CUERPOaTEXTO. (Selección y 2). Vera Gorali, Betty Abadi, Betty Abadi, Adela Fryd, Cristina Drummond, Silvia Ons, Inés Ramírez, Juan Pablo Mollo, María Elena Lora, Mirta Zbrun, Rosa Edith Yurevich.

Imaginar lo real [1]
Vera Gorali - EOL Buenos Aires

"Lo real de lo derecho es lo torcido" afirma Lacan y abandona el espacio euclidiano para sumergirnos en esa otra especie de espacio que nos funda el cuerpo: la topología nodal.

La geometría euclidiana es propia de los ángeles, no tiene cuerpo. Sus figuras se vuelven necesarias y eternas. Triángulos, esferas, líneas y puntos son abolidas en su realización efectiva para erigirse en conceptos abstractos e inmutables, atemporales.

La geometría nodal, en cambio, es contingente e incluye el tiempo. Esto es palpable cuando consideramos el despliegue sucesivo de sus dibujos. Sus figuras multiplicadas pueden replicar un mismo anudamiento pero lo que importa son las diferencias materiales de su reproducción. Es el modelo de una escritura sin sentido que no proviene del significante.

Este nudo deformable, una vez desplegado, está provisto de ex-sistencia. Por esta característica la topología queda definitivamente ligada a lo real y nos libera de "la música del ser" y de sus deshabitados horizontes. Hay lo Uno del significante sin estructura y su insistencia de goce encarnado en la consistencia material, en las diferentes formas en que se puede escribir una misma emisión de voz. "Ailouno" o "aailo uuno", por ejemplo.

La intersección de lo simbólico con lo imaginario o sea del cuerpo con la palabra, que paradójicamente Lacan sostiene hasta el Seminario El Sinthome, es productora de sentido. Esta concepción está en sintonía con la idea de la pulsión como eco en el cuerpo de un decir. El problema que queda sin resolver en dicho Seminario es que en la clínica lo real del síntoma, ubicado por afuera de la conjunción simbólico-imaginaria, no puede entonces ser alcanzado por la interpretación simbólica aun si ésta utiliza el equívoco significante -que no deja de ser un uso particular del doble sentido.
Sobre esta construcción avanza Lacan sus renovadas propuestas respecto de la experiencia analítica, apoyado en la constatación de la disyunción de las palabras y las cosas.

A lo largo de los Seminarios 24 y 25, el psicoanálisis es definitivamente considerado como una práctica (y no una ciencia), en la que participan dos. Consiste en que el analizante dice lo que se le ocurre y Lacan propone rescatar esa palabra vacía de sus primeros Escritos, palabra agujereada, que materializa en el toro, dándole cuerpo. Y al analista le cabe la responsabilidad de un nuevo uso del significante que haga resonar otra cosa que el sentido. Recurre a la poesía para demostrar que la palabra puede tener efecto de sentido y también efecto de agujero, el de una significación vacía, el agujero en lo real de la relación sexual que no existe. La manipulación interpretativa borromeana implica eliminar un sentido, el sentido común, por un forzamiento del significante.

Es un viraje importante pues supone otorgarle primacía a lo imaginario que está incluido en lo real. No es el imaginario de la forma adorada del cuerpo, de lo bello sino un nuevo imaginario, carente de sentido. "Se recurre a lo imaginario para hacerse una idea de lo real".[2]

Este imaginario rompe con el nombre del padre e introduce un nuevo problema: ¿cómo imaginar lo real? A esto responde un nuevo hecho clínico: la inhibición. En el nudo borromeo, ésta se ubica en la hiancia de lo imaginario y lo real. Somos inhibidos a la hora de imaginar lo real.

Para concluir, una indicación de Lacan: no hay que pensar sin el cuerpo y para eso hay que "romperse la cabeza".[3]

Notas:
1.- Desarrollo inspirado en el Curso de la Orientación Lacaniana impartido por J.-A. Miller en 2006-2007.
2.- Lacan, J., Seminario 24, "L'insu que sait de l'une-bévue s'aile à mourre", (1976-1977), Clase del 16 de noviembre de 1976, inédito.
3.- Lacan, J., Seminario 25, "El momento de concluir, seminario", (1977-1978), Clase del 15 de noviembre de 1977, inédito.

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Cuerpo y síntoma
Betty Abadi - Nel Caracas

El síntoma tiene su origen desde el momento en que el sujeto se encuentra con la castración, con la prohibición del Edipo. Esta prohibición toma la forma de una negativización que lleva al sujeto a buscar una recuperación que, según el momento de su enseñanza, Lacan va a designar como falo o como objeto a. El plus-de-goce vendría a ser la ganancia de goce que obtiene el sujeto en este intento de recuperación.

En un primer momento lógico el sujeto se encuentra con su imagen especular. Sin embargo, es necesario un segundo momento lógico en el que la presencia del Otro va a determinar la construcción de la imagen a partir de la cual el sujeto se responde cómo es visto por el Otro. Construcción imaginaria que pasa por la palabra. La respuesta que el sujeto da a la prohibición que introduce la castración es por vía de este encuentro con el Otro.

