Balenciaga y la segunda piel que habitamos. Antonio de la Cueva Delgado. (Sevilla)

“... Quien dice hombre, en la civilización dice hombre vestido; el hombre que sale desnudo de la naturaleza está inacabado para el orden de las cosas en el que vivimos. Al sastre corresponde completarlo”. H. Balzac.

El cuerpo de hombres y mujeres está cubierto con prendas, maquillaje o adornos y es por tanto un cuerpo transformado, en cuanto modificado en su naturaleza puramente biológica. Y especialmente el femenino, en su eterno imaginario, a lo largo de la civilización humana, ha buscado distintas formas de cubrirse, velarse; y esta es la esencia del vestido y con ello la moda, pues ésta hace al cuerpo, convirtiéndolo en un escenario de representación. Y es que no cesamos de forzar los límites naturales del cuerpo para hacerlo más bello y deseable. Esta metamorfosis asociada al engaño, la apariencia, el semblante; ha sido siempre una de las obsesiones recurrentes del ser humano y a menudo de subvertir lo establecido. La indumentaria es una extensión del “yo”, y no cumple sólo una función como resguardo del pudor sino que, por el contrario, está destinado a acentuar el erotismo en la medida que oculta por un lado y desvela, insinúa o acentúa por otro. Como dice Lacan, “los vestidos no están hechos tan sólo para esconder lo que se tiene, en el sentido de tener o no tener, sino también para esconder lo que no se tiene. Ambas funciones son esenciales”.

No se concibe la prenda sin un cuerpo que lo habite, hasta el punto de que la confrontación con un vestido vacío o con su fragmento puede resultar extrañamente alienante y puede llegar a entenderse no tanto como simple ausencia de cuerpo, sino como la intuición de la muerte. Lo que neutraliza el efecto potencialmente siniestro de un traje vacío es la expectativa de que va a ser inmediatamente vivificado por un cuerpo real. Como dice J. Baudrillard: “el cuerpo no es más que esos modelos en que lo han encerrado los diferentes sistemas y a la vez todo lo contrario, su alternativa radical”. En realidad, es lo incompleto del cuerpo, de que algo le falta. Y es esto lo que nos invita a modificar y transformar las formas naturales del cuerpo con la promesa de sentirnos completos. Dialéctica imaginaria, de algo que demasiado a menudo se olvida, a saber, la presencia y la función de la falta de objeto. El vestido es una de tantas maneras de lograrlo y al mismo tiempo es un texto, un discurso, que debe ser leído, que se dirige a alguien. Es la afirmación balzaquiana de que “(...) el vestido es una manifestación constante del pensamiento íntimo, un lenguaje, un símbolo”.

En este sentido uno de los creadores más reconocidos de nuestro siglo pasado, Cristóbal Balenciaga, (1895-1972), el gran maestro de la costura del siglo XX, arquitecto de la moda, que nos aporta en sus creaciones un pensar y mirar manipulando un tejido con tijeras, hilo y aguja; definía a esta extensión de la piel que es el vestido, como la más importante modificación humana, dentro de la estructura diaria en la experimentación de su propia existencia.

Nacido en 1895 en una bella localidad de la costa guipuzcoana, llamada Getaria. Lugar asentado a orillas del mar Cantábrico, dónde generalmente los hombres tenían como oficio ser pescadores atuneros, curtidos en jornadas intensas en la mar. De hecho, el escudo municipal está precedido por el símbolo de una ballena. Su padre era patrón de barco; algo que nos sorprendería más si cabe en su vocación profesional, en un contexto dónde las identificaciones masculinas, pasaban por este orden laboral. Sin embargo, Martina Eizaguirre, su madre, siguiendo la tradición de las mujeres casadas con hombres de la mar, que cocían las redes; tenía buenas dotes como costurera, pues trabajaba para importantes familias aristócratas de la zona. Aspecto que desde niño influyó enormemente en fijar más su mirada hacia el oficio de su madre, y en lo que pronto demostró ser su gran talento. A todo esto contribuyó un deseo y una posibilidad en este personaje, y es que pudo nutrirse en este mundo de refinamiento propio de las elites culturales europeas, demostrando sus capacidades a una mujer de la alta aristocracia, que veraneaba en dicho municipio, para la cual confeccionó un vestido, y que impulsaría al modisto getariarra a las más altas esferas del mundo de la Alta costura.

Tras alcanzar el éxito en España y ser ya modisto de la realeza y la aristocracia, en pleno tumulto de la guerra civil, en 1936 se estableció en la avenida Georges V de París y, en pocos meses, a la edad de 42 años, obtiene un éxito incontestable en su primera colección, que lo inscribirían entre los grandes nombres de la moda internacional desde que inició su trabajo en 1920 hasta su conclusión en 1968.

