Escribir es enfrentarse a la imposibilidad de la escritura | Zacarías Marco

zacariasmarcoAl leer la entrevista “Beckett, geometrías de la palabra bordeando el agujero”, realizada al psicoanalista Zacarías Marco, surgen inmediatamente diversas evocaciones que resuenan a todo aquel que haya leído la obra de Beckett. Fue precisamente dichas evocaciones, lo que motivó este fortuito encuentro mediado por el interés común por la relación con la escritura.

Juan José: Estimado Zacarías, muchas gracias por aceptar la entrevista. Zacarías, para partir. Entiendo que Ud. además de psicoanalista, es licenciado en geografía e historia, con un particular interés por el arte, en especial  la escritura literaria, de lo que hablaremos en esta entrevista. Por esto, ¿Cómo y desde cuando surge su interés por el psicoanálisis y, cómo ha llegado a conjugar dichos intereses con el psicoanálisis de orientación  lacaniana?

Zacarías Marco: Al finalizar mis estudios de secundaria –recuerdo que era el año 1981 por la especial coyuntura que atravesaba el país– tuve la fortuna de tener un profesor excepcional. No sólo nos impartía el programa de su materia, también intentaba formarnos en la escucha mediante el debate público. Para ello no le importaban los conocimientos previos, únicamente la escucha. Tampoco es que fuera algo explícito, se aprendía en acto: él escuchaba. Esto era lo notable. Y lo hacía desde un lugar muy particular. El resto de cosas contribuía, seguro. Por ejemplo, que las normas de la institución le dieran igual, él soportaba su parte pero no intentaba trasladarlas a los alumnos. Su tolerancia era inaudita. Los alumnos aventajados nos permitíamos el lujo de decirle a veces que nos íbamos a jugar a los billares, a lo que él respondía: Cómo os envidio…

Pero lo fundamental creo que fue ese lugar especial de la escucha. No es de extrañar que fuera él quien nos inició en la lectura de Freud, aquél que tuvo la paciencia de escuchar al que nadie quería escuchar. Lo consideró una lectura indispensable. Para mí, Freud fue el mayor descubrimiento hasta la fecha, quedé verdaderamente maravillado. Y no fue el único descubrimiento que le debo. Tengo infinidad de recuerdos de este extravagante profesor, uno de los dos mejores que he tenido. Yo apuntaba mentalmente todo lo que decía, cualquier mención sobre cualquier área. Un día dijo que para conocer la mente humana no se podía prescindir de la lectura de Joyce, a continuación habló del Ulises y del monólogo interior. Ese día supe el libro que leería aquel verano. Creo que puedo decir que fui sacudido por su lectura, paralela a la de Freud, pero de otra manera. Todavía recuerdo nítidamente dónde estaba y cómo leí el párrafo que empieza diciendo Ineluctable modalidad de lo visible, un párrafo que casi llegué a aprender de memoria. Así es cómo, creo que a la vez, uní en mi mente el campo de la creación literaria, y del arte, con el psicoanálisis. Las palabras se me quedaban revoloteando en mi cabeza, y afortunadamente no de una manera tan perturbadora como a Stephen, el protagonista de Retrato del artista adolescente.

La orientación lacaniana, en cambio, tardaría en llegar. Leí en mis años universitarios a los posfreudianos pero no a Lacan. Mi acceso se hizo a través de mi análisis. Atravesé momentos muy difíciles que me llevaron a la consulta de un analista que por azar tenía esa orientación. No fue buscado. Digamos que mi síntoma volvió a reavivar mi interés por el psicoanálisis –fui forzado a ello– y descubrí, para mi gran sorpresa, que la teoría y práctica analítica se habían renovado por completo. Así llegué a Dolto y a Lacan. Y me fui abriendo camino otra vez.

Juan José: Ud. se ha interesado en la obra de varios escritores, en particular en la de Samuel Beckett ¿Qué encontró de distintivo en este autor, o fue más bien el autor quien lo encontró a Ud.?

Zacarías Marco: Una vez una gran beckettiana, Antonia Rodríguez Gago, me invitó a una fiesta en su casa, era una reunión de beckettianos españoles para acoger la visita de Ruby Cohn. Estuve hablando con ella buena parte de la velada y creo que fue a raíz de la misma pregunta que usted me hace. A través del amor, le dije. Mi primera novia importante era una gran lectora de Beckett y me introdujo en su lectura. Como yo era un amante del cine me regaló Film. Y empecé a leer a continuación la trilogía, Molloy, Malone muere, El innombrable. Una vez que me sumergí en la voz Beckett, el descubrimiento de algo tan extraordinariamente genuino que yo había imaginado inexpresable mediante la literatura, no pude parar de leer. Se convirtió en una compañía necesaria, esencial para mi vida de esos años. Durante un tiempo se me hizo difícil leer otra cosa que no fuera Beckett.

