A los jóvenes

¿Cómo un psicoanalista que no puede orientarse en la sociedad en la que vive y trabaja, en los debates que la convulsionan, estaría preparado para tomar a su cargo los destinos de la institución analítica? Nada más actual que la gran idea que Lacan se hacía del psicoanalista en 1953 (antes de tener que empequeñecerla dada su experiencia con los psicoanalistas existentes) y el requerimiento que les dirige (Escritos p. 309): "Que conozca bien la espira a la que su época lo arrastra en la obra continuada de Babel, y que sepa su función de intérprete en la discordia de los lenguajes".1

Jacques Alain Miller

Este texto surge a partir de algunas cuestiones que emergieron en dos espacios de la ELP:

1) El Taller “Hablar y decir en el mundo de hoy” del Espacio Preparatorio de la Comunidad de Cataluña para las Jornadas anuales de la ELP, que tendrán lugar en Madrid en diciembre de 2023, con el título “Lo que hablar quiere decir”.

2) En el debate posterior a la Conferencia “La función de la palabra en el psicoanálisis” que impartí vía Zoom, en el Espacio Trabajo de Escuela de la Sede de Sevilla, de la Comunidad de Andalucía de la ELP.

En ambos espacios se discutió entre otras cosas, acerca de las consultas que nos llegan de los sujetos de hoy en día, de lo que se dio en llamar el tiempo de la post pandemia.

Había una coincidencia, muchos de los pacientes que nos vienen a ver lo hacen con los significantes amos en boga, como no podría ser de otra manera.

Se constata que después de la pandemia hay un aumento generalizado de consultas a los “psi” pero a la vez un desconocimiento de lo que es el psicoanálisis; mientras lo primero es nuevo en este país, lo segundo no. A diferencia de los países vecinos, aquí se sabe poco acerca de qué es el psicoanálisis y proliferan los prejuicios.

Hablamos de sujetos colonizados por los significantes de lo “neuro” y del DSM. Además, portan un saber encontrado en Google o en otros profesionales, acerca de lo que les pasa, acerca del nombre dado a su malestar y a su síntoma. Muchas veces acuden para confirmar como un síntoma les da una identidad.

Y ante eso surge la pregunta de ¿qué hacer? ¿cómo nos situamos como psicoanalistas?

Las demandas de un psicoanálisis, mayoritariamente, quedan restringidas a aquellos sujetos que se quieren formar como psicoanalistas y buscan analistas experimentados. Por supuesto que hay excepciones; sin embargo, los analistas jóvenes, menores de 35 años, según la propuesta de Miller2 no se encuentran con esto.

Se encuentran, más bien, en instituciones e inclusive en sus despachos con un problema: el ideal de lo que es ser psicoanalista hoy, confrontados con lo que puede hacerse en la práctica cotidiana.

Un colega se preguntaba si la Escuela acoge esta cuestión, es decir qué hacer con estas nuevas formas de demanda, y cómo situarse frente a ellas.

Hay muchas maneras de pensar la Escuela; probablemente en las actividades formales, la respuesta sería que es difícil que se acojan estas cuestiones, hablamos poco de clínica. En cambio, seguramente si, en los espacios de supervisión, en los análisis y en los pasillos. Todos lugares que hacen parte de la experiencia de la Escuela y donde puede circular nuestra división subjetiva, nuestras dudas y no las certezas de la doctrina.

En el fondo la respuesta a esta cuestión la sabemos, se trata menos del encuadre y más de la posición del analista. Y de poner los ideales a distancia porque estos sólo generan inhibición entre los practicantes, efecto muy presente en los espacios de la Escuela.

Pero ¿qué pasa con el encuadre?

En el comienzo del psicoanálisis, tenemos a Freud que trataba a muchos de los pacientes con sesiones diarias (a excepción de los fines de semana) Con la IPA posteriormente un análisis debía (debe) ser de como mínimo tres sesiones semanales de 50 minutos, con un setting determinado (formas de hablar, saludo determinado, luz, decoración de la consulta, muebles, fumar en pipa, dejarse la barba al estilo Freud, etc…). La paradoja era que mientras esos factores eran constantes, al mismo tiempo se ritualizaba el tratamiento, especialmente en lo referente al uso del tiempo.

Lacan cuestionó la idea del encuadre y puso la técnica al servicio de la orientación, de la posición del analista. La IPA mantenía un encuadre “obsesivo” y Lacan lo sacudió.

Winnicott también puso en cuestión esto; él hizo uso de lo que llamó el tratamiento “on demand” y lo ejemplificó con el caso Piggle, la cura de una niña a la que vio durante 16 sesiones a lo largo de dos años. Es el sujeto el que demanda el encuentro con el analista. Y el analista es dócil a ello.

Con Lacan el uso de la interpretación, del corte, de la frecuencia, se convierten en intervenciones que operan como acto del analista. Sin embargo, nuevamente fueron muchos los analistas que siguiendo a Lacan ritualizaron el nuevo encuadre. Nos referimos al uso del silencio, a la formalidad de las intervenciones, etc.

Hay otra escansión mas cercana, que produce un cambio de rumbo. Miller en su alocución para PIPOL 4 en el año 2007, habla del “fosilizado concepto del encuadre”3 y situó la cuestión: “…Los efectos psicoanalíticos no dependen del encuadre sino del discurso, es decir de la instalación de coordenadas simbólicas por parte de alguien que es analista, y cuya cualidad de analista no depende del emplazamiento de la consulta, ni de la naturaleza de la clientela, sino más bien de la experiencia en la que él se ha comprometido.
Son los conceptos lacanianos del acto analítico, del discurso analítico y de la conclusión del análisis como pase a analista, los que nos han permitido concebir al psicoanalista como objeto nómada y al psicoanálisis como una instalación móvil, susceptible de desplazarse a nuevos contextos, particularmente a instituciones. Los relatos de los casos muestran, demuestran y ponen en evidencia, que efectos psicoanalíticos propiamente dichos se producen en el marco institucional, por poco que ese contexto autorice la instalación de un lugar analítico. Hay un lugar analítico posible en la institución, digamos que un Lugar Alfa”.
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Si bien Miller en esta conferencia está hablando del CPCT y lo diferencia con la consulta del practicante que ejerce como profesional liberal, es decir que hay un matiz; podemos intuir que la consulta de un analista es evidentemente un lugar Alfa. O es en lo que se debería convertir.

Por allí está la pista, el hilo que puede ser útil a los analistas jóvenes y no tanto.

Esto supone reconocer las coordenadas actuales, a la vez que se sigue la lógica inherente al psicoanálisis. Acoger a los sujetos actuales que acuden a vernos con sus certidumbres, crear las condiciones para que estas puedan transmutar en demanda. Hacer un buen uso de las entrevistas preliminares que han de servir además para crear las condiciones para que el sujeto pueda asociar libremente y dar pie allí donde sea posible al establecimiento de la transferencia. Es necesario tener presente que lo que define al analista es menos su semblante y el encuadre que su acto.

En cualquier caso, el desafío para estos jóvenes analistas es el de navegar la época actual para hacer existir al psicoanálisis del futuro, e inventar estos nuevos lugares Alfa.

 

Notas:

  1. Miller, Jacques Alain. “Comentarios a algunas cuestiones abordadas en la carta precedente”.
  2. Miller, Jacques Alain. #Los jóvenes
  3. Miller, Jacques Alain. "Hacia PIPOL 4". Revista Freudiana Nº 52. Barcelona.
  4. Ibid.