TIRESIAS// ELEGIR EL SEXO // EL CUERPO EN DISPUTA: APUNTES PARA UNA ANTIBIOLOGÍA LACANIANA.

 

ELEGIR EL SEXO

 

Se puede, hoy día, elegir el sexo. No solamente en el registro de los semblantes: podemos intervenir directamente sobre el sexo mediante la cirugía plástica y los tratamientos hormonales. Algunos- los transexuales y los transgénero- quieren, claramente, pasar de un sexo al otro. Otros- los intersexo- buscan resolverlo en la ambigüedad. Sea cual sea la elección en juego, ésta revela que podemos, hoy día, intervenir sobre el destino de la sexuación.

La elección transexual

La clínica de aquéllos que deciden cambiar de sexo sobre la base de una anatomía considerada como fisiológica es, evidentemente, diferente de la de aquélla y aquellos que nacen con una anatomía ambigua en relación a la cual habría que decidir. Se trata de dos situaciones totalmente diferentes. En el caso de la transexualidad, es el sujeto el agente del cambio. En el caso de los intersexo, hasta el momento han sido los padres o los médicos quienes deciden un sexo de atribución dejando al sujeto, a posteriori, saber qué hacer con eso; todo esto está en proceso de cambiar, abriendo nuevas preguntas sobre el destino sexual más allá de todo lo que se había dicho hasta el momento.

Para ilustrar la clínica de la transexualidad en el niño, podría citar a una adolescente que tiene ahora 16 años quien, desde pequeña, dice sentirse un chico en el cuerpo de una chica, con la voluntad absoluta de cambiar de sexo. Se ha sentido siempre un chico con un cuerpo que no parecía pertenecerle. No soporta sus reglas y utiliza un DIU para evitarlas. No soporta sus senos; esconde su pecho utilizando camisetas amplias. Quisiera cambiarse el nombre. Se siente invadida por sus propias hormonas femeninas. No ha tenido jamás un momento de duda respecto de ser un chico. Por otro lado, sólo siente deseo por las chicas, nunca por los chicos, lo que constituye, para ella, una prueba de ser un chico. Cuando está con un chico, no siente deseo porque a éste le atraen las chicas. Y es solamente cuando está con una chica que ella se siente realmente un chico, un chico heterosexual. Resumiendo, como ella misma dice, “Me siento completamente un chico y no veo las cosas como los demás me ven”.

El intersexo empujado a la elección

Para la clínica intersexo, podría citar a un chico de genotipo XX que presenta una ambigüedad genital desde su primera infancia. A partir de la pubertad se le hacen intolerables los dolores en el vientre de cada mes. Tiene pechos que le resultan insoportables. Presiona sus senos con cinta adhesiva para que no se le noten, en particular cuando juega al fútbol del que es un apasionado. Ha entendido que son sus hormonas femeninas las que le provocan este tipo de fenómenos. Sus hormonas le empujan allí donde él  no quiere ir. Cuando le pregunto sobre lo que sabe al respecto, dice: “No puedo ponerle un nombre. No sé de qué se trata pero sé que me curaré de esto…Curado de qué? De esta enfermedad… Qué es esta enfermedad? No lo sé”. Agrega, sin embargo, que quiere que los médicos lo transformen en un chico, sin estas hormonas femeninas que lo abruman. Dice haberse enamorado de algunas chicas: frente a esto, aunque sea nombrado como XX, afirma ser heterosexual cuando está con una chica. En resumidas cuentas, se siente un chico. Pero, al asumir el caso de este chico XX, un ginecólogo concienzudo le ha preguntado si no quería conservar su útero para el caso en que quisiera, más tarde, tener un hijo. Esta pregunta lo ha abatido; él, que quería liberarse de esta presión hormonal que lo empuja allí donde él no quiere ir.

La sexuación revisitada

La clínica de los transexuales y de los intersexo son dos campos completamente diferentes. Definimos, por un lado, problemas de diferenciación sexual y, por otro, problemas con la identidad de género. Sin embargo, ambas apuntan hacia las mismas preguntas que obligan a revisar por completo los destinos de la sexuación.