Un cuerpo es lo que goza de sí mismo, es lo que decía Freud cuando hablaba del autoerotismo,[1] la diferencia es que el cuerpo del ser hablante sufre las incidencias de la palabra, por tanto ese sufrimiento se transforma en goce.

Un síntoma testimonia que ha habido un acontecimiento, un evento que marcó una huella en el hablante ser. Para Freud esta huella da cuenta de una sustitución, un Ersatz,[2] que determinará una respuesta en el cuerpo. Es esta incidencia del significante, lo que ejerce a la vez un acontecimiento[3] y un desplazamiento. Este acontecimiento, al ser una sustitución, Miller lo llama "goce metafórico". Y este goce metafórico supone la acción de un significante fuera de sentido, S1. Pero hay también un goce metonímico que se desplaza a partir de una dialéctica de los objetos y se dota de una significación simbólica, Bedeutung.

El viraje que nos presenta Lacan parte de que el significante no tiene un efecto de mortificación sobre el cuerpo, pero sí es causa de goce.[4] El significante tiene una incidencia de goce sobre el cuerpo. Esto es lo que lo lleva a definir el sinthome, que no es otra cosa que eso imposible de negativizar, es decir aquello que no pasó por la prohibición. Lacan lo llamó Fi mayúscula, que no es otra cosa que la respuesta de lo simbólico ante lo real, de lo que no se puede simbolizar.[5]

Si la cura daba cuenta en un primer momento de la verdad del síntoma, de esa negativización, ahora la cura está dirigida a dar cuenta de ese goce pulsional que viene desde lo real.

El síntoma viene a ocupar el mismo lugar que ha ocupado para Freud la pulsión, viene de lo real, es lo que plantea en "Inhibición, síntoma y angustia".

La pulsión freudiana es la interfaz todavía mítica entre lo psíquico y lo somático, mientras que el síntoma lacaniano es la conexión real del significante y el cuerpo.[6]

El final de la cura marcará no solo el encuentro del goce como acontecimiento del cuerpo, sino también el encuentro con la castración como una negación lógica.[7]

Notas:
1.- Freud, S., "Introducción al Narcisismo" (1914), Obras Completas, Tomo III, Biblioteca Nueva, Madrid, 1973, p. 2017.
2.- Freud, S., "El yo y el ello", op. cit., p. 2731.
3.- Miller, J.-A., "Leer un síntoma", en http://ampblog2006.blogspot.com/2011/07/leer-un-sintoma-por-jacques-alain.html
4.- Miller, J.-A., El partenaire-síntoma, cap. 17, Paidós, Bs. As., 2008, p. 385.
5.- Miller, J.-A., Sutilezas analíticas, cap. 14, Paidós, Bs. As., p. 230.
6.- Miller, J.-A., El partenaire-síntoma, op. cit, p.387
7.- Miller, J.-A., Curso de la Orientación Lacaniana, "El ser y el Uno", lección del 2 de marzo de 2011, Revista Freudiana, Nº 61, Barcelona, enero-abril 2011.

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Los Niños Amos
Adela Fryd - EOL Bs. As.

En la práctica clínica es frecuente encontrarnos con "niños amos": niños que son más amos que sus padres y que se ubican con una paridad asombrosa frente a cualquier adulto. Desde los dos o tres años parecen no responder a nadie, quieren ser reconocidos por el Otro y por los otros que los rodean, creen poseer una autonomía y comandar su elección de ser, funcionando como niños "solos" que hacen lo que quieren. Podríamos decir que se impone el "tómame como soy, porque yo soy así".

Estos niños caprichosos, desanudados de la racionalización, muestran que el "yo quiero" es anterior al "yo pienso". Son niños que, al parecer, no han sido bautizados por el significante amo. Algo faltó en esa captura y por ello aparece el capricho, que no es nada más que la eficacia del capricho materno sin la mediación del Padre.

En este punto, lo que se impone es el gozar. El gozar narcisista, que no cede, es autónomo, independiente de la disposición del Otro; lo que los hace impermeables a él y a la enseñanza.

Los niños amos creen ser artesanos de su propio destino pero no saben cuán comandados están por no reconocer las marcas del Otro. El capricho, que creen suyo, no les pertenece.

Son niños ariscos a los significantes que se le ofrecen en el campo del Otro, donde los ubicamos en posición de objeto. Y frente a la interpelación del Otro y a su deseo responden, principalmente, con el cuerpo. Pueden ir desde la abulia hasta la hiperactividad, pasando por el desgano y todas las variantes posibles de hacerse objeto para el Otro[1]. A veces estos niños están identificados con la fantasmática del Otro materno. Al no haber falta, al no haber pregunta, se responde con el yo, con la impulsión o con el falo imaginarizado.

