Crónica: Presentación del libro de Miquel Bassols: “Tu yo no es tuyo. Lo real del psicoanálisis en la ciencia”. Editorial Tres Haches, Bs. As., 2011. Myriam Chang (Barcelona)

Salvador Foraster tomó la palabra para presentar el acto, el primero organizado de manera conjunta, entre la Librería Xoroi y la Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona? expresando al mismo tiempo su anhelo de que haya una continuidad.

Agradeció a la Facultad de Ciencias de la Comunicación, de la Universidad Blanquerna, su participación al ofrecer el espacio de reunión necesario donde conversar sobre un libro de psicoanálisis, siendo además que el discurso psicoanalítico está excluido de sus aulas.

Señaló la dificultad para encontrar un interlocutor que, desde el ámbito de la ciencia, intercambie con Miquel Bassols, autor del libro, su opinión y parecer. Habiendo repasado todos los campos posibles de la ciencia, la organización terminó por decantarse por la Filosofía y, en nombre de ésta, Manuel Cruz, allí presente.

S. Foraster presentó a los dos participantes: Miquel Bassols, psicoanalista, miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis y de la École de la Cause Freudienne, Docente de la Sección Clínica y Coordinador del Instituto del Campo Freudiano en Barcelona. Ha obtenido el grado de Doctor en el Departamento de Psicoanálisis, de Paris VIII. Y últimamente, en un espacio de tiempo muy corto ha escrito varios libros: Lecturas de la página en blanco, Finales de Análisis, Llull con Lacan. El amor, la palabra y la letra en la psicosis, La interpretación como malentendido, y el que hoy convoca este acto: “Tu yo no es tuyo. Lo real del psicoanálisis en la ciencia”.

Manuel Cruz, filósofo, catedrático de Filosofía contemporánea en la Universidad de Barcelona, que participa desde hace varios años, en diversos medios periodísticos, de la radio y la televisión, con una extensísima bibliografía entre sus obras, de las que cabe destacar: La tarea de pensar. También es ganador de varios premios. El último de los cuales es el Premio Jovellanos por un libro que pronto saldrá publicado: Adiós historia, adiós. Y otros títulos anteriores como: Amo, luego existo. Los filósofos y el amor, Menú de degustación. La tarea del filósofo, Pensar por pensar, Cómo hacer cosas con recuerdos y otros títulos más. M. Cruz ha participado en esta misma semana en una mesa de debate sobre el tema del amor, también con psicoanalistas.

Y, finalmente, Mario Izcovich, psicoanalista y actual Director de la Biblioteca del Campo Freudiano en Barcelona, a quien pasa la palabra como co organizador.

Mario Izcovich agradeció en primer lugar, el honor que implica estar allí presentando este libro. Un privilegio doble, en primer lugar por ser un libro de psicoanálisis que se publica, en este país, en este momento tan controvertido. Y en segundo lugar, por tratarse de un libro de Miquel Bassols, que trata un tema importante en la civilización actual. Un faro en medio de cierta oscuridad que estamos percibiendo.

Se trataba también de una apuesta hacer una presentación de un libro de psicoanálisis fuera de la Biblioteca del Campo Freudiano, en conjunto con la Librería Xoroi y la Universidad. Se trataba también de apostar por una presentación que fuese un diálogo entre, si no es posible entre psicoanalistas de distintas orientaciones, sí al menos entre psicoanalistas y representantes de otros campos de la cultura.
Si es esta la primera vez que se organiza en conjunto con la Librería Xoroi espera también que se pueda hacer una serie.

Este libro le parece que por su tema, se alinea junto al libro de Javier Peteiro, El autoritarismo científico ?que la Biblioteca ya presentó hace algo más de un año?, y que a la vez incluye un apartado del diálogo muy fructífero entre ambos autores. Es un libro que puede servir de referencia para pensar cuestiones centrales que van a tener repercusión en la clínica, pero que sobre todo tienen que ver con el mundo actual. Y a la vez, se adelanta con dos años, al tema del Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, que será en París, en 2014, Lo real en el siglo XXI.

Encuentra en la lectura del libro una segunda frase además de la que se plantea como título: “Tu yo no es tuyo”, y es: “Tu eres más bien tu síntoma” que le parece da respuesta a la primera. Lo que implica una manera de devolver al psicoanálisis su lugar de subversión dentro de la cultura. Pasa, entonces, la palabra a la sala dando la oportunidad al diálogo.

M. Cruz, tras los agradecimientos, comenta que participar en la presentación de un libro, algo que le apetecía hacer, no implica sólo el elogio al autor sino también el aceptar que el libro nos ha dado en qué pensar e intentar continuar pensando. Sobre todo porque en el último tiempo, le ocurre algo no sabe si con el psicoanálisis, o con los psicoanalistas en general.

