El Jefe tiene estrés. Por Jesús Ambel (Granada).

Por su parte, las instancias judiciales de lo social reciben cada día nuevos casos de cronicidad de trabajadores afectados por esta nueva epidemia contemporánea. Unos casos que buscan, por la vía jurídica,una reparación a las molestias ocasionadas por el estrés en su vida laboral, pero también a la falta de reconocimiento social de sus dolencias.
Por su parte, los directores de personal y los responsables de recursos humanos de nuestras empresas toman nota de los efectos de absentismo laboral que se pueden achacar a la presencia del estrés en sus organizaciones y cuantifican su coste en las cuentas de resultados. Pero las cifras van en aumento y el dato es relevante: los sujetos que ocupan puestos directivos de la empresa piden, cada vez más, ser atendidos por el estrés que padecen.

¿Qué estresa a los directivos de nuestras empresas?
Pongamos un ejemplo que llegó recientemente a mi consulta. Me comenta un paciente que es directivo de una empresa familiar que sufre el constante agobio de tener que entregar encargos siempre de manera urgente y que en caso de no ser atendidos inmediatamente pasarían a otra empresa ¡O lo tomas o lo dejas! Se queja de que él tiene que decidir rápido, de que siempre tiene que estar presto y de que cuando las cosas ya no dependen exclusivamente de él, comienzan los problemas. El encargado de producción le advierte de que los materiales no llegarán a tiempo y le recuerda que cinco de los quince empleados que tienen se encuentran de baja. Alterado, me dice que al preguntar cuál es el motivo por el que están de baja los empleados el encargado le contesta que por estrés y de depresión, “¿Por estrés?, ¡esos no saben lo que es estrés! ¡Yo sí que estoy estresado y no puedo darme de baja!”
Este relato clínico resultaría anecdótico si no fuera por la crudeza con la que lo real de la angustia se empeña en romper las ilusiones de este sujeto, que heredó la empresa de su padre y que está viendo cómo él es un eslabón más de una cadena acelerada de clientes y proveedores.
Una cadena de flujo continuo, de trabajo justo a tiempo, en la que “lo personal”, cuando hace su aparición, es un obstáculo, una disfunción. Comprueba que “lo personal” es una parte más de la cadena, una parte íntima que está puesta a disposición de la producción y de la rentabilidad.
¡Qué más da si la esposa se queja y a los hijos sólo los ve durmiendo!, ¡Que más da si con los amigos sólo se relaciona a través de mails con chistes de mal gusto! ¡Mientras el cuerpo aguante!

Cada vez que se ha encontrado mal, el directivo se ha acordado de los cursos de formación en habilidades sociales, en comunicación asertiva, en gestión de estrés que ha recibido de prestigiosas entidades en prevención de riesgos laborales y trata de echar mano de las recetas que le dieron, de los programas antiestrés que volcaron en el disco duro de su cerebro cognitivo para ser resistente ante el estrés. Recuerda que se le quedó muy claro que sufrir estrés era un déficit, un fallo achacable a la falta de higiene mental y que él, como directivo, no podía permitirse una carencia semejante.

Pero el tren del estrés tiene boleto de ida y vuelta. De pronto, todos esos contenidos que aprendió con confianza y que alimentaron un poquito más su narcisismo acendrado y su omnipotencia, le parecen ahora semblantes, sombras fugitivas frente a lo que empieza sentir en su cuerpo y en su alma. ¡Si no fuera por la angustia, el mundo sería un ejército de sombras para él!

El cuerpo no siempre aguanta. Primero son unos dolores agudos en la zona izquierda. Después una sensación de ahogo. Más tarde el corazón querría salírsele por la boca. Después sudaba de manera inmotivada. Desde la visita pronta al médico de confianza, la palabra fatídica del estrés comenzó a ser su inseparable compañera. Supo entonces, cuando comenzó a tomar medicación para soportar la existencia (para trabajar, para dormir, para descansar), que “la cosa” venía de lejos, que las señales de peligro habían tenido sus pródromos.
¡Pero había que seguir! Sus ideales heredados tenían que poder más que lo que venía de su cuerpo, su afán tenía que poder más que esas tonterías del estrés laboral: ¡esas son cosas que le pasan sólo a los empleados incompetentes! Yo diría que el caso muestra una de las formas más clásicas de presentarse el malestar entre los puestos directivos: se trata de un “no puedo dejar de trabajar”. Lo que nos importa es el “no puedo”. Algo se detiene y algo se repite.
Es, básicamente, un “no puedo impedírmelo”. De esta manera, allí donde teníamos un estrés difuso sentido en el interior, tenemos ahora un síntoma que ya concierne también a lo exterior: ¿le pasa a usted algo?, le preguntó un día su secretaria, preocupada.
Al directivo le espera ahora un trabajo sobre una verdad que le concierne. La angustia no engaña.

Cuando aparece rasga el velo que ocultaba lo que tiene que ver con la nada y con el mundo. Revela la verdad del régimen de las satisfacciones y del universo de las relaciones y de vínculos sociales de quien la padece. Pero el síntoma dice también otra cuestión importante en su función: nos indica la vía de una pregunta: ¿qué está pasando en nuestro mundo, el mundo de las buenas noticias del progreso, para que las distintas formas de malestar en el trabajo, también en la clase dirigente, estén desalojando los beneficios que clásicamente había tenido?

El Jefe también tiene estrés.
Las recientes estadísticas del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales dicen que 3 de cada 10 pacientes que sufren estrés son directivos. Mientras las medidas que habitualmente se ponen en marcha para franquear el estrés sigan sin considerar lo que tiene que ver con la subjetividad, lo real de la angustia seguirá demostrándonos, caso por caso, uno por uno, que lo verdaderamente humano es la relación con lo imposible.
Hace mucho tiempo ya que se viene considerando la importancia del factor humano en el devenir productivo de una empresa. Los resultados de esa política no son lo buenos que su intención pregona. El humanismo está siempre a la defensiva en esta época del sujeto vulnerable. Algo tiene que estar fallando en los cálculos tecnocráticos o utópicos tan al uso en la materia.

El psicoanálisis es una práctica social de utilidad pública. Tal vez tenga algo que decir de lo que sabe al respecto del estrés en el trabajo.

Jesús Ambel, Granada.
(Publicado en La Cámara, núm. 47, Granada • Junio 2007, el autor es Responsable del Gabinete de Atención al Personal del Ayuntamiento de Granada.)