Julieta Unplugged Inés Boza/SenZa TemPo Karaoke Grill Sarah Anglada. Irene Domínguez (Barcelona)
Me gustaría con estas líneas celebrar un encuentro múltiple. Me refiero al que se produce con la excelente propuesta que nos hace la Caldera, -un espacio emblemático de danza en la ciudad- dentro del Festival Grec2012: dos espectáculos articulados en una sola sesión. Julieta Unplugged de la compañía SenZa TemPo de Inés Boza y Karaoke Grill de Sarah Anglada. Sueltos y a la vez unidos como por una grapa.
Julieta Unplugged nos presenta una pieza que toma como fuente de inspiración a Federico García Lorca en Poeta en Nueva York y El Público. Sin apenas preámbulos, chocamos de entada con el núcleo innombrable de lo que ambos bailarines van hacer aparecer en el transcurso de este viaje: el encuentro imposible del hombre y la mujer, propuesto desde una suerte de desmontaje de Romeo y Julieta. Un sofá para dos y un sencillo y preciso juego de luces, van a ser el escenario elegido para desplegar lo que entraña la naturaleza del amor, y no sólo con palabras, sino también con la danza, logrando de este modo mostrar que el lenguaje y las palabras siempre se soportan en el cuerpo, puesto que, más allá de su sentido, son vehículos de un goce.
Julieta quiere amar a toda costa. Amar lo que se escurre entre sus dedos, escaparse de sí misma, de cualquier intento por parte de cualquiera -incluso de ella misma- de apropiarse de su definición. Rehúye incluso del heroísmo de todas las Julietas, de Antígona, de Margarita Es ella una Julieta que escapa a la muerte. No pretende ser inmortalizada en una imagen congelada y eterna de una visión sobre la mujer. A la entrada, ella es un texto de un hombre, de Shakespeare, ella es el poema del poeta. Ella no es, si no es por el reflejo del otro. Ella misma lo dice: en tanto que mujer, no existe. Romeo por su cuenta, atrapado en ella, oscila entre la fascinación y el recelo, entre saberla brillante y loca. No la entiende, pero permanece cerca, bailando junto a ella en el sofá.
La pieza nos atrapa a la entrada y, paulatinamente, nos acompaña para mostrarnos el fracaso de cualquier ideal vacío sobre un pretendido amor perfecto. Bailar la paradoja: si el amor no incluye su propia imposibilidad éste no puede existir. Los cuerpos soportan su propia soledad. Pero no es una soledad cerrada, muda, conformista es una soledad que clama por encontrarse, una soledad con el otro. La potencia de esta obra surge de bordear y acercarse a la impotencia del amor como grito sordo, como deseo entregado, como intento incansable de nombrar lo innombrable. En ese empeño es, precisamente, donde surge su más hermosa fuerza. Julieta Unplugged hace de la falla del ser el epicentro mismo del amor.
A continuación, y en un cambio de escenario formando parte de la obra misma, el sofá central será desplazado a un lado para dar asiento a otra versión de la relación hombre-mujer. Karaoke Grill nos presenta una pieza futurista pero próxima, en donde algunas cosas parece que no cambien nunca En esta ocasión, el amor está deliberadamente excluido de la relación entre los sexos. Si la pieza anterior nos presenta un encuentro, ésta muestra su reverso: cómo evitar a toda costa el encuentro con el otro. Un hombre fabrica un videojuego-mujer. La mujer está incluida por entero en la pantalla masculina. Si Romeo y Julieta jugaban en el sofá, aquí el hombre juega solo y solo a competir. Se tratará para él de no perder nunca, de no perder nada. La coca-cola y la pizza se encargan de rellenarle la boca, una boca clausurada a la palabra que no se dirige a nadie. La soledad es tanta, que ni siquiera hay una versión sobre ella. El pequeño hombre está entretenido creando a la mujer a su propia imagen: monigote inerte encargado de eliminar a los otros: monstruos de risa, mariposas insípidas.
La heroína cibernética es la que despliega el baile en un movimiento acorde con el alma de su creador: borrada de cualquier signo femenino, robotizada, programada para no perder, se mueve en el rectángulo de la pantalla, en donde los escenarios del fondo son la ausencia de cualquier exterior. Ella, aunque prestada a su juego, baila con un brutal descreimiento. Por momentos sorprende al espectador con alguna mirada exquisitamente cínica, mostrando una suerte de sopor existencial exento de dramatismo. De hecho la pieza es bastante divertida, el público ríe. Pero cerca del humor -como ya lo decía Freud- siempre palpita un feroz empuje hacia la muerte. Por eso el final, alumbra la verdad que está en juego: un virus contenido en su versión de la mujer, volatilizará en un segundo toda una vida dedicada a la estúpida tarea de ser el mejor.