Evocó a continuación a Vicente Palomera con quien se conocen desde sus días de estudiantes y con quien se volvió a encontrar en un acto de celebración del Décimo Aniversario de la Revista Freudiana. Y más tarde, en otro acto con Enric Berenguer, en la presentación del Seminario V de Jacques Lacan.

A partir de estos encuentros se vio invitado a repensar su relación con el psicoanálisis y con los psicoanalistas y a ahuyentar un tópico de su cabeza. Se había hecho una idea de los psicoanalistas como reductivistas que acababan cada frase con un: “eso ya lo dice Lacan”. Pero a través de estos contactos ha ido cambiando su concepción sobre los mismos. Encontrando un cambio de actitud, una disponibilidad, una sensibilidad, una voluntad de interacción con otros discursos que abren unas expectativas nuevas. Un amigo psicoanalista le enviaba esta mañana un correo expresándole que la filosofía es, uno de los discursos que lindan con el psicoanálisis, que más le interesan. Y él piensa que es realmente así, que hay una coincidencia profunda en algunos de los temas que ambas disciplinas intentan pensar: el alma humana, el yo, el sujeto, la persona, la identidad, la ontología.

A comienzos de semana leía un libro de Coetze en el que se decía, que los animales no esconden sus excrementos y hacen el amor en público, mientras que lo primero en lo que se diferencian los seres humanos es que hacen estas actividades en privado. Ese es el origen de la condición humana. William James en “Principios de psicología” decía que la principal motivación humana es el reconocimiento. Desde que el hombre es hombre el reconocimiento le define. El hombre empieza a definirse por la vergüenza, por la mirada, porque le importa la mirada del otro. El Otro nos constituye al punto de que lo que más nos importa es el reconocimiento. Si bien se modula, hablando de historias se modula según las épocas, hablando de personas a cada cual nos importa a nuestra manera. Pero a todos nos interesa el reconocimiento.

Encuentra el libro de Bassols muy ambicioso en cuanto a sus citas, pudiendo recorrer un amplio número de autores, no sólo de la filosofía sino también de la ciencia en general. Algo que lo tiene completamente entregado.

Según William Blake la identidad se construye a golpe de reconocimiento. Son los demás los que nos hacen saber lo que somos, que hay que decir más bien, por quién somos tomados. La construcción de la identidad no es sino la travesía de lo que el sujeto piensa que el mundo piensa de él. La vida es entonces una gran transacción que se juega en muchos ámbitos. Cada uno va viendo por quién es tomado, cómo se le acepta y por qué se le rechaza. Esto es también social, es público, es político.

En uno de estos libros, sobre la identidad, se cuenta una anécdota sobre una muchacha afroamericana en un Instituto de los Estados Unidos. Era una muchacha más o menos gamberra. Había cometido una infracción por la cual debía ser sancionada. No obstante, el director del Instituto en lugar de sancionarla, por el hecho de ser reincidente, decide informar al sheriff del condado. En ese momento se está construyendo una escena importantísima en la identidad de esta persona. Por esa denuncia pasó de ser simplemente una gamberra a tener antecedentes penales.

Según algunos autores este paso es normal, no se ve en ello mayor dificultad pero, para los althusserianos la construcción de la identidad es el escenario de un conflicto: nos hacen pero también nos deshacen. Los demás también nos generan los conflictos que nos desgarran. Aquí entra en juego la culpa. Y lo que llamamos Yo, sujeto, es una construcción. Pero, la cuestión no es si es una construcción o no. La cuestión es si la aceptamos o no, si queremos o no participar en su construcción o en su disolución.

Como decía Sartre, lo importante no es lo que han hecho con nosotros sino lo que hacemos nosotros con lo que han hecho de nosotros. El problema estriba en si queremos participar en esta construcción. Si tenemos claro lo que queremos ser. Si no queremos la disolución, sino participar en la construcción de ese yo, la cuestión es cómo queremos que sea ese Yo.

M. Bassols agradece las intervenciones, a la Librería Xoroi, la BCFB y la Universidad. Y aclara que lo que ha sido difícil es encontrar a alguien que piense. M. Cruz tiene un libro: La tarea de pensar, y la primera frase que le viene a la cabeza en relación a este título es la frase de Heidegger: la ciencia no piensa. Agradece, entonces, a Manuel Cruz por prestarse a pensar.

