CPCT-Barcelona: CPCT-Dol*, Rosalba Zaidel (Barcelona)

CPCT-Dol es un programa del CPCT de Barcelona, puesto en marcha en septiembre 2006, en colaboración con los Servicios Funerarios de Barcelona, para ofrecer un espacio de atención psicoanalítica a personas en proceso de duelo. La información de este programa se distribuye desde los Servicios Funerarios de Barcelona y también desde los Servicios Sociales del Ayuntamiento.

En las consultas efectuadas y el tratamiento posible de las mismas, pudimos apreciar la distinción señalada por Hebe Tizio: se trata de diferenciar el acompañamiento en el momento de la pérdida, que tiene carácter de urgente, respecto al trabajo de duelo, es decir, el consentimiento que supone el lazo transferencial para emprender dicho trabajo del duelo.

El duelo suele tratarse dentro del llamado “síndrome de estrés postraumático” dada la generalización que actualmente cobra el apelativo de “traumático”. Es traumático todo cambio ocurrido en cualquier contexto. La razón de esta generalización se debe a que la vida ciudadana está dominada por el afán cada vez más preciso de describir dichos cambios según técnicas amparadas en el espíritu científico. El efecto no deseado es que todo aquello que no ha sido programado, pautado, previsto, es marcado como traumático.

La atención psicológica urgente a aquellos lugares donde han ocurrido accidentes o siniestros, responde a esta idea de irrupción y ha delineado la figura del “psicólogo de urgencia” que con frecuencia suele tratar allí de restituir mediante protocolos de actuación, esa virtualidad de un mundo del “todo-controlado”. Las psicoterapias sugestivas aplicadas en el mismo lugar de los hechos chocan en muchas ocasiones con el deseo de aquellos que los sufren, de no ser incluidos en dichos protocolos, ni tampoco en formas anónimas de atención sino en un acogimiento de otro tipo.

La oferta del CPCT, si bien es una oferta enmarcada en un programa, se distancia de la especialización del tratamiento pues da lugar, mediante la propuesta de un tiempo y un espacio específico, a cierto despliegue de lo más particular de cada uno dentro del trabajo del duelo. Esta oferta es la que captaron quienes se dirigieron al CPCT, valorando la atención clínica, para no desenvolverse en la vertiente más identificatoria del tipo “víctimas de”.

Así es que este marco general de atención al duelo tiene como fin la prevención, reconstrucción, adaptación, mediante el acompañamiento personal y/o el grupo de apoyo. Esta misma preocupación por prevenir alcanza a los servicios para enfermos terminales que advierten, ante las orientaciones médicas que dejan a los deudos fuera de toda responsabilidad, así como las que ponen a un lado la comunicación al enfermo de su propio estado, que ellas generan procesos de ansiedad y depresión, tanto durante la agonía como con posterioridad al deceso. Se pide tener en cuenta dicha responsabilidad subjetiva con el fin de prevenir nuevos trastornos. Ahora bien, entendemos que promover y mantener el aspecto relacional entre médico y paciente tiene el límite marcado por el propio hecho real de la pérdida y las reacciones ante la misma, que ocurrirán siempre para cada uno de forma particular.

Pero esa preocupación por prevenir afecta igualmente al trabajo del duelo ya que supone la creencia, producto de ese mundo tecnificado, de que los hombres y mujeres razonables y sensatos deberían controlar totalmente su aflicción por la fuerza de su voluntad o su carácter -y si no, ya está la medicación, recetada con frecuencia a priori, de una manera tal que impide, a veces, ese trabajo de elaboración-. Los parientes suelen rodear a las personas en duelo en las reuniones familiares y ceremonias religiosas pero una vez realizados los ritos funerarios, se deja a los deudos afrontar solos el período siguiente, de gran dolor y duración variable, sin otro sostén ni recurso. Abandonarse a la aflicción es considerado mórbido, malsano y desmoralizante y no existe ningún signo social notable para reconocer a una persona en duelo ya que el negro se lleva por elegancia.

Algunos principios básicos:
Los tres registros: real, simbólico, e imaginario, constituyen nuestra herramienta fundamental de trabajo. En el registro de lo real encontramos el agujero creado por la pérdida real de ese ser querido; en el registro imaginario está el malestar, la soledad pero también la cólera, según el vínculo de cada uno con dicho ser desaparecido; en el registro simbólico se inscriben los recuerdos, sueños y asociaciones de ideas que permiten elaborar y mitigar esos sentimientos.

La muerte no tiene correlato pulsional, nos decía Freud, porque ese sentimiento de la muerte sólo se vive frente a la desaparición física de un semejante. Lacan es quien entonces recuerda que el agujero de esa pérdida, que provoca el duelo en el sujeto, está en lo real. En un proceso que es similar al de la psicosis, lo rechazado en lo simbólico, aquello que no se está dispuesto o capacitado para elaborar, reaparece en lo real. Dicho agujero deja un sitio donde se proyecta el significante que falta. Cuando este significante no puede articularse en el Otro, al igual que en la psicosis, en su lugar pululan las imágenes que componen los fenómenos del duelo. Como ejemplo citaremos al padre que ante la pérdida del primogénito extiende las cenizas por su propia cara bordeando los labios o la esposa que oye la voz del difunto cuando pasa por aquellas habitaciones que él utilizaba de manera más particular. Ninguna de estas personas había dejado de ejercer sus funciones familiares ni laborales, se trataba de episodios pasajeros incluidos en las psicosis reactivas.

Así es como cobra valor fundamental el rito fúnebre para afrontar la ausencia creada por el agujero en la existencia. Hay un efecto de idealización que acompaña el duelo, la persona difunta adquiere temporalmente rasgos ejemplares, excepcionales, y se trata del llamado a lo simbólico al que se le pide suplir la carencia real. Esa idealización, gracias al trabajo de elaboración, a un trabajo por la palabra, da lugar a una separación, una distancia, con el fin de estar disponible para un nuevo vínculo.

El CPCT-Dol, entonces, propone ese tiempo necesario durante el que el sujeto se podrá separar del cuerpo sin vida del otro, objeto de su amor, pero no sin antes establecer un diagnóstico que nos permita ver en base a qué recursos se hará esa travesía: sus propios recursos simbólicos, cuando los hay, para retomar un lazo, pero si no es así, si no hay esos recursos, se trata de frenar el pasaje al acto que la culpa delirante del superviviente provoca.

En definitiva, la ética del psicoanálisis nos orienta de modo tal de no tapar, por inesperado, aquello que para cada uno puede ser la puerta de una elaboración que le descubra sus propios recursos ante lo imprevisto.

*CPCT-Dol (CPCT-Duelo. N/R) Resumen de la ponencia presentada por la autora en la III Jornada del CPCT Barcelona: "Afectos: subjetividad y espacio urbano". Octubre 2007.