Podríamos pensarlos como pensamos la neurosis narcisista: se apoderan de un significante del Otro y con ese significante se separan de él, quedando su yo ligado a ese goce pulsional.

Ellos están, de alguna forma, investidos de un significante que toma un carácter muy superyoico, lo que a veces se transforma en su destino. Actúan y son percibidos como jugando en la cornisa. Los padres quedan en la posición de testigos de sus excesos, de esta lucha infinita para separarse del Otro. Sin la falta de éste, no surge la pregunta sobre el enigma de su deseo.

Algo se complicó en la alienación y en la separación porque siguen alienados al deseo materno o, más propiamente, a la lengua materna. Y falta una intermediación paterna de estos padres narcisistas, infantiles, que dejan al niño del lado materno. Según Freud, estos niños se reivindican como una excepción, con el derecho a ser una excepción.

Pero esto no es lo que hizo Narciso. Enamorado de sí mismo, armó la sombra, el amor a sí mismo. Sin saberse víctima de su mirada, quedó encerrado en él: "soy único", "soy yo", "soy…". Este pasaje de los niños amos está, en todo caso, unido a la lengua materna, y fascinados por esa mirada que creen pueda llegar a ser su propia mirada.

Pero vemos que no se constituye en una verdadera idea narcisista y que es allí donde Freud lo nombra como un nuevo acto psíquico. Estos niños, si bien no son autistas, quedan muy pegados a un goce narcisista, a un plus de goce cercano al autoerotismo que produce un cortocircuito para disponerse al Otro.

El sujeto busca algo que lo represente, un ser que no tiene. Para ello pasa por el Otro. Si se queda solo con su propio goce, se queda con su ser y tiene sólo el goce de sí; si se enlaza al significante pierde su ser y tiene un sentido que le viene del Otro para acomodarse a él, al control de esfínteres por amor al Otro. Este amor es la operación que está en la base de la humanización de la entrada en la cultura y es algo que siempre implica una pérdida. Es un amor que los psicoanalistas llamamos "amor de transferencia". Si cede un poco de su propio goce al Otro, podrá engancharse y hacer algo con aquello que le surja como exceso.

Por tratarse de niños que monologan, los niños amos sólo escuchan al Otro si este dice lo que ellos saben. J.-A. Miller sugiere que deberíamos pensar en una clínica del despertar en la pesadilla, de que algo se imponga porque no estaba dentro de ninguno de los significantes del sujeto. Si la pesadilla despierta, es porque algo se impone y un significante que resuena en el cuerpo rompe la homeostasis. El sujeto se ve sorprendido por algo que no esperaba y esto puede generar una herida narcisista.

En la "Conferencia de Ginebra", J. Lacan nos dice que el hombre piensa con ayuda de las palabras, y en el encuentro entre esas palabras y su cuerpo se esboza la instilación del lenguaje presente en estos niños. Pero habiendo tenido un encuentro muy especular, no será sino el dispositivo analítico el que dará una nueva oportunidad a la palabra. De este modo, el momento del encuentro con el Otro puede ser un acontecimiento del cuerpo.

Notas:
1.- Berenger, E., Psicoanálisis: enseñanzas, orientaciones y debates, Editorial Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, Guayaquil, 2008.

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No hay dieta para la pulsión de muerte
Cristina Drummond – EBP-MG

Después de tomar el cuerpo como especular y como mortificado por el significante, Lacan formula que la conexión del goce con el significante está ligada al cuerpo. A diferencia de Freud que situaba lo traumático en la seducción, en la pérdida del amor, en la amenaza de castración, en el Edipo, en la visión de la escena originaria, Lacan afirma que hay un encuentro traumático y contingente con la lengua y que ese incidente tiene efectos sobre el cuerpo del ser hablante.

La formulación del síntoma como acontecimiento del cuerpo surge a partir de Joyce, porque implica un sujeto desabonado del inconsciente y una noción de inconsciente real. Para Joyce el ego hace suplencia a la idea de sí como cuerpo, un narcisismo del ego sustituye el narcisismo del cuerpo. Así, el síntoma no está en el cuerpo, ya que nadie es un cuerpo. Lacan escribe una barra entre S1 y S2 para indicar la existencia de una desconexión que elimina el efecto de sentido y produce el Uno como residuo.

Lacan se basa en el ejemplo de Hans y de Mishima para decir que el goce fálico es hétero, viene de fuera del cuerpo, "roba la escena" perturbando y poniendo a trabajar al sujeto. La fobia de Hans es su intento de localizar y dar sentido a ese goce. El tratamiento incesante que hace Mishima de la escritura y de las prácticas corporales busca unir las palabras a su cuerpo, y sabemos que, al final, la pulsión de muerte reina para él.

Mishima desde pequeño sufría graves manifestaciones alérgicas y, con frecuencia, presentaba señales de autointoxicación que hacían que su familia pensara que se iba a morir. "Las personas contemplaban mi cadáver", escribe.