Es, particularmente desde Stoller ([1]), que hablamos de identidad de género (Stoller, 1968) según una lógica de las clases en referencia a los ideales del sexo que funcionan como puntos de referencia pero también como normas. Con los “Gender Studies” (Estudios sobre género) aparece un punto de vista crítico, constructivista, que presenta los sexos como construcciones sociales y culturales más allá de cualquier punto de vista naturalista, pero si fuéramos más allá con la crítica, podríamos ver la determinación social como algo que procede de un sistema de causalidad que opera de la misma manera que las determinaciones biológicas, genéticas y hormonales.

Sin embargo, lo que revela la clínica de la elección del sexo es un más allá de la identidad que no es tenida en cuenta en tanto permanecemos fijados en la problemática de la identidad, a saber: por una parte, la cuestión del deseo; por otra, la de la procreación y, finalmente, la cuestión de la sexualidad y de la elección del tipo de goce.

Vemos claramente, en los dos casos presentados, que sus preguntas tocan el eje del deseo aún más que el de la identidad. Que, tanto uno como otro, son potencialmente tocados por la pregunta de la procreación, ya sea por su imposibilidad como por su posibilidad mantenida. Es también alrededor de la cuestión sexual- del deseo y de la elección sexual, más allá de toda problemática de la identidad- que los proyectos médicos de los tratamientos en juego han basculado.

Un cambio de paradigma

Se ha aplicado, desde los años 50,  y siguiendo los avances de la endocrinología y de la cirugía plástica, el llamado paradigma de Johns Hopkins, producto de la convergencia entre el endocrinólogo John Money y el psicoanalista Stoller. Se pensaba que la única solución en caso de intersexualidad era la atribución de un sexo claro lo antes posible, eligiendo, del lado de los médicos, aquél que fuera el más estable posible, en particular al momento de la pubertad, con la idea de que un niño, para constituirse, debía poder apoyarse sobre una clara diferenciación sexual. A fuerza de afirmar esto fue barrada la ambigüedad. Se podría decir que los niños intersexo sufren, de entrada, una falta de ambigüedad. El sexo es aquello que más provee de significación. Si es puesto en cuestión, se impone su significación. Y es una significación sexual unívoca la que se impone, en caso de desarmonía entre el sexo cromosómico y el fenotípico, sobre la ambigüedad que está presente y con la cual el sujeto puede jugar en tanto no haya un tope biológico apremiante.

Sea cual fuere, no existe un marcador claro de la diferencia sexual. Ni el sexo cromosómico ni el sexo genético ni el sexo endocrinológico ni el sexo cerebral ni el sexo morfológico ni el género permiten resolver la cuestión de la diferencia de los sexos.

Las prácticas contemporáneas alrededor de la intersexualidad y de la transexualidad demuestran la elección del sexo como algo que se sitúa en un más allá de la identificación. Obligan a ir más allá de una lógica de las clases para ordenar la pregunta de la diferencia de los sexos, de su falta de igualdad o de su lucha por la paridad, para acercarse a una lógica de la subjetivación que pone el juego la elección del tipo de goce.

Se podría, en efecto, distinguir una sexuación imaginaria que tiene que ver, efectivamente, con la identidad, una sexuación simbólica con la nominación y la afiliación, y una sexuación real que toca la elección del goce, entre un goce fálico y un goce otro ([2]), entre un goce transparente, marcado por el significante, y un goce opaco, para retomar la expresión de Jacques-Alain Miller.

El más allá del masculino y el femenino

Tiresias pudo experimentar el goce de los dos sexos, pudiendo decir que el goce de la mujer es otro y va más allá de aquél del hombre. Él pagará con la vista, aun cuando Zeus lo transformará a continuación en adivino. Como lo demuestra Nicole Loraux, todo parte de la fascinación de Grecia por el otro femenino ([3]), dónde la identidad del hombre ya no se opone a la de la mujer: obtiene algo de ella, por el contrario. Y el guerrero es más viril cuando abriga en él la feminidad: el héroe más valiente, como Aquiles, es aquel que siente miedo y ha llorado.

