La risa de Mühlberg. Donaires y sentencias de José Antonio Naranjo. Por Vicente Palomera (Barcelona).

La risa de Mühlberg. Donaires y sentencias de José Antonio Naranjo

¿A qué Otro dirigirme hoy, en este homenaje a José Antonio Naranjo, cuando él mismo no era partidario de los homenajes? ¿de ninguno? Veamos lo que él mismo escribió. Si abrimos Razón del psicoanálisis por la página 86, en el cuarto párrafo, leemos: ”¿Cuál es la política del amo frente a las contingencias? Al dramatismo de las contingencias, el amo oferta homenajes, monumentos, memoriales: para el recuerdo, se nos dice. ¿Para el recuerdo?, preguntamos. En absoluto, los homenajes, los monumentos, los memoriales son ritos y los ritos están hechos para olvidar, para olvidar recordando. El recuerdo se vuelve rito, y el rito es la terapéutica del trauma; eso lo sabe el amo, como lo “sabe” el inconsciente, amo e inconsciente que usan la memoria para conseguir el olvido –de lo que saben mucho algunos gobernantes que, “perversamente” consiguen, por la repetición del rito, la banalización del recuerdo”.
Si decimos que la memoria es una forma de olvido, ¿cómo salir de esa repetición que impone el rito? José Antonio Naranjo recuerda que existe “un lugar” donde la repetición no resulta vana. ¿Qué lugar es ese? Es el lugar del síntoma (pág. 87). Lo dice a propósito de la repetición, pero cuando escribe sobre la angustia (véase “La angustia no es sin causa”), también nos dice que la buena salida de la angustia es el síntoma. Del caso clínico que nos presenta se deduce una enseñanza: que si la angustia es una vía hacia lo real, lo mejor que podemos hacer con el sujeto angustiado es ayudarle a fabricarse un síntoma. La angustia no es útil, lo útil es el síntoma. Tampoco el duelo, que sólo es útil si éste es un trabajo. Por tanto, no hay mejor homenaje que seguir el trabajo del duelo.
Me orientaré, en este homenaje, con los signos y las marcas que su síntoma nos enviaba. Roland Barthes dijo acertadamente que “escribir siempre era dejar la última palabra al otro” y el síntoma de José Antonio estaba siempre abierto a acoger la palabra del otro.
Lector
Empecé siendo lector de José Antonio, hace seis años, a raíz de su investigación para obtener el DEA del Campo freudiano, lo que resultó ser un paso importante en su carrera psicoanalítica. Él me hizo el honor de dirigirla, aunque, sólo por abuso de términos, podría llamarme “director”, pues aprendí de él mucho más de lo que él pudo aprender de mí. Su investigación en el Instituto del Campo Freudiano transcurrió paralelamente a la formación de nuestra Escuela. No se perdió ninguna de las conversaciones clínicas, ni reuniones institucionales de la escuela en formación, con el Delegado General de la AMP, Jacques-Alain Miller, que llevaron a la fundación de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis. Entretanto, siempre encontrábamos el momento para explicarme la marcha de su investigación.
Fue así como tuve la oportunidad de seguir el modo de trabajar de José Antonio. Su modo de leer consistía en abordar, primero, la envoltura del concepto –siguiendo el dicho de Paul Valery de que “no hay nada más profundo que la piel”. Luego, rastreaba esos “efectos de superficie” ahí donde el concepto dejaba sus marcas, es decir, no en el sentido, sino en el uso del concepto –según la idea wittgensteiniana de que el sentido de un término está en su uso (“meaning is use”). Finalmente, exprimía las definiciones previas del concepto hasta sacar todo su jugo. Como un botón de muestra, les aconsejo la lectura del último trabajo de su libro dedicado a “Psicología de las masas” de Freud, a la luz del siglo XXI.
Donaires
Estando ocupado en el trabajo de edición de su libro, descubrí que, aquí y allá, aparecían en sus últimos trabajos algunos “destellos machadianos”. Mientras lo leía, advertí ciertas resonancias de los donaires, las sentencias del Juan de Mairena de Antonio Machado. Me refiero a esos momentos en el estilo de José Antonio que parecen poseídos por esa fuerza poética que llevaba al profesor apócrifo a proclamar, por ejemplo, que “todo el trabajo de la razón humana tiende a la eliminación de lo otro. Lo otro no existe: tal es la fe racional, la incurable creencia de la razón humana, Identidad=realidad, como si a fin de cuentas, todo hubiera de ser, absoluta y necesariamente, uno y lo mismo. Pero “lo otro” no se deja eliminar, subsiste, persiste; es el hueso duro de roer en que la razón se deja los dientes”.
Parafraseando a Antonio Machado, diré que José Antonio con fe poética, no menos humana que la fe racional, confiaba en lo otro, en esa esencial heterogeneidad del ser, en la incurable “otredad que padece lo uno”, tema ampliamente tratado en sus conferencias.
En una ocasión, José Antonio se dirigió a los filósofos sevillanos de esta manera: “A la par, para los filósofos, yo traigo una invitación: la de leer a Freud y Lacan para hacer otra filosofía, una filosofía sospechosa de la conciencia, como efecto del descubrimiento freudiano. No una filosofía psicoanalítica, sino una filosofía extraña a sí misma, una filosofía Otra,… (p. 151).
