lo sostenga.

Llegados a este punto propongo que pensemos si la reversión del amor en odio es absolutamente inevitable o, por el contrario, el análisis puede darle al amor otro destino.

Por una parte, algunas psicosis nos demuestran que no todo odio proviene del amor, ni es susceptible de reversibilidad alguna. Por otra, la psicopatología de la vida cotidiana da prueba de la existencia de parejas que pueden amarse sin que el odio se convierta en una pasión que los consume.

En cuanto a la experiencia analítica, es crucial diferenciar el deseo de saber del sujeto sobre la letra de su propio goce, un deseo que le permite acceder a su síntoma, del deseo de saber sobre el goce del partenaire, como propone la sexología, creyendo que de esa forma puede hacer existir la relación sexual. El psicoanálisis, por el contrario, no promueve esa orientación del saber sobre el ser del otro, que Lacan califica como “demasiado”, pues conduce a lo peor.

El resultado de un análisis no excluye completamente el odio y no nos convierte en bellas almas angelicales. Por el contrario, el odio cumple una función en la vida y también en la transferencia, pues otorga la lucidez que nos permite situar algo de la letra. La cuestión estriba en que el odio no se convierta en una pasión que degrade constantemente el amor.

Podemos esperar que durante el proceso analítico (y no solo en el final del mismo) se abra la posibilidad de soportar el modo de goce solitario del partenaire sin que eso provoque nuestro rechazo, ni se constituya en una afrenta narcisista, o de lugar a un sentimiento de abandono.
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DEL AMOR IMPOSIBLE O A CASI TODOS NOS SIGUE ENAMORANDO CASABLANCA
María Navarro

A pesar del discurso generalizado, que insiste en tapar la falta a toda costa, del debilitamiento en los lazos de amor, del llamado amor líquido, los analistas seguimos escuchando cómo el síntoma nombra a cada uno de nuestros pacientes en sus dilemas con el Otro. Y todo dilema conlleva en la disimetría que lo constituye una pregunta por el amor. Sea cual sea la modalidad. Todo el recorrido de un análisis atraviesa el embrollo donde se van despejando, sobre un fondo de ausencia, los nombres que pusimos al velo del amor, aquello que del inconsciente habla y hace síntoma, sus vacilaciones, sus límites, su voracidad, su odio, su dolor, su estrago, su infinitud o su apatía, hasta la depuración. Nombres del amor para inventar uno nuevo.

Ausencia, que nos remite a la falta como condición y velo porque es la ilusión de su existencia lo que permite significarlo y trasmitirlo. Lacan definió al amor de varias maneras a lo largo de su enseñanza y todas ellas encierran -independientemente del momento teórico que abordan- una resonancia poética. Ya sea la que se refiere al Banquete de Platón o al Ars amandi de Ovidio, explicitando su vinculación al arte y a la sublimación en el seminario de la Ética cuando lo comparó al arte de amar y poético propia del amor cortés.

La creación poética cortés implica un paradigma de sublimación pues se articula en referencia a la Cosa que Freud aisló como el primer exterior alrededor del cual se organiza toda la andadura del sujeto frente al mundo de sus deseos. Un objeto que, por naturaleza, está perdido y que le permite situar el lugar de la Cosa y plantear, a partir de la sublimación inherente al arte, un objeto enloquecedor, un partenaire que Lacan llamó inhumano. Pues encontramos en este amor una exaltación donde el ideal lleva a una función de límite, mostrando lo que no se puede franquear a través de hacer al objeto inaccesible. El objeto está separado, como lo está la mujer del hombre, confirmando así la imposibilidad de la relación sexual en tanto complementariedad de los sexos, pues la dama ocupa el lugar de la ausencia de la Cosa, o de aquello que da cuenta de esa ausencia y que Lacan llamó el objeto a.

Esta manera de amar, aunque se aleja de las actuales en su forma de abordar al otro sexo, será la que realce Lacan al final de su enseñanza, en su seminario L’insú, para presentarla como la forma que nos muestra que su lógica sigue definiendo los parámetros dentro de los cuales los dos sexos se relacionan entre sí. Para suplir la ausencia de la relación sexual se finge que uno es el que lo obstaculiza. Un velo con formas exquisitas, que permite abordar la dificultad de enfrentarse a lo que no existe. Se trata de una manera de hacer presente y ausentar a la vez aquello que la Dama representa, que no es otra cosa que un vacío, al igual que el amor que a ella se destina.

Hay una película que quisiera reseñar para estas Jornadas pues su guión se acerca a la manera cortés, en la que se dan varias de las condiciones que esta modalidad de amor requiere: la dama estará comprometida con otro, la relación se mantendrá oculta así como será necesaria una prueba de amor del caballero. Se trata del clásico dirigido por Michel Curtiz, Casablanca (1942) en la que mas allá del marco sociopolítico de la Segunda Guerra mundial que aborda, nos encontramos con una historia de amor imposible, a un hombre, Rick, (Humphrey Bogart) que ha de elegir entre el amor y lo que considera correcto, para dar las pruebas que la bella Ilsa (Ingrid Bergman) pide, para salvarla y cuya prueba, una carta, cumple la condición de mostrarle su amor y mantenerla a la vez inaccesible. El salvoconducto que la llevará lejos con su marido, Victor Lazlo. Rick tomará una decisión que dice ser la correcta pero su precio es perderla a pesar de la posibilidad de huir juntos. Siendo la ciudad de París el espacio que quedará en sus palabras para ubicar ese amor: Siempre nos quedará París dirá Rick velando así lo real de la imposibilidad de la relación a pesar del cuestionamiento de Ilsa al verdadero amor que debería existir entre los dos. Escritura de amor que, oculto aunque a la vista de todos como lo fuera en la carta robada de Poe, contiene nada mas que la ausencia, para sobrevivir, más allá de todos los desastres y convertirse en uno.
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Les recordamos que pueden consultar los números anteriores, tanto de Amor a la letra como de las Cartas de aLmor en la página Web de las Jornadas
http://www.elp-debates.com/jornadas.html