Este libro tiene su origen en los laboratorios de la Universidad Jacques Lacan. En un laboratorio dedicado al estudio de la relación del psicoanálisis con la ciencia: “Psicoanálisis y criterios científicos”. El psicoanálisis no es una ciencia pero surge de ella y está en el corazón mismo de lo que la ciencia está realizando como proyecto en nuestro mundo. Y es aquí donde entra el tema del sujeto, de la identidad, del Yo, con el qué somos. ¿Somos un montón de genes o de neuronas? Por cierto este fue un debate que comenzó ya en los años ‘90, en un programa llamado “La ventana”, que dirigía Xavier Sardá, donde se le invitó a participar en un debate sobre el tema.

Entra luego a tomar directamente el problema que ha planteado M. Cruz, que le parece fundamental. Pues en efecto, está en el corazón de su libro y es el tema de la identidad y el del reconocimiento. El sujeto es una constante demanda de reconocimiento.

Si uno va a las ciencias se llega a dos cuestiones no resueltas: 1) ¿qué es el lenguaje? y, 2) ¿qué es la consciencia? No se encuentra la sede del lenguaje ni siquiera en las neurociencias. El lenguaje no tiene base en el cuerpo y tampoco se encuentra el lugar de la consciencia. Son dos zonas en blanco en el mapa de la ciencia. Son terra incógnita en su campo. Para empezar a plantear el tema, dentro del psicoanálisis, lo primero que hay que decir es que el Yo no es el sujeto. Y añadir que el lenguaje no tiene una emergencia natural, autónoma, nace en el Otro.

Hubo una serie de experiencias en la historia, como aquella de Federico II, que ordenó dejar a un grupo de recién nacidos al cuidado de personas que sólo atendían a sus necesidades y con órdenes de no dirigirles palabra alguna, sin reconocimiento de ningún tipo, se podría decir. La idea de Federico II era ¿qué lengua hablarían esos niños?, con el resultado de que todos murieron, sin esa instancia del Otro que los reconozca, que les de el lenguaje, y que les de un sostén para construir su identidad.

Ese gran Otro es una instancia ineludible para tratar el tema del sujeto. Esto es incluso un problema clínico. A quien va a análisis se le escucha, no como a un Yo idéntico a sí mismo, sino como a un sujeto que en algún lugar falta a su consciencia. En algún punto de su consciencia hay un agujero y es ahí que hablamos de inconsciente. Se abre aquí una primera gran línea de debate entre psicoanálisis y ciencia.

De ahí el cambio entre los analistas de los años ‘70 y los de hoy: es que se han ampliado sus lecturas. Se han tomado el trabajo de leer para poder discutir con la ciencia, de ahí que en el próximo Congreso, en París, se piense en debatir sobre el desorden de lo real. No hay leyes en el funcionamiento de lo real. Esto es con lo que se está encontrando la ciencia. Es un real completamente desregulado. Para Lacan, lo real es lo que no cesa de no escribirse.

Esto es también un problema clínico. Algo falta en su consciencia que forma parte de su sufrimiento más singular. En Madrid, después del atentado del 11 M, lo que manifestaban los sujetos es que lo traumático, lo que les subvertía en lo más profundo, no era lo que había ocurrido, sino lo que no había llegado a ocurrir. Lo que volvía, de manera torturante, en las pesadillas, en los recuerdos, era lo que no había llegado a realizarse. Para los analistas era un ejemplo de lo que Freud había llamado el trauma como lo que no cesa de no ocurrir. No puede llegar a encontrar su lugar en la realidad simbólica del sujeto. Eso que no llega a escribirse, como decía Lacan, está en el corazón del trauma, y está también en el problema de la identidad. Cada sujeto es distinto a otro, en la medida que se sitúa, en que responde a ese real de una manera o de otra. Y esto es lo que el psicoanálisis aborda de una manera completamente inédita.

Lo que Lacan encuentra es que lo real es lo que escapa al dominio de la ciencia. Y en el psicoanálisis hay algo más que escapa a las neurociencias. Es un debate abierto.

Sobre el problema de la identidad hay un autor que le gusta mucho citar y que es Julián Ríos, es un autor joyceano, que frente a la frase bíblica que sostiene la identidad de impostura del “Yo soy el que soy” dice: “Yo soy el que es hoy”. De manera que el “soy” queda limitado según las circunstancias del “hoy”.

Isabel Durand tomó la palabra para preguntar sobre lo último explicado por Miquel y que se refiere al real, explicado en los ejemplos de Madrid, como lo que no había podido hacerse. Y se le ha ocurrido remitirlo a la impotencia de cada sujeto frente a un imposible. Que cuando se dice que un análisis debe pasar de la impotencia a lo imposible se topa con la singularidad de cada sujeto para aceptar lo imposible.

