¿Quién fracasa?* Fernando Martín Aduriz (Palencia)

El fracaso escolar es el fracaso de la escuela como institución social y no sólo de los alumnos que fracasan. Trataré de argumentar esta tesis en diez puntos.

1. Un alumno puede fracasar. Juan Benet, el novelista autor de Volverás a Región, padre de muchos de los novelistas actuales, situó este axioma en una entrevista. La Constitución debía decir, simplemente: «Artículo único: el Estado español garantiza al español su derecho al fracaso»[1]. Ahorraría muchos disgustos aceptar el fracaso como escenario posible tantas veces en nuestra vida. Quien no acepta el fracaso y pretende el éxito full time paradójicamente se topa con el fracaso de haber dedicado una vida a triunfar sin comprender del todo el proverbio chino que reza, “cuando escuches los aplausos del triunfo resuenen en tus oídos las risas que provocaste con tu fracaso”. Uno, éxito, no puede darse sin el otro, fracaso, cual Fort-Da del niño freudiano. Freud en un texto no muy citado defiende el derecho del alumno de secundaria, a detenerse: «La escuela nunca debe olvidar que trata con individuos todavía inmaduros, a los cuales no se puede negar el derecho de detenerse en determinadas fases evolutivas, por ingratas que éstas sean».[2]

2. Freud reconoce un tipo de carácter descubierto en la labor analítica, los sujetos que fracasan al triunfar[3]. Dice de ellos que cuando satisfacen un deseo largamente acariciado entonces comienzan a fracasar. Pone ejemplos clínicos que muestran que cuando sustituyen a un anciano en su puesto, o cuando consiguen un propósito, entonces se derrumban. Freud dice que el yo tolera un deseo mientras es una simple fantasía, pero no cuando «amenaza convertirse en realidad». Lo llama «tendencias enjuiciadoras y punitivas que aparecen, muchas veces, donde menos esperábamos hallarlas». Este rehusarse al éxito, o dejarlo a medias o echarse en manos del tranquilizador fracaso encajaría con una serie de niños y adolescentes que aún cuando presentan todas las condiciones para el éxito se abrazan al fracaso como terapéutica que evita ora la mirada del Otro, ora el juicio denigratorio de los pares ora la competición con hermanos, padre o madre.

3. El éxito es colectivo, nunca personal. El fracaso es colectivo nunca personal. Sin el concurso de los otros no llegaríamos a nada. Nos necesitamos los unos a los otros mucho más de lo que demostramos cuando alardeamos de nuestros éxitos, que son societarios, tanto en la vida profesional, como en lo deportivo como en la vida política. Del mismo modo el fracaso de un alumno es el fracaso de todo un sistema pedagógico-social. Y los que triunfan en el sistema educativo lo hacen merced a la dedicación que se les presta en detrimento de otros que requieren de mayor dedicación y medios. Por eso el concepto de escuela cooperativa que apuesta por el crecimiento colectivo es más verdadero y más ético, en el sentido de virtuoso.

4. La escuela como institución ha recibido muchas críticas desde su implantación. Señalemos las de sobrevalorar la enseñanza de conocimientos e infravalorar los aspectos educativos. La de alentar la competición de unos con otros y no la cooperación, viendo el saber como una conquista y no como la plataforma de la que todos nos podemos beneficiar. La de vivir a espaldas del cambio social. La de no dejar penetrar en sus muros la ciencia. La de repetir y no innovar. La de usar materiales didácticos permanentemente obsoletos. La de no coeducar y acaso segregar por sexos. Todas esas críticas alentaron reformas, movimientos de renovación pedagógica, experiencias originales como Summerhill. Incluso el movimiento de homescholling, padres que educan a sus hijos en casa. Pero nada de eso ha servido para un cambio de la institución escolar en su conjunto, salvo experiencias muy elogiosas. La escuela erre que erre ha seguido sempiterna con cambios a lo Lampedusa, que las cosas cambien para que todo siga igual, y la mejor definición la aportó Moncada, sociólogo, en su genial El aburrimiento en la escuela, cuando expresó muy gráficamente este fracaso de la escuela en el cambio: si un maestro del Madrid de los Austrias resucitara se llevaría un buen susto al comprobar los aeropuertos o cualquier otro avance, pero se tranquilizaría mucho si penetrara en un recinto escolar, que permanece prácticamente igual dos siglos después, tarima, tiza, pizarra, pupitres, silencio, machadiana monotonía de lluvia tras los cristales. No hay institución más impermeable a los cambios, ni arquitectónicos, ni didácticos, ni de modificación de agrupamientos, ni de tiempos y calendarios, ni de invención de nuevas figuras de transmisión del conocimiento, ni de apertura al exterior, ni de nuevas formas de evaluación que la institución escolar, primaria y secundaria. Por reforzar hasta se han reforzado microinstituciones escolares denostadas como la horrible de los deberes, que son la estrella moderna, el significante más repetido por las madres del siglo XXI: ¡deberes!, ¡le ponen muchos deberes!, “no me hace los deberes”.

