A propósito de "Neurociencia y Ética". Joaquín Caretti Ríos (Madrid)

El artículo “Neurociencia y Ética” de Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, aparecido en el diario “El País” el 19/12/07, ilustra bien una línea del pensamiento actual donde se mezcla la preocupación por la situación de la civilización, junto con soluciones basadas en conclusiones exclusivamente biológicas y seudocientíficas que conducen en su afán curativo y pedagógico a propuestas perversas.

Aboga la autora, en primer lugar, por un trabajo interdisciplinario entre las ciencias duras, las blandas y las humanidades incluyendo a la ciudadanía cosmopolita, pues sin esto el riesgo es caer en “La jauría humana” En esta línea se ubican las neurociencias “quienes dieron un paso prodigioso al descubrir que las distintas áreas del cerebro se han especializado en diversas funciones y que a la vez existe entre ellas un vínculo. Las capacidades de razonar y sentir están misteriosamente ligadas, de modo que los fallos emocionales pueden llevar a conducirse de forma antisocial a gentes que, sin embargo, razonan moralmente bien.” (Las cursivas de todo el texto son mías).

Veremos que este misterio de la articulación entre emoción y razón no le impide avanzar en conclusiones. Para ello toma un ejemplo del libro “El error de Descartes” de Antonio Damasio donde se cita el caso de un capataz de la construcción de ferrocarriles que tuvo un accidente en Vermont en 1848, que le afectó el cerebro. Con el tiempo, cambió de conducta para con los demás -se hizo agresivo y desagradable- a pesar de que conservaba su capacidad de razonar. “El Dr. Jekyll, serio y responsable se puede convertir por perturbaciones cerebrales en Mister Hyde, en un ser incapaz de anticipar el futuro, prever consecuencias y asumir responsabilidades” Extraña conclusión de una historia sin detalles en la que se razona según una lógica simple, atribuyendo sin más al daño cerebral del lóbulo frontal izquierdo un efecto en la conducta, sin investigar nada de lo que este capataz, Phineas Gage, decía sobre su accidente y sus consecuencias subjetivas. ¿Esto es ciencia? ¿No se llega demasiado rápido a relacionar ánimo y cerebro?

Y sigue. “Se dice que podremos prevenir enfermedades como la esquizofrenia, el Alzheimer o la arterioesclerosis, mantener una salud neuronal decente hasta bien entrados los años, como también diagnosticar, prevenir y tratar tendencias, como las violentas, que dañan a la sociedad, pero también a los violentos mismos”.

Interesante este “se dice” del orden de la opinión, pero que no es lo central, ya que el meollo del texto son las conductas violentas de las personas y cómo abordarlas. Y aquí juega su hipótesis sostenida en un “al parecer” sin rigor científico: “Al parecer, las tendencias violentas tienen su origen en la estructura del cerebro, y un déficit en ella predispone a conducirse de forma agresiva” Ignora el descubrimiento freudiano del inconsciente que fundamenta la coexistencia en el sujeto de la posibilidad de una razón adecuada junto con una agresividad que se puede desbordar. Aquello que Freud y posteriormente Lacan van a situar como un falla estructural, es decir constitutiva de la subjetividad, Adela Cortina lo adjudica a un déficit de la estructura cerebral y, como veremos más adelante, en relación con una marca genética. Las consecuencias de su enfoque afectan peligrosamente a los seres humanos ya que de éste dependerán las medidas a tomar. Falla constitutiva o déficit neuronal libran hoy una batalla decisiva.

Llegado a este punto hace su propuesta terapéutica: “Como por fortuna no somos esclavos de nuestra biología, sino que la mayor parte de nuestra conducta depende de la interacción con el medio, es posible tomar medidas quirúrgicas y farmacológicas, pero sobre todo educativas.” ¿Uno lee bien? ¿Ha dicho quirúrgicas? ¡Pues si!, lo ha dicho sin ningún pudor. Así que volveremos a la época de las lobotomías, claro que ahora serán más precisas y no tan amplias, cuidando de no dañar al individuo gracias a los avances de la neurocirugía. ¿Se prestarán los neurocirujanos a estas tropelías en aras del supuesto bien de la sociedad? Y no podía faltar la vertiente educativa “cuestión prioritaria en cualquier país” Ya tenemos a las TCC en acción.

