La invencion de Frida, por Vilma Coccoz

La invención de Frida[1]

El cuerpo, el arte, la imposible maternidad

Vilma Coccoz

Psicoanalista. Miembro de la ELP - AMP

Madrid - España

En su texto sobre Leonardo explica Freud que la Patografía no pretende hacer comprensible la obra de un gran hombre. También distingue la labor del analítico de la del biógrafo quien, cautivo de la idealización del personaje, se ve obligado a sacrificar la verdad y así renuncia a descubrir los “más atractivos secretos de la naturaleza humana.” Anticipando las posibles críticas, advierte Freud: “En nada disminuiremos su grandeza [la de Leonardo] estudiando los sacrificios  que hubo de costarle el paso de la infancia a la madurez y reuniendo los factores que imprimieron a su persona el trágico estigma del fracasado.”[2] El estudio freudiano se destinaba pues, a descifrar los fantasmas inconscientes que comandaban los síntomas, rasgos de carácter e inhibiciones del genial florentino.

 

Un siglo más tarde, Jacques-Alain Miller se inspira en las Vidas de Plutarco, de Vasari para escribir sobre Lacan. Esta elección se fundamenta en aquello en que se diferencian  de las biografías y de “psicobiografías” derivadas del texto de Freud. En la Antigüedad, comenta Miller, la escritura de la Vida pertenecía al registro de la ética,[3] porque en la dimensión de la Vida lo público y lo  privado confluyen.

 

En mi trabajo sobre Frida me he dejado guiar por esta orientación, intentando cernir la cualidad de su deseo, el modo particular de arreglárselas con la existencia, así como la construcción de su particular semblante femenino y la invención de su nombre como artista. Es decir, valorando el asombroso hallazgo de una solución singular, el sinthome, tal y como nos enseñó Lacan al estudiar a Joyce.

 

Antes del accidente

Guillermo Kahlo, el padre de Frida, se instaló en México a los 19 años, luego de verse truncada su prometedora carrera en su país de origen, Alemania, a causa de los ataques epilépticos que comenzó a sufrir como consecuencia de un accidente.  Su primera mujer mexicana falleció en su segundo parto, casándose luego con Matilde Calderón, hija de un fotógrafo, quien persuadió a su esposo de dedicarse a la fotografía.[4] Al poco de nacer Frida, su madre enfermó pasando la niña a ser cuidada y amamantada por una nana indígena[5]. A los siete años contrajo poliomielitis, por lo que le quedó una pierna más delgada. Tiene sumo interés para la conformación de su solución existencial, el modo en que reaccionó a este trauma infantil que le apartó de los entretenimientos infantiles y le valió burlas por su “pata de palo”.  Como defensa a este forzoso aislamiento recurrió a una curiosa invención fantástica: “por entonces “viví intensamente la amistad imaginaria con una niña de mi misma edad (…) Sobre uno de los cristales de la ventana echaba vaho y con el dedo dibujaba una “puerta”. Por esa “puerta” salía en mi imaginación con gran alegría y urgencia. Atravesaba todo el llano hasta llegar a una lechería que se llamaba “PINZON”. Por la “O”[6] entraba y  bajaba impetuosamente al interior de la tierra, donde “mi amiga imaginaria” me esperaba siempre (…) Era ágil y bailaba. Yo la seguía y le contaba, mientras ella bailaba, mis problemas secretos”[7].  En su diario figura este pasaje como la razón de su célebre cuadro Las dos Fridas, de 1939, en el que pinta un autorretrato doble, diferenciado por los vestidos, que constituye una notable figuración de la dimensión especular del yo. Unidos ambos corazones por una misma arteria, otra sin embargo, aparece cortada con una tijera que porta la mano de la imagen izquierda, vertiendo sangre sobre el vestido blanco.  La figura derecha exhibe entre sus manos un camafeo con la imagen de Diego Rivera, el nombre del amor, el nombre del estrago.

Su padre, para quien Frida era la hija preferida debido a su inteligencia, la incitó a practicar deportes, algo poco común en las niñas “respetables” de entonces. Jugaba al fútbol, boxeaba, llegó a ser campeona de natación. Esta inducción a resolver el defecto del ego con una identificación masculina se complementaba con el estímulo intelectual. También su padre le inició en una variedad de lecturas e intereses, entre ellos la pintura, le enseñó a usar la cámara, llevándola consigo en su excursiones fotográficas en las que ella le socorría en caso de que él sufriera un ataque.