Como en el caso del héroe griego, el amor también implica el deseo masculino del lado de una feminización y, quizás, en contrapunto, el deseo femenino sobre la vía de una falicización. Entre masculino y femenino, la partición no es simple. Y el amor lo complica aún más. El amor se conjuga con la no-relación sexual. En el amor, como dice Lacan, se conjugan el deseo y el goce ([4]), Y no hay sino el amor del lado de lo ideal- es decir, del objeto amado puesto en el lugar del ideal del Yo- pero hay también el amor que conduce a las fronteras de lo Real que es de un orden totalmente distinto y que se ubica en otro estado. Y aún hay las dos vertientes del amor entre amar “amar” o bien amar “ser amado”. El hecho de amar marca al sujeto con el signo (-). El hecho de ser amado lo marca con el signo (+) ([5]).

Se ve bien que estamos lejos de la lógica del acomodamiento de las identidades sexuales, en la complementariedad que podría hacer suponer la partición de la diferencia de los sexos según una visión del tipo de la de Aristófanes en El Banquete de Platón.

Tanto de uno como de otro lado, nos apoyamos en lo que Freud llamaba “el rechazo de la feminidad” (Ablehnung des Weiblichkeit) ([6]). Esta formulación resulta enigmática. Se trata de extraer de ésta el fundamento lógico sin el cual no podemos intervenir en el campo de la sexuación. El rechazo de la feminidad es algo que se produce del lado de ambos sexos. Del lado de la mujer, a través de la envidia del pene; del lado del hombre, a través del rechazo de la pasividad. Es, paradójicamente, el rechazo de la feminidad lo que crea la igualdad entre los sexos. Está presente tanto en los hombres como en las mujeres. Está presente y oculto en la clínica de la intersexualidad y de la transexualidad. Lo femenino es lo íntimo excluido, lo que Lacan designa como éxtimo, esa parte de uno desconocida en uno, como el origen. Esto desconocido es también una cierta ignorancia que señala al inconsciente: el inconsciente como ignorando la contradicción, la negación, el tiempo y el espacio. El inconsciente ¿ignora la diferencia sexual? He aquí dónde se aloja la complejidad de la clínica de aquéllos que se lanzan al hecho de intervenir sobre la diferencia sexual.

Del destino anatómico a la elección

Hemos pasado del destino anatómico ([7]) a la elección. En relación a esto podríamos preguntarnos si no hemos pasado de la tiranía de la anatomía, que imponíamos como un destino, a la tiranía de la elección. Para los intersexo, hemos pasado del paradigma Johns Hopkins, donde los médicos decidían el sexo al momento del nacimiento mediante los tratamientos quirúrgicos y hormonales que imponían, a la idea de dejar al sujeto elegir, cuando esté en condiciones de hacerlo, sin hacer ninguna otra intervención que resulte irreversible.

Para los sujetos sin ambigüedad genital pero dudosos en relación a qué dirección darle a su sexuación, algunos clínicos en Holanda o en los Estados Unidos (Boston), practican la llamada “puberty freezing” (congelamiento de la pubertad), bloqueando la pubertad mediante hormonas a fin de que los caracteres sexuales secundarios no se desarrollen para, de esta manera, no tener que suprimirlos ulteriormente. Como escribe el Dr. Spack de Boston ([8]), ya no es necesario que el niño sea prisionero de su cuerpo. Hay que ajustar la apariencia del cuerpo a la posición del sujeto. El cuerpo es plástico, maleable. Es ésta una razón para que se transforme, a su vez, en rehén del sujeto? Hemos pasado de la anatomía como destino a la idea de que cualquiera puede hacer lo que desee con sus atributos sexuales, con la tendencia, hoy en día, de poder evitar que los atributos sexuales aparezcan para no llevar al sujeto a pensar demasiado y a realizarse una cirugía para corregir el cuerpo rechazado en el cual se halla inmerso.

Estamos, en efecto, en un sistema de 360º, tal el nombre de una asociación de Ginebra que reagrupa a gays, lesbianas, travestis, transexuales, transgénero, intersexo y heterosexuales sin exclusión alguna. Todo ha de ser posible sin el tope de lo imposible. Por ejemplo, la militancia de los transgénero (que deben ser distinguidos de los transexuales) reivindica la posibilidad de poder procrear según su sexo inicial más allá del cambio de sexo, en tanto se les impone a los transexuales la condición de ser estériles.

