La Regla del Juego. Fernando Martín Aduriz (Palencia)


Es el primer libro que leo al comienzo de este verano 2008, en el que trataré aquí, semana a semana en esta columna*, de hablar de las lecturas de verano, tiempo en el que muchos vecinos ilustrados aprovechan sus vacaciones para dedicarse al placer de leer. Editado por Gredos, La Regla del Juego se lee como una novela pese a ser un ensayo. Más de cien escritores narran su encuentro con el psicoanálisis, en una compilación a cargo del filósofo francés Bernard-Henry Lévy y del psicoanalista parisino Jacques-Alain Miller.

He dicho escritores porque creo que todos los que escriben lo son al margen de que a su vez laboren de cineastas, dramaturgos o de psicoanalistas. Y se nota que son escritores en la redacción de su testimonio de encuentro, bien con la obra de Freud o Lacan, bien con el diván. El ejemplo más contundente lo aporta el escritor Ricardo Piglia cuando hace ver que "los escritores han sentido siempre que el psicoanálisis hablaba de algo que ellos ya conocían y sobre lo cual era mejor mantenese callado".

Pues han hablado, y es un éxito. Narrar su experiencia personal, sus primeras lecturas, la encrucijada en que acudieron a su primera cita con su analista, los meandros de sus razones y el saldo que obtuvieron, no deja de ser un ejercicio de valentía. Traspasar el umbral de la vergüenza, de la timidez si se quiere, para exponer en público y por escrito sus cuitas, nos aporta a los lectores un espejo en el que profundizar en la reflexión acerca del ser, del modo de ser, y nos reconcilia con la parte más humilde del a veces infautado perfil del escritor, del empalagoso autosuficiente personaje repleto de saber en que a veces se nos presenta en los medios.

Fernando Arrabal, Suso de Toro, Juan José Saer, Tahar Ben Jelloun o Eugenio Trias desfilan por las páginas de La regla del juego dejándonos un reguero de aire fresco. Es lo que en el libro señala el profesor newyorkino Tom Bishop cuando opone la claridad a la oscuridad como línea divisoria entre partidarios y detractores de la experiencia pscoanalítica. Es precisamente el acierto del texto, que ha pasado a ser uno de mis favoritos y ya para sempre inolvidables y uno de los que más recomendaré al vecino ilustrado que guste de pensar, las ventanas claras que abre para que circule sin miedo el viento, para hacernos un poco más amigos de nuestros tesoros ocultos, a veces tan escondidos por nosotros mismos que no encontramos la llave que los abre, pero que se muestran tan evidentes, para nuestra desesperación, en cada una de nuestras elecciones amorosas o de vida, en cada una de nuestras decisiones aparentemente tan objetivas ellas, en cada uno de nuestros anhelos y en nuestros nocturnos sueños o en nuestras fantasías más inconfesables.

"Como sucede al voltear un caleidoscopio, sus palabras me recolocaron instantáneamente", nos confiesa que le sucedió uno de los escritores, además muy vinculado a Palencia, José María Álvarez, tras la primera entrevista y escuchar las certeras palabras de su psicoanalista. Da en la diana. Incorpora el prestigio del poder de la palabra, ahora que está en tela de juicio frente a otras herramientas curativas.

Y así, Suso de Toro, gallego y asesor de políticos, que recomienda por su experiencia -a los cincuenta- una puesta a punto, una revisión, en el taller del psicoanalista, escribe que los escritores "estamos obligados a creer aún en el carácter mágico de las palabras". Éric Laurent escribe que "el analizante se convierte en Sherloc Holmes de las palabras y los dichos que formaron el baño del lenguaje en el cual se ha bañado", y Arrabal, en un texto poético, "cuando debo hablar de mí/de inmediato me inquieto/pues no se puede hablar mal de uno mismo/¿y qué decir de sus cualidades?"

Es decir, que al lector que somos cada uno de nosotros de nuestro propio inconsciente, al que atendemos más o menos en función de lo que nos han enseñado a hacerlo, viene de perlas el ejemplo de quienes se toparon con las entrañas del descubrimiento freudiano y ya no fueron los mismos.

Hoy, el valor de afirmar la bondad de la presencia, junto a otras, de la disciplina que inaugurara Freud y que desarrollar hasta el vigor actual Jacques Lacan, es acercarse al mundo de las palabras, de su magia, de su virtud para enamorarnos, para reenamorarnos, para combatir el tedio, para entender a nuestros amigos y justificar sus tropelías, para cernir el abigarrado mundo de nuestras propias estupideces.

Este libro me reconforta con las lecturas y los libros. Presagia un verano feliz de libros. Y me reconcilia con los escritores, que a lo que se ve, tienen también, como todos nosotros, sus lectores, su cuota de desazón. De desasosiego, que diría Pessoa.

* Artículo publicado en la columna semanal de DIARIO PALENTINO,
titulada VECINOS ILUSTRADOS, en julio de 2008. Con la amable autorización del autor.