“Los hombres que te caen bien, también pueden matar mujeres”

Con este título falaz pero astutamente construido, la periodista Ana Requena Aguilar comentó el 11 de enero pasado la trágica noticia de que Julien Carlon, un hombre muy comprometido con el activismo de izquierdas y vecino del madrileño barrio de Lavapiés, asesinó a su hija de cuatro años para, acto seguido, suicidarse1. Gran sorpresa en los círculos progresistas: los hombres de izquierdas también pueden matar mujeres. Sin duda. Pueden matar mujeres, hombres, de uno en uno o a millares. Como si fuese un descubrimiento nuevo y un motivo de tesis doctoral que la violencia y el crimen no sean patrimonio de una determinada ideología política. Vale la pena citar a la periodista, cuando refiriéndose al suceso escribe que “el caso ilustra hasta qué punto el machismo cala hasta los tuétanos de la sociedad y desmiente estereotipos; desde los tópicos que relacionan el machismo con hombres conservadores de derechas o de clase baja, al prejuicio de que los agresores son locos, seres que actúan así porque pierden la razón”. Ana Requena Aguilar cita otras perlas, como la frase de Yayo Herrero, antropóloga, educadora social y ecofeminista cuando dice: “Hay personas que tienen muy claro el discurso de la redistribución de la riqueza, por ejemplo, y luego en su vida cotidiana tienen comportamientos absolutamente patriarcales”. Una observación verdaderamente interesante, en el que la antropóloga parece estar a punto de darse cuenta de que existe algo llamado “división subjetiva”, y que tal vez el inconsciente no es un chiste de Woody Allen. También encontramos la sugerente afirmación de Miquel Lorente, forense y ex delegado del Gobierno contra la violencia de género: “Hay que salir del encasillamiento de que este tipo de hombres y conductas pertenecen a ciertos contextos, es mucho más profundo, está más en el núcleo, en el ADN de la masculinidad. Sabemos que no todo el ADN se expresa, hay genes silentes que en determinado momento se pueden expresar. Con esto pasa igual, puede haber algunos comportamientos durmientes que cuando el estímulo es lo suficientemente intenso se ponen en marcha, porque forma parte de la manera de ser hombre”. Ignoro cómo justifica el señor Lorente la existencia de un gen de la violencia de género en los hombres, pero probablemente pertenezca a la línea extrema de Richard Dawkins.

No deja de ser un motivo de preocupación la precariedad creciente en el plano de las ideas, la confusión discursiva con la que presuntos especialistas dan rienda suelta a una desconcertante ideología en la que valores finalmente reaccionarios se infiltran de manera insidiosa, y la supuesta intención de romper con el “encasillamiento” contribuye a formatear un pensamiento que aumenta aquello mismo que procura combatir. Que personas que se identifican a corrientes progresistas afirmen la existencia de un gen asesino en el ADN de los hombres, y que al mismo tiempo insistan en que la educación es la base de la prevención de acontecimientos espantosos como el infanticidio, demuestra una desorientación conceptual que poco contribuye a la causa que está en juego. Las significaciones se degradan cuando su utilización se vuelve impropia, más allá de las intenciones que subyacen. Calificar de “feminazis” a ciertas corrientes del pensamiento feminista no solo es un insulto deplorable hacia las mujeres, sino también una infamia que banaliza un término que ha supuesto un franqueamiento único y específico en la historia del mal.

Del mismo modo, establecer una conexión esperable entre quienes defienden la distribución de la riqueza y los valores antipatriarcales, es una ingenuidad inconcebible en artículos de los que deberíamos esperar un mínimo de claridad intelectual. El pensamiento único tiende necesariamente a la debilidad. Considerar un “prejuicio” que ciertos casos de violencia de género o de infanticidio sean consecuencia de graves trastornos mentales es un desconocimiento de la locura, una negación que paradójicamente puede acercarse a posiciones como las de ciertos sectores de la derecha, que desprecian la seriedad de la situación española en materia de trastornos psicológicos.

Ni los hombres ni las mujeres son amos del discurso que los constituye, lo cual no los exime de la responsabilidad de sus actos. A raíz de uno de los primeros juicios penales en los que los abogados apelaron a la teoría del Complejo de Edipo para atenuar la culpabilidad del acusado, Freud fue rotundo: la determinación del inconsciente no reduce la deuda moral que cada sujeto contrae como consecuencia de sus acciones. No hay ninguna duda de que el género masculino ha demostrado ser proclive a una agresividad y una crueldad sin límites, no solo contra las mujeres, sino contra todos los seres vivos. Intelectuales feministas de la talla de Judith Butler, Joan Copiec y muchas otras vienen realizando un trabajo extremadamente fino destinado a un cuestionamiento de los temas de género a partir del concepto del sujeto del inconsciente. El patriarcado y sus consecuencias en ambos géneros es un tema que nos concierne, pero que no puede agotar en sí mismo la complejidad de los problemas de orden clínico. “Encasillar” todos los fenómenos de violencia en una teoría que aplaste la posibilidad de apreciar las diferencias corre el riesgo de convertirse en una concepción del mundo, un maniqueísmo que no solo se desgaste a sí mismo, sino que conspire contra la importancia de que el feminismo pueda pasar a un nuevo plano, políticamente inclusivo e inspirador de una alternativa al paradigma neoliberal. Veo difícil ese salto si no se admite que el goce sexual implica una cierta violencia que sin duda no puede confundirse con la violación. Una violencia que, incluso consensuada, supone la intrusión de un sujeto en el cuerpo de otro. Claro que se puede optar por la desexualización de los vínculos, pero cabe la pegunta de si ello no sería una forma peculiar de violencia no reconocida como tal.

 

Notas:

  1. Requena Aguilar, Ana. "Los hombres que te caen bien también pueden matar mujeres", elDiario.es, 11/01/2022