El beneficio de las enfermedades psiquiátricas. Laura Canedo (Barcelona)
Leí en una ocasión una declaración que siendo verdadera, me causó gran asombro justamente por aparecer sin ambages. Se trata de una carta al lector firmada por una representante de parte del colectivo de psiquiatras de nuestro país, que apareció en un importante medio de comunicación. Es la siguiente: "Actualmente muchas enfermedades psiquiátricas en la infancia se pueden beneficiar de los psicofármacos".
Por experiencia sabemos que los psicofármacos benefician a las enfermedades psiquiátricas no sólo en la infancia, sino también y en mayor medida si cabe, en los adultos.
Cualquiera que consulte con un profesional "psi..." (psiquiatra, psicoanalista, psicólogo, psicoterapeuta, etc.), lo que espera es poder entender lo que le pasa, y sobre todo, encontrar vías que le permitan estar mejor. Es decir, en ningún caso tiene como interés el beneficio de las enfermedades psiquiátricas.
Y entonces, uno debe plantearse la pregunta de a quién puede interesar el beneficio las enfermedades psiquiátricas, y la efervescencia con la que estas aumentan en los últimos tiempos.
Tal y como ha sido denunciado ante el Parlamento Europeo, sabemos que con gran frecuencia los estudios científicos de los psicofármacos están siendo realizados y financiados por los propios laboratorios que los producen y comercializan. Estos últimos se encargan además de crear protocolos evaluativos para aplicar a los pacientes, y encasillarlos según los indicadores de su malestar. Estos protocolos, con pretensiones diagnósticas, además de carecer de todo rigor, son claramente acordes al interés de la comercialización de los productos.
Hasta aquí nada nuevo en el horizonte del capitalismo en el que una industria (que por definición tiene por finalidad la elaboración de sustancias útiles), resulta ser una empresa (y por definición, de explotación); entonces lo que se desprende es que se centra la utilidad de la sustancia no en su función paliativa o curativa, sino en su función lucrativa.
No obstante esto es así, en el debate sobre cómo hacer con el malestar, no se trata en ningún caso de estar ni en contra ni a favor de los psicofármacos, imprescindibles en algunos casos. Se trata más bien de la cuestión de los usos y los abusos.
No se trata tampoco de estar en contra de la psiquiatría, pero sí del ejercicio de aquella medicina que acata las indicaciones de los laboratorios o de los estudios financiados por éstos, sin cuestionarlos.
Y sabemos que los laboratorios farmacológicos sufragan parte de los gastos de formación de algunos médicos. Médicos que en ocasiones, siguiendo las directrices que se desprenden de lo que se supone son estudios científicos, exhaustivos y objetivos de la subjetividad, aplican los protocolos broznos, que incrementando la frecuencia de las casillas de las diversas categorías, engrosan la cantidad de supuestas enfermedades, síndromes o trastornos. Y siguiendo el protocolo, dan las indicaciones médicas, que cada vez con mayor frecuencia resulta ser la prescripción de psicofármacos.
Los pacientes que acuden a los psi están cada día más hartos de encontrarse con profesionales que en lugar de ayudar a resolver aquello que los aqueja, le proporcionan moléculas que los adormecen.
Siendo que las enfermedades psiquiátricas existen, no siempre las etiquetas de TDA/H, TOC, TLP, etc., tan a la orden del día, lo son. Lo que sí son es reflejo de que alguien sufre, de un sujeto enfrentado a algo difícil de soportar. Y cuando se sufre, lo que se busca es el alivio al malestar. Cada día más personas denuncian que al consultar se encuentran con profesionales que, después de clasificarlos, toman sus dificultades como conductas que modificar o sus sufrimientos como afectos que anestesiar. Y cada día son más los sujetos, niños y adultos, que se niegan a tragarse la píldora de turno, y eso es un efecto del exceso de medicación promovido por la política de los laboratorios y por una parte de la medicina.
Frente a los imperativos de eficacia inmediata, es importante tomar posturas claras ante la infamia, dejar de tragar y volver a la clínica rigurosa del caso por caso. De lo contrario, se produce un incremento y una cronificación de los supuestos trastornos, enfermedades y síndromes, además de un descrédito de los profesionales sanitarios, y una desconfianza hacia estos.