Como sabe, fue Picasso quien dijo aquello de Yo no busco, encuentro. Esto siempre me ha sonado muy arrogante. Sí, Lacan lo utilizó también. Pero me gustaría darle otra lectura, más en relación a estar abierto a la experiencia. Digamos que encuentra aquel que está abierto a la experiencia, algo que, bien entendido, es francamente raro, muy inusual. Por eso creo que es más acertado decir que uno es encontrado, como usted dice. Lacan nos ha enseñado cómo uno es hablado por el Otro. Uno piensa que dice, piensa que piensa, pero en realidad son los otros, la familia, quien lo habla. El yo siempre tiende a esa infatuación, con frecuencia tan desagradable. Entonces sí, más bien Beckett me encontró, por eso Beckett me es mucho más cercano que Joyce. Pero las identificaciones pueden ser muy peligrosas también. Para poder escribir hay que desasirse de la mano de los maestros. No se trata de pensar que en caso contrario uno no puede escribir algo válido, algo nuevo, etc., más bien está ligado al encuentro con la singularidad que habita en cada uno y que, por lo general, machacamos sin piedad. Es una enseñanza bien beckettiana, por otra parte…

Juan José: Tanto Freud como Lacan nos advierten que es el poeta quien lleva la delantera al  psicoanalista. En tal sentido, ¿Qué es lo que cree Ud. que puede enseñar la obra de Beckett a los psicoanalistas de orientación Lacaniana?

Zacarías Marco: Retomo lo dicho anteriormente que creo que puede resumirse como el lugar de la escucha. Beckett decía que no había escrito una palabra en su vida sin haberla leído en voz alta. Él trabajaba con las voces fundamentales que nos constituyen, es decir, las que le constituían a él. (Ambas cosas vienen un poco a ser lo mismo). Beckett tenía la impresión de no haber llegado a nacer. Algo genuino de su singularidad está ahí, machacado, como decía, durante muchos años. Años en los que seguramente buscó reivindicarse vía saber, vía Joyce, vía lo que Joyce representaba en la literatura de vanguardia. Este no haber nacido se le hizo claro un día escuchando una conferencia de Jung en el año 35. Pero no pudo arrojarse entonces a la identificación con ese lugar del desecho que era el suyo. Tuvo que esperar algo más de diez años para que se le revelara que era ése y no otro su único camino posible. Bien, esto es también Lacan, lo que Lacan identifica con el lugar del analista. Lacan habló muy poco sobre Beckett, ¿quizá porque fuera una referencia obvia?, no lo sé, pero las veces que lo nombró digamos que clavó su posición en su compañía, se fue con él de la mano. Dijo en el año 71 que por colocar el lugar de la basura en el centro Beckett había salvado el honor de la literatura. Como siempre que uno habla del otro hay que leer también que habla de sí mismo, es más que probable que Lacan considerara que él había salvado el honor del psicoanálisis por haber colocado el desecho, el objeto a, como el lugar del analista, un hallazgo del todo esencial para entender su concepción de la ética del psicoanálisis. Como vemos, la compañía es estricta. Lugar de la escucha desde eso que es el desecho que somos. Cernir eso es la tarea de un análisis. Y no es una tarea abstracta, filosófica en el (mal) uso corriente de la palabra, es algo bien concreto. Demasiado concreto, si se me permite parafrasear el demasiado humano de Nietzsche.

El resto de lo que podemos aprender de Beckett en el psicoanálisis se deriva de aquí. Por un lado la obstinación en esa posición sobre un trabajo desde lo imposible de decir. Sólo validar lo que salga a partir de la imposibilidad. Y luego, por otra parte, atendiendo a lo que sale, poder desplegar esa locura, seguir sus lógicas, las que sean, mostrarlas. En términos de Lacan, Beckett muestra la topología del sujeto. La insubordinable acción de las pulsiones parciales, en términos de Freud. (Desarrollé este tema con más amplitud en una entrevista reciente hecha para Télam).

Juan José: Creo poder distinguir en la obra de Beckett, ciertos rasgos distintivos, por ejemplo en sus personajes; sujetos separados del Otro, exiliados, desalojados, marginados, abrumados, embrollados, carentes en buen grado de formas y de sentidos, personajes que a fin de cuentas enaltecen la futilidad, la decepción y la desesperanza, en fin, manifestadores de la verdad que no hay. ¿No habría cierto cinismo en todo esto?

