París, Texas: El padre pródigo. Por José Luis Rosario (Sevilla).
París, Texas: El padre pródigo
En París, Texas, Wenders pone en escena la figura del padre pródigo, como el propio cineasta lo define, una suerte de padre perdido, fuera de lugar, incluso desquiciado, que hace un intento (fallido) por recuperar lo que en otro tiempo había abandonado. Wenders alude a una problemática muy de época, en la que son los padres los que se han ido. Al lado de esa dimisión de su personaje de la función paterna se instala una interrogante sobre la mujer.
Wenders opera sobre una inversión de la parábola cristiana del hijo pródigo; allí se trataba de la puja por la herencia del padre, sus riquezas, que el hijo reclamó por adelantado y que obtuvo sólo para dilapidar y quedar en el más completo desamparo. En París, Texas, el pródigo es el padre, lo que no impide que, desde nuestra perspectiva, consideremos el hecho de que, a fin de cuentas, todos somos hijos, y en esa medida receptores de algo, que en realidad se nos impone con el lenguaje. Se trata, pues, de algo del orden de la transmisión. De ahí que la inversión de Wenders no elimine la dimensión de la herencia, que veremos desplegarse con singular eficacia para encontrarnos, en lugar de las riquezas, con las flaquezas del padre. Una virtud del film consiste en mostrar que nada de esto se opera a espaldas del Otro sexo, lo que en la parábola quedaba velado por las exigencias del Amor al Padre, lugar donde además se dilucida la transmisión de la autoridad, sellada por la entrega del anillo, esto es, como una cuestión de varones; simbolismo del anillo que -de la mano de Freud- también encontró un lugar en la propia historia del psicoanálisis. Como no hay riquezas materiales en juego, en París, Texas veremos a un sujeto que deberá autorizar su ser en el mundo sin poder apelar en última instancia nada más que a su propio deseo, puesto a prueba en toda existencia.
En la escena inicial de la película, Travis, el padre pródigo que vuelve, camina en medio del desierto, lleva la mirada perdida y una expresión de angustia. Parece un tipo alucinado, fuera de sí, pero en realidad sabe perfectamente lo que hace y se dirige a un lugar muy preciso, a París, un lugar al norte de Texas. Retorna después de 4 años durante los cuales no dio señales de vida. Había huido en el clímax de una relación familiar tormentosa abandonando a su hijo pequeño, Hunter, quien luego también pierde a su madre, Jane, la que tampoco pudo sostener su lugar después de quedar sola con el niño.
Para Travis París, Texas es un significante paterno marcado por la farsa. Su padre tenía una idea que era como una enfermedad, dice Travis cuando cuenta su historia a su propio hijo, una enfermedad que consistía en contar ante sus amigos una historia equívoca: él insistía en que su mujer venía de París, momento en que hacía una pausa en su relato, un suspenso para agregar sentido, ya que hay un lugar en Texas que se llama París. Estaba obsesionado con que su mujer hubiese venido de París porque deseaba tener una mujer con clase, refinada... un atributo que se importa entonces de Europa. París responde por una mujer fina Wenders introduce aquí ese elemento constante de oposición Europa-América, de la que saca partido en varios frentes.
Travis es, en cierto modo, el heredero de ese fantasma paterno, por eso puede decir que el hotel de mala muerte donde están en ese momento no es el lugar indicado para traer a una mujer fina, atributo que Hunter, por cierto, no puede discernir. Desde luego, para el encuentro que más adelante organizará entre Hunter y su madre, Travis elegirá un lugar más adecuado; es que Jane pertenece al grupo de las mujeres finas mientras que su propia madre es una mujer común, tímida, buena. En la interpretación del relato paterno que hace Travis se esconde pues la escisión típica del campo de las mujeres que hacen los hombres en su encuentro con el amor, y que Freud ha mostrado: por un lado, la mujer que se respeta (no se toca), superidealizada, depositaria de las virtudes morales, encarnada en la Madre. Por otro, la mujer del encuentro sexual, necesariamente desvalorizada respecto de la figura materna, personificado por la Puta.
Así trazada la filiación significante con el padre, se observa de inmediato que París..., el emblema de la mujer fina, auténtica insignia paterna, habla del goce del padre -quien se solaza, ríe mucho con ello- con una mujer inexistente, precisamente la que no tiene. Pero lo que en el padre se escenifica como farsa, un sainete divertido, en el hijo adopta la forma de una tragedia. La versión del padre que tiene incidencia sobre Travis, que se aloja en él, era como una enfermedad. La mujer del padre -no la que tiene (muy tímida, avergonzada) sino la que quiere hacer existir- es una fantasmagoría, pero cuando Travis va directamente hacia ese ideal paterno se encuentra con un real que le produce horror. Se ilustra bien lo que Lacan señala recogiendo el designio cristiano de Kierkegaard: la herencia del padre es su pecado. Y es la trama de la que Travis no puede separarse, impotente como se mostrará, para fundar algo en nombre de su propio deseo.
José Luis Rosario (Sevilla).