Algunos analizantes relatan que sufren perturbaciones en el cuerpo, que datan desde antes de hablar. Hay un goce no fálico en sus cuerpos. Para ilustrarlo podemos mencionar los siguientes ejemplos: fobia a la sangre unida a una transfusión sufrida en el momento del nacimiento; sentimiento de envenenamiento por la leche materna; eczema que no permite que el bebe sea tocado; anorexia en los primeros meses de vida; cuerpo desconectado y mal sostenido por el esqueleto, por el efecto de haber permanecido en una incubadora. En las otitis repetidas desde los primeros días de vida, podemos ver claramente la relación con la palabra como sonido.

Un síntoma que me parece que ilumina esa relación del sujeto con su cuerpo es el de las dificultades alimenticias durante la infancia. No son síntomas histéricos, ya que datan de una ausencia de investimiento en la imagen del cuerpo como condensadora de goce para el sujeto. Tampoco me refiero a los rechazos alimenticios que encontramos en niños muy pequeños para hacerse cuidar por el Otro. No se trata aquí de anorexia, sino de un rechazo a ingerir ciertos alimentos. Son síntomas que han sido tratados con dietas y medicación.

Sin embargo, los niños nos enseñan que están insertos en historias de luto, de muerte, de impasses en la subjetividad materna para acoger un niño. No hay dieta para la pulsión de muerte. El análisis pone en evidencia un trabajo de extracción de algo mortífero del cuerpo y la construcción de ficciones que organizan esas experiencias correlacionándolas con síntomas posteriores que se presentan mejor para ser descifrados.

Comentando el relato de Sonia Chiriaco en Tel Aviv, Eric Laurent habla sobre el encuentro que ella tuvo con la muerte durante sus primeros días de vida. Ese encuentro, dice él, no puede ser considerado como trauma, como real, porque el sujeto no tiene recuerdo de lo que pasó. Dice Laurent que el trauma de la lengua es el que nos hace tener acceso a la vía del trauma.

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El cuerpo en la hipermodernidad
Silvia Ons - EOL Buenos Aires

En el año 2008, tapas de revistas e imágenes de Internet mostraron una foto que no podía menos que sorprender: una imagen masculina portando un gran vientre en gestación. El título de la portada, "primer hombre embarazado", causaba aún más perplejidad, incitando la curiosidad. La nota aclaraba ese fenómeno, contando la historia de su personaje: se trataba de una mujer “otrora reina de belleza” que había decidido cambiar su identidad.

Así, a los 24 años, se sometió a una operación para eliminar los pechos (mastectomía) y legalmente cambió su género de femenino a masculino, haciéndose llamar Thomas Beatie. Comenzó un tratamiento hormonal para aumentar los niveles de testosterona, pero prefirió mantener sus órganos sexuales femeninos, a pesar de llevar una vida como si fuese hombre. Se casó legalmente con una mujer y decidieron tener hijos pero como ésta no podía, Thomas Beatie ?previa inseminación? gestó al bebé. Para recuperar el ciclo menstrual perdido se suspendieron las inyecciones bimestrales de testosterona y Beatie logró tres embarazos seguidos. Ante la pregunta acerca de cómo vivía este proceso contestó: "Increíble, estoy estable y seguro de mi mismo como el hombre que soy. Técnicamente me veo como un sucedáneo de mí mismo, aunque mi identidad sexual es de varón. Yo seré el padre, Nancy la madre y seremos una familia". "El embarazo es una sensación increíble", afirmó."Mi barriga crece día tras día, pero yo me siento hombre y cuando nazca mi hija, yo ejerceré de padre y Nancy de madre", añadió.

La ex-reina de belleza no solo no aceptó su sexo biológico, modificándolo con operaciones y hormonas masculinas, sino que tampoco aceptó los límites que este cambio implicaba, y entonces quiso el embarazo para tampoco consentir en la maternidad que éste conlleva. Gracias a la ciencia, pudo lograr todos sus propósitos. Hoy en día el caso no es tan excepcional y los desarrollos tecnológicos permiten la realización de las fantasías más insospechadas, siendo muchas veces ese mismo desarrollo, el creador de esas realidades, antes solo oníricas. Freud se refirió a ciertas fantasías que circulan sin demasiada intensidad hasta recibirlas de determinadas fuentes(1). Los avances científicos funcionan como una fuente adicional que les ofrece la oportunidad de consumarse traspasando cualquier barrera. No me referiré aquí a las enormes ventajas que son consecuencias de esos avances, mi interés consiste en analizar la manera en la que tales progresos pueden conducir a la ilusión de lo ilimitado. Es la ciencia, pero es también el espejismo de una posible reinvención permanente en nombre –siempre? de los derechos humanos. Nótese que siempre se apela a ellos cuando se trata de satisfacer cualquier deseo, que encuentra en la ciencia a su mejor aliado. El aparente culto al cuerpo ?característico de nuestra época– es en realidad un culto al poder de la mente, capaz no solo de traspasar ese cuerpo sino, incluso, de crearlo*.