Y con respecto a lo que decía M. Cruz que hablaba de esta búsqueda de reconocimiento en el ser humano, que precisamente por no tener una identidad, tiene que identificarse. Y se le ocurría que un análisis podría servir para hacer un duelo de esta alienación por esta pregunta de ¿quién soy? Tal vez cuando uno puede encontrar un tope a esa pregunta, puede obtener un cierto alivio y podría dedicarse a otras cosas.

M. Bassols agregó que el problema de lo real en la ciencia no tiene el estatuto de la realidad. De donde surge la cuestión de ¿a qué se llama lo real en cada una de las disciplinas científicas? Cada una construye su propio vínculo con lo real. De manera que la ciencia como tal ha dejado de existir y lo que encontramos son “las ciencias”, como el modo particular que cada disciplina tiene para abordar ese real.

Lo que aplicado a la clínica nos lleva a preguntarnos sobre la idea de real que trae cada sujeto que viene a análisis. El analista no tiene idea de ese real, no puede poner palabras para nombrar ese real que trae el sujeto. De manera que cada terapeuta tiene una posición distinta al momento de escuchar al sujeto que tiene delante. Por ejemplo, un terapeuta que cree tener la idea “correcta” sobre ese real al que ha de adaptar al sujeto. De esta idea de real que tiene cada terapeuta, de su posición frente a lo real, se deriva su ética. De cómo entendemos lo real en cada caso. En esto él se manifiesta más riguroso en la cuestión del debate. Llevar la discusión al caso por caso. ¿Cómo entendemos lo real en cada caso? Ahí es donde se pondría a prueba la potencia, la eficacia de los discursos. Sobre lo real tendremos que seguir hablando, no sólo porque será el Congreso dentro de dos años, sino porque será el gran tema de debate, para la ciencia y para el pensamiento, en el siglo XXI.

M. Cruz: cuando ha escuchado la expresión “el duelo de la alienación”, dentro de la lógica de la búsqueda de reconocimiento, se le ha disparado en la cabeza el concepto de ideología, el concepto de engaño. Se pregunta si hablar del “duelo de la alienación” ¿significa hablar del duelo por un engaño, finalmente reconocido como tal, en todos los contextos o habría que verlo caso por caso? Hay algo que es casi universal, cuando el individuo reconoce la condición de artificio de su propia identidad. Que hasta entonces él podía vivir casi, casi, como un destino, como una fatalidad, como una culpa en ocasiones. A veces en la literatura más clásica, aunque ahora casi ha desaparecido,... la idea de la maldición. ¿A qué experiencia correspondía que alguien se sintiese maldito? Cree que se correspondía con la imposibilidad de transferir eso a ninguna otra instancia. Hay un daño intransferible del que al mismo tiempo, desde algún punto de vista, el sujeto se siente inocente. En todo caso, es un universal este alivio que experimenta cualquiera cuando de pronto, en lo que aparecía como factibilidad abstracta, que venía de fuera, reconoce su condición artificial y por tanto manejable. Esta es una cuestión.

Y otra cuestión es ¿estamos dando por descontado que cualquier identidad es contradictoria? ¿La historia de una identidad es necesariamente la historia de un desgarro? Y esta es una pregunta para la que no tiene respuesta, sólo sospechas. ¿Es pensable una identidad confortable, o como diría Hegel, una identidad reconciliada? ¿Es pensable o no, o ya de salida lo tenemos que descartar? Entonces, si es así, cualquier identidad es una maldición, sea cual sea. La única diferencia será que hay maldiciones llevaderas y maldiciones insoportables.

Por resumirlo, una vez que uno reconoce la condición de artefacto de la propia identidad, y por tanto, la identidad ya no es un engaño sino que ha mostrado su naturaleza, ¿esa es la última palabra? O, ¿hay formas distintas de vivir la identidad?

Le pasa la pregunta a M. Bassols que a su vez pasa la pregunta a la sala.

Neus Carbonell indica que no se puede vivir desidentificado.

M. Bassols está de acuerdo con esta intervención. Y agrega que un hombre o una mujer desidentificados es la locura. Hay siempre algo de locura en cada identidad, pero cierto punto de identidad es una condición.

Enric Berenguer hace una pregunta sobre los intercambios que los presentes han hecho con los científicos, porque por lo que parece, que lo que se establece perdura. No parece haber una diferencia entre el hombre máquina y el hombre neuronal. Hay como una concepción dieciochesca que perdura. Hay una permanencia de ese paradigma.

A Bentham, en el siglo XVIII, se le ocurre en algún momento que él puede ser un Newton de la moral. Era un proyecto novedoso que había que poner a prueba, e introduce una lógica matemática, con la idea de que hay un saber en lo real que le permitiría introducirnos en las leyes físicas y estructurales de las conductas.

