ACERCA DE LOS SEMBLANTES SEXUALES. Por Vilma Coccoz (Madrid)


Chica en la cama (1952), LUCIAN FREUD (Gran Bretaña, 1922), Colección privada.

Semblante e identidad sexual

El concepto de semblante adquiere especial relevancia a partir de la última enseñanza de Lacan. Allí donde la psicología y la sociología manejan la limitada e inexacta noción de rol, el psicoanálisis ha aportado su esclarecimiento respecto de los resortes inconscientes que determinan la presentación, el comportamiento de las personas en lo social, su conducta en la relación con los otros. ¿El hábito hace al monje? ¿Es suficiente con decir soy tal o cual para que sea efectivo en la realidad? ¿Basta “actuar como si”o “vestirse de” para resolver la identidad sexual?

Las identificaciones

El hecho de presentarse como hombre o mujer es uno de los acontecimientos más importantes de la vida en el que se ponen en juego las identificaciones formadoras de la subjetividad, a partir de rasgos elegidos o rechazados en los seres más próximos, con los que han tenido lugar los primeros intercambios simbólicos y libidinales. Definirse como hombre o mujer tiene el valor de una “declaración del ser” que tendrá consecuencias reales en el momento del encuentro entre los cuerpos y es en la época de la adolescencia cuando esta problemática se agudiza, ante la perspectiva real del encuentro con el sexo.
La física moderna ha logrado escribir la fórmula de la gravitación universal, la ley de atracción entre los cuerpos. En cambio, para los seres que hablamos no existe una ley equivalente, a falta de lo cual cada uno debe inventar un modo de acceso al partenaire a partir del encuentro con esta falla del lenguaje para suministrar la clave de la relación entre los sexos. La diversidad de las soluciones es tan grande como la diversidad de los sujetos, pero hoy en día la polisintomatología del adolescente (Alexander Stevens) demuestra que gran parte de los síntomas son respuestas regresivas ante el encuentro traumático con la sexualidad y ante la ausencia de recursos simbólicos e imaginarios que permitan resolver las transformaciones que se evidencian en el cuerpo.

El adolescente despierta

Ante este enigma “humano, demasiado humano”, el adolescente despierta de sus sueños. En el momento de ser requerido a presentarse en el mundo con una definición sexual, se ponen de manifiesto las dificultades propias y las de la época. No podemos extrañarnos de que los profundos cambios sociales a los que estamos asistiendo tengan una incidencia directa en los hábitos de los seres sexuados (hábito en sentido de costumbre y de vestimenta).

¿Qué es identidad sexual?

Siendo el lenguaje según lo definió Heiddeger, “la casa del ser”, lo que se denomina identidad sexual es el resultado de haber podido conquistar un modo de habitar el lenguaje a partir de un semblante sexual. Habitarlo con su cuerpo real y con sus identificaciones particulares y conseguir gozar de eso sin excesivos sufrimientos e inhibiciones.

Semblantes e historia

Los semblantes son amalgama de elementos simbólicos e imaginarios que varían según la subjetividad de la época, según el estado de los discursos. Los semblantes sexuales, ofrecen respuestas a la pregunta qué significa ser una mujer o un hombre, elaboradas allí donde el lenguaje no puede ofrecer la clave definitiva. Estas figuras o representaciones se forman a partir de las significaciones privilegiadas de una determinada época, segregando “modelos”, o “referentes” que orientan los ideales. Por ejemplo, en la configuración del semblante de la mujer del siglo XIX , la significación del honor y su séquito formaba parte del semblante de la mujer recatada, reservada y púdica.
En nuestros tiempos, y a raíz de los cambios en la civilización a los que antes aludíamos, los semblantes sexuales tienden a ser cada vez menos diferenciados a consecuencia, entre otros factores, de la homogeneización de los objetos de consumo, objetos plus de goce. La infinita producción de gadgets ha acentuado el desvarío del goce y la errancia de los sujetos.
La permisividad, producto de la declinación de la instancia paterna ha aportado lo suyo a este paisaje. También la contribución de una psicología embrutecida y aconceptual en la que el sexo es considerado como una función “natural” del individuo.
Ciertas revistas de divulgación, al proponer una equiparación de lo femenino y lo masculino promueven un empuje a gozar completamente irresponsable, reducen el acto de hacer el amor a una sexualidad hidráulica, como decía recientemente un antropólogo italiano. El creciente humor depresivo que inunda nuestras sociedades se relaciona en gran medida con que los sujetos se sienten culpables de su incapacidad, de su impotencia para conseguir aquello que les es presentado y vendido como tan accesible y tan normal.

Violencia y posición sexuada

El problema de la violencia que se desencadena en la pubertad está íntimamente relacionado con la dificultad para obtener una posición sexuada, un lugar en el discurso, una manera civilizada de gozar. No se trata pues, como algunos pretenden, de una violencia machista. Sino más bien de una consecuencia de la dificultad de resolver la sexuación, mediante un intento loco por mostrar una potencia que se escurre. O de la denuncia trágica del cinismo del discurso del amo. En muchos casos, recibiendo como efecto de los actos de ataque al otro y a los símbolos inaccesibles, el amargo resultado de la retorsión suicida, del contragolpe social.

Vilma Coccoz. (Madrid)