Según el mito de Pandora, que marca el pasaje de lo autóctono (el hecho de nacer de la tierra, o de dónde venga uno) a la reproducción sexual, la aparición de la diferencia de los sexos en la reproducción (a través del acoplamiento de Deucalión y Pirra), introduce también el hecho de ser mortal ([9]). Es, quizás la muerte, como algo secundario a la diferencia sexual, lo que está en juego en las prácticas que quieren intervenir sobre la realidad de esta diferencia? Intervenir sobre la diferencia de los sexos, anularla incluso, para sustraerse a la muerte. Permitir la reproducción en la clínica transgénero es también perpetuar la parte inmortal en el viviente mortal, lo que está en el corazón del acto de la procreación ([10])

¿Qué podemos elegir?

¿Podemos elegir el sexo? Este proyecto nos retrotrae a la cuestión de saber qué es la diferencia sexual. Para Freud, recordémoslo, no hay sino una libido, la masculina. Tal como escribe en Tres ensayos sobre teoría sexual: “La libido es, de manera habitual y conforme a las leyes, de naturaleza masculina, tanto si se manifiesta en el hombre como en la mujer” ([11]). Precisará, más tarde, que la verdadera fórmula es la siguiente: “No hay sino una libido que está puesta al servicio de la función sexual tanto masculina como femenina” ([12]). Freud sostiene, entonces, un monismo libidinal que, en sí mismo, implica una asimetría entre lo masculino y lo femenino, como dos modos de ramificación de la libido. Más que oponer lo masculino a lo femenino, Lacan ha distinguido el goce fálico de lo que ha llamado como un goce Otro, un goce suplementario, que ya hemos mencionado, y que constituye el enigma de lo femenino, enigma que permanece en el corazón de la clínica de la sexualidad, de la no-relación sexual ([13]).

¿En qué reside la diferencia de los sexos? Como ya hemos visto, no existe un marcador claro de esta diferencia, contrariamente a lo que esperaban aquéllos que quieren resolver la cuestión de la elección del sexo. La diferencia no es un estado objetivable: se trata, más bien, de un operador que hace que cada uno pueda situarse de una manera mixta (dual) en relación a una diferencia sexual, en relación a una diferencia que no es localizable.

¿Elegir el sexo? Para poder elegir es necesario que haya una diferencia sobre la cual poder situarse. La diferencia es neta, no así la elección del sujeto que puede ser incierta, ambigua; es contra lo cual resisten finalmente los avances contemporáneos de intervención sobre el sexo.

Recordemos, a propósito de esto, lo que Freud decía en Tres ensayos de teoría sexual: “en el ser humano no encontramos ni masculinidad pura ni feminidad pura, ni en el sentido psicológico ni en el sentido biológico” ([14]). En tanto la pregunta sobre qué es la diferencia de los sexos permanece sin respuesta, cada sujeto viene a situarse, a su manera siempre singular y finalmente imprevisible, más o menos cerca del lado hombre o del lado mujer de los seres parlantes, como lo ha elaborado Lacan en las fórmulas de la sexuación. La sexuación es algo distinto a la conformación de una identidad sexual.

En relación a la diferencia de los sexos, cada cual con su bricolaje, con su solución más allá de los ideales del sexo de atribución, más allá del sexo biológico, más allá de las certezas asignadas y también más allá de las incertidumbres prescritas que pueden llevar, finalmente, a una alienación paradójica de la libertad. Sea lo que sea, se trata de ir más allá de aquello que nos determina, preservando un sitio para lo inesperado. Incluso en el genoma hay lugar para lo singular, para aquello que permite no alienarse siquiera a la libertad ([15])

François Ansermet. Miembro NLS y AMP. Ginebra.

 

Traducción: Diego Trejo

Revisado por: Gaby Medin

 

[1]Robert Stoller, Recherches sur l’identité sexual, París, Gallimard, 1968

[2]Ver la cuestión del goce Otro más allá de una lógica regida por el falo: Jacques Lacan, Una carta de almor, El Seminario Libro XX, Aún. Ediciones Paidós 1981.p. 95-108.