*Podrá encontrar el texto completo en: http://www.enapol.com/es/template.php?file=Textos/El-cuerpo-en-la-hipermodernidad_Silvia-Ons.html

Notas:
1-. Freud, S, "Lo inconsciente", El comercio entre los dos sistemas, Obras completas, T. XIV, Bs. As., Amorrortu, Bs. As., 1986, p .188.

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Lo que J. Money ignoró en el caso de John/Joan
Inés Ramírez - EOL Buenos Aires

En 1987, cuando J. Money formaba parte del comité de redacción del DSM III R, hacía ya 20 años que presentaba como exitosos los resultados del tratamiento de reasignación del sexo conocido en los círculos académicos como John/Joan.

El caso sirvió como precedente de tratamiento quirúrgico estándar en miles de recién nacidos con genitales dañados o anómalos. Sus fundamentos psicológicos para este tipo de cirugías y su apariencia de cientificidad daban a los médicos una solución para uno de los enigmas de la medicina: cómo manejarse en el caso del nacimiento de un bebé intersexual. Es sabido que estos prolijos científicos clasificadores al querer hacer entrar todo en casilleros nominan las desviaciones y la ambigüedad de un modo cada vez más generalizado, desconociendo en esa desviación a la norma lo más singular de cada quién. Importa, sin embargo, recordar cómo y porqué Money ignoró en su caso sujeto, determinaciones y pulsión.

Si seguimos las sucesivas modificaciones sobre Identidad de Género en los DSM, descubrimos entre oscuras bambalinas las teorías de Money y las razones de esos cambios. No ingenuamente, la versión del DSMIII R distinguía Trastornos de la Identidad de Género de Trastornos sexuales e incluía TIG en la sección Trastornos de inicio en la infancia, niñez o adolescencia y añadiendo TIG en la adolescencia y en la vida adulta no transexual.

Su tesis de doctorado en Harvard (1951), desde una perspectiva psicológica y social, basa la creación de una teoría que sostiene la no diferenciación sexual en el nacimiento. Desde el Centro médico de la Universidad J. Hopkins, en 1955, introduce los conceptos de género y rol de género, provocando fuerte impacto en las ciencias sociales y movimientos feministas.

Sistematiza sus investigaciones afirmando que "la evidencia de ejemplos de reasignación de sexo en el hermafroditismo invita a pensar que el rol de género no solo se establece sino que también se imprime en forma indeleble" y crea el primer protocolo para el manejo de reasignación de sexo en pacientes transexuales, todavía vigente. En 1966 se crea la revolucionaria Clínica, que a su instancia se llamó Clínica de Identidad de Género, contribuyendo a reforzar la separación sexo-género.

El caso de uno de los gemelos, que había perdido el pene durante una circuncisión, le da la oportunidad de poner a prueba su doctrina sobre la supremacía del sexo de asignación y crianza sobre el sexo biológico. Toma al hermano como caso control y trabaja con los padres para orientar la educación del niño y construirle un núcleo de identidad de género. Ellos debían mantener el secreto de su origen, mientras la madre proporcionaría la figura identificatoria femenina. Desdeñando las determinaciones inconscientes del sujeto, se le cambia nombre, ropa y juegos, iniciando a los veintiún meses las operaciones para fabricarle un cuerpo femenino. En 1972 revela en círculos médicos el éxito de la experiencia; apenas menciona los rasgos varoneros.

En 1978, seguía informando que en edad prepuberal "la niña tenía un rol y una identidad sexual femeninos que se diferencian claramente de los de su hermano". Deja de publicar el caso sin difundir el fracaso de su experimento. Cuando JJ cumple trece años, por sugerencia de los psiquiatras que lo atienden y luego de una severa depresión, el padre le revela el secreto y se desencadena la tragedia. Su caso enseña sobre el peligro de intentar reconstruir la anatomía ignorando la subjetividad y aquello que está en la causa de las ambigüedades sexuales.

Sabemos que Money se retira silenciosamente a trabajar para sugerir reemplazar, en 1994, TIG por Disforia de Género en el DSM IV TR con el fin de "reconquistar el campo para la psiquiatría y la psicología" tal como aclara en su ponencia ese mismo año. Continúa trabajando para esto hasta su muerte, dos años después del suicidio del tristemente célebre paciente al que no había podido construirle un núcleo de identidad de género.

Su afán clasificatorio, la arbitrariedad de un sistema ideológico psicologizante que ignora la castración y las singularidades, tuvo consecuencias con las que todavía nos enfrentamos al introducirse en el DSM con apariencias de cientificidad.

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El cuerpo del delito
Juan Pablo Mollo - EOL (Bahía Blanca)

La noción de delito es una arquitectura socio-jurídica, subsidiaria de la noción de Estado, que actúa frente a los conflictos sociales mediante la creación, interpretación y la aplicación coactiva de normas. El delito es una abstracción jurídica que no existe en la realidad social; es decir, existen acciones conflictivas de diferente magnitud y daño social, que simplemente tienen en común estar descriptos como delitos en el código penal y que habilitan al poder punitivo a criminalizar ciertas conductas y personas, según su arbitrio selectivo.