 

Al no tener hermanos varones “asumió la posición del hijo más prometedor, que según la tradición, se prepararía para ejercer una profesión”[8] En 1922 Frida fue una de las pocas jovencitas que consiguió entrar en la Escuela Nacional Preparatoria, la mejor institución docente de su país.  Eligió un programa de estudios que le permitiría pasar a la Facultad de Medicina. Enseguida destacó por la independencia de criterios, su irreverencia, su destreza en los juegos de palabras y su acerado humor. Hizo amistad con una pandilla formada sobretodo por muchachos (Los cachuchas), la mayoría de los cuales se darían a conocer años después, como destacados vanguardistas en diferentes ámbitos culturales.

 

El accidente

Estremece saber el accidente que cambiaría el rumbo de su vida se produjo cuando contaba con la misma edad en que una caída truncó el de su padre. Espantosa contingencia. Viajaba junto a su novio Alejandro Gómez Arias en un autobús urbano, “el choque nos botó hacia delante y a mí el pasamanos me atravesó como la espada a un toro.  Un hombre me vio con una tremenda hemorragia, me cargó y me puso en una mesa de billar hasta que me recogió la Cruz Roja”[9] La vida de Frida, desde 1925 en adelante consistió en una dura batalla contra la progresiva decadencia física derivada de este accidente brutal y de los tratamientos que recibió para paliar sus secuelas. Fue sometida a 32 operaciones quirúrgicas, la mayoría en la columna vertebral y el pie derecho. No pudo llevar a término ninguno de sus deseados embarazos. Y así como después de la polio se impuso el movimiento con el fin de curarse, después del accidente tuvo que aprender a mantenerse quieta para intentar recomponer su columna echa añicos.

 

El cuerpo, la pintura

Postrada durante casi un año, inmovilizada y doliente, le pidió a su padre que le prestara su caja de pinturas para “hacer algo” porque se aburría. Su madre diseñó un caballete que fue sujetado a una especie de baldaquino porque Frida no podía mantenerse sentada.  Un espejo situado en la parte superior recogía su imagen en todo momento. Así comenzó a escrutarse y a componer su rostro, su máscara, su autocreación, que daría lugar a su pintura-espejo[10], el pasaje de lo imaginario a la escritura de lo real que supone la creación artística. En esas condiciones extremas la más famosa pintora de su imagen de todos los tiempos pintó su primer autorretrato, en 1926, para su novio, a quien dedicaba unas conmovedoras cartas, súplicas de amor. Relataba los suplicios infernales manifestando una fuerza y una vitalidad fuera de lo común, un espíritu firme que no se rindió ante la adversidad, sin perder su sentido del humor. Pero el novio se alejaría de ella a instancias de su familia. Según sus palabras, fue a través de estas experiencias como pudo acceder, en un rapto de lucidez, “…al conocimiento de repente, como si un rayo dilucidara la Tierra…”[11] Frente a estas desgraciadas contingencias, Frida decide vivir:  “No estoy muerta, y además, tengo una razón para vivir. Esta razón es la pintura”[12].

 

El amor, la política, el traje

Frida encuentra a Diego Rivera a través de su amistad con Tina Modotti, una fotógrafa italiana. Por entonces Diego tenía cuarenta y dos años, ha estado casado dos veces y tenido cuatro hijos. Rivera consideraba a las mujeres superiores a los hombres, sus amores y amantes fueron inmortalizadas en sus magníficos frescos. Quedó fascinado con la audaz joven que le pidió inmediatamente una opinión sobre su pintura. “Sus cuadros, su habitación y su vivaz presencia me llenaron de asombroso júbilo” confesó más tarde el gran muralista.[13]

 

 

“Prudentemente, Rivera se limitó a aconsejar a Frida, pero se abstuvo de enseñarla: no quiso echar a perder su innato talento. Ella lo adoptó como mentor, aprendía viéndolo, escuchándolo.  Aunque Frida observaba las cosas de modo distinto a Diego. Evitando teorías generales, penetró en lo particular de la ropa y de los rostros, en un intento de capar la vida individual, las emociones, los estados de ánimo. […] Rivera abarcaba toda la extensión del mundo visible: poblaba sus murales con toda la sociedad y el desfile de la historia”[14]. Se casaron en 1929 y desde entonces fueron sus vidas -unidas para siempre- y sus acciones, un foco de atención, una obligada referencia para sus contemporáneos. Eran dos personas de una extraordinaria vitalidad, que se comprometieron en la realización de sus convicciones políticas y estéticas.

