Ahí, donde se busca el olvido | José Vidal

367px-Wilhelm_Wandschneider_-_Lethe_(Modell)La escena de lo social merece que volvamos sobre ella. El tratamiento que en los medios se le da, la perplejidad ante lo que vivimos, nos permite imaginar que somos personajes en una gigantesca performance de arte contemporáneo que encierra todo el conjunto de la política.

Si la obra de arte clásica se planteaba como una unidad, de algún modo enmarcada, el arte contemporáneo busca traspasar esos límites temporales y espaciales y la obra se presenta como múltiple, serial, inacabada, abierta a la calle. Multiplicidad tanto de los recursos multimediales, como de los espacios en los que se presenta. Esto lo encontramos de modo privilegiado en el happening, la performance y la instalación.

Mientras la obra clásica buscaba la trascendencia, el vínculo con Dios, la eternidad, el arte contemporáneo, se propone efímero, incluye el movimiento y la finitud, es decir, la muerte. Con lo cual, se ubica como arte vivo, como un arte de la vida, de los cuerpos vivos.

El artista como individuo desaparece para dejar su lugar al colectivo. Los participantes de un happening e incluso el público pueden ser considerados como autores de la obra al salir de la posición contemplativa para participar activamente de la misma. No es necesario tampoco el manejo de una técnica en particular para su producción, sino que los recursos habituales, el discurso corriente, le permiten a cualquiera con decisión política realizarla, con lo que se da lugar a una suerte de todos artistas.

Las redes sociales y los mass-media son un paradigma de esta generalización. De lo que se trata es de lo que Boris Groys llama el diseño de sí. Es necesario que cada uno se torne un artista diseñador para presentarse ante los demás con una serie de características que incluyen fotografías, videos, gustos musicales, películas, etc. Es decir, somos, a la vez, creadores de nuestra obra, curadores y la obra misma. A su vez, participes de una obra mayor ya que los usuarios de las redes están incluidos en los muros o sitios de los demás aunque no lo deseen.

Verificamos en las redes sociales este todos artistas, gracias a los recursos técnicos ahora al alcance de cualquiera, autores, partícipes y objeto de una obra.

Como anticipaba Guy Debord, en la sociedad del espectáculo la visibilidad del sujeto es equivalente a su existencia. Así, diseño de una imagen de sí se torna un imperativo de la época.

A la vez, los medios articulan montajes en los que perfectamente pueden incluirse sociedades o países enteros. Un atentado en París o Bruselas, un niño ahogado en una playa en Turquía, el suicidio de un fiscal en Argentina, toman la dimensión de lo que Groys llama la obra de arte total, una estética del horror, multiplicada por los medios, diseñada por artistas de la hipermodernidad y en las que pueden participar millones de personas como “Je suis Charly” o “Soy Nisman”, extras de superproducciones que no apuntan ya a la generación de opinión pública sino a una multiplicación afectiva. O, como llama a esto Paul Virilio, una sincronización afectiva.

La gran escena de la corrupción con la que nos machacan a diario, por ejemplo, es una de estas performas en las que participamos activamente casi sin saberlo.

Mientras que el arte clásico genera espectadores en la contemplación de lo eterno, acá tenemos la participación activa del cuerpo propio en lo efímero.

Lacan señala que vivimos en un mundo atravesado por ondas, es decir, emisiones de radio, de tv, y ahora, por supuesto, las ondas satelitales que enganchan los celulares, que operan, que están ahí, que las máquinas perciben, pero que nosotros no podemos registrar. Vivimos en lo que Lacan llama la aletósfera, una atmósfera habitada por los productos de la técnica, de la verdad formalizada por la ciencia.

Este neologismo, aletosfera, articula atmósfera con aletheia que es el modo de referirse a la verdad en grecia. Aletheia, como lo establece Heidegger, es un movimiento entre el ocultamiento y el desocultamiento del ser. Lacan sigue a Heidegger en esto a pie juntillas cuando dice que la verdad se medio-dice. Cuando aparece y creemos que la tenemos, vuelve a esconderse.

La palabra lethé, olvido, incluída en aletheia, evoca un mítico río, el Leteo, que provocaba en quien bebía de sus aguas un total olvido. Algo que tiene todo un encanto, lo tentador de poder olvidar lo penoso de la vida.

Los objetos técnicos son para Lacan letosas, (Lethé + ousia: olvido-ser) es decir, no son solamente objetos de consumo, sino que vienen al lugar que Marx le dio a la mercancía, el de un objeto trascendente, fetiche, objeto de goce, que se ubica como un alivio, algo que Freud pudo establecer respecto a las drogas y el alcohol y que podemos extender ahora a los objetos técnicos.

Esta idea no es la de un objeto maligno que viene a imponerse sobre nosotros, a embriagarnos, sino que somos nosotros mismos los que vamos hacia ese olvido-ser. En muchos lugares vamos a encontrar esta idea en el psicoanálisis. La cobardía moral, el rechazo de la castración, el no querer saber del propio deseo son sus equivalentes. Sin embargo, es a la vez ahí también donde podemos encontrar la verdad singular de cada uno. La letosa es el objeto que causa el deseo, y también el resto y el ser de objeto que somos y que se oculta tras las imágenes idealizadas.

Las redes sociales y los mass-media son letosas, elementos cada vez más importantes de esa aletósfera en la que se produce un trabajo que nos obliga a reconsiderar la idea que tenemos de la materia, porque es el trabajo inmaterial de millones de personas a través de sus ordenadores y celulares.

¿Hay vuelta atrás en esto? ¿Es posible tomarse la pastilla azul que ofrece Morfeo y salir del engaño de la Matrix?

Lacan nos muestra que la propuesta analítica no está en la rebelión respecto a los gadgets, sino que, si la letosa es un modo del objeto a es en ese mismo lugar a donde se va a ubicar el analista. Es muy interesante que, para Lacan, el analista mismo puede ser una letosa.

La única diferencia es que el analista podrá por un instante abrir la puerta para el desocultamiento del ser, el síntoma en su modo singular. Pero advertido que el olvido volverá a cerrar esa puerta. Lo importante es señalar la diferencia de lo universal del mercado con el síntoma de cada uno. Es claro que todos gozan con sus objetos técnicos, pero lo que goza cada uno es algo irrepetible, no compartido.

Tal vez ahí exista una grieta por donde encontrar la salida a la circularidad del mercado actual.

Presentación en la Noche de la EOL-Sección Córdoba el 31 de marzo de 2016.

Fuente: Lacan Para Afuera.