Reseña de "El infierno de los malditos. Conversaciones con el mal" | María Navarro

Elinfiernodelosmalditos-portadaEl infierno de los malditos. Conversaciones con el mal, publicado recientemente por Eolas Ediciones, trata de acercarnos a un tema que, desde la Antigüedad, ha constituido un enigma. ¿Por qué el hombre busca el  mal y persevera en él como si fuese el mayor bien? ¿Por qué el mal no se conjuga con la naturaleza y sí en el ser que habla? ¿Por qué insiste a través de las épocas?

Son interrogantes que se abrieron paso en la presentación y el animado debate que tuvo lugar en el Centro de Cultura Contemporánea La Térmica, en Málaga, el pasado 6 de mayo, en la presentación del último libro de Luis Salvador López Herrero. El autor, psicoanalista miembro de la ELP y de la AMP, médico y ensayista, que nos acompañó en el evento, fue ubicando a través del recorrido que se despliega en el libro uno de los temas candentes de nuestro discurso, ya que en El Infierno de los malditos no sólo se trata de acercarnos a través de las conversaciones oníricas que despliega el protagonista de la obra —un psicoanalista de renombre construido entre realidad y ficción que se interroga por el mal, hasta formular una pregunta por el síntoma— con personajes que cambiaron el rumbo de la historia, en un viaje a las oscuridades más profundas, donde transitan el narcisismo de Alcibíades, la perversión de Calígula, la ambición de Nerón, la culpa de Adriano, etc., hasta llegar a una pregunta por la verdad en boca de Agustín de Hipona. En un recorrido que va atravesando diferentes interpretaciones que se conjugan con la que nos ha llegado como verdadera -es muy interesante porque abre una interrogante también acerca de cómo nos creemos lo que interesa al amo, la historia oficial-, se atiende a lo singular de cada uno de los sujetos que interpretaron la historia más allá de las voluntades, y que en el libro nos llega a través de la palabra de Plutarco o de Sócrates, o de aquellos personajes que vivieron en primera persona el horror de lo que no cambia, como nos refleja el personaje de Hipárete, mujer de Alcibíades, que lo acompaña por amor y porque no podía ser de otra manera para una mujer de la época, o de su amante, únicas mujeres que aparecen en el texto.

Interrogantes acerca del mal que el texto va despejando a través de una fina articulación con conceptos fundamentales del psicoanálisis. Orientación que el autor despliega en los primeros capítulos, para luego ir articulándolos con cada una de las condiciones de goce que hacen del mal los diversos personajes, abriendo ya de entrada una pregunta por el destino y la libertad, y poniendo de manifiesto a través del relato de los personajes, que el inconsciente dice y comanda y la pulsión ejerce su recorrido infernal más allá de lo que el sujeto piensa. Para, como contrapunto, plantear también una pregunta por el amor, ya que ¿cómo si estamos sujetos a la pulsión y somos sujetos del lenguaje, puede surgir a la vez el deseo que construya los lazos que dan lugar al amor?

A su vez es también un texto que, aunque se desarrolla en el marco del mundo grecolatino, en la caída de la democracia ateniense y del imperio romano y la rentable encrucijada que ello supone para el cristianismo, es también un texto que constantemente nos ubica en una realidad muy cercana: los horrores que asolan el siglo XXI. Pues como señala el autor, aunque ni el amo actual, ni el amo antiguo, ni la tiranía del superyo o la exigencia de ocio de la hipermodernidad tienen nada que ver con la época antigua, más capturada en el placer de las pequeñas cosas que en el consumo desorbitado, el problema hay que ubicarlo en la misma cultura y en el auge de la educación, que retroalimenta el funcionamiento pulsional. El imperativo, por ejemplo, de acabar con el mal, sustentado por el mal. O el acento en que todos somos en potencia posibles asesinos, todos anidamos un cierto placer por el horror, cuestión que nutre actualmente, con millones de espectadores y de euros, a la prensa amarilla, por ejemplo. O sea, que donde unos se nutren con el acto asesino, otros de forma más sutil, lo gozan. Señalándose así, que si bien la pulsión no se educa y está en el corazón de la palabra y el sujeto, sí que hay una responsabilidad última de éste en su deriva, en lo que hace a sus actos y sus consecuencias.

Texto que, como señaló el autor, concluye abriendo una pregunta por la solución, que nos adelanta, vendrá articulada en una segunda entrega que será publicada en breve y que abarcará la modernidad y nos permitirá ubicar lo que este primer libro de El Infierno de los malditos abre.

Quedamos a la espera.