Adolescencias, amor y sexualidad*. Eugenio Díaz (Barcelona)

Comenzaré con la literatura, para situar uno de los rasgos que quisiera resaltar en esta presentación sobre la cuestión del amor, la sexualidad y las adolescencias. Un rasgo que me parece común a las tres: el enigma. Lo enigmático que representa la adolescencia para el adolescente y para la sociedad, lo enigmático de la sexualidad adolescente, pero también de la sexualidad en general, y lo enigmático del amor, ya sea en su vertiente de la ilusión del uno, o en su vertiente de condición del lazo social, por ejemplo, cuando en nombre del amor aparece la violencia. Es lo que Jacques Lacan llamó el odioenamoramiento.

Ahora bien, este rasgo estructural de lo enigmático del amor, la sexualidad y las adolescencias, es tratado en cada época de una manera distinta. Así, podemos decir que los discursos dominantes de cada época, tienen consecuencias en las transformaciones de la vida amorosa, en la sexualidad y en las adolescencias.

Entonces, intentaré también ubicar las formas de tratar estos enigmas en nuestra época y sus consecuencias para los adolescentes y las adolescencias.

Habrán oído que he hablado de la adolescencia en plural. Lo hago para indicar que no hay un único modo de responder a la travesía que supone hacerse mayor, un modo estándar de responder “al misterio que es el sujeto si mismo”. Con ello, se trata por un lado de minimizar los efectos de estigma y segregación que produce de toda uniformización, y de otro, de poner en primer plano la idea de la responsabilidad (que no culpabilidad) en las respuestas que cada adolescente da ante los acontecimientos de la vida.

Entonces la literatura. La primera cita de Anton Chejov, de su cuento “Sobre el amor”. En una conversación entre dos personajes del cuento, uno de ellos dice: “Hasta ahora se ha dicho del amor sólo una verdad inconclusa, a saber, que es "el gran misterio"; todo lo demás que se ha dicho y escrito sobre el amor no es una solución sino sólo una formulación de problemas que quedan sin resolver. La explicación que podría aplicarse a un caso no es aplicable a una docena de otros; más valdría, a mi modo de ver, explicar cada caso por separado sin meterse en generalizaciones. Cada caso específico, como dicen los médicos, debe ser individualizado”. Es por eso, añade, que “(…) el amor es poetizado…”.

Una segunda cita, ésta en relación a la sexualidad adolescente. Son unas palabras del joven Holden Caulfiel, protagonista de 17 años de El Guardián entre el Centeno de Salinger: “El sexo es una cosa que no acabo de entender del todo bien. Nunca sabes exactamente donde estas. Yo siempre estoy inventado normas de sexo para mí mismo y luego las rompo… El sexo es algo que no entiendo. Lo juro por Dios.”
Finalmente unas palabras de Antonio Gala, en Dedicado a Tobías, en este caso sobre los efectos del despertar de la adolescencia: “La pubertad te va cambiando el cuerpo; la adolescencia el alma. Y úu sobrecogido te preguntas quién fuiste, y quién eres, y en quién te vas a convertir. Dos sillas tienes -la infantil y la adulta-, y te sorprendes sentado en el suelo...”.

Sin duda es una bella y certera manera de hablar de lo que Philipee Lacadée, psicoanalista que trabaja en Burdeos en un Centro de Día para adolescente, ha llamado la “más delicada de las transiciones”.

Ahora bien, quisiera resaltar particularmente un punto de las palabras de Gala: las preguntas que sobrecogen.

Nosotros nos podríamos preguntar a su vez, sino es la falta de tiempo para la constitución de las preguntas, la que marca algunas de las particularidades de las respuestas que los adolescentes de hoy dan a la cuestión de la sexualidad y el amor.

Y no sólo por la dificultad propia de las adolescencias, también por una época caracterizada por promover la inmediatez, y el enganche del sujeto en una prisa “donde el precio es la imposibilidad del encuentro con el amor...”. Una época que estigmatiza, podríamos decir, el tiempo para comprender, o cortocircuita el tiempo para el duelo.

Caracterizada también por la explosión de la norma sexual, donde no hay un saber predeterminado para cada sexo; por la crisis de la masculinidad, y el nuevo lugar de las mujeres; por la creciente infantilización de los adultos; o por la caducidad de los ritos tradicionales paso.

En relación a la creciente infantilización de los adultos (como decía Lacan, “esos verdaderos niños que son los padres”), es sorprendente la cantidad de padres que acuden a los servicios sociales a pedir que se hagan cargo de sus hijos adolescentes. Pasando por ejemplo, de dejarles salir hasta tarde, a pedir directamente a un servicio público que hagan algo, porque ellos no pueden más. Una muestra de impotencia que es, en muchas ocasiones, la que provoca el acto del adolescente. No hay nada peor para un adolescente que ser dejado caer.

Y es en este escenario ciertamente contradictorio -de más derechos y libertades, pero también de más vulnerabilidades- donde los adolescentes tienen que realizar la difícil travesía de hacerse hombres o mujeres, de hacer el duelo por la pérdida de la seguridad de la infancia. De hecho, lo que a un adolescente le aleja de su familia, es que hace visible la importancia de la sexualidad, que hace visible la “inmersión de su cuerpo en las turbulencias del deseo”.

Este panorama, implica a veces una falta de brújula, incluso una errancia, como se ponen de manifiesto en las conductas perturbadoras que realizan; en el fracaso escolar, en la violencia en la escuela, la comunidad o el ámbito familiar; en el riesgo a las adicciones y la promiscuidad; pero también en silencio, con sus inhibiciones, encerrados en casa con los multimedia, eventualmente sufriendo abusos de los otros.