Lo que califico de “destellos machadianos” son fórmulas que aparecen para facilitar que su prosa fuera siendo más clara. Se trata una voz directa o indirectamente atribuible a una enunciación rigurosa pero, también, más informal. Tomaré algunos ejemplos: “Pero si la cuestión de la identidad es la que nos preocupa, pues entonces ¡marchemos en su búsqueda!, y demostraremos que la identidad del sujeto no es la que el sujeto trae, sostenida en identificaciones, “Soy filósofo, soy psicoanalista”, por ejemplo, sino la que el sujeto encuentra tras “sudar la camiseta” en la experiencia analítica” (p. 154). O bien: “Y esto es una cura analítica: un viaje hacia lo que se desconoce queriendo producir saber allí donde se ignora. ¡Benditos, aquellos que quieren encontrar en lo no sabido certeza! Certeza de que en lo que desconocen está la fuente de su sufrimiento, la causa de su malestar. No es la certeza de la duda, no la certeza en el saber, sino la certeza que surge de un sí a lo desconocido”. O esta otra: “La política analítica de las contingencias se opone al futuro que la repetición diseña, y al destino en tanto adversidad –y esto por una razón rotunda: porque nuestra política consiste en elegir lo que hasta ese momento jamás se había elegido…” (p. 91). En otro momento, reflexionando en torno a la obra de Foucault: “entonces, si la relación sexual no se escribe, la propuesta no podrá ser una especie de liberalismo sexual donde todo vale si no se quiere caer en una propuesta perversa, porque si ese es el caso, para ese viaje, no eran necesarias tales alforjas”, ya que el mismo fantasma del sujeto se lo puede proponer igualmente” (p. 175).
Política de las contingencias
Las mejores páginas del libro las encontramos en su ponencia sobre “Política de las contingencias”, intervención preparada después de los terribles atentados del 11-M y donde prolongando sus reflexiones sobre la repetición, escribió :”La política analítica de las contingencias se opone al futuro que la repetición diseña, y al destino en tanto adversidad (…) Pero esa contingencia es también el kaïros para que el analista pueda hacer oír su voz en el ágora. Esa voz no será, no deberá ser la de un hermeneuta –para eso, hay de sobra en el mercado-, sino la de aquél que lleve a cabo una nueva pragmática de las contingencias, para que no queden engullidas en la torrentera de los días: ese es el peligro en un mundo tan cambiante como el actual, donde las contingencias comienzan a ser “el pan nuestro de cada día”, con el peligro de que lo nuevo tienda a perder su carácter de tuché por su frecuencia. Por eso concluimos, diciendo que cada contingencia llama a hacer política al analista -incluso, la mejor”.
Si bien podríamos seguir hablando de las variadas referencias presentes en este libro, y especialmente de las que remiten invariablemente a los textos fundamentales del psicoanálisis, a Freud y Lacan, existe una que destaca por encima de todas, una con la que José Antonio Naranjo quería marcar su posición dentro de la política del psicoanálisis y su relación con Freud y con Lacan. Estoy hablando de la referencia constante a Jacques-Alain Miller, a los Cursos de la orientación lacaniana, que él estudiaba a fondo y conocía bien. Su referencia a Jacques-Alain Miller le ayudaba a situarse en relación con la causa freudiana. Jacques-Alain Miller no era para él una referencia de autoridad, si se entiendo por esto un modo de refugiarse en la cita “autorizada”, algo más propio de la erudición universitaria. Quienes asistimos a su defensa de DEA sabemos que este ejercicio de erudición universitaria no era su fuerte. José Antonio citaba a Lacan y a Miller de un modo particular. Por lo general, en lugar de citar el libro, editorial y página, solía citar diciendo el título del Seminario o Curso, luego ponía sesión, el número, luego la fecha y el año. Aunque ya se hubiera editado el seminario o curso, seguía obstinadamente citando de este modo “poco académico”. Pero, quizás una anécdota, una muestra de su agudeza -en el sentido de los mejores witz freudianos-, ayude a explicar mejor su insistencia. Se trata para mí de una muestra viva de su humor.
Granada
Hace cuatro años, coincidiendo ambos en Granada, fuimos a visitar el Palacio de Carlos V, en la Alhambra. Al salir del palacio, un guía que acompañaba a un grupo de turistas, señaló de pasada uno los relieves de los pedestales de la puerta que representan la Batalla de Mühlberg, llamando la atención sobre el penacho que llevaba uno de los caballeros montados a caballo. Luego agregó que era el penacho blanco del rey Enrique IV de Francia que guiaba a sus tropas en la batalla. Al oirle, José Antonio apostilló: “¡Hombre! Enrique IV, al que se refiere Jacques-Alain Miller en la conferencia de Turín sobre la Teoría de la Escuela”. “Cierto”, le dije, “aunque me parece que Enrique IV y Carlos V no eran contemporáneos, por lo que es imposible que Enrique IV y Carlos V se encontraran en la batalla de Mühlberg. José Antonio, me dijo entonces: “¿Cómo han dicho que se llamaba la batalla? ¿Batalla de Mühlberg (pronunciando Milberg)? Bueno, Enrique IV quizás no estaría en la batalla de Mühlberg, pero sí estaba en la de Miller”. Para entender el alcance de este chiste, no hay que ser necesariamente “de la parroquia”, pero sí, al menos, leer la Teoría de Turín sobre La Escuela como Sujeto.
Con esta anécdota, les he querido transmitir la atmósfera que se respiraba junto a José Antonio. Escribí que su amistad, como el aire, se respiraba y no se sentía, hoy tendría que agregar que con su amistad, uno se reía.

Vicente Palomera (Barcelona).

(NOTA DE LA REDACCIÓN: Este texto forma parte de la intervención de su autor en el curso del Homenaje a José Antonio Naranjo celebrado en Málaga en noviembre de 2006. Le habíamos reservado, por su hondura, para publicarle como POST en estas fechas, al cumplirse el aniversario del fallecimiento de José Antonio Naranjo (1951-2006). Las citas corresponden al libro NARANJO, J. A., Razón del psicoanálisis, Barcelona: RBA, Col. ELP, 2006, ISBN: 84-7871-749-8).