Cartas de aLmor. Aperiódico de las XI Jornadas de la ELP. Nº 0. Oscar Ventura, Eugenio Castro, Miquel Bassols, Gustavo Dessal, Hebe Tizio.

EDITO
¿ESTÁ EL AMOR AMENAZADO?
Oscar Ventura

¿Está el amor amenazado? No son pocos los que piensan que la experiencia del amor estaría en vías de extinción. Son numerosos y plurales los discursos que advierten del peligro de que cada vez es más pronunciada su ausencia en el lazo social. O que su metamorfosis lo vuelve irreconocible, parece que él haya perdido su consistencia. Para los sociólogos como Zygmunt Bauman, ya un clásico sobre el tema, se vuelve líquido y se diluye, se le escapa a uno de las manos. El filósofo Alain Badiou se vio en la urgencia de publicar un “Elogio del amor” ("Éloge de l’amour”) al volver letra un diálogo con el periodista Nicolas Truong, publicado por Flammarion en 2010. Su preocupación reside justamente en que "el amor debe reinventarse pero también, sencillamente, debe ser defendido porque se encuentra amenazado por todas partes."

Ambos coinciden en dos cuestiones sin duda centrales: la de la diferencia y la del tiempo. Consideran que un fundamento de la experiencia del amor es soportar la diferencia y otro que debe perpetuase en el tiempo. “Es una construcción de verdad” dice Alain Badiou: “Un amor verdadero es aquel que triunfa durablemente, a veces con grandes dificultades, frente a los obstáculos que le proponen el espacio, el mundo y el tiempo”. Ambos no dejan de inquietarse ante los destinos inciertos cuando verifican que las cosas del amor ya no duran, sean cuales fueren los objetos que el amor encuentre. Y, efectivamente, los psicoanalistas constatamos que la vida amorosa es una vicisitud que el sujeto de hoy en día no está demasiado dispuesto a consentir. Prefiere obviar sus dificultades en beneficio de un tipo de lazo más efímero y más débil. Se puede verificar la dificultad que el sujeto de esta época tiene para orientarse en el universo de la falta. Sin ella, lo sabemos, nada puede estructurarse en lo que concierne a la experiencia del amor.

Por otro lado, asistimos este verano a un fenómeno de masas, menos erudito sin duda. El último Best Seller mundial, record en venta en formato electrónico y en papel, corresponde a una trilogía que con el alias de E. L. James, concibió la productora de TV británica Erika Mitchel "Cincuenta sombras de Grey". Difícil inscribir esto en género literario alguno… Millones de lectores, especialmente mujeres jóvenes nos dicen, se quedaron atrapados en sus páginas. Seguramente añorando un poco de autoridad que les permita reubicar el campo de la sexualidad en un mundo de prácticas cada vez más bizarras y de cuerpos cada vez más ausentes. A través del relato explícito de la relación sexual la autora se empeña en hacerla existir. Y para ello desencadena hasta el hartazgo el campo del fantasma. El intento de hacer del goce sexual un contrato que se inscriba por fuera del campo del amor, encuentra, más temprano que tarde su límite. Y en este sentido el relato que en principio pretende mostrar la posibilidad de una ascesis amorosa termina convirtiéndose en una apología del amor, en el sentido más banal de la cosa. Uno se inclinaría por recomendarle a esta muchedumbre de lectores que se den una vuelta por el Justine de Sade y de esa forma poder verificar cuál es el destino cuando se pretende formalizar un contrato sobre el goce sexual.

De una forma u otra el Amor, esa fuente de inspiración de muchos, ese grito universal, desgarrado tal vez, no cesa de no escribirse. ¿Consentirá la humanidad declinar la fórmula: toda demanda es demanda de amor hacía toda demanda es demanda de goce? Esto subvertiría los fundamentos mismos de la praxis analítica. Probablemente no nos equivocamos al conjeturar que el amor puede ofrecer una torsión más, una vuelta más para verificar el destino que el analizante le ofrece a lo imposible.

Si el amor es femenino, tal y como lo supo aislar el discurso analítico, ¿podría tener él otro destino que el de dejarlo ser? Si el amor es femenino su destino, aunque se intente, no puede universalizarse, responde más bien a la más pura Tyché, a una particularidad atravesada por lo azaroso del encuentro . Es bajo esta condición, seguramente hay otras, que nos permitimos hablar de los destinos del amor.