Supo como nadie habitar el cuerpo femenino con esa segunda piel que es el vestido, transformando la moda, al construir un sistema de proporciones perfectas alrededor del cuerpo femenino, que redefine con su obra, siempre mediante el tejido, creando ese espacio vacío que, como él mismo explicaba, separa el cuerpo del vestido; pues para él, el vestido no afirma la sensualidad del cuerpo, sino más bien la personalidad femenina tal y como él la imaginaba. De hecho ahí viene su afirmación de que “una mujer no necesita ser perfecta ni muy hermosa para lucir mis creaciones. El vestido lo hará por ella”. Y es que este genio de la moda del siglo XX, tenía la particularidad de hacer sentir a la mujer que porta una de sus prendas, no solo que se ajusta perfectamente a ese cuerpo femenino y no el cuerpo al vestido, sino que además, acompaña su caminar, movimientos de brazos, cuello y cabeza… Algo que solo percibía las mujeres que llevaban sus vestidos. De ahí esa expresión de algunas clientes en cuanto a “sentirse dentro de una segunda piel”.

Estudiaba el cuerpo y su movimiento para que la prenda se adaptase perfectamente a él, para que no se moviese un ápice, para que caiga perfecta. Por eso, a las mujeres a las que hacia habitar con esa segunda piel, les hacía andar durante las pruebas, pues quiere analizar en profundidad el movimiento de sus brazos, la longitud de los pasos que da, la inclinación de la cabeza, el cuello... Y es que detrás de este vestido, hay un estudio impresionante de la anatomía femenina y el movimiento; que junto con el profundo conocimiento de la técnica, le permiten construir la prenda como si fuese un arquitecto y obtener como resultado, la sublimación de la alta costura a disciplina artística. Por eso decía que al diseñar un vestido, uno se puede sentir pintor, escultor, poeta.

Desde un conocimiento inicial de la técnica de sastrería llegará a crear la “Técnica Balenciaga”, donde se nutre de un estudio pormenorizado de la anatomía femenina y del movimiento del cuerpo humano, desde la observancia de las costumbres, modos y maneras de la sociedad de su época; desde su pasión por el Arte, el Folklore, su tremenda religiosidad y su curiosidad natural. Todo ello con el sello personal donde el creador genial marcó su pauta y su permanencia.

Por eso como él mismo dijo a otro personaje “la Moda pasa, el estilo permanece”. Y es que a Balenciaga no le interesaba la Moda, pues está es efímera. Él era un creador que valoraba el “permanecer”. Dicho de otra manera, decía: “El éxito es efímero, y el prestigio permanece”. El artista Warhol decía algo parecido, pues pensaba que había que conservarse igual en períodos en que tu estilo ha dejado de ser popular porque, “si es bueno, volverá y una vez más serás reconocido como una belleza”.

De hecho, la conservadora del Museo Galliera de la Moda de París, Catherine Join Dieterle dijo de él que “dedicó toda su vida a los vestidos, a la moda, y al mismo tiempo, más que a la moda, pues la superó, confeccionando modelos por encima de las modas. Por eso yo le sitúo más cerca de un artista, un artista no pretende estar de moda”. Algo que va en relación a lo que afirmaba Gombrich en su Story of Art: “No existe, realmente el Arte. No hay más que artistas", para continuar después "(existen), hombres y mujeres favorecidos por el maravilloso don de equilibrar formas y colores hasta dar en lo justo, y, lo que es más raro aún, dotados de una integridad de carácter que nunca se satisface con soluciones a medias, sino que indica su predisposición a renunciar a todos los efectos fáciles, a todo éxito superficial a favor del esfuerzo y la agonía propia de la obra sincera". Una idea que nos coloca delante de Cristóbal Balenciaga.

En el fondo, la creación de formas, colores y texturas debe tener, para ser arte, un componente simbólico. Ese es el nivel en el que vive un objeto en arte, no en el nivel de lo que es, sino el nivel de lo que significa. Es saber ver algo y plasmarlo, es decir, pensar y mirar manipulando un tejido con tijeras, hilo y aguja. Como dice la psicoanalista Eugénie Lemoine-Luccioni en su ensayo psicoanalítico del vestir. “Cortar es pensar. Desde el mismo momento en que un pedazo de tela es moldeado para formar parte del lenguaje de la moda”. Por supuesto con la dificultad añadida de que no es un pensar en algo estático, sino como algo que va recubrir la piel de un cuerpo vivo, como algo llevable y que en el imaginario lo va representar.

Para ello, en este saber hacer de un oficio artesanal, al cual él mismo se negaba a que se redujese a una mera reproducción; él mismo dijo tras retirarse, la ya famosa frase: "Un modisto debe ser: arquitecto para las líneas, escultor para la forma, pintor para el color, músico para la armonía y filósofo para la medida".

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