Reseña de la conferencia El ser humano, un compuesto trinitario de simbólico, imaginario y real (Vilma Coccoz, Madrid) por Miguel Ángel Alonso

 

CONFERENCIAS DE INTRODUCCIÓN A LA ORIENTACIÓN LACANIANA

(Nucep-Madrid)

¿QUÉ ES EL PSICOANÁLISIS LACANIANO?

Coordinan: Amanda Goya y Gustavo Dessal

El ser humano, un compuesto trinitario de simbólico, imaginario y real

Vilma Coccoz (2-10-14)

Reseña de la conferencia: Miguel Ángel Alonso


Vilma Coccoz fue la psicoanalista encargada de dictar la cuarta conferencia del ciclo ¿Qué es el psicoanálisis Lacaniano? ¿Cómo estar seguros de que lo que vivimos no es un sueño? fue la pregunta que inauguró esta conferencia, pregunta apoyada en el célebre sueño de  Chuang Tzu, poeta chino del Taoísmo, que dice así: “Un día soñé que era una mariposa que volaba libre por el cielo, sin saber que era Chuang Tzu. Cuando desperté de golpe, vi que era Chuang Tzu. Pero ahora no puedo saber si soy Chuang Tzu que soñaba que era una mariposa o soy una mariposa que sueña que es Chuang Tzu”, sueño donde se expresa la inquietud ontológica propia del ser hablante, que manifiesta la incertidumbre respecto a la identidad, y que muy bien puede estar en el origen de una demanda de análisis. ¿Cómo estar seguros de que lo que vivimos no es un sueño?

Si la mariposa y Chuang Tzu son diferentes, ¿cómo asegurar esa diferencia? Al despertar vio que era Chuang Tzu, pero no es la visión, la imagen del cuerpo, la imagen narcisista o del yo la que le otorga la necesaria certeza,  Chuang Tzu no era idéntico a sí mismo, no sabía quien era, incertidumbre vital sobre la que se volcó el pensamiento occidental dando diferentes respuestas. La tradición occidental se esmeró en resolverla a través del pensamiento. Platón asimiló nuestra vida a una caverna en la que vemos las cosas sólo en su carácter de sombras y reflejos. Aseveró que es el conocimiento de las verdaderas ideas el que nos aporta la solución a nuestras dudas. No por nada a esta corriente del pensamiento se le llamó idealismo. A este  se le opuso otro movimiento, el materialismo. Precisamente, una de las críticas que recibió el psicoanálisis  por parte del marxismo fue que, al acentuar la importancia de lo subjetivo, del inconsciente, dejaba de lado la realidad contundente de lo social.

La historia del pensamiento se jalona alrededor de dualidades: idea/materia, alma/cuerpo, psique/instinto, subjetivo/objetivo. El Psicoanálisis introduce el tres: Real- Simbólico e Imaginario, lo que permite orientarse de otra manera en la estructura. La Iglesia católica lo supo al ocuparse de fundamentar la Trinidad, Freud la ubicó en su justo lugar, no en el cielo sino en la tierra, en la relación entre los sexos: la otra mujer, el tercero perjudicado como requisitos del deseo, allí donde la relación entre dos no puede escribirse.

Pero la consistencia del discurso religioso recibió una conmoción con Descartes, quien inaugura el sujeto moderno y con él la muerte de Dios. Él nos cuenta que buscaba un método que le permitiera vivir siguiendo un camino recto. Vilma narró tres sueños del filósofo, dos traumáticos y el último apacible, que Descartes interpretó como mensajes divinos. Dios es el nombre que se le ha dado al inconsciente, a lo que no sabemos de nosotros mismos, nos enseña Lacan. Los sueños aludían a la verdad y a la falsedad de los conocimientos humanos y de las ciencias en general. Sabemos que con la aplicación del método de dudar de todo Descartes llega a una certeza que no es ajena a la implantación de la ciencia moderna, el célebre: Cogito ergo sum. Con Galileo, con el cual Descartes se identificaba, se inicia el camino de establecer las leyes universales que rigen el movimiento de los cuerpos celestes y los terrestres, asentándolas en los principios matemáticos y no en las engañosas percepciones.

Pero también este furor científico llegaría a adentrarse en el campo de lo subjetivo intentando establecer las leyes de su funcionamiento: la psicología llamada científica postulaba sus principios de la normalidad,  la psiquiatría describía las leyes de la enfermedad construyendo los cuadros patológicos.

Hasta que, en el curso del siglo XIX el discurso de las llamadas histéricas, “marcado por el signo del engaño”, vendría, cual epidemia, a poner en jaque a los sabiondos que insistían en asegurar que Chuang Tzu jamás puede ser una mariposa, que las razones objetivas y materiales así lo prueban y que quien sostenga lo contrario está loco o miente deliberadamente.