Y después ha habido una serie de fracasos repetidos de intentos de probar este proyecto de lo que sería el modelo científico aplicado a lo social, a lo moral. Hay una resistencia que sería más aplicable a la ciencia de Newton, porque en realidad en la ciencia newtoniana había una creencia en un ser que ordenaba lo real.

Incluso Jacques-Alain Miller retoma en la conferencia con la que introduce el tema “del desorden de lo real en el siglo XXI” el escándalo de Einstein cuando se asombra ante la física cuántica: “No puede ser, Dios no juega a los dados”. Que en este punto es casi newtoniano: Newton que ha revolucionado las leyes de la física, retrocede: Dios no juega al azar.

E. Berenguer ve que hay una tenacidad, una resistencia a aceptar que hay un desorden en lo real. Vemos que hay un tiempo lógico que tenemos que acompañar. Y se pregunta si ese tiempo hará que la ciencia empiece a ver la conclusión y que irradie hasta otros ámbitos que esa esperanza realmente no se dará. Porque el tecnicismo proviene del siglo XVIII, pero ¿hay realmente una ciencia del siglo XXI que pueda decir al tecnicismo del siglo XVIII: esa esperanza era vana, o no?

A Miquel esta intervención le parece muy sugerente. E indica que hay parte de la ciencia que apunta a lo que Enric ha aportado. Después de lo que él ha llamado el “amarillismo científico” con el que nos invaden las páginas de los periódicos cada día: “se ha descubierto el gen del suicidio”, “se ha descubierto el gen del autismo”, “se ha descubierto el orgasmo femenino en tal zona del cerebro”. Esto es muy del día a día en ciertos periódicos mientras que en otros eso es algo más abierto. Es cierto que ese cientificismo sigue existiendo tal cual el Hombre máquina, en algunos sectores de la ciencia. Pero también es cierto que en otros sectores, hay gente que ni siquiera está vinculada al psicoanálisis, entre ellos Javier Peteiro, que están planteando otras cuestiones.

En esto hay como un movimiento de péndulo. La ciencia ha venido a ocupar el lugar de la autoridad, como en la universidad, por ejemplo. En muchos lugares ha venido a ocupar el lugar de la religión en los que se constata cierto declive del Nombre del Padre, por ejemplo. Y ese lugar lo ha ocupado cierta posición de la ciencia. Pero cree que la ciencia está empezando a captar los efectos sobre ella misma de la imposibilidad de mantener ese lugar con su perspectiva actual. Y, en efecto, se va viendo cada vez más, lugares de reflexión donde ese cientificismo del siglo XVIII, que pervive de una manera loca, en una epistemología ya completamente fenecida, pero que sigue sosteniéndose en ideas de método científico. El cognitivismo, por ejemplo, que no puede discutir sobre ciencia porque no tiene ni idea de lo que hace, porque ya ha abandonado esa pretensión, y sigue funcionando por estadística, pensando que la estadística es “La Ciencia”. Hay ahí cierto aplastamiento del pensar que M. Bassols considera muy problemático.

No obstante, empieza a vislumbrar cierto movimiento, o bien de péndulo, o bien de que el hilo del péndulo se ha roto y estamos ya en otra lógica. En el que la ciencia empieza a encontrar ciertos puntos de límite. Incluso en los libros de neurociencia más dura ha empezado a encontrar, en Bennett y Hacker, por ejemplo, e incluso en Antonio Damasio se pueden leer capítulos en los que se pone en cuestión esa ilusión vana que reduce la consciencia al hombre máquina. Algo completamente delirante.

Pero en efecto hay en la ciencia determinados sectores que se están ya anticipando a ciertos desarrollos actuales y que en el psicoanálisis debemos estar listos a seguir, a acompañar, a dialogar con esos avances.

Solo una cuestión más con respecto a la identidad, puesto que Manuel ha planteado, ¿qué pasa cuando el sujeto ha encontrado el artificio de su identidad qué es lo queda después? Desde el psicoanálisis, al menos, lo que queda después es algo que parte de una incompatibilidad que rompe con el cogito cartesiano y, es que el Yo del “yo pienso” no coincide con el “yo de los sueños”, que necesariamente se escapa algo en mi pensamiento de lo que “soy”. Yo no puedo pensar todo lo que soy, ni puedo ser todo lo que pienso. Hay algo donde yo no puedo pensar. Y esto es lo que llamamos inconsciente. Soy de alguna manera inconsciente en mi pensamiento y a la vez no puedo llegar a pensar todo lo que soy. De ahí que haya que re estudiar el cogito cartesiano, de donde nace en el siglo XVII la ciencia: necesariamente hay un Yo del “yo pienso” que no coincide con el Yo de lo que “soy”. Y que en algún punto toda identidad está hendida, fracturada, dividida entre lo que es y lo que piensa.

