La ciencia o la necesidad de la infancia. Javier Peteiro Cartelle (La Coruña)

La infancia es, en condiciones normales, un tiempo de juego y de curiosidad. El mundo se abre progresivamente y todo él merece ser chupado, observado, cuestionado. Surgen preguntas espontáneas que abarcan desde los poderes de un héroe hasta el origen de la vida humana (las cigüeñas fueron aliadas de padres asustados ante la cuestión esencial). En el niño lo mítico es real y, si fuera imaginable que a escala humana la biografía recapitula la historia, participar en lo infantil supondría retornar al mundo en que los dioses aun vivían sobre la tierra, satisfaciendo el deseo poético.

Dejar la infancia no significa necesariamente madurar. El transcurso del tiempo no se relaciona linealmente con el acontecer biográfico y es necesario acudir a lo bueno de los orígenes. La pregunta de Nicodemo a Jesús "¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo?” es paradójicamente infantiloide, porque sí es necesario renacer.

Hay quien al ver una obra de arte abstracto manifiesta que la podría pintar su nieto, sin darse cuenta de que precisamente eso es lo que puede conferir todo el valor estético a la pintura contemplada.

Algo parecido ocurre en la investigación científica. El descubrimiento es ajeno a la erudición. Los grandes matemáticos y físicos muestran su genialidad siendo muy jóvenes. Einstein tuvo su annus mirabilis a la edad de 26, desarrollando la teoría de la relatividad a partir de una intuición de adolescente.

La Filosofía y la Ciencia comparten el afán epistémico, pero su método es diferente. La erudición en vastos campos del saber favorece la construcción filosófica sistemática. Para un científico es mejor no saber casi nada y crear desde esa ignorancia. Los ejemplos abundan. La Biología Molecular se desarrolló inicialmente por parte de físicos. La computación con moléculas de ADN se le ocurrió a Adleman tras oír hablar por primera vez de esa molécula. Hay quien construye origamis con ADN porque sí, por jugar, aunque después resulte que tengan aplicación práctica. La gran ciencia surge del juego y de la curiosidad. Siendo actividad lúdica, supone la permanencia de lo mejor de la infancia, su creatividad y su sed de exploración de preguntas sobre lo esencial.

La investigación científica realmente válida supone ausencia de proyecto (decía Kornberg que el mejor proyecto era no tenerlo), puro juego de materias y lenguajes para satisfacción de una mirada infantil omnipotente que se extasía ante lo bello, a tal punto que es esa belleza la que frecuentemente sugiere la verdad de la teoría construida, como afirmaba Dirac.

Es triste ver cómo la infancia se sofoca mediante la imposición de currícula escolares y extraescolares sobrecargados que cercenan lo lúdico y lo mágico. Es triste ver la asfixia del mito vivificante en aras de lo técnico. Esa educación inhumana creada por “expertos” y deseada por muchos padres conduce a lo peor. En ausencia del mito y del juego, sin héroes, la ciencia es tomada en serio y pasa a profesionalizarse, a industrializarse, a servir al comercio. Nadie que no se haya preguntado lo importante en su infancia podrá hacerlo nunca por mucha historia de la filosofía que estudie; sólo mostrará erudición inútil. Pero abundan los profesionales del saber, quienes, despreciando la narración heroica y considerando que la ciencia debe ser seria, hacen de ella un mito descafeinado deificándola, convirtiéndola en la única posibilidad de salvación y amaestrando a la juventud hacia la peor distopía, la cientificista.

Cuando uno no cree en Dios (y quién sabe qué quiere decir esa palabra) cree en cualquier cosa, decía Chesterton. Cuando se abandona la riqueza mítica y se ignora el método científico, se sucumbe fácilmente al atractivo de lo paranormal, de lo New Age o del higienismo, tantas veces preludio de la dictadura.

Sólo desde una perspectiva infantil es posible la Ciencia, del mismo modo que sólo desde la infantilización subyacente a tantas seriedades se la adora o se la confunde con ídolos miserables.
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FORUM 3 - LO QUE LA EVALUACIÓN SILENCIA: La infancia bajo control.

Lugar: Ayre Hotel, Sevilla.
Fecha: sábado 2 de junio de 2012.

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