Claro que se da cuenta la autora de que en esta política de detección precoz del violento -como se pretende hacer en Inglaterra con los niños menores de cinco años gracias a una propuesta de Gary Pugh, director forense de Scotland Yard, quien propone hacer un banco de ADN con los niños cuyo comportamiento indique que pueden llegar a delinquir- “importa tratar esos datos con sumo cuidado para no estigmatizar a determinadas personas aun antes de que actúen, para no violar el deber de confidencialidad utilizando los conocimientos con fines policiales, laborales o eugenésicos, y para no eximir de responsabilidad a quienes si podrían obrar de otro modo” Teme la eugenesia y la segregación pero según avanza el artículo su pensamiento la va conduciendo a ello y se cuela en el final del párrafo: ¡así que hay sujetos que no pueden obrar de otro modo, los que tienen el déficit, y que no serían responsables de su violencia, y otros que al no tenerlo serían responsables de sus actos! El mundo dividido entre deficitarios y ¿normales?, entre responsables e irresponsables, entre violentos y no violentos. Los individuos etiquetados desde la infancia e irresponsabilizados de por vida. ¿Desde la infancia? ¡No!, desde antes de ser concebidos, ya que Adela Cortina da un paso más:

“(…) se abre otro camino de investigación conjunta y de intervención social no menos importante. Aunque la conducta personal depende sólo en parte de la dotación genética -según se dice representa sólo un 25 por ciento-, mientras que el resto depende de la interacción con el medio, parece que cuentan algunos neurocientíficos que esa dotación ya viene marcada por unos códigos de conducta que se han ido grabando en nuestros cerebros durante millones de años de evolución. Descubrir esos códigos nos ayudará a seguir el consejo socrático de “conócete a ti mismo”, nos ayudará a comprendernos mejor, lo cual es siempre una ganancia.”. Llega entonces a que la conducta personal es fruto de un código genético grabado en nuestro cerebro. Ya no son nuestros actos consecuencia de una decisión personal o efecto de fuerzas pulsionales que se le imponen al sujeto y de las cuales deberá hacerse responsable, aunque le parezcan extrañas, sino que la conducta violenta es una marca genética que ha heredado, “un código social inscripto en nuestro cerebro que nos lleva a reaccionar frente a los diferentes con miedo y agresividad y a desarrollar conductas violentas contra ellos (…) presente en todas las culturas y que tiene una explicación evolutiva (…) los genes, que son los mismos en un 99,9 por ciento”.

Según Adela Cortina, al vivir en grupos homogéneos reducidos, por millones de años, los humanos han aprendido a solidarizarse entre los de su grupo y a repudiar a los extraños, “por eso nos importan las personas concretas y cercanas y no los lejanos. Conformarse a las normas de la propia sociedad y preocuparse por los cercanos es entonces un código grabado a fuego en nuestro cerebro, según algunos neurobiólogos” ¿Cómo explicar entonces que en los grupos más pequeños y homogéneos como la pareja o la familia pueda imperar una forma de violencia extrema? ¿Un déficit en el código? Es decir, que aquel que se apartara de este código debería ser tratado de las maneras que antes señaló, ya que habría salido del campo de lo humano y su código genético. No así los que fueran violentos con los extraños ya que esto es lo que marca el código genético. ¿Autorización implícita entonces?

Como se observa a lo largo de esta lectura, las propuestas de la catedrática, llenas de buenas intenciones, llevan -aunque ella en teoría las rechace- a experiencias de homogeneización, medicalización, segregación y manipulación genética de aquellos que se pueda prever que van a experimentar conductas violentas. Una forma más refinada de control social y de impedir cualquier cambio en las estructuras socioeconómicas del mundo y, más aún, de obstaculizar que los sujetos puedan hacer la experiencia de trabajar su inconsciente.

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