Si uno puede llegar a asumir esa fractura en el interior de cada sujeto, ciertamente, se produce algo muy apaciguador. Porque además los delirios de identidad se rebajan mucho. Uno ya no se piensa tan idéntico a sí mismo, ni va a reivindicar más su identidad, porque sabe que no puede pensarla toda, ni puede ser toda en su pensamiento. Esto alivia bastante y ayuda a vivir más en paz.

M. Cruz está de acuerdo en que hay una dimensión del mundo que se le escapa al sujeto. Pero no debemos olvidar que el mundo propicia, potencia, induce en el sujeto. No piensa que sea un delirio, o una fantasía utópica pensar en sociedades, en mundos, en realidades menos agresivas. Menos hostiles con las exigencias del quién debe ser. Aduce que se ve gente que llega con un conflicto inducido y en el que se ve claramente quién es el agente de la inducción.

Por otra parte, la imagen del péndulo le parece muy acertada, tiene también la sensación, de que en el último tiempo se ha producido el rasgo de un divorcio entre la realidad de la ciencia, ?que es ya realidad tecnocientífica, lo que se llama el complejo científico-técnico que ya va por su lado? y el discurso. Nos podemos encontrar con la paradoja acerca de la naturaleza de la tecnociencia, de que se están haciendo planteamientos muy claros, muy críticos, muy escépticos pero en el campo de la ciencia ni caso: todos apuntan a la cuantificación. Y esto va en función de los recursos. Uno se puede leer a Bauman por la noche pero sabe que nadie le va a dar un duro por eso. En cambio, dinero para encuestas de opinión, sociología de mercado, etc., todo lo que ustedes quieran. Entonces, las ideas están muy claras, pero la tecnociencia a lo mejor lleva su velocidad de crucero.

Eugenio Díaz retoma esta vía y lo que había planteado E. Berenguer, que no es sólo la ciencia sino que además hay una alianza con el capitalismo. Lo que es una gran novedad que pone en seria dificultad esta esperanza. No es que no haya científicos que no estén disponibles para pensar al sujeto como no igual al gen. El asunto es que en la alianza con el capitalismo hay un programa: que el sujeto, en tanto que sus dificultades en la identidad y con su Yo, que el sujeto desaparezca.

Quiere respecto a esto hacer un elogio al título del libro, “Tu Yo no es tuyo”, que implica desde el psicoanálisis, como lo acaba de decir Miquel que hay algo que se te escapa, pero también, “Tu Yo no es tuyo”, en tanto que tu Yo es de esta alianza en la que, en lugar de un ciudadano, queda un consumidor.

M. Bassols, acota: “Tu Yo es de los mercados”

E. Díaz añade que incluso “tu acto” está bajo sospecha de cara a los mercados. Unos rumores pueden hacer sospechar a los mercados y eso hace que suba o que baje la prima de riesgo… y demás. Le parece que hay algo más complicado en este péndulo de que hablaban.

Siguiendo esta línea, M. Izcovich, y retomando la pregunta que hacía E. Berenguer ubica en el libro lo que M. Bassols llama la multiplicidad de yoes y por otro lado, la búsqueda del Yo fuerte. Volviendo a la diferencia con respecto al siglo XVIII, donde no había esta multiplicidad que es más propia de esta época, se preguntaba si en esta época postmoderna con esta multiplicidad, y la alianza con el capitalismo de la que se ha hablado, si la nostalgia de la autoridad pasada, de un modelo de familia pasado, etc., si no será una manera de responder ante esto.

Gabriela Galarraga pregunta si no hay una feminización de la ciencia que pasa de la lógica del todo al no-todo.

Esta es justamente la línea, dice M. Bassols, que ha tomado en su exposición en el Congreso. Aduce que hay una feminización en el más estricto sentido que Lacan le da a este término. Cuando se plantea la cuestión de la tecnociencia es cierto que hay un cambio fundamental, de cierto movimiento de la ciencia, desde el siglo XVII hasta mediados del siglo XX. Y lo que ocurre, después de la segunda guerra mundial, es el famoso informe Vannevar-Bush, de 1949, donde por primera vez se plantea la alianza entre la investigación científica y la política de guerra. Esto es en los EE. UU. y lo ha estudiado Javier Echeverría en su libro sobre el origen de las tecnociencias.

Ahí se da un cambio de discurso muy importante, por esa alianza entre el discurso de la ciencia y el discurso capitalista, que ha sido arrasador en el mundo contemporáneo y que cambia completamente el paradigma. Ya no se hablará más de ciencia sino de tecnociencia. De ahí también esa fractura de la que se ha hablado.