Zacarías Marco: Añadiría un matiz que me parece importante a la descripción que hace de los rasgos distintivos. Es en cuanto al sujeto que lo soporta. El mayor problema, creo, corresponde a qué estatuto conviene dar a ese sujeto desalojado. No estoy de acuerdo en que enaltezca la futilidad, la decepción y la desesperanza. Simplemente la expresa porque es lo que hay. No habiendo juicio no puede haber enaltecimiento. Expresa lo que hay para ese sujeto que no se puede percibir a sí mismo como una totalidad. Si Freud decía que el yo no era el amo de su casa, Beckett muestra esta explosión donde no puede haber un yo unificado, un cuerpo unificado, etc. Beckett lo muestra todo el tiempo y de mil maneras diferentes. Es un desalojo de sí mismo, de un yo tramposamente infatuado. Desde ese lugar se escribe. Si me permite una broma sobre la verdad, puede que no la haya, pero si la hubiera, sería ésa, la verdad como fractura del sujeto. De ahí la diseminación de voces que no son asignables a un cuerpo, o la dislocación en la mirada que no es ni plenamente exterior ni interior, una dislocación que pasa también al movimiento (por ejemplo, cuando hace incompatibles voz y movimiento a la vez), incluso al orden de la temporalidad. Son geometrías de la dislocación. Beckett trabaja a partir de un material muy reducido, imágenes que le vienen, voces fundamentales, y muestra la multiplicidad de la fractura que las habita. Es un minucioso trabajo musical, por momentos muy matemático. Son las Variaciones Goldberg tras el estallido de los parámetros estéticos del siglo XX.

Por todo ello, rechazaría el calificativo de cinismo. Al menos tal y como lo entendemos actualmente. Estaría, si se quiere, más cercano del sentido antiguo, aquel de los cínicos griegos. Como se sabe, el lugar de la inmundicia es cercano a Diógenes. Si despojáramos a Diógenes de su inteligencia podría ser uno de esos seres que asoman de las tinajas de Beckett, o directamente de los cubos de basura. Pero Beckett se ríe de la inteligencia, incluida la suya, como en La última cinta de Krapp. De todas formas es interesante verlo desde el revulsivo que los cínicos griegos creaban. Eran capaces de llegar todo lo lejos que se podía en la adecuación de la vida a la provocación, pero su postura abiertamente política, su radicalidad, es expresada en Beckett vía arte. Diógenes colocaba sus deseos fuera de los parámetros de su época para no dejarse comprar. Beckett tiene también algo de inalcanzable pero a través de lo inasible que nos constituye. Esto es inaguantable, no cabe duda, se buscan respuestas. Beckett no las da. Pero esto no es cinismo, que sería una respuesta, una respuesta fácil, además.

Juan José: Exacto, pensaba más bien en eso inalcanzable a través de lo inasible que Ud. señala.  Un “cinismo” más cercano a lo que sería el saldo cínico producto de un fin de análisis, un cinismo que no es sin saber, y por sobre todo, no es sin responsabilidad ni sin ética. ¿Podría pensarse entonces una cierta relación entre la obra de Beckett, sus personajes, con lo que sería un sujeto que haya hecho la experiencia de un fin análisis?

Zacarías Marco: Sí, hasta un cierto punto estoy de acuerdo, es ilustrador, en un cierto sentido podría leerse la obra de Beckett como un fin de análisis. O, más bien, un acercamiento a un final sin llegar a alcanzarlo. Me encuentro al borde del abismo, decía, pero todavía se puede avanzar un poco, ganar unos miserables milímetros. Aprenderíamos de Beckett un trayecto posible hacia una posición particular de desasimiento de las trampas de lo imaginario, una reducción al mínimo de los ideales, de las identificaciones, a partir de la asunción de aquello que más hemos rechazado, en el caso de Beckett lo que él llegó a calificar como su locura. Esto concuerda con el testimonio de François Cheng sobre aquella sesión en la que Lacan, según nos cuenta, le devolvió su libertad. Él, Cheng, que tenía la inteligencia de comprender que el Vacío es el Aliento y el Aliento la Metamorfosis… y que había vivido de tal manera el horror del agujero, –l’extrême béance–, por qué no identificarse a ello, escribir partiendo de ahí, por qué no hacer una escritura rota.

La proximidad con la posición de Beckett parece evidente, ahí podríamos situarlo como el paradigma. Sí, pero hay algo que chirría en esto. ¿No nos estamos dejando seducir por un cierto espejismo? ¿No advertimos un posible deslizamiento, ciertamente peligroso, en todo esto? Sabemos por experiencia que aquello que un paciente termina identificando como salvador no vale nunca para otro. Cada uno tiene que encontrar su propio camino, no hay dos abismos iguales. También por esta vía podemos caer en el terreno de las identificaciones. En realidad, siempre estamos cayendo. Creo que Nietzsche decía que no se trataba de no enfermar sino de curarse constantemente. Del inconsciente tampoco se termina de salir, no es poco conseguir que no nos determine.

Juan José: Pareciera que la escritura de Beckett, tal como lo indica Ud., apunta más bien a lo que hay como fractura del sujeto. ¿Cree Ud. que su esfuerzo de escritura sería más un desvelamiento, que un velamiento del agujero del “no hay relación sexual”?