Más que “una construcción de verdad”, si me permiten decirlo de esta manera, el amor es una construcción de real. Y tal vez el secreto consista no tanto en alarmarse por su ausencia, sino en poder testimoniar sobre las formas singulares de su presencia. Sobre todo cuando asistimos al momento que la civilización empieza a mostrar, ya sin ambages, la amplificación del cinismo que implican las prácticas de goce contemporáneas, cada vez más despojadas de esa buena forma de la desdicha, gracias a la cual el amor, para cada uno, puede volverse Otra cosa.

Con este Nº 0 y hasta A Coruña la serie de las Cartas de aLmor serán compañeras de viaje. Todos están convocados a escribir la propia. Cuatro textos que no requieren más comentarios que la invitación a su lectura nos acompañan hoy. Seguramente serán muchas más las que se escriban. Algunas de ellas ya reposan en este extraño lugar que hace de soporte a la letra contemporánea.

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El envío de los textos para Cartas de aLmor: Eugenio Castro: eugeniocastro@telefonica.net y Oscar Ventura: o.ventura@arrakis.es

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CARTAS DE ALMOR
Eugenio Castro

Una carta de almor ya hace signo, signo de que se trata del amor desde el Seminario XX hasta el ultimísimo Lacan.

Hay mucho publicado en los años noventa sobre el amor pero ahora es “un nuevo amor” en la vía de la letra, el número y el nudo, del que se ha escrito menos.

El inconsciente como real es lo que debe orientar ese “saber superior al sujeto” con el que los analistas hacen el amor cuando son cert-eros en apuntar a la interpretación del analizante con la letra del goce, con el equívoco.

El amor es “un acontecimiento del decir” que anuda lo RSI; es por ahí por donde se anuda de otra manera el síntoma por el invento del sinthome con el que arreglarse. Hace falta para ello estar enamorado del inconsciente para no errar.

Para hacer bien el amor con el inconsciente hace falta leer bien la carta del síntoma con eso habrá un “reflorecimiento del amor”.

Si “un nuevo amor “en Rimbaud hace cambiar de armonía con un golpe de tambor con el dedo (corazón por supuesto), aquí el cambio es a una disarmonía por la que somos sorprendidos al sabernos sabidos por el insabido que sabe que es el amor.

“Cuando encuentro es cuando escribo, no quiero decir que si no escribiera no encontraría nada, pero quizás no me
daría cuenta” (…Ou pire pág. 25).

Así que les invitamos a que escriban cartas de almor, cartas del amuro de la castración porque lo que se escribe en el muro es la vida misma, la suya o de sus analizantes a los que condujeron a ese nuevo amor.

Y recuerden que el capitalismo que trata de consumirnos forcluye el amor.

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UN POEMA DE AMOR NO ESCRITO DE W. H. AUDEN
Miquel Bassols

Entre las múltiples y variadas “cartas de almor”[1] que se han escrito y se seguirán escribiendo, hay un subgénero muy especial, tal vez el más sutil y verdadero, del que habría que hacer alguna vez el catálogo siguiendo el mejor espíritu macedoniano (de Macedonio Fernández). Es el género de las cartas-poema de amor que no cesan de no escribirse pero que no por ello dejan de llegar a su destinatario —como todas las demás cartas, por otra parte, si seguimos la conocida indicación de Jacques Lacan según la cual toda carta-letra llega siempre a su destinatario—. En dicho catálogo, necesariamente incompleto, debería figurar en lugar distinguido el texto que me ha sugerido esta nota y que se debe a la pluma del gran poeta inglés —autor, entre otros, del notable In Memory of Sigmund Freud—, llamado Wystan Hugh Auden. La carta-poema lleva un título ilustre, en alemán: Dichtung und Wahrheit, como el famoso texto de Goethe, “Poesía y verdad”. Y un subtítulo enigmático: An Unwritten Poem, “Un poema no escrito”.

El primer párrafo del texto empieza del siguiente modo: “A la espera de que llegues mañana, me sorprendo pensando Te amo: y viene después la siguiente reflexión: ”Me gustaría escribir un poema que expresara exactamente lo que quiero decir cuando pienso estas palabras.”[2] Los cuarenta y nueve párrafos siguientes, debidamente numerados y de una lúcida y fina escritura, son un desesperado intento de cumplir este anhelo hasta llegar a la constatación de su imposibilidad lógica: “las palabras no pueden verificarse a sí mismas”. Sin embargo, durante el recorrido que rodea este real imposible de escribir W. H. Auden ha desgranado una serie de consecuencias nada despreciables sobre la experiencia del amor, toda ella entretejida en el lenguaje, en las palabras que no pueden verificarse a sí mismas y que verifican así aquel axioma lacaniano: “no hay metalenguaje”. Es un axioma enteramente compatible, idéntico de hecho en su modo de abordar lo real, al igualmente conocido: “no hay relación sexual”… que pueda escribirse. Pero hay que probarlo para comprobarlo, hay que tirar los dados necesariamente para entender la contingencia de este encuentro con lo real que llamamos amor y que viene al lugar de la imposibilidad lógica tan bien escrita por el poema, no escrito, de W. H. Auden.