No existen delitos castigados en todo tiempo y lugar: no hubo conducta delictiva que no haya sido permitida, ni comportamiento lícito que no haya sido prohibido (ni siquiera el homicidio ha estado siempre prohibido y castigado). El buen ciudadano y el reo o la virtud y el vicio, son intercambiables en la historia de los códigos penales. La imputación de un delito, la identificación del delincuente y las nociones de culpa, responsabilidad y castigo son relativas al contexto cultural y el poder punitivo de cada época. Por ende, no puede darse un salto desde un código penal hacia el mundo social; y mucho menos cristalizar al delito como un pecado religioso o una patología individual.

Si bien el delito no tiene cuerpo, ni puede tener orígenes biológicos, étnicos o morales, la psiquiatría positivista del siglo XVIII instituyó, con su falsa ciencia, la patologización del delito; es decir, "sustancializó" al delito con una concepción biológicamente determinada de la conducta individual (actualmente reflotada por las neurociencias a partir de la neuroquímica cerebral y la genética molecular). Y la reducción biologicista, legitimadora del poder punitivo, siempre ha pretendido hacer existir el delito en la realidad social, en contra de la autonomía de las personas y de la soberanía jurídica sobre sus cuerpos.

Asimismo, la historia de la penalidad verifica que el concepto de enemigo siempre está presente en los programas de criminalización de cuerpos humanos etiquetados como "riesgos sociales" y sin derechos. La materialización de esta ideología queda plasmada en el "derecho penal del enemigo", que legitima al Estado a quitar el estatuto de persona a sus enemigos (jóvenes marginales, negros, inmigrantes, subversivos, terroristas etc.), para salvaguardar la seguridad de los ciudadanos. Por esto, la enfermedad endémica del poder punitivo es el genocidio; es decir, un ataque fuera de discurso y animado por el odio al goce del Otro, dirigido hacia el objeto enemigo (el nazismo fue la elección de un enemigo a partir de un delirio biológico).

La pena simbólica y justificable, no es practicable; el "asentimiento subjetivo" de la pena es una fantasía del psicoanálisis con el derecho, el padre y la doctrina cristiana. La pena real se encarga de imponer censura a través de la degradación social del transgresor sometido a ser objeto de un sufrimiento humillante. Así, la "encarnación" del delito es un acto político, siempre racista, que produce un resto corporal rebajado a la animalidad en la hoguera, el campo de exterminio o la prisión.

Una lógica bulímica opera en el orden de seguridad del capitalismo avanzado y el discurso global de la ciencia: traga a sus miembros, consume masas de personas a través de la educación, los medios de comunicación y la participación en el mercado; y mediante el sistema penal, vomita los restos abyectos fuera del cuerpo político-social. En efecto, en la época de la crisis de las normas y la agitación de lo real, el poder punitivo ya no opera a partir del semblante universal de la justicia, sino con un fin político de utilidad social basado en la segregación.

Bibliografía:
Lacan, J., "El atolondradicho", Otros escritos, Paidós, Bs. As., 2012.
Miller, J.-A., Extimidad, Paidós, Bs. As., 2010.
Pavarini, M., El arte abyecto, Ad-Hoc, Bs. As., 2006.
Young, J., La sociedad excluyente, Marcial Pons, Madrid, 2003.
Zaffaroni, R., Zaffaroni, R., El enemigo en el derecho penal, Ediar, Bs. As., 2005.

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Crisis de la normas, desborde de la violencia
María Elena Lora - NEL (La Paz)

Si el siglo XX fue el siglo de lo real, de la amenaza nuclear, del pasaje a la certeza de la ciencia; hoy estamos ante la inminente amenaza biotecnológica, la alteración del genoma humano, las clonaciones y la consecuente perturbación de las leyes de lo real. Pero el real propuesto por Lacan no es el real de la ciencia y, por ello, "…en el siglo XXI se trata, para el psicoanálisis, de explorar otra dimensión: la de la defensa contra lo real sin ley y fuera de sentido"[1].

Las crisis de las normas han incrementado la desconfianza en los S1, que aluden a lo social, lo jurídico, lo político, produciéndose la emergencia de un mundo tomado por una agitación de lo real. Un ejemplo de este extravío se manifiesta en la negación de la muerte y el desborde de la violencia.

Así, discurrimos atrapados entre el capitalismo y la ciencia. La muerte parece ocurrir lejos de nosotros, en la televisión, en un hospital, la familia ya no acompaña el ataúd al cementerio, ¿se habrá perdido la capacidad de aceptar la muerte? O más bien, la vemos tan continuamente: personas golpeadas, mujeres asesinadas, cuerpos despedazados en explosiones. Pero, evidentemente no miramos los cuerpos torturados, golpeados, pues estos nos recordarían la muerte, nos concentramos eso sí en la escena del crimen, en las flores o las vigilias a la luz de las velas.