V.Coccoz hizo entonces referencia a la carta 137 que, tres siglos después, Freud dirigía a Fliess, donde confiesa un deseo, que en su casa fuese puesta una placa con la leyenda: “El día 24 de julio de 1895, el Dr. Sigmund Freud halló el misterio del sueño.” Hacía referencia al sueño de Irma, con el cual tuvo la certeza del inconsciente, ligado a la singularidad, imponiéndose la evidencia de Otra realidad, de Otra escena poderosa y determinante hecha de lenguaje. Es en ese ámbito en el que el significante “mariposa” o la incertidumbre de Chuang Tzu toman su valor.

Freud llegó al sueño como consecuencia de haberse encontrado en la disposición de escuchar la palabra de aquellas mujeres juzgadas como mentirosas, porque sus síntomas no estaban vinculados a ninguna causa orgánica, es decir, “científicamente demostrable.” .  Se impuso así la evidencia de Otra realidad a la que denominó Otra escena, y la juzgó más poderosa y determinante que aquella que percibimos, vinculada a deseos inconfesables para la moral consciente. Construyó un aparato psíquico triple: inconsciente, preconsciente y consciente. Más tarde, al comprobar su insuficiencia, lo corrigió mediante otra trinidad, el Ello, el yo y el superyó.

El encuentro de Jacques Lacan, joven psiquiatra con la locura, vendría a socavar los cimientos de tales tradicionales bifurcaciones artificiales que habían llegado a borrar el descubrimiento de Freud. Pronto comprendió el alcance del reclamo del psicótico a que fuera admitido el carácter real de sus vivencias. El alienado se rebelaba así a la autoridad de los “doctores”.

Aquí ya no se trataba de ningún trastorno de la imaginación, de la percepción, como podrían sostener los científicos, o los seguidores de Freud, que habían perturbado su creación. Por su parte, Lacan rescata la dimensión ética de la vivencia del delirante, negándose a la estigmatización de la locura y mostrándose dispuesto a recibir la lección acerca de la condición humana que ella nos brinda.  Llegará a definir la experiencia de la psicosis como un trabajo muy serio, como un ensayo de rigor.

La disposición de Lacan a escuchar a los pacientes hizo posible captar la lógica del pasaje al acto en la “paranoia de autopunición” padecida por su paciente Aimée. Porque su justa apreciación exigía su ordenamiento en categorías ajenas a las del discurso médico. Se requería, para captar la lógica que había motivado el acto de Aimée, la distinción de, por una parte, la captura psíquica en lo imaginario, la seducción alienada en una imagen de sí misma que se ha independizado del reconocimiento de los otros, y que, llegado el caso, sólo encuentra en el acto violento una vía para hacerse valer.  Aimée creía ser Aimée. En su caso, Chuang Tzu creía ser Chuang Tzu.

Y, por otro lado, era preciso diferenciar la dimensión de lo simbólico, el orden rechazado por la palabra del delirante cuya “libertad negativa” se niega a la dialéctica y al orden del discurso compartido.  También, supuso cernir el “retorno en lo real” de la tendencia suicida, estructural al narcisismo (como ilustra el mito de Narciso) que ocasiona el atentado.

Así fue tomando forma el trípode de real, simbólico e imaginario, eje de la novedosa lectura lacaniana de Freud, indispensable para ordenar los registros en los que se distribuye nuestra experiencia subjetiva. Se trata de una triplicidad elaborada al filo de la clínica, gracias a la cual es posible distinguir que hay palabras que toman un valor diferente según su inscripción se produzca en un registro u otro. La palabra delirante, la imagen alucinada, se ubican en el registro real, heterogéneo a lo simbólico y a lo imaginario.

Este sería el marco que posibilitaría la solución a la parábola de Chuang Tzu, que permitiría alojar su singularidad y establecer la raíz de la diferencia real entre la mariposa y Chuang Tzu.

La angustia, el signo de lo real, compromete al cuerpo con una fenomenología característica, no se deja dominar por el pensamiento, siendo el afecto que no engaña. La certeza de la angustia testimonia de algo que no podrá ponerse en duda, que va más allá de las apariencias. La angustia lacaniana es productiva, es un acicate para la búsqueda de un saber. Para la psicología o la psiquiatría, la angustia es un obstáculo que trastorna el acceso a la realidad, perturbando el pensamiento.

En cambio, para Lacan, la angustia constituye una vía de acceso a lo real, siendo el pensamiento, las representaciones del yo y el mundo correlativo,  un modo de evitar lo real. Por ese motivo la angustia funciona como el motor de la cura, si bien es preciso modularla.  Es la brecha que hace posible llegar a saber cómo han sido anudados los tres registros mediante la operación del cuarto, el síntoma. Por eso Lacan decía que es conveniente saber contar hasta cuatro.

El analista es llamado a una noble función en este mundo, la de hacerle un lugar a lo real de cada uno, al modo en que pinta los significantes con los colores de su mirada, raíz de su existencia, escritura de su mismidad. A sabiendas de que no hay modelos, ni identidades absolutas, y que cada quien tiene derecho a instruirse en el modo singular, único, incomparable en que se asomó a la vida a partir de las necesidades más humildes. Y así acceder a saber hacer algo con ello, conseguir sacarle partido a su síntoma.