5. Segregar por competencia socio-económica ha sido un cuadro muy singular en la institución escolar. Reflejo de una sociedad de clases bien diferenciadas, ha usado de distintos mecanismos para este objetivo inconfesable de ser correa de transmisión de la organización social dominante y no de agente del cambio social. Mecanismos zafios en unos casos como el de separar por modos de vestimenta, el de diferenciar puertas de entrada, como otros más sutiles como la diferencia de trato y de castigo y premio. Pues bien, es evidente que el fracaso escolar golpea mucho más a alumnos pertenecientes a los estratos inferiores de la pirámide social.

6. Ocurre que el éxito escolar no lleva aparejado el éxito futuro[4]. Y que el fracaso escolar es sin embargo, la base del éxito económico de muchas gentes. Del “no se me daban los estudios”, “me puse a trabajar muy pronto”, a conseguir un éxito económico es una vieja historia, muy repetida en todos los tiempos. Pues bien, pareciera que lograr alejarse pronto del sistema educativo permite superar el techo que el entorno familiar y social pudiera corresponder. Ello nos plantea la pregunta de hasta qué punto la escuela buscaría el mínimo común para mantener el estatus de sometimiento al poder y mantener al máximo posible de sujetos en el nivel de la ignorancia. Una ignorancia buscada entonces a fin de perpetuar privilegios, ordenes, instituciones de dudosa credibilidad en nuestro siglo, diferencias abismales de distribución de la riqueza. Una ignorancia que permitiría mantener licenciados iletrados, masas frente al televisor, un nivel general de cultura lamentable para nuestra sociedad. Una sociedad que valoraría más el éxito económico que el intelectual, que abonaría gustosa más emolumentos a un economista que a un parvulista, y que entronizaría como modelos a imitar a los televisivos y famosos frente a los abnegados investigadores de ciencia.

7. La escuela fracasa en vivir de acuerdo a los avances de su tiempo e incorporarles, siempre llega con retraso. Un ejemplo en vivo y en directo lo hemos tenido con la irrupción de las nuevas tecnologías. Estudiantes avispados se prestaban a dar clases a la demanda de unos profesores de un Instituto extremeño a la salida de clase y extramuros de la escuela. Cuando la revolución tecnológica estaba en marcha, la escuela seguía con sus viejas fórmulas, mientras que allí afuera todo era ya diferente. Y encima con un comportamiento celoso, envidioso. Hoy, todavía asistimos al lamentable espectáculo de oposición, burla, competición, desprestigio por parte de responsables políticos y educativos de la institución escolar, del uso por parte de adolescentes y jóvenes de las Redes Sociales en Internet. Primero oímos hablar en términos de defensa y miedo, el ordenador era el demonio, quitaba tiempo, “en mi casa está prohibido”, y perlas de ese estilo, después: “que viene el tinti, el tonti, o como se llame, ¡peligro!” -para referirse al Tuenti-, y ahora ya juzgan inteligente incorporarse a las Redes Sociales, incluso como estrategia didáctica.

Y la Escuela 2.0 empieza a sonar junto al uso del ordenador en el aula, las pizarras electrónicas y el uso de lo audiovisual a profusión. Ni oír hablar aún de tablets, ni de e-books, cuando se sabe que si el objetivo de una escuela es preparar a los más jóvenes para su encuentro con la sociedad y el mundo, lo que ellos se van a encontrar es un mundo en el que no habrá apenas libros de papel, y en el que la brecha digital situará a un lado a un nuevo tipo de analfabetismo funcional.

8. Las políticas educativas confían en la educación para aliviar los problemas sociales, sean de violencia de género, de educación vial, de conducta alimentaria, embarazos no deseados, o de convivencia. Pero por un lado no alivian de carga lectiva y estas nuevas exigencias de preparación de los más jóvenes se abren hueco como pueden en la apretada agenda académica. Y por otro lado, terreno en el que los psicoanalistas podemos ser escuchados, desconocen que la educación no puede hacer nada frente a la pulsión, lo que le llevó a Freud a definir la educación como uno de sus tres imposibles junto a gobernar y psicoanalizar. Educar es imposible quiere decir que hay lo ineducable en el interior de cada uno de nosotros, lo que se resiste a entrar en los límites de lo que hace freno al goce, es decir a lo que no deja de insistir, lo que a la postre define nuestro ser, nuestro singular modo de goce, mucho más que nuestros pensamientos, nuestras lecturas o lo que comemos, vanos intentos de decir lo que somos. Somos lo que gozamos. Por eso los países de mejor nivel educativo como Finlandia permanecen a la cabeza en casos de violencia de género. Por eso en España aumentan los casos sin que la psicología cognitiva-conductual en el poder de los pasillos ministeriales dé respuesta más allá de crear ficciones jurídicas, de tirar de las campañas publicitarias, de sensibilización, de acudir a la escuela a organizar cursos, topándose una y otra vez con la cruda realidad del goce, de las condiciones de goce en las elecciones amorosas. Desconocer el tope del objetivo de toda institución que según Lacan no es otro que el de “refrenar el goce” significa alimentar los síntomas como plataformas de goce inasequibles al desaliento. El fracaso de las políticas educativas es pues estructural. Recurrir a lo que Lacan llamó ‘el credo de la imbecilidad’, los responsables educativos, para aliviar los efectos de un goce creciente a cielo abierto en el horizonte de recambio de la figura de un padre[5] del que se prescinde fácilmente sin apenas usar es recurso llamado al fracaso. Fracaso del que tampoco nadie quiere hacerse responsable cuando el retorno de esas campañas es más y más casos, más y más síntomas.