 

El vestido, el aborto

En los primeros años de matrimonio, mientras Rivera trabajaba de sol a sol, Frida se mostraba contenta con ser la joven esposa del genio, del gran hombre. Por esas fechas, un paréntesis en su quehacer artístico, Frida adoptó un semblante nuevo que le otorgaría una sustancial distinción, el traje de tehuana.[15] Para Frida vestirse era un rito y un acto de creación de la imagen que cada día quería presentar al mundo, por eso se dedicaba a ello con perfeccionismo y precisión, complementándolo con el arreglo del cabello, adoptando modelos típicos o inventando modos de decorarlo y trenzarlo.  Consumaba esta obra diaria con joyas, se vestía como para una fiesta incluso en los últimos días de su vida[16]. Aunque por una parte, el vestuario nativo portaba un mensaje político que convenía a su condición de esposa de Rivera, también daba consistencia a una persona en la que dramatizar su carácter decidido, a tal punto que el traje “retenía algo de su ser cuando se lo quitaba”. [17]

 

La delicada situación que vivía Rivera en el convulso México de aquellos años[18] propició que aceptara la oferta que se le hizo en EEUU en la que el muralismo mexicano se volvió célebre y él mismo, un personaje mítico. Políticos, grandes hombres de negocios, artistas se disputaban su compañía y sus trabajos.

 

Durante la estancia en EEUU Frida trabó amistad con Leo Eloesser, un famoso cirujano torácico, a quien confiaría, durante el resto de su vida, sus más íntimos sentimientos. Podemos reconocer en las cartas los signos de una verdadera transferencia en sentido analítico. El 26 de mayo de 1932 Frida le dirige una demanda perentoria, le pide consejo acerca de lo que sería mejor para ella, teniendo en cuenta su debilidad física. Está embarazada de dos meses. Y en esta misiva describe el desgarro de su debate interior. En el Hospital Henry Ford la atiende el Dr. Pratt a quien ella había pedido suministrarle sustancias abortivas en la creencia de que, en su estado físico, muy delicado, era mejor interrumpir el embarazo.[19] Luego de sufrir unas débiles hemorragias se comprueba que la gestación continúa y el mencionado doctor le aconseja continuar y dar a luz mediante cesárea. Las dudas arrecian su espíritu, piensa que Rivera no tiene muchas ganas de tener otro hijo. Ella baraja las consecuencias: no podrá seguir a Diego en sus viajes, debiendo hacer reposo hasta el nacimiento y trasladarse a México, junto a su familia. Sin él, algo que la subleva.

 

El 4 de julio de 1932 Frida tuvo un segundo aborto; le escribe a Eloesser el día 29. En esa carta le explica que ya había tomado la decisión de guardar el bebé cuando la respuesta de él a la carta anterior, animándola, había llegado. Está destrozada: “En el momento de escribirle yo no sé por qué lo he perdido y por qué razón el feto no se había formado...”[20]

 

Luego del doloroso suceso le pidió al doctor un libro médico con ilustraciones sobre el tema, pero éste se negó a concederle tal cosa. Rivera se lo trajo, y con esa lectura comenzó a fraguarse el cuadro Henry Ford Hospital. En él Frida yace desnuda en la cama de hospital, su sangre tiñe las blancas sábanas. Una gran lágrima blanca recorre su mejilla. Su vientre todavía está hinchado. Por sus manos pasan seis lazos rojos, uno de ellos está atado a un feto que muestra los genitales de un varón (el Dieguito que esperaba). Los otros hilos se enlazan a un torso, una pelvis,  un caracol, una orquídea y a una extraña máquina que se ha interpretado como las caderas de Frida, o al terrible asimiento del dolor.

 

En el óleo Frida y la cesárea también fechado en 1932, aparece su figura yacente en una cama de hospital. Una silueta informe se dibuja en el vientre. Los ojos cerrados parecen indicarnos el sueño del bebé cuya figura se vincula, con débiles trazos, al rostro de Rivera, ambos a la izquierda. A su derecha, en la parte superior, se muestra un grupo de médicos ocupados en una intervención. Más abajo, el retrato de una mujer con los ojos bien abiertos, una nube blanca parece su vestido que se une una sábana sugerida, a unos frascos de análisis químicos.

 

A esa época pertenece también la impresionante litografía Frida y el aborto en la que se representan las distintas etapas de un embarazo, desde lo informe a la forma humana de un varón, conectado su ombligo con el feto situado en el interior de su vientre mediante un hilo. Las lágrimas cubren su rostro y la sangre de la hemorragia cae en forma de gotas hasta tocar la tierra desde donde se yerguen las raíces de tres plantas coronadas por cuatro espermatozoides. Su cuerpo se divide en dos mitades, una clara y una oscura, a la derecha. En esta parte se ve surgir, desde el hombro, un tercer brazo asiendo una paleta. Y, en la parte superior, la oscura luna llora.