M. Bassols cree que estamos empezando a medir los efectos en el ámbito de la clínica misma. Hay estudios que intentan dilucidar ese efecto en la clínica. No en el sentido de si hay más o menos fármacos, sino cómo la perspectiva de la tecnociencia actual incide en lo que los sujetos vienen a explicar al análisis en las primeras entrevistas. Esto ha entrado tanto en el discurso común que incide en la forma cómo el sujeto viene a hablar de su malestar. De alguna manera, llevaría el informe Vannevar-Bush incrustrado en su discurso. Hay formas de quejarse del malestar que siguen ya esos parámetros de la tecnociencia.

No es entonces, sólo un problema epistemológico, sino de nuevo un problema ético y clínico de primer orden. Esa alianza la estamos encontrando ya en sus efectos, de algo que viene de los años ‘40 y ‘50. En la industria farmacológica eso ha tenido efectos importantísimos. En la investigación científica actual tiene muchos efectos porque hay toda una serie de elementos de investigación que no se producen ya, por ese hecho. En las revistas científicas se ve cómo hay líneas de investigación que se abandonan por criterios tecnocientíficos únicamente. Que por otra parte, van en detrimento de la propia ciencia. Desde el interior de la ciencia se está produciendo una crítica interesante, porque la propia ciencia no es ajena a los efectos de esa alianza con el discurso del capitalismo.

M. Cruz explica para secundar esta idea que, en reuniones en la Universidad, los datos que se manejan son las investigaciones que corren a cuenta de las empresas privadas, en otros países y en España. En España la investigación científica todavía es pública, pero en países como Estados Unidos la investigación es completamente privada. Lo que pone de manifiesto esa vinculación entre la ciencia y el mercado de manera muy clara.

Por otro lado, retomando la cuestión de los múltiples Yoes, ¿hasta qué punto esos múltiples yoes, no es sino la manifestación de la multiplicidad real en la vida de la gente? Es decir, que la nostalgia del Yo fuerte es una nostalgia imposible. Corresponde con una realidad social y por tanto, mental, determinada: una persona que tiene todas sus esferas bien encajadas una dentro de otra. Pero esto ha estallado, este ideal ya no existe en ningún ámbito. En lo laboral, ya no es que un individuo tenga muchos trabajos, el ideal es que se dedique a distintas actividades, en épocas distintas de su vida. De manera que esa identidad fuerte que se tenía de identificaciones bien encajadas, como muñecas rusas, ahora ha saltado por los aires. Lo que ahora existe es la fragmentación de las diversas dimensiones de la vida real de los individuos. Entonces, el yo fuerte, no es realmente materializable.

En la clínica, dice Bassols esto se capta a menudo. El aumento de las depresiones es un índice pero no se resuelve en eso, es algo más fundamental. Hay algo que Jacques-Alain Miller ha hecho notar también, que hay como una especie de melancolización fundamental en lo actual, que en efecto da cuenta de esa fragmentación de su identidad. No hay un Yo fuerte, no hay tampoco el punto de identificación fundamental que atravesaba toda una vida, que daba consistencia a ese Yo. No hay el “Yo soy y seré”. Hay el “yo soy el que es hoy, y mañana ya veremos”. Se parece bastante a la figura del melancólico que Freud borda en su texto: “la sombra del objeto perdido ha caído sobre su Yo”. Y aparece disperso, diseminado en una serie de trozos que en su vida va recorriendo a la búsqueda de esa identidad perdida. Esto se refleja bien en la clínica. La de los años ‘80 no es la misma que es hoy.

M. Izcovich habla de la búsqueda de un sentido: ser drogadicto, ludópata, etc.

Bassols afirma que en efecto florecen las pequeñas zonas de identidad, de identificación como consumidores de tal o tal. Grupos alrededor de tal síntoma. Y es cierto que se va reproduciendo en cadena esa fragmentación de la identidad.

M. Cruz cuenta una anécdota que da cuenta de este fenómeno por el cual un sujeto se define por tal o tal adicción o consumo. Se encontraba en Argentina en una época en que había habido una inundación de dos ríos. El veía en la televisión un reportaje. Iba el periodista con el micrófono entre las tiendas de los refugiados y se acerca a alguien que estaba por ahí, pero no tenía claro si había sufrido la inundación o estaba de paso, y le hizo una pregunta casi metafísica: “¿es usted un inundado?”. Le otorgaba una identidad a partir de un hecho determinado.

Interviene alguien en la sala manifestando su pesimismo con respecto a lo que el sujeto es para la sociología cuantitativa.