9. ¿Quién fracasa entonces en el fracaso escolar? No podemos robar la responsabilidad a cada sujeto, a cada alumno en las decisiones que toma, incluida la de fracasar, la de permanecer desatento, la de negar lo que ignora, la de decidir ser hiperactivo o molestar, o reclamar privilegios de extraterritorialidad, o la de hacer de la queja su pasión. Mucho menos, nosotros, psicoanalistas guiados por la enseñanza de Lacan quien nos mostró que en la locura se produce una decisión –insondable del ser- del sujeto. La decisión subjetiva, pues, del fracaso escolar ha de ser también encargada a cada alumno, en tanto vía de solución personal, que no global. Quiere esto decir que no hay que dejar en la estacada a alumnos que fracasan, privándoles de la verdad de su responsabilidad subjetiva que hay que mostrarles desde el primer minuto de su encuentro con el psicoanalista. Pero nunca, jamás, cuando se trata de alumnos con dificultades de aprendizaje. Señalaré la dislexia como ejemplo princeps. Un alumno disléxico presenta un serio handicap para el éxito escolar, es más, es un firme candidato al fracaso. Igualmente un alumno superdotado está cargado de razones suficientes en sus capacitaciones como para no verse obligado sino a elegir el fracaso como consecuencia de esa potencialidad incapaz de encajar en la vorágine escolar. Tampoco es posible responsabilizar a un sujeto de fracaso escolar si ha sido víctima de malos tratos, de abusos sexuales o de un trauma lo suficientemente obnubilador. Tampoco es responsable de su fracaso escolar el niño o adolescente enamorado, pues se sabe que el amor es una equivocación, una suplencia, pero un estado imposible de evitar. Los psicoanalistas no dejamos de sorprendernos de que apenas se indague en el estado amoroso de los niños, en sus momentos de desamor, en sus desenamoramientos, en sus amores “fou”, en sus flechazos y en su peculiar vivencia de un cuerpo que cambia a ritmo frenético. ¿Tan pronto se han olvidado los adultos y educadores de su propia infancia y adolescencia?

10. La salida al fracaso escolar con medidas como educación compensatoria, nuevos agrupamientos adecuados a cada nivel, postergar el tiempo de adquisición de aprendizajes -repetir curso-, aminorar el grado de cumplimiento de objetivos, multiplicar los responsables, introducir orientadores escolares, y otras medidas no han servido para disminuir las cifras de fracaso escolar cuanto al contrario de aumentarlas. Puestos a pedir, puestos a proponer soluciones, como todo el mundo de la educación ha puesto sobre la mesa sus recetas, nosotros los psicoanalistas pondríamos también las nuestras: la escuela está a falta del saber del psicoanálisis. Cuando un maestro se psicoanaliza, las cosas cambian. Cuando un orientador escolar está atravesado por la lectura del inconsciente, el suyo o por las ideas del psicoanálisis aplicado a la educación, algo cambia. Como en la salud mental los profesionales orientados por el psicoanálisis, en educación, como en servicios sociales, en enfermería, en el asesoramiento a los tribunales de justicia, el psicoanálisis que se orienta en Lacan tiene mucho que aportar.

Entre ello la lucidez de reconocer que tampoco el propio psicoanálisis es la panacea pues la cuestión está en la formación del psicoanalista que ha de producirse tan intensa y llevarse tan lejos como para saber que no hay posibilidad de tapón al agujero de la dificultad de vivir, y que el fracaso siempre lleva en sí unas gotas de éxito, o como estoy en Galicia diré que el éxito lleva siempre unas gotas de fracaso. O no.

Referencias:
1-. BENET, J., “Humor y fracaso”, en Cartografía personal, Cuatro Ediciones, Valladolid, 1997,p. 143.

2-. FREUD, S., “Contribuciones al simposio sobre el suicidio” (1910), en Obras Completas IV, RBA, Barcelona, 2006, p. 2416.

3-. FREUD, S., “Varios tipos de carácter descubiertos en la labor analítica” (1916), en Obras Completas IV, RBA, Barcelona, 2006, p. 2416.

4-. Mal de escuela, es una novela ejemplar en este sentido. Escrita por un alumno fracasado, ‘zoquete’, habla de su experiencia de exclusión, luego profesor. Igualmente se podría hablar de los fracasados que luego triunfaron en cualquier área humana. Ver PENNAC, D., Mal de escuela, De Bolsillo, Barcelona, 2009.

5-. Freud hará notar en “Sobre la psicología del colegial”, (1892), la relación entre padre y profesor.

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