Reflexión post Jornada Clínica* | Rosa Godínez

Pensar la distinción entre cerebro e inconsciente implica una posición política y ética. Esto es, no se trata de leerla en clave moral defendiendo a uno y menospreciando a otro, sino desde la orientación de situar entre ambos, el “nada en común”. Es una verdadera apuesta sobre la que estamos trabajando. Me parece importante llevar la cuestión a ras de la experiencia, la analítica y la de la vida. Desde la posición analizante, una no va sin la otra, pues una y otra caminan entrelazadas.

En la civilización actual, estamos inmersos en un empuje hacia la mejora global del ser humano, mediante el uso de la ciencia y la técnica para el progreso de la salud, de las capacidades intelectuales y físicas…y, sobre todo, del control de los estados de la mente y del cuerpo (algo propio del movimiento del transhumanismo). Si bien sería torpe pensar ir en contra del avance de las personas a nivel de su salud física y psíquica, hemos de estar advertidos que en tal propósito, a menudo, queda anulada la responsabilidad ética del sujeto. Véanse los experimentos con humanos e investigaciones sobre inteligencia artificial que apuntan a que el ser humano sea tomado por el control de las máquinas. Y, en la misma operación, verse él reducido a una máquina1.

Si partimos de que “el cerebro se presenta como el denominador común “natural” de la suposición que lo psíquico es cerebral”2, cabe preguntarse a qué nos referimos con lo psíquico. ¿Es sinónimo de lo mental? Y ¿qué tiene en común con el inconsciente? Más allá de la nosografía psiquiátrica clásica, imprescindible para orientarse en la clínica, no sabemos qué dice lo psíquico para un sujeto. En cambio, si hay consentimiento en él, sí puede saber qué dice el inconsciente a partir del síntoma y de su anudamiento al cuerpo.

Así las cosas, sin el cerebro no podríamos vivir, pero sólo con su funcionamiento, no basta para sostener la vida del pârletre, del ser dicente que habla a partir de tener un cuerpo. Y este cuerpo es afectado por lo que hay de amor, deseo y goce en quien lo lleva a cuestas. De manera, entonces, que no podemos responsabilizar al órgano cerebral de nuestro sentir y de los afectos que se producen. La experiencia de que la palabra pasa por el cuerpo y de retorno afecta ese cuerpo, bajo la forma de resonancias y ecos, no es un asunto del cerebro. Es un asunto del inconsciente: esto es, de la dimensión del acontecimiento de cuerpo que no afecta al cuerpo en tanto organismo del individuo, sino al cuerpo del lenguaje que es transindividual3. En consecuencia, es una evidencia que la causa cerebral y la causalidad inconsciente cursan y operan de forma distinta, porque nada tienen que ver.

Después de aclarar que el psicoanálisis, no sólo tiene en cuenta, sino que aplaude los avances de la ciencia para el progreso humano, no-todo puede ser explicado e interpretado por el “paradigma de lo neuro”4. Cubrirlo todo con la evidencia del comportamiento y del funcionamiento orgánico, puede ser una defensa frente al horror de saber sobre la castración. Si más no, como hemos dicho, elude la responsabilidad del sujeto en lo que le ocurre y en su modalidad de decir y de responder.

De la experiencia

El discurso del cientificismo, a mi parecer se instala hoy en el lenguaje coloquial de forma arriesgada porque en la propagación se desvirtúa y se banaliza el contenido riguroso de lo científico. De ello, queda en el discurso corriente significantes y significaciones prêt-à-porter que van calando en la opinión de los sujetos.

Recién una participante que había asistido a una conferencia a cargo de un arquitecto que hablaba de “Cómo conseguir la felicidad”, me decía: “Fue todo muy científico”, como equivalente del éxito de la charla. Un joven que llegó tarde a su sesión matutina, culpó a su partenaire-gadget (el móvil) que no le avisó a pesar de la alarma programada. No hay pregunta ni significación al olvido. De la culpa, no obstante, bajo transferencia, parece que el sujeto empieza a responsabilizarse de sus asuntos. Sin el psicoanálisis, no hubiese encontrado un espacio para el consentimiento a hablar de su posición en la vida.

Resulta interesante apreciar que el discurso de época impregna siempre, bajo modalidades diversas, el discurso corriente. Recuerdo mi época de juventud universitaria con el boom de la Dislexia, diagnóstico psicopedagógico e incluido en el DSM como “trastorno del aprendizaje” que afecta principalmente la lectoescritura del niño. Al igual que el TDAH años después, entre otros diagnósticos estrella en la actualidad, causó furor en los profesionales y, luego en las familias, que creyeron encontrar con esta nominación de “la dislexia” el motivo de los fracasos escolares de los hijos y estudiantes. Y la solución se imaginó en los tratamientos reeducativos. Si bien éstos son fundamentales, para el aprendizaje, no se puede descuidar otro lado esencial que es el del cuerpo hablante.

Afortunadamente, con el tiempo, se fue evidenciando que muchos de estos niños tenían cosas que decir a nivel “emocional”. De aquí, algunos profesionales pudieron entender que, incluso aunque hubiese una “alteración del neurodesarrollo”, había un niño con una posición particular en el entramado familiar, en el deseo para el Otro. Un niño que se angustiaba, al que le costaba leer y escribir, que rechazaba hacer las tareas escolares…en cambio, le encantaba saltar, bailar, dibujar, ver los dibujos animados, jugar…

Por esta vía, entré en el mundo de atender a las personas: mi encuentro con niños sufrientes que tenían fracaso escolar. A la par, me adentré en la escucha de sus padres y de los maestros. Aprendí con ellos que el “fracaso escolar” también tiene que ver con la imposibilidad en el saber y con el lugar que el niño ocupa en la pareja parental. Me dejé enseñar, no de cualquier manera, no a cualquier precio, sino a partir de lo que fue mi vida escolar cernida a partir de la experiencia analítica. Y si la experiencia de la infancia deja su marca traumática; esta, la del propio análisis, deja huella de una singularidad. Nada en común, pues, lo cerebral con lo inconsciente.

Rosa Godínez, psicoanalista (AP) miembro de la ELP y AMP. Comunidad de Catalunya en Barcelona.

*Texto a propósito de la presentación de trabajo en la Jornada “La clínica bajo transferencia: nada que ver con los tratamientos neuro”. “Hacia PIPOL 9”, celebrada el viernes 24 de mayo en la Comunidad de Catalunya en la ciudad de Barcelona.

 

Notas:

  1. Fanjwaks, Fabián, debate en el marco del Seminario teórico del SCF sábado 13 de abril, en Barcelona. Ver también: Varios autores, en textos publicados “Hacia PIPOL 9”: “El inconsciente y el cerebro. Nada en común” en el Blog de la ELP.
  2. Vanderveken, Yves. Argumento presentación “PIPOL 9”. Newsletter du 5º Congrès Européen de Psychanalyse.
  3. Laurent, Éric, en “El inconsciente es la política”, en Lacan Cotidiano núm. 518, 31 enero 2018. www.eol.org.ar/biblioteca/lacancotidiano/LC-cero-518.pdf.
  4. Comunicación ELP, Observatorio Psi, viernes 12 abril 2019. Ver textos de Montalbán, M. y Ubieto, J. R., publicados en el Blog de la ELP.