La condición homosexual del autor, así como su matrimonio forzado por las circunstancias con Erika Mann, la hija de Thomas Mann, permiten diversas hipótesis sobre la identidad del You al que se dirige la carta-poema. Aunque en este punto no parece esta identidad lo más importante dada la posición de sus dos personajes y de su reciprocidad en el lenguaje: “Común tanto al sentimiento-de-Yo (I-feeling) como al de-Tú (You-feeling): un sentimiento de hallarse-en-medio-de-una historia (being-in-the-middle-of-a-story)”, una historia que el propio lenguaje irá mostrando cada vez más Otra, más ajena, librada necesariamente a las ambigüedades, a los equívocos del significante: “siempre que ell habla es necesaria, la mentira y el autoengaño son posibles”. Entonces, hay algo que necesariamente no cesará de no escribirse en esta historia de amor, algo que da testimonio de un real imposible de atrapar, como lo era la tortuga Briseida para su perseguidor Aquiles: “Te amaré siempre, jura el poeta. Me parece un juramento fácil de hacer. Te amaré a las cuatro y cuarto de la tarde del martes que viene: ¿sigue siento tan fácil?”. Difícil de precisar. ¿Y un segundo después? Más todavía. En la vía por la que el amor intenta atrapar lo real, siempre un poco más allá, el sujeto se encuentra inevitablemente con el imperativo de goce del Superyó (¡o del Supertú!) que también le pide al sujeto ir cada vez un poco más allá…

Ante este real, como indicaba Lacan en su Seminario Aún, al sujeto solo le queda “la única cosa un poco seria que puede hacerse, la carta —letra— de amor”[3].

Aunque no cese, aún, de no escribirse.

Notas:
[1]Este es en efecto, el neologismo lacaniano que condensa el alma con el amor. Da nombre al Boletín electrónico de preparación de las próximas Jornadas de la ELP sobre “Un nuevo amor…” al que esta nota quiere contribuir.

[2]W. H. Auden, Los señores del límite. Selección de poemas y ensayos (1927-1973), Edición bilingüe de Jordi Doce, Galaxia Gutenberg, Barcelona 2007, p. 289.

[3]Jacques Lacan, Le Séminaire XX: Encore, Ed. du Seuil, Paris, p. 78.

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¿AMA EL AMOR SOLO LO BELLO? NOTA SOBRE LA BALADA DEL CAFÉ TRISTE DE CARSON MACCULLERS
Gustavo Dessal

Si se lee esta obra, llevada a la pantalla hace pocos años, un punto del relato sorprende no solo por su profundidad poética, sino por la extrema sensibilidad psicológica de una autora que la había escrito cuando tenía menos de veinticinco años.

Si algo sabemos los psicoanalistas, es sobre el amor. Ello, por desgracia, no nos vuelve más aptos para la vida amorosa, ni más hábiles para la conquista. ¿Habremos rebajado el amor al convertirlo en un objeto de nuestros conceptos, al desmenuzar sus componentes y mecanismos con el bisturí de las palabras? De ninguna manera. Al emplazar el amor en el centro de nuestra experiencia, hasta el punto de reconocerlo como el secreto y verdadero poder de la cura, no hemos hecho más que ponerlo a resguardo de aquellos que pretenden reducirlo al automatismo de algunos circuitos neurológicos, accionados por el intercambio de mensajes hormonales.

Quiero llamar la atención sobre algo tan sencillo que escribe nuestra autora: “En primer lugar -nos dice- el amor es una experiencia común a dos personas. Pero el hecho de ser una experiencia común no quiere decir que sea una experiencia similar para las dos partes afectadas. Hay el amante y hay el amado, y cada uno de ellos proviene de regiones distintas”.

Ignoro si Carson MacCullers había leído a Platón en aquellos tiempos, y si por tanto conocía esa tradición griega que distingue al amante del amado. ¿Quién ama más? ¿Alcestes, que se ofrece a los dioses para morir en el lugar de su marido, o Aquiles, quien no duda en sacrificarse para vengar la muerte de Patroclo? Para los griegos, estas preguntas no eran ociosas, y si los dioses consideraron más grato a sus ojos la muerte de Aquiles, es porque él era el amado, mientras que Alcestes era la amante. Y el amor -eso lo supieron los griegos mucho antes que los psicoanalistas- el verdadero amor, es aquel que transforma el amado en amante.