[3]Nicole Loraux, Las expériences de Tirésias. Le féminin et l’homme grec. París, Gallimard, NRF 1989.

[4]“Sólo el amore permite al goce condescender al deseo”. Jacques Lacan,  El Seminario, Libro X, LA angustia1962-63, Paidós 2006.

[5]Jacques-Alain Miller, “Les labyrinthes de l’amour ”, La lettre mensuelle, nº 109, mai 1992, pp. 18-22

[6]Sigmund Freud, “Análisis terminable e interminable” (1937), en Sigmund Freud Obras completas. Amorrotu editores. Buenos Aires 1998. Tomo XXIII p.211

[7]A destacar la palabra que Freud toma prestada de Napoleón para transponerla a propósito del devenir sexual: “La anatomía es el destino” (1923)

[8]B.W.D. Reed, P.T. Cohen-Kettenis, T. Reda, N. Spack, “Medical care for gender variant young people: Dealing with practical problems”, Sexologies (2008) 17, pp.258-264; Ellen Perrin, Nicolas Smith, Catherine Davis, Normal Spack, Martin D. Stein, “Gender variant and gender disphorya in two young children”, J. Dev. Pediatr, vol 31, nº2, 2010, pp. 161-164

[9]Nicoles loraux, Né de la terre, La livrarie  du XXe siécle, París, Seuil, 1996

[10]Ver las declaraciones de Diótima referidas por Sócrates en El Banquete de Platón: “He aquí en qué reside la inmortalidad en el ser viviente: en el embarazo y la procreación”. Platón, El Banquete.

[11]Sigmund Freud, Tres ensayos de teoría sexual, (1905), Sigmund Freud Obras completas. Amorrotu editores. Buenos Aires 1998. Tomo VII, p. 109

[12]Sigmund Freud, La feminidad, XXXIIIª Conferencia, Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933), Sigmund Freud Obras completas. Amorrotu editores. Buenos Aires 1998. Tomo XXII, p. 104

[13]Ver Lacan a propósito de la no-relación sexual y sobre el hecho de que la sexualidad “haga un agujero en lo Real”, nadie se ha salido con éxito: Jacques Lacan,Prefacio a El despertar de la primavera (1974), en Otros escritos, Paidós 2012, p. 587.

[14] Sigmund Freud, Tres ensayos de teoría sexual, op. Cit,

[15] Eva Pigeois, L’intersexualité ou les ambigüités de la liberté. Mental 22, 2009, p: 205-209.

 

 

EL CUERPO EN DISPUTA: APUNTES PARA UNA ANTIBIOLOGÍA LACANIANA.

No se trata del género en disputa como afirma el título de un renombrado libro de J. Butler. Lo que se teje en los debates en torno al género encuentra su urdimbre en otra entidad no menos insustancial que el disputado género en las teorías feministas y Queer, se trata del cuerpo disputado.

No se es el cuerpo, se tiene un cuerpo. Esta sentencia sostenida por Lacan desde suSeminario 2, y acentuada en su conferencia sobre Joyce el sínthoma, puede ser discutida incluso invalidada, pero allíradica uno de los ápices en los que la disyunción establece la forma de relación entre el saber psicoanalítico y otros saberes. Lo discutido no es el género, las identificaciones o identidades que se adquieren ampulosamente bajo la performatividad elástica de un justo reclamo a la diversidad y excepción. La cuestión es, desde una lectura lacaniana -hay muchas-, los elementos de una antibiología con relación al cuerpo. Hay ruptura a partir de la noción de sujeto de Lacan de cualquier identificación del “ser”con el cuerpo. El sujeto estásujetado al significante, y por tanto su ser, su falta en ser, se supedita al saber. Del cuerpo queda des-sujetado como para encontrar allísu identificación, de este cuerpo se padece. Su emblema, desde fines del siglo XIX, lo constituye lo histérico. El sujeto estáafectado de cuerpo. No sabemos quées un cuerpo, padecemos de él, es un síntoma como tal. Arreglárselas con ello es una tarea que para algunos requiere de invenciones extraordinarias.