Por otra parte, frente a la dictadura del plus de gozar y sus consecuencias, expectamos el estallido y el desborde de actos violentos: violencia física, violencia sexual hacia las mujeres, feminicidios como expresiones de la agitación de lo real y del actual malestar en la civilización. Esta apreciación de la época nos interpela a los analistas y nos convoca a reflexionar ante las horrendas muecas de esta epidemia social.

El que la violencia contra la mujer haya pasado de estar ubicada en la esfera privada a situarse en la agenda jurídica y política de varios países, ha permitido conocer las cifras macabras de mujeres asesinadas. Por ejemplo, en Bolivia, en los dos primeros meses de 2013 se registraron 25 muertes violentas de mujeres, calificados de homicidios intencionados o feminicidios.

Para frenar este tipo de violencia se proponen nuevas leyes con condenas más duras y acciones drásticas como la castración química. Asimismo, se puede observar que la atrocidad a la que están expuestas las mujeres, es abordada por el discurso de género y desde allí se intenta explicar la razón de estos hechos, atribuyéndolos a la presencia de un machismo en la sociedad. Esta explicación reduccionista, vinculada a la existencia del machismo, evidencia la falta de interrogación sobre las causas de un acto violento y la ausencia de un tratamiento de la feminidad, del goce, del cuerpo, que permitan cernir lo real en juego.

La enseñanza de Lacan muestra cómo el discurso capitalista promueve un movimiento circular que intenta excluir lo imposible. Además, enfatiza el goce femenino como goce suplementario, que no cae todo él bajo la significación fálica e introduce en el mundo una diferencia radical; goce femenino que no se puede controlar, encuadrar. Esta perspectiva lleva a afirmar que, en el origen de cualquier rechazo y destrucción del otro, anida el intento de borrar del mundo esta diferencia perturbante.

El feminicidio, las formas de violencia en el siglo actual son actos que cobran una especificidad pues se presentan "sin vestiduras y muestran el desgarro del Ideal y la preeminencia del objeto"[2]. De esta manera, para el psicoanálisis estos actos están enraizados al "eso falla"[3], al no hay de la relación sexual y como dice Miller "son, ante todo, signos de la no relación sexual (…) son como puntos de interrogación en la no relación sexual" [4] que expresan de modo singular la falta de unidad entre el ser hablante y el goce.

Así, la inexistencia de la relación sexual y la presentificación en la mujer del no-todo, objetante a lo universal, habita en el núcleo de esta problemática –tan promocionada socialmente– de la erradicación de la violencia, con leyes contra el maltrato, contra el feminicidio, donde prevalece la evaluación. Se instala el control y se desconoce cómo en cada uno de estos actos, se trata del goce, del modo singular de anudar una relación particular con el cuerpo del otro. Es decir, se trata de leer la manera en que cada ser hablante vive la pulsión, un pedazo de real.

Notas:
1.- Miller, J.-A., "Lo real en el siglo XXI", Presentación del tema del IX Congreso de la AMP, http://www.eol.org.ar/la_escuela/Destacados/Lacan-Quotidien/LC-cero-216.pdf
2.- Tendlarz, S.E., Dante, C., ¿A quién mata el asesino?, Grama, Bs. As., 2008, p. 197.
3.- Miller, J.-A., Punto Cenit, Diva, Bs. As., 2012, pp. 44-45.
4.- Ibíd., pp. 52-53.

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Marcas genéticas en los cuerpos cifrados por el lenguaje biológico
Mirta Zbrun - EBP(RJ)

Comento brevemente cuestiones respecto al lugar de la eficacia del discurso del psicoanálisis en la época en que la "tecnociencia" parece querer cifrar los cuerpos con un lenguaje biológico. Cuerpos a veces marcados por enfermedades genéticamente transmitidas, heredadas por genes modificados –como es el caso de la "adrenoleucodistrofia". Enfermedad relativa al cromosoma X conocido por la sigla ALD + X.

¿El psicoanálisis tiene algo que decir sobre ese cuerpo? ¿Cómo habla él? Consideramos con Lacan que el sexo es apenas una modalidad particular de aquello que permite la reproducción del cuerpo vivo, por lo tanto la función del sexo no se confunde con la reproducción de la vida. Como él señala: "...las cosas están lejos de ser tales que exista la secuencia de la gónada por un lado, lo que Weismann llamaba germen, y por otro lado el soma, la ramificación del cuerpo".[1]

De este modo, para Lacan no hay de un lado el sexo, ligado a la vida por estar dentro del cuerpo, y del otro, el cuerpo, como aquello que se tiene que defender de la muerte. Se sabe por la biología molecular que la reproducción de la vida emerge de un "programa", de un "codón" (una secuencia de tres bases nitrogenadas de RNA) de ahí que el diálogo entre la vida y la muerte se produzca a nivel de lo que es reproducido. Lo que lleva a decir que el diálogo "sólo adquiere carácter de drama a partir del momento en que, en el equilibrio vida-muerte, el goce interviene". Lo esencial es la emergencia de aquello de lo cual todos creen formar parte como seres hablantes –que es "esa relación perturbada con su propio cuerpo que se denomina goce". [2]