Es muy oportuno que MacCullers nos recuerde esta disimetría entre el amante y el amado, porque precisamente lo imaginario del amor consiste en creer lo contrario, que el amor supone una relación en la cual uno encaja en el otro. Y nada más lejos de la realidad, porque como lo escribe la autora, el amor es un amor solitario, algo que aguarda arrellanado en el fondo del corazón, que espera el momento propicio. Es lo que llamamos el encuentro.

Y por esa simple y llana razón de que el amor no es correspondencia, ni afinidad, ni simetría con el otro, sino pura suposición, es por lo que -como lo expresa MacCullers de modo tan bello, el amado puede presentarse bajo cualquier forma, incluso bajo la forma de un enano deforme. “Es solo el amante quien determina la valía y la cualidad de todo amor”, y cualquiera que sea capaz de abrir los ojos a la realidad del amor, estará de acuerdo con que esa valía y esa cualidad generalmente se corresponden bastante poco como el ser amado, y que por sobre todas las cosas no elegimos en función de nuestra conveniencia sino de nuestro síntoma. Hay algo en el amor, en el amor verdadero, que limita con la inconveniencia y el error, por eso amar es siempre fallar, no dar en el blanco, aunque por un instante podamos creerlo. En el fondo, como lo escribe MacCullers, el amado sabe bien que se presta a un juego peligroso, el juego de ser quien en verdad no se es, y teme y odia al amante, teme y odia la posibilidad de que un buen día, como en las fábulas, el amante despierte y el amor retorne a su silenciosa soledad originaria.

A veces no sucede, pero nunca se puede estar seguro.

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CONVERSAR SOBRE EL TEMA DE LAS JORNADAS DE LA ELP
Hebe Tizio

He traído algunos puntos para conversar sobre el tema de las próximas Jornadas de la ELP en esta actividad preparatoria:

1. El amor es un hecho cultural
En el Seminario X, Lacan ubica el amor como un hecho cultural y señala que el amor ocupa un término medio entre goce y deseo (p.195). Es interesante porque lo ubica en el mismo lugar que la angustia. Sería su reverso, lo que no engaña y lo que engaña. Con esto se puede decir que avanza un paso sobre lo que lo que condiciona al amor.

A partir de definir el amor como hecho cultural Lacan formalizó sus cambios ubicando lo que funciona como medio y pensándolo sobre los tres registros.

Para Platón se trataba del imaginario de lo bello como medio (Ver el Seminario VIII).

El feudalismo produjo el amor cortés que fue una manera muy refinada de suplir la ausencia de relación sexual fingiendo que son los sujetos los que la obstaculizan. El amor cortés fue vaciado para poner en el lugar del deseo el amor cristiano. (Ver Seminario VII y Seminario XX)

Si se toma lo simbólico como medio entre real e imaginario se encuentra el amor divino que articularía el cuerpo y la muerte al precio de expulsar el deseo a lo real lo que traería aparejado el masoquismo, la ética del sacrificio. Sin embargo hay una paradoja porque el amor cristiano no extinguió el deseo, al contrario.

Para Lacan el amor vuelve a su lugar cuando se toma lo imaginario como medio, lo real entendido como la muerte y lo simbólico como la palabra de amor que soporta el goce.

Desde esta perspectiva el psicoanálisis recentraría la cuestión del amor. Miller señala que cada vez que Lacan habla de lo que habría que esperar de novedoso del psicoanálisis habla del amor. Sin duda porque Lacan pensaba que el psicoanálisis se sostiene en el lugar del amor, es el tema de la transferencia. El amor es la relación de lo real no con la verdad sino con el saber. Se trata así de la relación de lo real con cierto saber y el amor “tapa el agujero”. Desde esta perspectiva toda novedad debería venir del amor, un amor más digno. Hay que recordar que ese término Lacan lo utiliza en el Seminario VII para hablar de la dignidad de la Cosa.

2. El debilitamiento del orden simbólico y el amor
Una de los efectos del debilitamiento del orden simbólico se evidencia en el amor que necesita de la palabra. Como acabo de decir el amor soporta la transferencia y permite la suposición de significación en la medida en que el amor es el amor a las palabras que pueden evocar un goce. Por eso el psicoanálisis es el lugar donde todavía se cree en el amor y se lo hace semblante operativo. Sabemos que el goce no se puede interpelar directamente porque genera transferencia negativa y que es necesario el amor, ser incauto del semblante, para alcanzar un trozo de real. Por eso tiene todo su interés interrogar en la actualidad el debilitamiento de lo simbólico y la dificultad con los semblantes frente a la emergencia de un real que los destruye y que permite preguntar qué es lo que sucede con el amor.