 

El psicoanálisis se ubica en la falla de esta identificación del sujeto con el cuerpo. No procede desde su ética a borrar esta falla inaugural, ofrece una experiencia para que cada cual devele o construya formas de hacer con esa oquedad entre el cuerpo y el saber. Su posición no es de prescripción ni tampoco de proscripción a las prácticas y modos de vivir el cuerpo. Nesciencia, más ignorancia que necia es lo que permite al discurso analítico afirmar que el cuerpo no es Uno, que no hay unicidad ni connaturalidad del cuerpo con el mundo. Desde ese desafío a la necedad se ve llevado a la lógica como necesidad, no hay naturalidad desde que advenimos a un mundo que nos precede y nos habla. ¿Cómo nos habla? ¿Nombra los sexos? Sí, y desde allíse introduce el equívoco. Cuál es el bien decir para el sexo, esa es la pregunta que desplaza o centra la disputa en el género y el cuerpo en cuestión. ¿Son dos, tres o múltiples los géneros? No es allídonde se discute, sino del equívoco de la lengua para nombrar los cuerpos. Cuerpos que para el discurso sustancialista -a veces sostenido veladamente por los discursos en disputa, incluso el psicoanálisis- preceden a los discursos que se ven impotentes para nombrarles adecuadamente. No se es el cuerpo, se tiene. Y se tiene sin garantías de una conquista, no es una disputa ganada de antemano. Si se constituye el cuerpo y se lo posee, entonces podremos interrogarnos forzadamente a quéhacer con él. Tenerle no exime de conflicto, bajo la modalidad de padecerle para el gozo y el dolor. La imagen del cuerpo propio nos afecta porque nunca fue propio anticipadamente, se precipitóen el Otro o el semejante que encarna esa exterioridad. El cuerpo nos viene del Otro, no es lo más propio, no hay propiedad privada para el ser hablante o bien podemos mal-decir, cuerpo-hablante.

 

En esa disputa la biología no es garante, no es el ADN, los cromosomas ni las hormonas, ni los genitales lo que dice del cuerpo. El cuerpo se dice, se lo dice y por ello se lo mal-dice. No es previo, es consecuencia y no siempre lograda, aún lograda esmalograda. La disputa se juega en la lengua, la “lengua está hecha de goce”nos puntuaba Lacan en su Tercera. Un goce que es inseparable del saber en tanto éste es significante y al serlo conmemora las emergencias del goce que no es sin el cuerpo. No hay una manera sin errar con relación al cuerpo. No es por un supuesto estatuto real de éste que no puede nombrársele, eso sería el error sustancialista de algunos de los discursos dominantes que han colonizado sutilmente los discursos subversivos para disputarse el género y los cuerpos. No hay cuerpo en términos de la biología, no es la unidad del individuo, es la fragmentación de un decir, de significaciones y sentidos. En ellos hay algo que insiste, la falla del saber acerca de él. No es lo real entendido como lo real sustancial, aquella pasión del Siglo XX nombrada asípor A. Badiou. Es lo real por la imposibilidad, lo que no permite sutura, no hay pase de lo imposible, se impone irreductible. Allíen esa espacialidad topológica el cuerpo ocupa un lugar sin garantías para nombrar el sexo. ¿Cuántos son los sexos?

José Alberto Raymondi. Participante NUCEP. Doctorando Facultad de Filosofía Universidad Complutense de Madrid.

Referencias bibliográficas:

Badiou, Alain. (2009) El siglo. Buenos Aires. Ed. Manantial.

Butler, Judith (2007) El género en disputa: El feminismo y la subversión de la identidad. Buenos Aires. Ed. Paidós.

Lacan, Jacques (2009) El Seminario 20. Aun. Buenos Aires. Ed. Paidós.

Lacan, Jacques (2010) El Seminario 2. El yo en la teoría de Freud. Buenos Aires. Ed. Paidós.

Lacan, Jacques (1988) “La tercera”en: Intervenciones y textos 2. Buenos Aires. Ed. Manantial.