A propósito de PIPOL 7: Víctima! La ley de la Ley del corazón: El yo siempre es víctima. Una reflexión sobre El Misántropo, de Molière | Betina Ganim

“(…) Alcestes cuya víctima es él mismo (…)lo que busca(...)es: un lugar apartado en esta tierra donde se tenga la libertad de ser hombre de honor.”
Lacan, J.(1)

Betina GanimSi hablamos de un yo-víctima, antes de remitirnos al Otro del que uno se cree víctima, al verdugo, tenemos que ir a algo elemental: a la estructuración del yo. Siguiendo el curso Donc, de Jacques-Alain Miller, me guiaré por lo que allí sostiene, a saber, que existe una “afinidad estructural entre el yo y la vocación de víctima, que se deduce de la estructura general del desconocimiento”(2). Estructura en la que Lacan reinscribe su clínica de la psicosis, y por lo que concluimos que el yo es loco, que está “preñado de delirio”.

Sabemos que en la primera intervención de Lacan al mundo psicoanalítico, para hablar del yo tuvo que recurrir a otras referencias -más allá de Freud. Y que es esencial en su clínica el recurso al “loco hegeliano”. Hegel le aporta mucho a ese “primerísimo” Lacan que hace del yo y de lo imaginario lo propio de la experiencia analítica en términos de intersubjetividad.

Para Hegel, la locura es una de las figuras en que la razón detiene su camino hacia el Espíritu o al Saber Absoluto. Una de estas figuras es “la ley del corazón”, que Miller retoma para diferenciarla de la figura del “alma bella”, con la que tiene algunas similitudes, pero que tiene su particularidad: la figura de la ley del corazón implica un tipo de víctima cuya ley implica que si te identificas a tu yo, caerás indefectiblemente bajo la ley de la “ley del corazón”: y así, el yo siempre es víctima.

En este punto me ha resultado de una referencia esclarecedora en lo que se refiere a la posición de víctima como “ley del corazón”, cuando Lacan recurre en su escrito “Acerca de la causalidad psíquica”, al personaje de Alcestes, de la obra “El misántropo” de Molière(3). Allí Lacan nos muestra a alguien “animado por un delirio de presunción, que piensa que puede condenar la inmoralidad de todos, sin percibir que él mismo tiene que ver con eso”(4).

Podemos decir que es un personaje “enfermo de la verdad” que se ubica en un discurso que se dirige hacia la “Causa perdida”, llevándolo al narcicismo entendido como una unicidad yoica: yo=yo. Esta es una de las modalidades de la ley del corazón que es estructural al yo, sostiene Miller.

El narcisismo del que se trata no solo necesita el orden del mundo como Otro (al que Alcestes se opone) un Otro "triunfador", al que golpeará y que en el mismo movimiento se golpea a sí mismo, sino que disfruta con “delicia” los “contragolpes” que le vienen del otro. Aquí podemos ubicar ese posición gozosa del yo en su victimización.

La rabia que declara Alcestes al escuchar los versos de Orontes hacia su amada Celimena, siguiendo el análisis de Lacan en sus Escritos, es porque reconoce en él su misma situación. Considerándolo un rival tan imbécil, lo que se le devuelve no es más que su propia imagen. Palabras llenas de furia que no nos transmiten otra cosa que la “delicia” de recibir el contragolpe, quedando él mismo como la víctima. Si me identifico con mi yo estoy destinado a ser ese tipo de víctima, es ley: La ley de la ley del corazón.

Lacan destaca hacia el final de la obra, el acto que le permite ubicar algo de validez general, en tanto se trata de esa pasión por demostrar ante todos la unicidad del yo.