3. La función del amor en la experiencia analítica
La elección del objeto de amor está determinada por las condiciones de goce. Por eso se puede entender que el amor se dirige a un Otro que se supone, se imagina, que sabe de nuestra verdad que creemos amable y que amándolo nos dará la respuesta sobre ¿quién soy?. La pulsión es lo que queda de la demanda cuando el Otro del amor desaparece. La pulsión está más allá del amor. El deseo se anuda con la ausencia, el amor y la pulsión en presencia. La pulsión es una demanda del objeto de goce en el lugar del Otro que produce horror y necesita un velo. (Ver Miller Sutilezas p.161.)

Porque no hay relación sexual el amor se pone a prueba. “¿No es acaso con el enfrentamiento a este impase, a esta imposibilidad con la que se define algo real, como se pone a prueba el amor?” El amor realiza la “valentía ante fatal destino”.(Ver Seminario XX, p.174)

El amor en la experiencia analítica esta hecho de la misma estofa que el amor en la vida cotidiana. Lo que quiere decir que es la base del SsS donde por la mediación analítica se dirige al inconsciente como Otro.

Lacan en el Seminario XX (p.174) señalaba:
“…lo importante en lo que revela el discurso analítico, y sorprende no ver su fibra en todas partes, es esto: el saber, que estructura en una cohabitación específica al ser que habla, tiene la mayor relación con el amor. Todo amor encuentra su soporte es cierta relación entre dos saberes inconscientes.”

Si tenemos claro el funcionamiento del amor se puede entender su importancia en la experiencia analítica que podríamos señalar como lo que acompaña el camino de la palabra a la letra.

Miller en su conferencia de Comandatuba señala refiriéndose al último Lacan que lo que hace existir el inconsciente como saber, es el amor. A partir del Seminario XX el amor es lo que puede hacer mediación entre los unos solos. “Por lo tanto, decir que es imaginario, en fin, produce una dificultad. Es decir que el inconsciente no existe. El inconsciente primario no existe como saber. Para que devenga un saber, para hacerlo existir como saber, hace falta el amor”. Por eso un psicoanálisis necesita el amor al inconsciente. Es el único medio de establecer una relación entre S1 y S2. Es la base del inconsciente transferencial.

4. El amor al final
El amor cambia al final del análisis. Es importante señalar el pasaje del amor condicionado al amor con condiciones. El amor condicionado fantasmáticamente es tributario del elegir en el marco de la repetición y pone en primer plano un hacer dificultoso con la falta teñido con esos colores. En general se quiere cambiar al otro sin poder ver que eso que se rechaza es lo que ha motivado inconscientemente la elección.

El amor con condiciones hay que modalizarlo porque sabe cuáles son las propias y tiene en cuenta las del otro. El amor significa que la relación al Otro está mediada por el síntoma, que permite cernir y ubicar el objeto, pero como dice Lacan en el Seminario XXIV, el amor es vacío. Es decir, es un amor que cuenta con las condiciones de goce sinthomatizadas y que puede disfrutar de la libertad de un vacío liberado.

5. Cambios
Amar es dar lo que no se tiene y esto implica la falta y sin duda, la castración. Esta falta pone en primer plano el A barrado y las distintas formas de hacer con este punto estructural.

Se habla más de las mujeres y el amor que de los hombres. Se necesita una posición viril bien sostenida para que un hombre se aventure en el amor. Podría decir que el amor tiene para un hombre una pérdida y por eso la fijación fantasmática permite una recuperación que a veces necesita de dos objetos.

En todo caso se puede decir que frente al A barrado del lado masculino se hace necesaria una presencia, que eso esté, pues su masculinidad se anuda al fetiche que le permite hacer con la falta. Del lado femenino se necesita que eso hable, el amor y la palabra van juntos.

Una pregunta interesante es si los cambios son estructurales o si se trata de los semblantes. Las modificaciones generadas por el discurso tienen efecto en los semblantes y esto afecta a todos. La crítica a los semblantes tradicionales masculinos no vio que eran una forma de hacer más llevadero el peso fálico para el portador del órgano. Del lado de la posición femenina la apertura al mundo de los objetos es otra versión de la norma mâle y una mujer puede adaptarse a eso muy bien y hacer mejor el hombre sofocando el goce Otro que a veces también es un problema. La pregunta que queda es si la “clínica de la hipermodernidad” genera cambios de estructura.

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Edición de Cartas de aLmor: Oscar ventura o.ventura@arrakis.es