Miquel interviene para decir que para la sociología cuantitativa cada uno es un número, es una variable. Como también para cierta parte de la psicología el sujeto es una conducta cuantificable. En la maquinaria de la evaluación, todos somos evaluados en ese sentido, pero evaluados en tanto cifra. Todo es reducible a una cantidad o a una cifra. Esa es una manera de resolver la identidad. Hay que pensar que también es cierto que hay una demanda de eso. La mercadotecnia impone el preferir ser un número a plantearse qué se es, y seguramente es una manera de resolver el problema, de desplazarlo o de agravarlo finalmente. Pero no hay que perder de vista que hay una inercia, que hay una corriente de la ciencia ?Galileo lo formulaba en esos términos: “medir todo lo que sea medible y hacer medible lo no medible”? que se ha orientado siempre en esa idea. Pero finalmente, el ser del sujeto no es medible, ni numerable. Pero se ve que más avanza esa corriente, más produce efectos de segregación de lo no cuantificable, de lo no numerable. Y eso pulula como una especie de virus que también está inundando todo. En términos psicoanalíticos: cuanto más se reprime por un lado vuelve por el otro, de otra manera. Y a la vez hay el grito del sujeto moderno, “no quiero ser identificado”, “no me identifiquen”. Lo hemos escuchado en el discurso de “Los indignados”: No me identifiquen. Para ser escuchados en la singularidad de su voz más allá de cualquier representación. Hay una reivindicación del sujeto contemporáneo de no ser numerado, de no ser cuantificado. Y esto va muy en la línea del sujeto que el psicoanálisis escucha.

M. Cruz con respecto a que a veces nos guste ser número, recuerda que Santallana decía en un poema: “me gustaría olvidar que yo soy yo”. Mucho del éxito de cierto orientalismo de baratillo tiene que ver con esto. ¡Abdicar de la identidad, qué bien! ¿Por qué? Porque cada identidad podría contar como sucesivos episodios de control social. Todo lo que se ha dicho de la identidad como una transacción de lo que los demás piensan de uno, si uno las acepta, todo eso es gravoso y, liberarse de eso, aunque sólo sea un momento produce un gran alivio. Comenta el alivio que sentía en la mili cuando se ponía el uniforme. Todos eran iguales, era casi invisible. Había alguno que quería ponerse en el uniforme alguna diferencia. ¡Qué tontería! En cuanto se pone uno una diferencia, se pasa a ser mirado y a ser controlado. El gran alivio es que se sea casi invisible. Pero ¿se podría llevar hasta el final esa reivindicación de anonimato?

Recuerda que un colega le decía a otro que hablaba mucho del anonimato: Sí, sí, mucho anonimato... Pero tú ¿por qué firmas los libros donde hablas del anonimato? Y tiene un punto de acierto. Si uno no puede decir que esa es su idea, uno tiene la impresión de que le están quitando algo.

M. Bassols recuerda un chiste de Forges, que le pareció excelente: un hombre se despierta sobresaltado y le dice a su mujer: “Josefa he tenido una pesadilla: yo era yo”. Y la mujer le responde: “joder, lo peor que te podía pasar era eso”.

Hay un momento en el que el sujeto se siente angustiado, se siente encorsetado. Hay un encuentro con la angustia cuando el sujeto se siente demasiado idéntico a sí mismo. Y esto es algo que hay que rescatar actualmente, para una clínica del sujeto dividido, en términos lacanianos. Si uno tiene que decir algo de sí mismo, será siempre algo disonante, no como idéntico. Como autor de este libro él mismo no se reconoce en él. Y esto es una experiencia que puede causar angustia, “si yo no soy el que ha escrito esto”, “algo se ha escrito en mí y eso sigue su curso”. Si cuando me despierto “yo soy demasiado yo” me angustio.

Hay algo de ese orden para rescatar esa paradoja que no tiene salida por el lado de los discursos identitarios. Que sólo lleva a una uniformización absoluta del sujeto donde se tapa su verdadera identidad, esa que escapa a su Yo, precisamente.

Una participante pregunta sobre lo que dice en El libro de la página en blanco, y sobre la posición ética que se tiene al escuchar al otro como esa página en blanco. Y pregunta sobre la posición ética que se tiene en los encuentros con la ciencia.

¡Interrumpe el bedel anunciando que van a cerrar!

M. Bassols explica que debatir con gente que de entrada no comparte ningún presupuesto con él, es algo que le encanta, es una disciplina también, pero le ha enseñado algo y es que hay un cambio posible entre sus interlocutores, en su actitud hacia el psicoanálisis, cuando uno encarna esa página en blanco en el campo de la ciencia. Es una posición ética que él se ha querido dar en esos encuentros.

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