Familias del siglo XXI. Por José Ramón Ubieto (Barcelona).

Familias del siglo XXI: nuevas subjetividades, nuevos vínculos*

Pensar hoy en la familia exige, más que nunca, dar muchas explicaciones, añadir significaciones a un concepto que ha sufrido muchas transformaciones en un lapsus breve de tiempo. Sólo hay que ojear los suplementos dominicales de los diarios nacionales para ver como, de manera regular, recolectan una serie de signos en los que se muestra esa supuesta “crisis” de la familia y que siempre ocultan un implícito: la idea de que habría (habido en el pasado) una armonía en el ámbito doméstico. La paradoja del mensaje catastrofista es que la familia sigue gozando de buena salud y está considerada por todos como la institución que mejor sobrevive a los cambios, a pesar de todos esos datos que varían según moda, época e ideología.

Cambios sociales y transformaciones familiares

Para captar la lógica de estas transformaciones y la incidencia que tienen en los vínculos padres e hijos, sean afectivos, educativos o sociales hay que detenerse un poco en la naturaleza de los lazos sociales en la actualidad, lazos que influyen en cada uno de nosotros, a veces incluso sin que nos demos cuenta de esos cambios.

Uno de los más notables afecta a los valores tradicionales que hasta hace poco constituían la columna vertebral de nuestra civilización: el esfuerzo, el valor del trabajo, los signos de la autoridad patriarcal (incluido el respeto), que han ido siendo sustituidos por una pluralización de valores, a veces contradictorios entre sí. Esto afecta, sin duda, a los ideales que rigen y orientan nuestras conductas y juicios. Un niño antes no se hacia preguntas acerca de que era una familia: estaba claro puesto que el 90% eran como la suya y el resto –salvo alguna “normal” pero con un drama en su historia (viudez)- eran “raras” (protestantes, madres solteras,..). Hoy sin embargo, en una misma clase escolar, encontramos hasta cinco tipos de familia diferente (conyugal, monoparental, reconstituida, homoparental, living apart together), todas ellas aceptadas socialmente. Esto obliga a los niños a buscar explicaciones e inventar respuestas para poder entender porque ellos pertenecen a un tipo y no a otro. Y también obliga a los padres a tomar en cuenta las opiniones en juego, a la hora de educar; las de los otros miembros de la familia pero también las de los sistemas expertos ya que no hay una solución única (una referencia clara). Todo ello hace más evidentes los límites de la función parental puesto que no basta el título, los “galones” del padre, hace falta un trabajo activo de génesis de la autoridad, que además siempre es relativa.

Dentro de este cambio de valores asistimos a la prioridad que damos al individualismo por encima de lo colectivo, un individualismo de masas. Hoy nos sentimos agentes de nuestra propia vida, de lo que a veces llamamos “proyecto de vida” ignorando que en realidad eso, que nos parece ser una elección personal e individual, en realidad ya viene condicionado –que no determinado- por todo un discurso social del que no podemos quedar indemnes. Basta preguntarle a los publicistas para saber hasta que punto lo individual no es sino el espejismo de lo colectivo. Dos vertientes pues que corren paralelas: goces individuales/ lazos comunitarios y que no hacen sino mostrar como a fin de cuentas si un rasgo nos es propio en la hipermodernidad es la paradoja misma, como matriz de lo social.

Otro cambio notable es la sustitución de una noción del tiempo que incluía la espera y el medio plazo como momentos ineludibles en la consecución de objetivos, por un tiempo de lo instantáneo, del just in time (consíguelo ya!!), cuyo paradigma es Internet como supresión del espacio y del tiempo, coordinadas clásicas de la modernidad. Este cambio implica la anulación de la función psicológica de la espera, crucial para introducir un tiempo de comprender entre el instante de la mirada y el momento de concluir (J.Lacan (1971 “El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma” en Escritos vol I. México: Ed S.XXI).

También los sentimientos cambian con el tiempo, como p.e., el sentimiento de la vergüenza que siempre fue un índice de la presencia (mirada) culpabilizadora del Otro y que fomentaba el pudor como signo de humanidad. Hoy ha dejado lugar a una desinhibición que hace emerger un pequeño hermano donde la mirada ya no es del Otro sancionador sino del propio sujeto que goza mirando la escena televisiva de los reality show . Los sentimientos de culpa y vergüenza pierden peso a favor de la angustia como afecto postmoderno. Respuesta que, a diferencia del síntoma, no constituye un mensaje entre el sujeto y el Otro. Este cambio también afecta a los lazos sociales porque empuja a cada uno a buscar soluciones que a veces (tóxicos legales e ilegales) cortocircuitan al otro.

Estos cambios hacen que cada vez haya menos referencias compartidas, menos seguridades previas. Hoy cada uno debe definir sus prioridades vitales e inventar ciertas respuestas a cuestiones para las que la tradición ya no da pistas: p.e. las nuevas formas de familia, los nuevos lideratos, las relaciones padres-hijos, la sexualidad, etc. Se impone una cierta lógica del Do it yoursef (Háztelo tú mismo!).

Por supuesto que esta presentación de algunos rasgos de época no pretende promocionar ninguna visión apocalíptica, sino tan sólo destacar los cambios que son para nosotros los desafíos a enfrentar. Ni mejores ni peores, simplemente son los nuestros, al igual que nuestros padres y abuelos tuvieron los suyos, ya que toda generación está obligada a hacerse cargo de su época.

Quizás algo destacable de la nuestra es el vértigo de esos cambios, la prisa con la que se suceden y que hace que para cada uno sea difícil asumirlos, subjetivarlos, hacerlos suyos de una manera comprensiva y no mimética.
*Extracto del artículo publicado en “La revista del COPC” num 201 (Julio-Agosto 2007). Barcelona: COPC.

José R. Ubieto (Barcelona)