Pondré ahora dos ejemplos sobre los efectos de esta falta de brújula, que se desvela en las conversaciones mantenidas con ellos, vinculados a la cuestión de la sexualidad. Se trata de dos jóvenes de 17 años.

El primero, es un chico que viene a la consulta por sus dificultades para concluir su trabajo de investigación del bachillerato. Por ejemplo, se distrae con la búsqueda incansable sobre cuestiones de una serie que le tiene enganchado, Perdidos. Pero lo que en las entrevistas se desveló es lo que verdaderamente la hace cuestión: el encuentro con las chicas. Un encuentro que le produce una gran incomodidad, pues no sabe cuando se acerca alguna si quiere que la bese o que la abrace. Entonces, descubre en las conversaciones que mantenemos, que su supuesta falta de voluntad, que su enganche a la serie de TV, etc., es bastante menos incómoda para él, que el no saber cómo dirigirse a una chica.

El segundo, es un chico también, que ha recorrido algunos dispositivos de salud mental y adicciones por su precoz relación adictiva con las drogas. Comenzó el consumo de cocaína a los 14 años y en el mismo instante que tomó por primera vez, supo que se había enganchado. Poner las drogas de una manera tan precoz y potente en primer plano, es para este chico es un intento de librarse, terrible sin duda, de tener que hacerse la pregunta por su deseo sexual.

El problema es que durante estos años unos y otros, los especialista, su familia y él mismo, tomaron las drogas y su adicción como causa de su malestar, cuando en realidad no era más que una modalidad de no querer saber sobre la cuestión sexual.

Vemos aquí por un lado, cómo lo delicado no puede eludir en modo alguno su vertiente dramática y de otro, cómo estos dos adolescentes, jugando con los instrumentos de consumo que el mundo contemporáneo le ofrece, tratan de zafarse, de lo que en el encuentro con en el otro sexo no acaban de entender, de lo enigmático del encuentro con la sexualidad, de la disimetría que introduce siempre el amor.

Para aunar un poco más en esta cuestión del zafarse, me referiré ahora a una de las películas de la saga American Pie. En ella se muestran cierta variedad de las relaciones amorosas y sobre todo sexuales entre los adolescentes. Hay en concreto un chico de unos 14 años, el hermano pequeño de uno de los que organiza la gran fiesta, que se dirige a las chicas con un: “¿quieres follar?”

Es quizás este personaje el que introduce me parece más claramente, algunas de las modalidades actuales de las relaciones entre los jóvenes. Es un personaje que muestra las dificultades que tienen los adolescentes de hoy para rodear el encuentro sexual con palabras.

Así, esta demanda casi sin palabras, que puede acabar situándose del lado de la necesidad -cuya fórmula es “necesito una dosis más de lo que sea”-, dificulta el intervalo que el sujeto requiere para representarse, con consecuencias, en ocasiones dramáticas, en la constitución del deseo y del lazo social.

Se trata de la búsqueda de goce sexual sin el preámbulo del amor, sin casi condiciones. Es el paso del instante de ver, por ejemplo el despertar del deseo, al momento de concluir, en un acto, sin pasar por el tiempo para comprender, es decir, el de la espera, el de la narrativa del amor, el de la ficción del amor. Puesto que el amor es una creencia, pero una creencia imprescindible. Es esta falta de metáfora del amor lo que pone en primer plano el goce.

O dicho de otro modo -como señala Serge Cottet, psicoanalista francés: “La ausencia de todo discurso en el que inscribirse y la defensa ante ese vacío es la causa de muchos de sus comportamientos”. Y añade: “(…) el sexo, es condenado a sufrir la suerte del hiperconsumo y de la economía del mercado…”, en “El sexo débil de los adolescentes: sexo-máquina y mitología del corazón”.

Entonces no podemos olvidar para entender la cuestión del amor y la sexualidad adolescente, que a lo coyuntural de la época se añade lo estructural del amor y la sexualidad, que introduce que hay algo que siempre está en falta.

De aquí el éxito del ordenador, los multimedia o los Messenger, donde los adolescentes encerrados en su cuarto tratan de ahorrarse la proximidad de los cuerpos, en una suerte de no-encuentro, más liviano parece ser, que el hecho de que en el amor y la sexualidad algo no acaba de ir del todo.

La cuestión para finalizar es: ¿cómo acompañar a los adolescentes en tal escenario a construirse un vínculo plausible con la sexualidad, con el “abismo que es la sexualidad”, con el amor y lo que no acaba de velar, con la vida en definitiva? ¿Cómo acompañarles a realizar sus duelos en una época que no favorece las narrativas y que promociona el anestésico, en sus distintas vertientes?

Este acompañamiento requiere de una apuesta, intentar la conversación -en tanto que la mediación de la palabra introduce el lazo y da lugar a la emergencia del amor.
La apuesta es promover “el gusto por las palabras”, y no tanto de rellenar el vacío que conlleva su condición de adolescentes, el sexo y el amor, en nombre por ejemplo de la seguridad, con los ideales del bienestar y el higienismo, o predicando sobre su ser, un ser que casi sin darnos cuenta tratamos de patológico. Eso, nos lo dicen ellos una y otra vez, siempre lleva a lo peor.

* Conferencia pronunciada en el Colegio Oficial de Psicólogos de Catalunya.