Retorno a Gernika | Antoni Vicens
Pasado PIPOL 7 (“¡Víctima!”), podemos volver a hablar por un momento del borramiento de Gernika, de ese significante construido en tres pasos: la destrucción de la ciudad por los fascistas, la anulación del hecho por obra de la propaganda franquista, y la sublimación persistente en la pintura de Picasso. Gracias a ésta, nada borrará el nombre de Gernika, y su circulación seguirá produciendo efectos allá donde vaya. Son los efectos de una carta robada, aquellos que, como dice Lacan en su Seminario XVIII, feminizan el pensamiento cuando quiere acercarse a lo real por descubrir. Sepamos saber entonces que no todo está dicho; soportemos que el número de muertos haya sido reducido a ceniza; y que el cuadro de Picasso esté escrito –como debía serlo– en blanco y negro. (Salvo la lágrima roja que conservó Bergamín, fuera del cuadro).
Lo que sabemos es que en aquella ocasión –y no sería la última– el espacio vital del discurso fue aniquilado: el mercado, las estancias, las calles, los techos, las puertas, los pasillos; los lugares donde se conjugan los verbos del discurso: estar, circular, andar, encontrarse o no, negociar, hacer el amor, dormir, trabajar o morir de muerte natural. En definitiva, desapareció esa escritura que es el arte de crear un espacio urbano, con calles y casas donde estar y moverse. Las bombas rompedoras perforaron los techos, piso tras piso. Las bombas incendiarias acabaron con los envigados y los entramados de madera. No quedó cobijo ni cubierto. No quedó ya hábitat humano. El lugar del discurso fue sustituido por la muerte y por la segunda muerte sin sepultura.
En su famosa conferencia de Baltimore, Lacan relata su mirada sobre la ciudad al amanecer: nada de lo que se ve remite a una función obvia de los sujetos a los que da cobijo. Lo que hay está ahí; el sujeto desaparece. Quizá la ciudad está ahí, sí, para que el sujeto desaparezca, y quede su gadget (véase la conferencia de Jacques-Alain Miller en Comandatuba). Ahí está el resultado de los deseos; se constituye como la trama y como el circuito en el que circulan los objetos que causan los deseos: “heavy traffic”, dice Lacan en Baltimore. Es la imagen misma del inconsciente, como discurso del Otro: tráfico intenso en ambos lados de la banda de Moebius. No falta el Witz, que desplegó muy bien Jacques Tati. Es también la imagen de un mercado; no el abstracto del capitalismo, sino ese en el que circulan objetos que devienen vínculos sociales. Marx detectó que los hombres y las mujeres que se mueven ahí lo hacen también como mercancías, puestas a la venta por su valor de uso, la fuerza de trabajo. Pero es también el mercado en el que encontramos a gente como nosotros, compradores y vendedores, mediodichos de la verdad, junto a saludadores, contadores de cuentos, ladronzuelos, pícaros o charlatanes. Fue en un mercado donde Freud escuchó el relato de la horrenda historia de Edipo, quien sin saberlo mató a su padre y fue esposo de su madre, con las consecuencias que se derivaron para él y su descendencia. Como también se cuentan ahí los cuentos de Simbad, o de Ulises, o de Medea, o de Antígona, o de Rama, que pueden ocupar el lugar dejado vacío por el sujeto, del que queda, como dice Lacan en esa conferencia, “un objeto perdido”.
Eric Laurent, en un texto titulado “Ciudades psicoanalíticas” relacionaba estas consideraciones de Lacan con el interés de Freud por las civilizaciones perdidas. Esto nos da una pista sobre el sentido de la destrucción de Gernika. Se trataba de no dejar ruinas, siempre ofrecidas a una interpretación futura generadora de esperanzas, más o menos universitarias. Se trataba de borrar ese lugar del Otro y dejar al goce sin cobijo ni vía de circulación. Un mundo sin discurso y sin política no es ningún lugar practicable. Carece del sentido que podría ser atrapado en las redes de alguna interpretación.
El procedimiento utilizado por la Legión Cóndor fue el mismo que siguió la policía del cuento de Edgar Allan Poe “La carta robada”, comentado por Lacan: geometrizaron el espacio, procedieron ordenadamente, barrio por barrio, metro a metro hasta la reducción a cenizas de todo lugar practicable. La labor negacionista comenzó ya en el mismo bombardeo. Pero el espacio contiene otra lógica, no visible al amo, como enseña muy bien Lacan en su comentario del cuento: algo no es visible para los ojos del geómetra, y es el vacío mismo en el que la vida desplegó sus potencialidades de discurso. No se trata del espacio cartesiano, sino de aquel en el que la ausencia no responde a ninguna presencia anterior. El hábitat humano no es el lugar donde se aloja el ser hablante, sino aquel en el que vive, esto es, donde se hace presente algo que nunca faltó antes de que llegase a la existencia.
Esto es lo que Picasso plasma en su cuadro, esencialmente: un espacio destruido, un interior habitado por la muerte, pero aún circulable para quien sea capaz de contemplar el horror de su propio fantasma.
Más información sobre el bombardeo de Gernika en la conferencia de Xabier Irujo y siguientes.
Psicoanalista miembro de la ELP y AMP (AE 2008-2011).