"Al otro lado" de Fatih Akin por Irene Domínguez (Barcelona)

Me gustó mucho la película “Al otro lado”, de Fatih Akin, producción turco-alemana de 2007. Y verla bajo las estrellas invisibles de una noche de verano en mi ciudad, en el marco del festival gratuito Gandules 2014 del CCCB (Centro de Cultura Contemporáneo de Barcelona) sorbiendo cerveza y fumando… convierte ese placer en una delicatesen popular, a modo de puchero ardiente de mi abuela o gazpacho andaluz servido en vaso en barra de bar.

Quiero decir que la magia de la cuestión, radica tanto en su argumento como en su forma; diría incluso que la trama es la excusa de su sinuosa estética. Montada en tres capítulos, narra tres encuentros que se sobreponen en las vidas de media docena de personajes, unidos por lazos de filia, de amor, de procedencia. La repetición de algunas frases y escenas funciona como testigo de las posiciones de los personajes que no son inamovibles. El sujeto cambia cuando toma el texto de la vida como algo que le habla, le interpela y le mueve a tomar decisiones sin la garantía de estar haciendo lo correcto. Por eso la ética y no la moral, es el soporte humano donde se desarrollan los hechos. Los vaivenes entre Turquía y Alemania, dos sociedades que corrieron distinto destino frente al capitalismo, hace que, sin embargo, entre ambos mundos no haya una ruptura insalvable, puesto que son como lienzos entrelazados en la historia de cada personaje. Un profesor de origen turco de literatura alemana, una turca que ejerce la prostitución para darle estudios a su hija, la hija que a su vez es activista en Turquía de un grupo armado que lucha por la justicia social, una alemana de clase bien movida por el amor… una madre que tras la muerte de su hija puede reencontrarse con sus valores esenciales, o un hombre que hace de su potencia sexual la felicidad de la vida, pero que, sin embargo, en las puertas de la vejez, tendrá la oportunidad de captar cosas fundamentales de su existencia.

 

 

Yeter se prostituye en las calles de Bremen. Es la forma en que puede juntar el dinero para darle estudios universitarios a su hija en Turquía, un país donde solo estudian los ricos. Amenazada por un grupo de activistas turcos –los mismos que pertenecen al grupo armado de la hija- acepta, de su cliente, un jubilado turco, la oferta de mantenerla. Es así como conoce al hijo del viejo, Nejat, profesor universitario que mira con recelo lo que considera un desvarío del padre. Antes de que Yeter muera por un tortazo machista y accidental de su reciente pareja, ésta confiesa a Nejat los motivos de su decisión de prostituirse. Con el  padre preso, Nejat decide volver a Turquía a realizar el deseo de la muerta, quizás como modo de pagar la deuda del padre, pero no solamente. Busca a la hija para costearle los estudios.

Simultáneamente la hija Ayten, busca por Bremen a su madre, tras salir prófuga de su país por su activismo político. Allí conoce a Gette y se enamoran. Un tribunal alemán desestima la petición de asilo a Ayten y la devuelve directamente a la prisión, cerca de Istambul. Gette no duda en correr en auxilio de su amada ante la mirada desaprobatoria de su propia madre, que decide dejar de apoyarla. Otro accidente tonto acaba con la vida de Gette… y eso marca un nuevo inicio que vendrá a movilizar a su madre, la excelente actriz Hanna Schygulla, musa del gran Fassbinder, convirtiendo el deseo de su hija en la nueva misión en su vida.

Las dos estructuras, padre-hijo-muerta y madre-muerta-hija, se superponen, deviniendo, la consecución del deseo del Otro, el motor que inicia las búsquedas de los vivos. Me encantó como la película mostraba muy bien algo que, hasta ese momento, no había podido poner en palabras: un encuentro es el inicio de una búsqueda y no su destino.

Esta sutil película, llena de detalles ínfimos y deliciosos, ausente de grandes ideales, es una oda a la castración, un canto a la educación como apuesta de combate contra la barbarie, en sí misma, desde su sencillez, y una crítica a los intelectualismos muertos al servicio de la petulancia. No apta para cobardes. Es cuestión de piel, como una melodía que se va metiendo por los poros y te recorre el cuerpo.

La escena final del hijo esperando al padre para su reencuentro frente al mar –necesario movimiento de éste para poder amarlo y dejarlo desde su herida- conmueve, porque ante su belleza sucumbe toda causa humana de un destino que no esté sostenida en un deseo que no sea anónimo. La vitalidad que desprende me evocó la frase de Lacan: “de lo único que somos culpables es de retroceder ante el deseo”. Y es que sólo con las marcas de la castración, cada cual las propias, se puede tejer un sendero respirable de lucha contra la miseria humana.

Irene Domínguez (Barcelona)