ALCESTE (a Celimena): -¡Ah! Nada es comparable con mi amor infinito, y en el deseo que tiene de mostrarse, llega hasta hacer votos contra vos. Sí; yo quisiera que nadie os encontrara cariñosa; que os vieseis reducida a un sino miserable; que el cielo al nacer, no os hubiera distinguido con nada; que no os poseyerais ni estirpe, ni cuna, ni bienes, a fin de que el público sacrificio de mi corazón lograra remediar la injusticia de semejante suerte, y que tuviera yo la alegría y la gloria, en consecuencia, de ver que todo lo recibíais de manos de mi amor.

Pero también considero que ya en el primer acto de esta obra se verifica esa posición por la que se tiene que pagar un precio: el aislamiento de la víctima.

FILINTO (amigo de Alceste): - Ya que la franqueza os gusta tanto os diré francamente que tal enfermedad (de querer corregir el mundo) provoca la risa allí por donde vais, y que enojaros demasiado contra las costumbres de la época os pone abiertamente en ridículo ante mucha gente.
ALCESTE: - Tanto mejor, ¡pardiez! Eso quiero. Es buena señal para mí. Todos los hombres son tan odiosos que me molestaría ser cuerdo entre ellos”(5)

En todo ese primer acto, Filinto hace unas intervenciones a mi juicio exquisitas que tratan de sacarlo de esa posición, introduciendo al Juez o a Celimena. Un tercero, podría decir, apela a otro orden para sacarlo de esa “encerrona”.

Hay una intervención que quiero destacar, en tanto es un intento de conmover esa “locura” de “querer dedicarse a corregir el mundo” desde su lugar de víctima. Una intervención que apunta a marcarle su posición como sujeto, apuntando a su falla; le marca justamente eso que hace grieta en su razonamiento narcisista: su amor hacia Celimena, que tenía ciertos vicios que Alcestes decía firmemente repudiar.

FILINTO: - Mas esa rectitud que queréis para todo de manera tan precisa; esa absoluta honestidad en la que os encerráis, ¿la encontráis correspondida por la gente que queréis? Me extraña por mi parte, que estando como parece tan ardorosamente reñidos vos y el género humano, pese a todo cuanto pueda hacérosle odioso, hayáis buscado en él lo que encuentra vuestros ojos; y lo que me sorprende aún más es la extraña lealtad a que vuestro corazón se entrega. La sincera Eliante siente por vos inclinación; la gazmoña Arsinoe os mira con ojos muy tiernos; y sin embargo vuestra alma rechaza sus entusiasmos, mientras se entretiene con los lazos de Celimena, cuya coquetería y cuyo espíritu malediciente parecen tan encantados con las costumbres actuales. ¿A qué se debe que odiando los defectos humanos tan mortalmente, podáis soportar tan cómodamente los que tiene esa beldad? ¿Es que se transforman los defectos en tan dulce dueña? ¿Los veis, acaso? ¿O los disculpáis?
ALCESTE: - No (…) más confieso mi flaqueza (…)

Pero Alcestes, lejos de asumir esa “flaqueza”, la deposita en su amada, de quien provienen sus diabólicos encantos. Y no consigue salir de esa victimización inevitable, a pesar de los intentos de su amigo.

Recordemos que la primera versión de lo simbólico en Lacan es una versión de Hegel, ya que “es a través de lo simbólico que el sujeto percibe el lugar que ocupa en la conexión de las acciones. Es lo contrario de un sujeto encarcelado en su propia excelencia que vomita desprecio sobre el mundo a partir de su superioridad.”

Toda una orientación clínica.

(1) Lacan, J. Acerca de la causalidad psíquica. Escritos 1. Siglo XXI, Buenos Aires, 2008.
(2) Miller, Jacques-Alain. Donc, capítulo VI. Paidós, Buenos Aires, 2011, p. 119-120.
(3) Molière. El Misántropo. Biblioteca Edaf de bolsillo, Madrid, 1984.
(4) Miller, J-A. La Escuela de Lacan. San Pablo, 1992. Publicado en Elucidación de Lacan.
(5) Molière. El Misántropo. Biblioteca Edaf de bolsillo, Madrid, 1984.