Zacarías Marco: Velamiento y desvelamiento suelen ir de la mano, sobre todo en relación a la verdad. Creo que es la lectura que Lacan hace de la concepción de Heidegger sobre la alétheia, retomando su interpretación presocrática, para hacer aparecer, la verdad porta su ocultamiento, Verborgenheit, lo ofrece. Pero en relación a lo que se refiere su pregunta, sí, creo que sí, me parece muy acertado. Nada de velamiento en el sentido habitual. El agujero de la No relación sexual es expresado por Beckett todo el tiempo. Aludía antes a ese despliegue matemático o musical, a las geometrías que elabora sin cesar. Lo impresionante es que nos muestre en cada obra una distribución distinta, cada obra con su propia lógica de la No relación, sin repetirse. Compañía, Impromptu de Ohio, Rockaby, Nowhow on, Una tarde, Quad. En cada una de ellas las piezas sueltas ofrecen un nuevo baile sobre la imposibilidad de la juntura. Beckett lo hizo con la palabra, con la imagen, con el movimiento, con el silencio.

Juan José: Para terminar, una pregunta sobre cómo prescindir del padre, en la literatura, de la buena manera, esto es, habiéndose servido previamente de él, como nos enseñó Lacan. Por un tiempo Beckett fue a la zaga de Joyce, finalmente pudo desasirse y afrontar la escritura desde un lugar definido por él como opuesto. Veíamos que no lo hizo mediante una decisión sino mediante una “revelación”. ¿Nos enseña Beckett sobre cómo prescindir de él? ¿Cómo escribir hoy sin estar sometido a los que uno admira, sea Beckett o cualquier otro?

Zacarías Marco: Beckett meditó mucho, y durante muchos años, sobre el papel del escritor en el contexto del arte de vanguardia. Un pequeño documento, la Carta a un amigo alemán, de 1937, nos ofrece detalles impresionantes de la terrible dificultad de su posición. Está escrita en alemán, casi diez años antes de la famosa revelación. Beckett habla de la incomodidad que le produce la escritura, especialmente en inglés, y se pregunta qué hacer, cómo contribuir al desprestigio de la lengua ante la imposibilidad de destruirla, lisa y llanamente, que es lo que le gustaría. Piensa en agujerearla, horadarla, dice, para que pueda verterse poco a poco lo que se esconde detrás de ella. Hay que entender que la radicalidad de su planteamiento se adecúa a un malestar, a su desasosiego vital. Más que eso: son la misma cosa. Beckett nos enseña la imposibilidad de separar fondo y forma, sujeto y objeto. Lo dijo a propósito de Finnegans Wake, pero es perfectamente aplicable a su propia obra. En realidad, a todo. Las dicotomías son necesarias para la estructuración simbólica pero, una vez adquiridas, son un lastre. Lo mismo ocurre con el padre. Sólo puede prescindir de él quien se ha servido de él. Lacan lo ilustró de maravilla con Joyce, el padre aparece por todas partes debido a la falla en su función simbólica. Todas las redes referenciales que Joyce establece para ubicar cada palabra, cada letra incluso, son padre fallido, padre metonímico, como el que aparece en la descripción que hace Stephen al final de Retrato nombrando la enorme lista de sus profesiones, para no decir que verdaderamente no tenía ninguna.

Pues bien, volviendo a la pregunta, ¿cómo aplicamos esto a la escritura? Beckett pudo desprenderse de la influencia de Joyce cuando pudo cambiar su relación con su propia basura interior, el día que la aceptó. Después, incluso aquellas ambiciones de agujerear la lengua del año 37 le parecerían insoportablemente pretenciosas. Ya se sabe, el rebelde está siempre cargado de padre, por eso hay que acceder a otra relación. La enseñanza que podemos extraer de Beckett es que la voluntad no alcanza para dar ese paso. Pero, sobre todo, que no hay un sujeto que trabaje su objeto, sea la escritura o lo que sea. Escribir es enfrentarse a la imposibilidad de la escritura. Ésta la constituye, como constituye el objeto al sujeto.

Se intenta teorizar sobre ello pero se topa uno con la dificultad para expresar la inadecuación. Es difícil mantenerse en esa línea, que es la del trato con lo real. La de su proximidad, para ser más precisos. Muy pocos lo hacen. Siempre intentamos prevenirnos de ello. De esta manera nos colocamos como lectores localizando fuera la obra de arte. Es un grave error. Hace poco me vino la idea que la escritura es lectura, que cuando uno lee crea. Transformo así escribir en una lectura. Me vino escribiendo. Naturalmente esta idea ya le vino a otros, no importa, para mí se trata de hacer esa experiencia sabiendo que es todo lo contrario a una solución.

Fuente: Psicoanálisis Entre Vistas.