¿Hablamos de desadaptación cuando decimos desinserción? Montse Puig (Barcelona)

Los términos “adaptación” y “reinserción” orientan muchas de las políticas sanitarias y sociales actuales. Tenemos ejemplo de ello tanto en los programas especializados dedicados a evitar la exclusión social de diversos colectivos de individuos que son tomados por un rasgo que los homogeneiza y en el que se identifica la causa de su exclusión (emigrante, toxicómano, esquizofrénico, parado, etc.), como el diagnóstico cada vez más extendido de los “Trastornos adaptativos”, bajo el que va a parar, ordenado por el DSM IV, el sufrimiento de muchos sujetos.

Detengámonos en el ideal de adaptación en referencia al diagnóstico de “trastornos adaptativos”. ¿Qué se necesitaría para no padecer uno de estos trastornos? Se trataría de que los sujetos pudieran ser lo suficientemente dúctiles para saber sortear o responder de una manera ponderada a sus fuerzas y condiciones a los cambios que la vida les trae. La evolución darwiniana de la adaptación de las especies, es decir el vel exclusivo “adaptarse o morir” se encuentra de forma maniquea en el fondo de las propuestas adaptativas que se ofrecen en algunos casos a los sujetos “desadaptados”.

Por otra parte, en nuestra civilización que ha sido calificada como la “sociedad del riesgo”, los cambios tienen frecuentemente una connotación de estresantes o nefastos para el sujeto. La sorpresa, lo inesperado, lo contingente llega siempre de forma amenazante para un sujeto que se encuentra en muchas ocasiones sin poder responder. El trastorno en la adaptación se plantea entonces como un modo de patología en la que el sujeto es demasiado permeable a lo inesperado de la vida. El ideal de la fortaleza del yo está sin duda evocado.

Entonces, si el sujeto no debe estar afectado por los acontecimientos de su vida, ¿no sería esa la máxima exclusión del sujeto, su máximo aislamiento defensivo? En el otro extremo de la misma problemática encontramos el llamado “trastorno límite de la personalidad”, tan en boga actualmente, en el que todo, hasta el menor acontecimiento, tiene valor de encuentro desestabilizador para el sujeto, y al que las terapias cognitivo-conductuales propuestas intentan aportar suficiente estabilización “interna”, de modo que aprendan a controlar y ponderar sus sentimientos, reacciones emocionales y continuos pasajes al acto como modo de respuesta. Pero ¿no estaríamos con estos sujetos en la máxima inclusión? La llamada al término medio no resuelve el problema porque el planteamiento de la adaptación, de la “modificación de sus hábitos, sus tendencias o su capacidad de manera adecuada a unas circunstancias o actividad nuevas”, escamotea el problema de que no existe una “realidad exterior” a la que el sujeto debería adaptarse o asumir que no sea siempre traumática. Si no es traumática es que de algún modo no es “exterior”. Por ello decimos que “La realidad psíquica es la realidad social”.

¿De qué hablamos cuando usamos el par desinserción-inserción? Estos son términos que no están extraídos del discurso del psicoanálisis y su práctica, por ello para poder orientarnos hemos de poder entender no sólo cuál es su campo semántico sino también cuál es su uso es decir qué real constituyen.

Si tomamos al campo de lo social como el campo del Otro, es decir, el campo del lenguaje con sus leyes, podremos decir que la inserción implica una relación de inclusión del sujeto con el efecto de regulación de goce correspondiente de modo que una comunidad pueda instaurarse. En este orden el significante amo, el polo simbólico de la identificación, aporta al sujeto su estar en el mundo constituyendo al mismo tiempo a éste. En este sentido es que decimos que no hay sujeto sin Otro, anudando, como ya hizo Freud, la realidad psíquica a la realidad social. ¿Qué protegería al sujeto para que la mayoría de los acontecimientos de la vida no tuvieran estatuto de encuentros de trauma? Sin duda el Otro y su relación siempre fantasmática con él. Toda una serie de síntomas se pueden desprender de ello. Síntomas de la relación del sujeto con su Otro, síntomas en relación con los ideales y sus identificaciones.

Pero sabemos que no son éstos los términos en los que se juega la “subjetividad moderna”. Con la orientación aportada por Jacques-Alain Miller definimos a la época actual como la del Otro que no existe, en la que el estatuto de semblante del Otro ya ha sido desvelado, que no se organiza alrededor del significante amo y de sus diversas encarnaciones sino por el acceso al objeto y la satisfacción.

Entonces ¿qué hace de cemento en la civilización? Por un lado, podemos decir que “La inexistencia de Otro implica y explica la promoción del lazo social en el vacío que abre”. El lazo social se encontraría pues a modo de suplencia en el lugar del Otro. ¿Podemos mantener entonces los términos de inserción para la inclusión del sujeto?, ¿dónde se tendría que insertar? La estructura del discurso es el que, como nos señala J.-A. Miller, viene a sustituir a la del Otro como garante de lo Real haciendo existir la realidad “psíquica-social”. Los síntomas serán los que conllevan la búsqueda de la legitimidad de los modos de gozar, donde esa legitimación de encuentra en él “como otros”. El sujeto se enfrenta a tener que autorizarse sin la guía de la ley y, al fluctuar las significaciones, la angustia aparece en primer plano. No olvidemos las distintas formas de nostalgia del padre que traerán formas de fundamentalismo de distintos colores.

La última enseñanza de Lacan da una nueva perspectiva a la afirmación “la realidad psíquica es la realidad social” y permite interrogarnos sobre otro significado posible de lo que podemos entender por el binario inserción-desinserción. Se trata de tomar la problemática no del lado de las suplencias del Otro que no existe, sino de los modos de funcionamiento sin el Otro. Se trata del anudamiento con suficiente consistencia entre Simbólico, Real e Imaginario que constituya el sentido, siempre imaginario, y permita al sujeto hacer con su cuerpo de modo que el goce pueda estar anclado al sentimiento de la vida; es decir, pueda ser compartido por otros, pueda en definitiva construirse para él. Los distintos modos en los que este anudamiento fracasa en cada sujeto da el modo en los que el lazo social flaquea y el modo de anudamiento, el sinthoma da la estructura misma del lazo posible.

Tenemos así tres modos de lazo social que J.-A. Miller aísla en la enseñanza de Lacan y que merecen nuestro estudio para poder entender los resortes de nuestra acción y como algunos intentos colectivos actuales. La identificación, el discurso y el sinthoma producen una clínica (variedades del síntoma) y los tres son aparatos para “hacer-con” lo Real entendido como lo imposible de inscribirse, lo que no deja de no escribirse.

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