Por lo tanto, cuando los cromosomas transportan una información genéticamente modificada transmitida por el sexo, como en el caso de la ALD + X, podemos pensar en las consecuencias para la sexualidad, para la satisfacción pulsional y para las modalidades de goce del sujeto que la padece. Lo hereditario involucra siempre las relaciones elementales de parentesco (L. Strauss) y los llamados "complejos familiares" (J. Lacan) tan bien descriptos por éste en su célebre texto "Los complejos familiares...". El psicoanálisis está ahí para descifrar esos "verdaderos mitos familiares" que cifran el cuerpo, sean ellos sujetos "portadores", o "afectados" por la enfermedad.

Así el discurso del psicoanálisis puede diferenciarse del discurso de la "tecnociencia" al separarse de un lenguaje puramente biológico en relación a los cuerpos y propone una lectura de las marcas genéticas al "modo de los geómetras", (more geométrico) como propone Lacan evocando a Leibniz. Una lectura de lo real de las marcas en los cuerpos, que se muestran de manera tan diferenciada. Consideramos que es en esos cuerpos marcados por lo genéticamente heredado que lo real "aparece" como tal, es decir como imposible.

Si por un lado la tecnociencia con su lenguaje biológico pretende cifrar los cuerpos, por otro, el discurso del psicoanálisis, "el discurso de la palabra y del lenguaje"[3], hace de cada sujeto un "ser hablante" (parlêtre) y finalmente, "una sustancia gozante"[4]. En ese nuevo sujeto lacaniano el lenguaje más que nunca funcionará como "suplente" del goce sexual. Ante lo imposible de ser interpretado de una enfermedad genética como la ADL + X, el lenguaje será el instrumento mayor para tratar la relación siempre perturbada del "ser hablante" con sus modos de gozar.

Finalmente, el desafío del psicoanálisis, en portadores o afectados por un mal genéticamente heredado, será tratar lo singular de ese ser de lenguaje. De esa forma, creo que hay algo para decir de lo real en el siglo XXI, en el que el lenguaje genético anticipa casi todo sobre los padecimientos del cuerpo. El VI ENAPOL nos permitirá decir más sobre este futuro instigador.

Traducción: Cecilia Parrillo

Notas:
1.- Lacan, J., El Seminario, Libro 19, ...o peor, Paidós, Bs. As., 2012, p. 41.
2.- Ibíd.
3.- Lacan, J., "Discurso de Roma", Otros Escritos, Paidós, Bs. As., 2012.
4.- Lacan, J., O Seminário, Livro 20, mais ainda, Zahar, Rio de Janeiro, 1985.

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Hasta que me dé el cuerpo
Rosa Edith Yurevich - EOL (Córdoba)

Esa frase dicha bajo transferencia, repetida por el analista en su homofonía acentuando el "dé", la convierte en una interpretación inolvidable para el analizante quien le confiere dicho estatuto. ¿Por qué ese estatuto? Por una sola vía, la del amor.

El amor y el cuerpo realizan allí un anudamiento que, aunque ficticio desde el inicio mismo de la experiencia analítica, le confiere un lugar posible para continuar hasta el final.
En el Seminario 23, Lacan señala en relación al cuerpo esa presencia de consistencia imaginaria, enmarcando así al cuerpo un valor nuevo. El cuerpo es aquello que el derecho otorga al sujeto como de su propiedad.

"El parlêtre adora su cuerpo porque cree que lo tiene. En realidad, no lo tiene, pero su cuerpo es su única consistencia “consistencia mental por supuesto, porque el cuerpo a cada rato levanta campamento".[1]

Con el tiempo esa consistencia se descompone y hasta, según J.-A. Miller en Piezas sueltas, es casi un milagro que se sostengan juntos por un tiempo.

Es porque esa consistencia no es suficiente, en tanto la relación sexual no existe, que interviene el amor. Es por la presencia misma del amor que demuestra que esa consistencia es ficticia e insuficiente. Es necesaria la presencia de otro cuerpo, algo que es contingente, aleatorio, azaroso, puesto que depende del encuentro.

¿Por qué el amor? Es la pregunta que nos hacemos. "El amor sí, el amor no, la capacidad de amar, el amor retenido, el amor desdichado, el amor satisfecho"[2], todo remite a lo insuficiente de la consistencia del propio cuerpo. Aunque consideremos que es también por el amor, en la perspectiva del sinthome, una manera de fabricar sentido a partir de un goce que es siempre parasitario.

"Hasta que me dé el cuerpo", cobra la dimensión del punto de capitón a lo imposible.

Notas:
1-. Lacan, J., El Seminario, Libro 23, El sinthome, Paidós, Bs. As., 2006, p. 64.
2-. Miller, J.-A., "Piezas sueltas", Curso