´Bullying´, el acoso del sujeto. Por José Ramón Ubieto (Barcelona)


(Artículo aparecido en LA VANGUARDIA, el 2 de noviembre de 2006. Sociedad | página nº 44)

´Bullying´, el acoso del sujeto

SE OBSERVA QUE CRECE la agresividad entre las chicas, que se suma a la clásica conducta de difamación o rechazo

El debate actual sobre el llamado bullying pone sobre la mesa diversos interrogantes, algunos sobre su novedad y otros sobre su alcance. Es un hecho que no se trata de un fenómeno reciente, si bien todos los estudios parecen coincidir en un aumento significativo de los casos en los últimos tiempos. También parece cierto que corremos el riesgo de hacer un uso indiscriminado del término, que propicia luego algunas predicciones a largo plazo que nos recuerdan la tesis, tan extendida en la psiquiatría norteamericana, según la cual los niños hiperactivos (¡otro cajón de sastre!) no medicados desde la primera infancia son futuros delincuentes. Oel intento de creación, en la vecina Francia, de un carnet de salud mental para todos los escolares y desde los primeros años, donde anotar cualquier incidencia (por leve que sea) con afán de predecir posibles conductas asociales en la adolescencia y juventud.

No queremos, con esto, negar la realidad del acoso escolar. Nos interesa más bien preguntarnos por las razones de estos hechos en nuestra civilización. Sin ánimo de exhaustividad, podemos aportar tres causas que considerar.

Una primera transformación social es la sustitución del concepto de autoridad como vector social y relacional por el de seguridad como metavalor. La violencia se sitúa, pues, como respuesta a una cierto declive de la imagen social del amo (maestro), que da paso a una lógica de red y a una victimización horizontal. Ante el riesgo de convertirse en víctima, hay que situarse en el otro bando (acosador y espectadores mudos).

Una segunda transformación está relacionada con la función de la mirada como fuente de ese goce, multiplicado por los gadgets modernos. El intercambio creciente, entre los propios jóvenes y a través de todo tipo de soportes digitales (internet, los teléfonos móviles) de imágenes relativas a peleas y agresiones, junto a la proliferación de reality shows televisivos donde no escasean estos actos y/ o su relato, confirman que la violencia, en nuestros días, no es pensable sin su representación, que incluye la escena misma y la fascinación que produce entre unos (actores) y otros (espectadores).

Finalmente, pero no por ello menos importante, encontramos la crisis de las identidades sexuales. ¿Cómo encontrar una referencia para la masculinidad o la feminidad? Esta pregunta, vital para todo joven, ha encontrado respuestas más claras en otros momentos en los que se ofrecía sin ambigüedades un perfil claro de los tipos sexuales, una respuesta a las preguntas de cómo ser un hombre o cómo ser una mujer. Ahora, constatamos una crisis en la masculinidad, rebote del propio declive de la imagen paterna, así como un aumento de los estilos viriles entre las féminas.

Un dato interesante que aparece en varios de los informes recientes es el hecho de son los chicos los que manifiestan haber sufrido más abusos y vejaciones sexuales que las chicas. Y otro dato también relevante es que se observa un aumento de las conductas agresivas por parte de las chicas que se suman a las ya clásicas de la difamación o rechazo de otras compañeras.

Esta dificultad no es ajena al fenómeno del acoso escolar, donde cada uno de los alumnos corre a asegurarse su inclusión en un grupo para evitar ser excluido por raro, friki o pringao.La violencia ejercida contra aquellos que por una razón u otra se presentan (o son designados) como deficitarios (gordos, sin ropa de marca, inmigrantes, homosexuales...) o bien como extravagantes se justifica, paradójicamente, en la defensa de un puritanismo exacerbado ante los signos de esa falta en el Otro.

Los acosadores y sus espectadores se refugian en la demanda de una mayor homogeneización de los estilos de vida, en la preferencia por los signos normativos ( "ser como los demás, normal, como todo el mundo"). Comparten un imaginario (vestimenta, peinado...) del cual quedan excluidos, separados, los raros, aquellos que encarnan, más que otros, la diferencia extraña y provocan por ello el odio, la burla y el acoso.

El pánico de verse segregado de ese espacio compartido (pandilla, círculo del patio, chat,..) y de los beneficios identitarios que conlleva hace que el sujeto se anticipe en su definición por temor a ser rechazado. Por ello, el bullying plantea siempre un ternario formado por el/ los agresor/ es, la víctima y el grupo de espectadores, muchas veces mudos y expectantes. Sus testimonios resaltan su deseo: callar y aplaudir para no convertirse en víctimas, ellos también.

Para concluir, podemos decir que el acoso es una forma de sustraer al sujeto su síntoma particular, aquello que aparece en él como rareza, signo de alteridad, para promover así la uniformidad de la satisfacción, ser como los demás. Por eso, la función de la injuria (insultos, motes...), tan presente en todos los casos de bullying, es decisiva, ya que apunta a la identidad de ese sujeto que por su particularidad se opone (aunque sea involuntariamente) al conjunto. El acoso lo convierte en un resto, un desecho, de ahí que en algunos casos extremos el suicidio aparezca como la única vía para restituir la dignidad humana.

JOSÉ R. UBIETO (Barcelona)
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