“ELS NOMS DE CRIST” de Albert Serra. Irene Domínguez Díaz (Barcelona)

Todavía conmovida y bajo los influjos del descubrimiento de “Honor de Caballería” de Albert Serra, me encontré con su última película: “Els Noms de Crist”; encargo que le fue formulado desde el MACBA a este excepcional director de cine de nuestros tiempos, que además es catalán. Su formato desafía los estándares; se anuncia de la siguiente manera: serie televisiva basada en la obra De los nombres de Cristo (1586) de Fray Luis de León y pensada para la exposición Esteu a punt per a la televisió? Fue rodada en parte en las salas del MACBA, pues ese era casi el único requisito demandado por el cliente.

La vi de un tirón, tres horas y cuarto sin poder despegarme de una incómoda y moderna butaca del Auditorio del MACBA. Catorce nombres de capítulos, los catorce nombres de Cristo que Fray Luis de León da en un poema de 1586, sitúan el marco de una trama que va a dar cuenta de este encargo con amplios márgenes: decir algo sobre el arte contemporáneo.

Un primerizo productor de cine, acepta el encargo de conseguir fondos para una película. Éste se moverá a partir de sus contactos para buscar financiadores. La cosa a realizar cumple el papel del enigma central. No se sabe muy bien nada: ni de qué se trata, ni quién trabaja, ni dónde se va a rodar. Alrededor de éste y dentro de cada capítulo -los nombres de Cristo- va a ir desplegándose una trama sumamente particular. Silencios, luces, diálogos, voces, risas, suspiros, reflexiones, poemas, música, imágenes del cine -antiguo, negro, de romanos, clásicos, en blanco y negro-, cobran vida bajo un fondo de suspenso que es vacío. Suspenso sostenido envolviendo nada.

Se puede captar la diferencia de las dos funciones fundamentales del lenguaje que interesan especialmente al psicoanálisis: la de nombrar y la de significar. Los nombres enmarcan, son palabras sueltas. Pesan. Los significados -es decir, el desarrollo de cada capítulo- aparecen como frases de la vida cotidiana que uno puede identificar en el transcurso de un día cualquiera.

Así, frases como “demà els reuniré a primera hora” o “estem treballant en un nivel més alt” enunciadas en la pulcritud vacía de las instalaciones del museo y colocadas en un contexto poético, en una atmósfera, resuenan de tal forma que, su propia vacuidad, su sin sentido radical, emerge y queda flotando en el ambiente. ¡Por fin una película sin mensaje!, pero que, sin embargo, muestra la naturaleza misma de lo contemporáneo.

Por un lado los nombres operan como botones, abrochan, tejen un capítulo con otro; por el otro la cadena significante se despliega, el discurso tiene función de rellenar la nada, de sobrevolar lo real sin lograr transformarlo, más bien lo acompaña. Conversaciones desnudas muestran la extrema soledad de la enunciación subjetiva y a su vez van dibujando el escenario del mundo contemporáneo, exento de ideales, irónico, burlesco, que toma a su cuenta el radical sin sentido de cómo se vive hoy la experiencia individual y colectiva. Sin embargo, también apunta algo muy poco moderno: esa remisión irremediable a la creencia en Dios que, aún no situándose en el correlato de la moraleja o el argumento religioso, permanece como heredero de la condición de ser seres hablantes: no podemos escapar a la idea del origen, puesto que las palabras debieron venir de algún lado.

La película muestra que todos somos creyentes pues fundamos nuestra experiencia a partir de la función creadora de nombrar el mundo, de nombrar las cosas, más allá de nuestra necesidad de darles un sentido. Lacan en el Seminario III recordaba las palabras de Descartes: “Dios es aquello que no engaña”, y años más tarde dirá: “el Nombre del Padre es la función de nombrar”. Y si bien el arte contemporáneo que ya no es más velo de la realidad, se construye alrededor de esa suerte de denuncia de la falsedad de cualquier discurso que habita nuestro mundo -en donde la increencia en todo es un lugar común- casi nada de lo que se puede decir, enunciar, escapa a la idea de que en algún lugar algo debe no engañar. Todos los personajes lo dicen sin pensar ni penar: “claro, creo en Dios”, aunque no añadan ningún tipo de exigencia a esta afirmación. “Llámale energía, naturaleza, vayas o no a misa…”

Este excepcional cineasta realiza un verdadero acto poético: toma a Fray Luis de León para construir la base de una creación en la que uno no puede dejar de reconocer algo de la verdad de nuestros tiempos. Esta película atrapa: muestra la estructura misma del inconsciente real, no pretende nada, escapa a echar mano de la narrativa personal, de la historización, logra hacer imposible la identificación, escabulle todos los géneros: no es un drama, ni una comedia ni una película de terror, o quizás los tres juntos a condición de no desanudarlos.

De alguna manera, la operación que Serra se atreve hacer con su cine me evoca aquella que a principios del siglo XX hizo Marcel Duchamp con “la rueda de bicicleta fijada a una banqueta” y que en adelante transformó la noción del arte: romper con la representación y mostrar cómo el lenguaje, más allá de su sentido, afecta los cuerpos de los vivientes, pues está siempre al servicio del goce.

Tras la proyección él estaba allí para responder a las preguntas del público. ¿Cómo hizo la película? Ningún plan pre-establecido, ni de forma ni de contenido, comandaba lo que después surgió; simplemente se fueron engrescant. Dijo que si bien el arte contemporáneo no tiene por qué tener un porqué, que casi esa podría ser su definición, piensa que el cine -o por lo menos el suyo- requiere de justificaciones poéticas. Es la poesía, entonces, la que orienta sus producciones.

Quizás sea por eso que me atrapa tanto; porque la poesía es mucho más cercana a bordear lo real, a mostrar sin demostrar, a hacer resonar sin explicar la radical aventura que entraña estar en un mundo extraño, ajeno, humano, habitado por el goce que recorre nuestros cuerpos entrelazados en palabras.

Si el lector desea ver algunos capítulos de la serie pinche aquí:
http://vimeo.com/channels/elsnomsdecrist
http://twmacba.tumblr.com/