Lo que cuenta y lo que no*. Vicente Palomera (Barcelona)

En el "Prefacio" de Las ciencias inhumanas, Gustavo Dessal escribe lo siguiente: "Nada contribuye mejor que el cientificismo moderno a rebajar aquella visión que tenemos de nosotros mismos. Nuestras conquistas, nuestras desgracias, lo más elevado y lo más execrable de la civilización, nuestras guerras y nuestras obras de arte, la locura, el amor, el crimen y la avaricia, el poder, la gloria y la ternura, todo ello no ha sido más que un espejismo en el que nos hemos extraviado durante milenios. Abra los ojos, despierte de su sueño y entérese de una vez que todo está en nuestros genes y en nuestras células, y que si se encuentra angustiado, deprimido, enamorado o sufre de alucinaciones, todo es culpa de esas malditas bacterias que pululan en su organismo; ellas son las que gobiernan nuestras vidas. Puede creerlo. Está científicamente demostrado".

Este párrafo, con toda su ironía, da a ver uno de los obstáculos epistemológicos que Gaston Bachelard había calificado, en 1948, como "conocimiento unitario", a saber: que todas las dificultades se resuelven ante una visión general del mundo, mediante una simple referencia a un principio general de la Naturaleza. La necesidad de generalizar hasta el extremo, a veces mediante un solo concepto, arrastra a ciertas ideas sintéticas que están lejos de perder su poder de seducción.

Para el espíritu "cientificista" que, a decir verdad, tendríamos que denominar de "precientífico", la seducción de la unidad de explicación mediante un solo carácter es omnipresente. Gaston Bachelard da varios ejemplos en La formación del espíritu científico. Tomemos uno sólo uno de ellos. Dice Bachelard que, en 1786, aparecía el libro del Conde de Tressan, un libro que pretende explicar todos los fenómenos del universo mediante la acción del fluido eléctrico. En particular, para Tressan, la ley de la gravitación es una ley del equilibrio eléctrico. La propiedad esencial del fluido eléctrico, a la que se refieren constantemente los dos gruesos tomos "es tender siempre a equilibrarse consigo mismo". Por lo demás, donde hay equilibrio, hay presencia eléctrica. Tal es el único teorema de una inanidad desconcertante, y del cual se extraerán las conclusiones más inverosímiles. Otro autor, el caballero de la Perriere, ocupa un libro de 604 páginas con igual sínesis acogedora: "El imperio de la electricidad es tan extenso que sus límites y extremos son los del mismo Universo que abarca, la suspensión y el movimiento de los planetas, las erupciones de las tormentas celestes, terrestres y militares: los meteoros, los fósforos naturales y artificiales; las sensaciones corporales; la ascensión de los líquidos a través de los tubos capilares; las refracciones, las antipatías, simpatías, gustos y repugnancias naturales; la curación musical de la picadura de la tarántula, y de las enfermedades melancólicas, el vampirismo, o succión que ejercen recíprocamente entre sí las personas que se acuestan juntas, son de su incumbencia y de su dependencia, como lo justifican los mecanismos electricos que daremos" (Bachelard, G., La formación del espíritu científico, Siglo XXI, Buenos Aires, 1974, pp. 113-114).

En la actualidad, es el cientificismo el que nos lleva a reflexionar sobre la relación existente entre ciencia y delirio, es decir, del hecho de que existen modelos del discurso de la ciencia que se aproximan al delirio. Si la ciencia puede llegar a ser un delirio social es precisamente porque lo que está en juego es el estatuto de "la realidad". Pero, la ciencia funciona con una definición de lo real, no de la realidad. La doctrina que el discurso común reconoce como definiendo la realidad es el positivismo, encarnado hoy en la ideología cientificista.

Si Lacan aproxima la ciencia a la psicosis es porque se puede hacer de la concepción de la realidad científica una concepción que tiene la misma estructura que el delirio. En “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, Lacan después de referirse a la subjetividad del científico escribe: “No negaremos que en el punto del mundo donde residimos, hemos visto bastante sobre esto para interrogarnos sobre los criterios por los que el hombre con un discurso sobre la libertad que no hay más remedio que calificar de delirante (le hemos dedicado uno de nuestros seminarios), con un concepto de lo real donde el determinismo no es más que una coartada, pronto angustiosa si se intenta extender su campo al azar (se lo hicimos sentir a nuestro auditorio en una experiencia-test), con una creencia que lo reúne en la mitad por lo menos del universo bajo el símbolo de Santa Claus o el padre Noël (cosa que a nadie se le escapa), nos disuadiría de situarlo, por una analogía legítima, en la categoría de la psicosis social -en la instauración de la cual, si no nos engañamos, Pascal nos habría precedido” (Lacan, J., Escritos, pp. 557-558).

Este párrafo contiene pues tres puntos a resaltar:
1) la ciencia puede ser un delirio sobre la libertad;
2) el concepto de real que se sostiene en un determinismo (como lazo necesario entre “causa” y “efecto”), revela ser muy particular desde el momento del momento en que se introduce el azar (la referencia es a Pascal); y
3) lo que establece un paralelismo entre ciencia y psicosis es la creencia en un Otro o –como dice Lacan– en la creencia en el papá Noël.

No vamos a desarrollar, aquí y ahora, la lógica implícita en estos tres puntos, sólo decir que nos ayudan a enmarcar lo fundamental de la deriva cientificista actual. En efecto, el determinismo del espíritu estadístico, puro cálculo de amos invisibles, gobierna nuestra época e impone su ley a la ciencia, a la política, a la terapeútica, a la economía, a la técnica y a la vida cotidiana. Este espíritu reina en la conciencia contemporánea y promueve el más firme individualismo en todas sus variantes.

Por ejemplo, la ideología cognitivo-conductual se ha encarnado muy bien en los “hombres del cuestionario”, esos hombres que pertenecen a una secta que podríamos denominar “del casillero que se marca”. Su disciplina se abre, por una parte, a una cuantificación tan desenfrenada como vana y, por otra, a prácticas autoritarias de recondicionamiento, en la tradición Pavloviano-Skinneriana.

Según parece, una desorientada administración sanitaria en su desesperación encontró allí su angustia. Así, considerar poblaciones, clasificar, calcular, parece que tranquiliza a la Administración. Los autores de los artículos compilados en este libro, ilustran muy bien lo que Albert Einstein señaló al decir que “no todo lo que cuenta puede ser contado, y no todo lo que se puede contar cuenta” (“not everything that counts can be counted, and not everything that is countable counts”).

En este libro se desmiente que la ciencia se confunda con el cientificismo, pero también desmiente que el psicoanálisis como disciplina pueda dejar de tener interés, incluso para los científicos, comprometidos ellos mismos con su subjetividad en las investigaciones que emprenden, en la razón de su empresa, en la verificación de sus efectos. Por su parte, Gustavo Dessal ha querido arremeter contra la creciente colonización que el discurso científico viene llevando a cabo en el terreno de la subjetividad. Se imponía una denuncia importante del cientificismo, que es -por así decirlo- una desviación innoble de la ciencia que, por desgracia, se reproduce con gran facilidad en las últimas décadas. Las ciencias inhumanas reúne trabajos en los que sus autores han sabido captar la idea propuesta de llegar a un público que no fuese necesariamente especializado en psicoanálisis, y al que poder sensibilizar sobre los efectos deshumanizantes de ciertas discursos y prácticas que se amparan en el método "científico".

* Las ciencias inhumanas, Gustavo Dessal (compilador)
Escuela Lacaniana de Psicoanálisis
Editorial Gredos, Madrid, 2009.