 

Aun habiendo conseguido una prodigiosa sublimación del duelo en la pintura, la tristeza por estas pérdidas permanecería siempre. “Mi pintura lleva dentro el mensaje del dolor (…) Perdí tres hijos y otra serie de cosas (…) Todo eso lo sustituyó la pintura. Yo creo que trabajar es lo mejor”[21].

 

A partir del aborto y a pesar del bienestar del que gozaban en EEUU, Frida insistía en regresar a México por el que sentía una profunda nostalgia. El deseo de abandonar New York queda patente en la complejidad del cuadro Mi vestido cuelga ahí. Una imagen de Manhattan, sede del capitalismo y de la protesta durante la Depresión. En el centro cuelga el vestido de tehuana, exótico, delicadamente femenino. Contrasta con el gris frío de los rascacielos y con los símbolos de la fatuidad de “gringolandia.”

Esta pintura constituye un exponente de la discordancia entre el cuerpo y el semblante que llega a alcanzar, ante lo real del aborto, una dimensión trágica.  A la vez, es la expresión de una punzante crítica al señalar otro tipo de discordancia, la referida a la imagen de la mujer en la cultura que figura el vestido y los demás símbolos del cuadro, vinculados todos ellos al dinero y a los despojos de las masas enajenadas que ella percibía en la sociedad americana.

El arte de Frida ha suscitado tanta admiración y comentarios que hoy en día nadie duda en situarla en el Olimpo de la pintura del siglo XX. Sus sangrantes y dolientes autorretratos en nada invocan a un Dios que se ha alejado, son poderosas imágenes de un barroco profano en el siglo durante el cual lo real sin ley sacude el cuerpo con su estrepitosa emergencia. “...Frida, sola en un espacio maquinizado, tendida sobre un catre, desde donde ve llorando que la vida-feto es flor-máquina, caracol lento, maniquí y armadura ósea en su apariencia pero en su realidad esencial (...) viaja más de prisa que la luz.”[22]

 

 


[1] En parte, un extracto del texto Las mujeres, el amor, el cuerpo. En VVAA, Mujeres, una por una. RBA. Barcelona. 2009. Pág.

[2] S. Freud, Un recuerdo infantil de Leonardo de Vinci. OC. Tomo II. Editorial Biblioteca Nueva. Pág. 1615

[3] J.A. Miller, Vida de Lacan. RBA. Barcelona.2011. Pág. 41

[4] En 1936 Frida representó su lugar de nacimiento y su árbol genealógico en el cuadro Mis abuelos, mis padres y yo.

[5] En un cuadro del año 1937, Mi nana y yo, pintó el ama de cría como la encarnación mítica de su herencia mexicana y a sí misma como niña de pecho.

[6] R. Tibol, Frida Kahlo. Una vida abierta. Universidad Autónoma de México. 2002. Pág. 36. En este relato discernimos uno de los elementos vitales para su solución personal. La letra del nombre de la lechería, que adquiere el valor imaginario de una puerta en la ensoñación infantil en la que el yo ideal representado por la niña danzarina y divertida con la que regula su narcisismo herido.

[7] H. Herrera Una biografía de Frida Kahlo. Planeta. Barcelona. 2007. Pág. 32/33.

[8] Ibidem, pág. 45

[9] Idem. Pág. 72

[10] Cuenta Diego Rivera que Picasso le había dicho que ninguno de ellos podría igualar el arte de Frida para pintar retratos.

[11] Idem. Pág 104

[12] J.M.G. Le Clézio, Diego et Frida. Folio. Gallimard. París 1993

[13] Citado por Le Clézio. Op.cit. pág. 96

[14] H. Herrera, op.cit. págs. 129 a 131.

[15] “Al vestirse de tehuana estaba eligiendo una nueva identidad, y lo hizo con el fervor de una monja que toma el velo (…) desde que se casó el vínculo intrincado entre la vestimenta y la imagen de sí misma, entre su estilo personal y su pintura se convirtió en una de las tramas secundarias del drama…” H. Herrera, op.cit pág 147

[16] Durante su estancia en París apareció en la primera página de Vogue. La célebre diseñadora Elsa Schiaparelli creó el modelo Madame Rivera inspirado en los atavíos mestizos que la pintora lució en su estancia en París.

[17] Queda patente en el cuadro  Mi vestido cuelga ahí.

[18] Se llegó a difundir la intriga de su participación en el intento de asesinato de Trotski.

[19] Dos años antes había sufrido una interrupción quirúrgica de su primer embarazo.

[20] Frida Kahlo par Frida Kahlo. Cristhian Bourgois Éditeur. France. Pág.124.

[21] H. Herrera, op.cit. pag. 195

[22] D. Rivera. En Frida. Landucci. México. 2007. Pág.233